Las organizaciones multilaterales ante la crisis alimentaria

23/06/2008
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

En las últimas décadas el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), junto con la Organización Mundial del Comercio (OMC) han forzado a los países periféricos a disminuir su inversión en la producción alimentaria y su apoyo a los/as campesinos/as y pequeños agricultores, que son las claves de la soberanía alimentaria. Las reglas del juego cambiaron dramáticamente en 1995, cuando el acuerdo en la OMC sobre la agricultura entró en vigor. Un estudio de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en 14 países señaló que los niveles de importaciones agrícolas en 1995-98 ya excedieron bastante los de 1990-94. Las políticas neoliberales socavaron las producciones nacionales de alimentos, y obligaron a los campesinos/as a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales y a comprar sus alimentos de las mismas en el mercado mundial. Los tratados de libre comercio han forzado a los países a “liberalizar” sus mercados agrícolas: reducir los aranceles a la importación y aceptar importaciones. Al mismo tiempo, las multinacionales han seguido haciendo dumping con los excedentes en sus mercados, utilizando todas las formas de subsidios directos e indirectos a la exportación.

La eliminación de barreras tarifarias y no tarifarias no solo causó la erosión de la autosuficiencia alimentaria nacional o de la seguridad alimentaria, sino la “descampesinación”, es decir, la supresión de un modo de producción para hacer del campo un sitio más apropiado para la acumulación intensiva de capital. (Walden Bello, “¿Como fabricar una crisis global?”, La Jornada, 1 de junio de 2008). El resultado fue que Egipto, el antiguo granero de trigo del Imperio Romano se convirtió en el primer importador; Indonesia, una de las cunas del arroz, hoy importa arroz transgénico y; México, cuna de la cultura del maíz,  importa hoy maíz transgénico. EEUU, la Unión Europea, Canadá y Australia son los mayores exportadores. Esta transformación es traumática para cientos de millones de personas, pues la producción campesina no es sólo una actividad económica: es un modo de vida milenario, una cultura, lo cual es una razón de que miles y miles de campesinos desplazados o marginados hayan recurrido al suicidio

Según la FAO, entre marzo de 2007 y marzo 2008, el precio de los cereales, sobre todo el trigo, ha aumentado un 130%, la soja un 87%, el arroz un 74%,  y el maíz aumentó en ese año un 53% (Aurelio Suárez, “La vulnerabilidad alimentaria de Colombia”, Le Monde Diplomatique, mayo 2008:11). El alza del precio de los alimentos se atribuye en los medios dominantes a una “tormenta perfecta” provocada por la mayor demanda de alimentos por parte de India y China, la disminución de la oferta de alimentos a causa de las sequías y otros problemas relacionados con el cambio climático, el aumento de los costos del combustible empleado para cultivar y transportar los alimentos, y la mayor demanda de biocombustibles, que ha desviado cultivos como el maíz para alimento hacia la producción de etanol. Nada se habla de la especulación con el hambre.
En los últimos nueve meses de 2007 el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la Unión Europea y se multiplicó por siete en EEUU (Domique Baillard, “Estalla el precio de los cereales”, en Le Monde Diplomatique, Mayo 2008:6). La especulación creada en torno a los alimentos básicos se transforma en carburante y empuja los precios de los cereales y el azúcar hacia nuevos máximos, inalcanzables para una inmensa masa de población, que principalmente se encuentra en Asia, África y América Latina.

Especulación con el hambre

La crisis alimentaria está ocurriendo mientras hay suficiente comida en el mundo para alimentar a la población global. El hambre no es la consecuencia de la escasez de alimentos sino al revés: en el pasado, los excedentes de alimentos en los países centrales fueron utilizados para desestabilizar las producciones de los países en desarrollo. Según la FAO, el mundo podría aún alimentar hasta 12 billones de personas en el futuro. La producción mundial de grano en 2007/2008 está estimada en 2108 millones de toneladas (un aumento de 4,7% comparado a la del 2006/2007). Esto supera bastante la media de crecimiento del 2% en la pasada década.  Aunque la producción permanece a un nivel alto, los especuladores apuestan en la escasez esperada y aumentan artificialmente los precios. De acuerdo con la FAO el precio de los granos de primera necesidad se incrementó un 88% desde marzo de 2007 (Véase el art. de See Ian Angus, Food Crisis: "The greatest demonstration of the historical failure of the capitalist model", Global Research, April 2008).

