La ciudadanía encerrada
15/08/2009
- Opinión
La utopía de libertad e igualdad difícilmente se ausente de los textos constitucionales de los estados-nación actuales del mundo occidental. Dejemos por un momento de lado la fraternidad, tan fundante como las anteriores de la modernidad, ya que su encarnación resulta más esquiva, aún en la letra muerta de las cartas magnas. Nos referimos a derechos elementales como la igualdad ante la ley y la libertad de circulación, opinión, reunión, entre tantos otros derechos elementales modernos de reafirmación de ciudadanía. Aquellos que, con desigual y heterogénea consistencia, se efectivizan a veces con retaceos en varios países del mundo, aún pobres o dependientes algunos, particularmente si han logrado superar el siniestro período histórico del terrorismo de estado. Sin embargo, aunque vigentes, están limitadas al ámbito restringido del estado-nación. No existe una constitución mundial. Siquiera regional, a pesar del complejo y encomiable intento europeo. Existe sí, un anhelo social de extensión geográfica de las libertades civiles.
A diferencia de la conclusión del filósofo francés Paul Virilio, quién burlándose del fin de la historia de Fukuyama, anuncia el fin de la geografía, inversamente, las libertades y derechos se encuentran cada vez más acotados a los confines nacionales, si es que allí tienen vigencia y logran efectivizarse realmente. Si bien acierta en señalar el peso de las transformaciones tecnológicas en la reestructuración de los lazos sociales y los procesos de intercambio, parece más precisa y mediatizada la tesis de Zygmunt Bauman que enfatiza el carácter clasista diferencial de la emancipación posible de los límites del tiempo y el espacio que las tecnologías potencialmente aportarían. Bauman considera que para las amplias mayorías de los pueblos, incluso contemplando la tradición migratoria, el cerco territorial nacional en el que viven su encierro ciudadano va perdiendo valor y capacidad de otorgar identidad. Y más particularmente aún, de expandirse, allende fronteras.
No estoy negando la existencia fáctica de una ciudadanía universal o internacional. Existe para estrechas élites del poder y la propiedad deslocalizadas. Intento sostener que para el resto de la humanidad, aún la que habita en estados-nación modernos, los derechos no son exportables y que las libertades no son, en modo alguno, universales. Así como las fronteras nacionales expresan hoy la continuidad de los fosos y torreones medievales, habrá además en su interior una delimitación de espacios cerrados, de cercos prohibitorios, de peajes y aduanas materiales y simbólicas trazados con el pulso despótico del dinero. Este fenómeno económico y social suele designarse con el eufemismo ideológico de “globalización”, que es un significante que alude a la extensión, hogeneización y unificación, es decir, exactamente a lo contrario del efecto concreto de las transformaciones en curso a las que aludimos. De allí su potencia ideológica.
Uno de los méritos de la llamada corriente autonomista italiana, con Negri, Virno, Lazzarato, entre otros, es haber logrado reinsertar en un contexto explicativo más amplio la noción foucaultiana de control biopolítico, aquello que invade la vida en sus articulaciones intelectuales y afectivas, los tiempos de producción y las migraciones de los pobres a través de los continentes. No es este el momento de discutir su conclusión de la transformación de un imperio a lo Polibio como etapa posimperialista.
Estas reflexiones, nada novedosas, tuvieron su reforzamiento reciente en la experiencia personal. Acabo de viajar a Nueva York y para ello tuve que pasar inevitablemente por algunas rutinas enfatizantes de estas breves afirmaciones. La primera es la constatación del escaso interés del Estado argentino en renovarme el documento de supuesta ciudadanía internacional que llamamos pasaporte y el hecho de que esta documentación consagratoria del derecho de circulación (externa) tenga plazos fijos, como si la ciudadanía también los tuviera.
