La privatización del mar
- Opinión
Antes de la creación de la Organización Mundial del Comercio o de los tratados de libre comercio, ya se contaba con un instrumento fantástico para enriquecerse a costa de los recursos naturales y bienes de uso público de los países del Sur: los monocultivos. Con ellos se podía extraer el máximo rendimiento económico tanto a los ecosistemas como a los trabajadores locales. Este ha sido el camino para la dominación y dependencia desde los tiempos coloniales. Allí están los ciclos dorados –y sus respectivas caídas estrepitosas– de la caña de azúcar, el café o el caucho, sumados ahora a los millones de hectáreas dedicadas al cultivo de la palma aceitera o soja. Pero entre los monocultivos industriales emergentes, hijos del nuevo colonialismo de mercado, existe uno basado en peces carnívoros introducidos en las prístinas aguas del sur del planeta: el monocultivo intensivo de salmónidos en el sur de Chile. A finales de los años ochenta, alrededor del archipiélago de Chiloé y en la región de Los Lagos, se inició la introducción y expansión de la industria de salmones de cultivo, cuya producción en un 98% ha tenido como destino los mercados de Japón, EEUU y la Unión Europea. Esta industria creció hasta alcanzar los 2.400 millones de dólares en 2008, lo que convirtió a Chile en el segundo productor detrás de Noruega. Sin embargo, en menos de dos años, el supuesto milagro salmonero ha mostrado toda su fragilidad. Más de 17.000 trabajadores han sido despedidos, sólo el 20% de los 550 centros de cultivo continúan operando, las producciones han caído en un 60% y la industria acumula una deuda con la banca que supera los 1.600 millones de dólares. ¿Qué hizo quebrar a este espejismo del falso desarrollo? Algo tan diminuto como el virus de la Anemia Infecciosa del Salmón.
Con una presencia muy significativa de multinacionales noruegas, japonesas y españolas (Pescanova), los valiosos y desconocidos fiordos, bahías y canales interiores entre el archipiélago de Chiloé y la Patagonia chilena se encuentran atestados de jaulas circulares de 30 metros por 60 de profundidad donde se engordan los salmónidos. Un sistema de monoproducción intensiva, con altos costes ecológicos y sociales, externalizados, y billonarias ganancias privatizadas. Como dice mi amigo y colega veterinario Juan Carlos Cárdenas, director de la ONG Ecoceanos, “en el sur de Chile las multinacionales salmoneras hacen todo lo que no les está permitido hacer en sus países”. Cárdenas explica que Chile presenta para la industria salmonera extraordinarias ventajas comparativas con respecto al norte de Europa. Tanto en los aspectos ambientales, como en las políticas gubernamentales de incentivo a la inversión extranjera. Ello, asegura el acceso a fuentes de harina y aceite de pescado, mano de obra barata, subsidios y una legislación ambiental y sanitaria bastante laxa. Criar salmones como si estuvieran en latas de sardinas es el equivalente a porquerizas flotantes o la cría industrializada de gallinas. Tan embutidos se encuentran que, según fuentes del propio Servicio Nacional de Pesca, la industria empleó 600 veces más antibióticos por tonelada de salmón producido en comparación con Noruega. También preocupan los salmones que, temerosos de su futuro, consiguen escapar de sus prisiones y que amenazan la supervivecia de diversas especies autóctonas de peces y, por lo tanto, a la pesca artesanal. Pesca que, por otro lado, se ha reducido gravemente, puesto que para alimentar a los salmones a domicilio se les lleva jureles, anchovetas y sardinas. Para producir un kilo de salmón en confinamiento se requieren entre cinco y ocho kilos de estas especies de peces silvestres habituales en la dieta humana. Un desastre en conversión energética, un desastre para miles de pescadores de pequeña escala. Si están pensando que ellos al menos podrán pescar los salmones escapados, se equivocan. En el sur de Chile está prohibido pescar y vender los salmones que se encuentran en el mar, pues siguen siendo propiedad de las mencionadas salmoneras multinacionales. ¿Salmones con código de barras?
Para que el plato de salmón salga tan barato también habrá que gastar lo mínimo en el personal que trabaja en el mar y en las plantas de procesamiento. Raúl Zibechi, de la organización Programa de las Américas, escribe sobre las malas condiciones de trabajo de las 50.000 personas empleadas en el sector: “Dos tercios de las empresas salmoneras violan la legislación laboral. Las mujeres, que son el 70% de las trabajadoras del sector y el 90% en las plantas, sufren por el frío, la humedad, el hacinamiento y las trabas para ir al baño”. Decía que el monocultivo de salmón es muy demostrativo porque, con unos años de antelación, está pasando por unas fases que ahora nos parecen rutinarias. En el año 2007, antes de la crisis financiera mundial, llegó la crisis al sector por la entrada del virus en los centros de producción, y poco después el Gobierno chileno se lanzó al rescate de la industria salmonera por dos vías: la entrega sin condiciones de una línea de crédito y una polémica modificación de la Ley de Pesca y Acuicultura para permitir la cesión perpetua de derechos sobre el litoral costero a las compañías salmoneras (incluidas las multinacionales), permitiendo que las compañías deudoras pudieran hipotecar con la banca acreedora las concesiones de acuicultura. Es decir, bienes nacionales de uso público, con los que los bancos podrán especular, comprar y vender. Los principales bancos acreedores son el BBVA, Rabobank e Itaú. En otras palabras, se privatiza un recurso público, se privatiza el mar. Otro monocultivo en estrepitosa caída.
Gustavo Duch es Ex director de Veterinarios sin Fronteras y colaborador de la Universidad Rural Paulo Freire
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