Durante los últimos años, las multinacionales y los poderes económicos mundiales, han desarrollado rápidamente la producción de agrocombustibles. Subsidios e inversiones masivas se están dirigiendo hacia este sector en auge. El resultado es que las tierras están pasando en poco tiempo masivamente de la producción de comida a la producción de agrocombustibles. Las multinacionales y los analistas convencionales predicen que la tierra se utilizará cada vez más para agrocombustibles (maíz, pero también aceite de palma, semilla de colza, caña de azúcar…). Una parte importante del maíz de EE.UU ha “desaparecido” repentinamente, pues fue comprada para la producción de etanol. Esta explosión incontrolada del sector de los bio-combustibles causó un gran impacto en los ya inestables mercados internacionales de granos básicos. La especulación, se aprovecha de la escasez relativa de los alimentos. Los vendedores mantienen sus reservas alejadas del mercado para estimular alzas de precio en el mercado nacional, creando enormes beneficios. Las multinacionales adquieren agresivamente enormes áreas de tierras agrícolas alrededor de las ciudades con fines especulativos, expulsando a los campesinos (Véase www.ecoportal.net, Henry Saragih Coordinador Internacional de La Vía Campesina).

Este conjunto de aumentos especulativos recientes en los precios de los alimentos condujeron a una ola de hambre mundial que no tiene precedentes por su escala. Lo que desencadena el hambre es la desregulación, la falta de control sobre los grandes agentes y la falta de la necesaria intervención estatal a nivel internacional y nacional para estabilizar los mercados especulativos. De acuerdo con la FAO, en los países en vías de desarrollo la comida representa hasta el 60-80% del gasto de los/las consumidores/as. Según datos que divulgó el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, en la reunión de la FAO en junio de 2008, el hambre provoca la muerte de 3,5 millones de niños cada año. Además, el alza de los precios de los alimentos empujó a la pobreza a unos 100 millones de personas en los últimos dos años. Un aumento brusco en los precios que condena a grandes mayorías al hambre implica rebelión popular.
En todo el mundo están estallando disturbios por los precios de los alimentos. Ha habido protestas en Egipto, Camerún, Indonesia, Filipinas, Burkina Faso, Costa de Marfil, Mauritania y Senegal. Demostraciones similares, huelgas y enfrentamientos tuvieron lugar no solo en la mayor parte del África sub-Sahariana sino también en Bolivia, Perú, México y sobre todo en Haití. (Bill Van Auken, Amid mounting food crisis, governments fear revolution of the hungry, Global Research, April 2008).

En el actual contexto, un congelamiento de la especulación en los mercados de alimentos de primera necesidad, tomado como una imperativa decisión política, contribuiría inmediatamente a bajar los precios de los alimentos. Nada impide hacerlo pero nada hace prever que se esté pensando en un prudente cuidadoso conjunto de medidas como este. Por lo que se ve esto no es lo que está siendo propuesto por el Banco Mundial y por el Fondo Monetario Internacional (Véase, Michel Chossudovsky,, “Hambre global”, Rebelión, 12 de mayo 2008).