Pero el intento de ejercer la libertad de circulación en ciertos otros países no culmina obviamente allí, ya que el tiempo añadió el vencimiento simultáneo de la visa a los Estados Unidos. Acceder a un turno para el trámite sólo es posible previa compra de al menos 12 minutos de atención telefónica a 15 dólares si se posee la tarjeta de crédito adecuada. Los minutos telefónicos arancelados de atención sobran para obtener el turno que, sin embargo, es sólo el momento culminante de presentación desechada in situ de una inmensa magnitud de papelería probatoria de posición económica y pertenencia de clase. Además, hay que resistir una hora y media a la intemperie en la calle a la espera del impuntual turno acordado, y abonar 131 dólares por el trámite en un único banco, más otros 15 dólares de entrega. Cabe aclarar que quien habite en otra ciudad como Ushuaia o La Quiaca, debe recorrer, además, los 3.000 kilómetros que distan del único consulado. El salto tecnológico consiste en que las huellas digitales son ahora electrónicas, el formulario es un pdf que se rellena on line en inglés y permite la inclusión de un posible confeccionador en caso de ignorancias. Importante salto aunque no tan inclusivo y sofisticado como para incorporar a la parafernalia técnica una cámara fotográfica. Para remediarlo hay que fotografiarse externamente en estudios que conocen a la perfección el porcentaje de cara que debe tener la foto, el tipo de peinado que garantice la importante visualización de orejas, entre otras excentricidades. Más horas y recursos propios dilapidados en una supuestamente seria y exhaustiva investigación de aquello que cualquier telemarketer conoce en detalle antes de realizar sus intromisiones en nuestra esfera privada.
¿Concluimos por tanto que en USA solo reciben y acogen a una suerte de “ciudadanía censitaria internacional”? No necesariamente. Basta pararse a la salida de una fábrica o gran depósito en el Brooklyn profundo para ver agolparse desordenadamente ante el detector de metales de la puerta de acceso a un ejército de latinos y mestizos de los pueblos originarios celebrando en español el fin de la jornada. Con menor concentración sucederá entre los repositores de pequeños o grandes supermercados, entre los oficios manuales de la construcción y el mantenimiento domiciliario, en la recolección de residuos y las empresas de limpieza, en el trabajo doméstico o en la conducción del transporte público. No es el caso de una interdicción genérica y universal, sino de una regulación, de un control migratorio biopolítico cuyas características particulares van adaptándose a las diversas necesidades coyunturales de magnitud absoluta y relativa de la fuerza de trabajo en cada rama de producción.
El caso no es excluyente. En tránsito por el aeropuerto de Santiago de Chile, ingresó al neoleprosario (que constituyen las peceras para fumadores) una muchacha cuyo origen me resultó inconfundible ni bien extrajo un paquete de Nevada. Luego de conversar sobre sus estudios de comunicación en la Udelar, el barrio del Cerro, sus proyectos e interés por las políticas juveniles y la cultura afrodescendiente, me relató su primera experiencia de contacto con el suelo y la cultura europea, con el llamado primer mundo.
Con sólo 20 años, conoció con detalle el sótano del aeropuerto de Barajas en Madrid donde fue detenida inmediatamente por el oficial de migraciones de entrada a la “madre patria”, junto a centenares de otros infortunados de todas latitudes hacinados allí, su valija extraviada y sus ilusiones cosmopolitas devenidas en el propio humo que nos envolvía dentro del cubo vidriado. La razón fue la posesión de una módica suma de 500 euros como único respaldo económico y sustento. Indudablemente mal asesorada sobre las exigencias discriminatorias materiales y las estigmatizaciones taxonómicas lombrosianas de ingreso a la “cuna de la civilización”, ni la abogada de oficio que le asignaron ni el compromiso telefónico de su madre de girarle recursos dinerarios la eximieron de ser deportada en el siguiente vuelo, en cuya escala convergimos. Parece no haber consulados ni cancillerías que intervengan ante estos atropellos. Las libertades ejercibles en el mundo se miden con la vara del poderoso caballero y se ejercen con la autoridad del plástico gold y su holograma. Como lo expresa sin ambages el eslogan de American Express: “pertenecer, tiene sus privilegios”. Esta semana la prensa consigna que otro tanto sufrieron argentinas en Heathrow y Barajas.
Revertir esta tendencia generalizada de los países ricos parece imposible en lo inmediato. Pero puede ser morigerada si se aplica, tal como se animó a implementar el presidente Lula, un principio estricto de reciprocidad migratoria, de forma tal que no pase cualquier gringo por el Galeão si no cumple idénticas condiciones de exigencia que las que se le impone a los ciudadanos brasileños. Se objetará que es una igualdad solo formal y que ello no convierte a un sudaka en lord, ni viceversa. Efectivamente es sólo una condición necesaria, no suficiente de igualdad sustantiva, tal como sucede con la ciudadanía en los estados-nación que se restringe a la igualdad sólo ante una ley común. Nada despreciable por ahora.
- Emilio Cafassi es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
Diario La República. http://www.larepublica.com.uy/contratapa/376769-la-ciudadania-encerrada
https://www.alainet.org/es/articulo/135751
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