Ante las hambrunas la propuesta multilateral es más neoliberalismo

Mientras estallan los disturbios por hambre en todo el mundo, la reacción de la OMC, del Banco Mundial así como de los gobiernos del G8, ha sido desastrosa: simplemente impulsan las mismas políticas que han sido las causas de la crisis actual: más liberalización, más apoyo a los fertilizantes y semillas industriales, más ayuda alimentaria y una rápida expansión de los agrocombustibles. El secretario general de la OCDE, José Angel Gurría, recomendó una mayor liberalización comercial para enfrentar el encarecimiento de los productos alimentarios. Señaló que una reducción de 50 por ciento de los aranceles y otras subvenciones que distorsionan el comercio tanto en la agricultura como en la industria generaría ganancias adicionales por 44 mil millones de dólares anuales. Debido principalmente a la actitud de los países del G8, no se ha producido un avance, en la conferencia de alto nivel organizada por la FAO y las compañías transnacionales recibieron un apoyo total para su iniciativa desastrosa de los agrocombustibles.

Siguen promoviendo más acceso para sus multinacionales en la Ronda de Doha y condicionar el apoyo financiero extra a criterios políticos para aumentar la dependencia de esos países. Los dirigentes mundiales están alertando de los peligros del proteccionismo. El proteccionismo se ha convertido en tabú cuando el destino afecta a los pobres. Cuanto contraste con la ayuda  de miles de millones de dólares que reciben los grandes bancos y empresas financieras para evitar su quiebra ante los juegos especulativos. Nada dicen sobre la necesidad de una mayor regulación y estabilización del mercado, ni mucho menos de la necesidad de la soberanía alimentaria.

Robert Zoellick, actualmente presidente del Banco Mundial, anuncia que los precios seguirán altos por varios años, y que es necesario fortalecer la “ayuda alimentaria” para gestionar la crisis. Zoellick, que pasó a este cargo luego de ser jefe de negociaciones de Estados Unidos en la Organización Mundial de Comercio, sabe de lo que habla. Desde su puesto anterior hizo todo lo que pudo para romper la soberanía alimentaria de los países, en función de favorecer los intereses de las grandes trasnacionales de los agronegocios. Incluso ahora, recomienda la eliminación de barreras proteccionistas y restricciones a exportaciones. Receta la “ayuda alimentaria” a los 20 países más afectados y la distribución de semillas y fertilizantes a pequeños agricultores en países periféricos. Es otra vez un apoyo encubierto a las mismas transnacionales, que tradicionalmente son quienes venden al Programa Mundial de Alimentos los granos que “caritativamente” les entregan a los hambrientos, con la condición de que ellos mismos no produzcan los alimentos que necesitan. La pregunta es: ¿Y llegará la ayuda que tiene que ir a la producción agrícola basada en los campesinos? No, cuando el precio del trigo sube, la ayuda alimentaria se frena. La generosidad de los países del Norte se manifiesta cuando tienen excedentes. Durante el período 2005-2006 se despacharon 8,3 millones de toneladas de granos para la ayuda alimentaria contra apenas 7,4 millones en 2006-2007Baillard, ob. cit:6).

Las trasnacionales no se dan por satisfechas y van por más. Ahora preparan el próximo asalto, monopolizando a través de patentes, los caracteres genéticos que consideran útiles para hacer plantas resistentes a la sequía, salinidad y otros factores de estrés climático. Los gobiernos a su servicio, como México, pretenden apagar el fuego con gasolina: en lugar de reivindicar soberanía alimentaria y control campesino de las semillas e insumos, proponen transgénicos con aún más modificaciones y más riesgos, (Silvia Ribeira, ob. Cit.). Brasil, a su vez, prepara una auténtica ofensiva diplomática para convencer al mundo sobre las bondades del etanol de caña de azúcar, que este año tendrá como colofón una cumbre mundial de biocombustibles.
En una reciente conferencia de prensa, el presidente Bush defendió la utilización de alimentos para producir etanol. Las compañías transnacionales y las principales potencias explotan despiadadamente la situación actual, condenando a una gran y creciente masa de personas para que pasen hambre. Es una política genocida.

- Wim Dierckxsens, holandés de origen, radicado en Costa Rica. Coordinador del Foro Mundial de Alternativas para América Latina e investigador del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI).

https://www.alainet.org/es/articulo/134324
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS