Futurismo cínico
- Opinión
La experiencia histórica de transición de los estados terroristas a estados constitucionales no ha resultado ni lineal, ni mucho menos llana. La hoguera bárbara dejó un rescoldo de impunidad que en cada formación nacional concreta resiste su disipación. Reparemos sino en los desiguales, pero siempre tortuosos y lacerantes procesos políticos del Sur, en los que la opacidad, el retorcimiento jurídico y la afronta criminal esconden bajo cenizas esta latencia del peor regurgito biliar devenido expresión política, generalmente velada aunque preventivamente entibiada. Sin embargo, cada torturador, cada asesino, que comparte pisada con el ciudadano por las mismas baldosas, es una personificación viva y potencialmente rediviva del terrorismo de Estado. Aún en la derrota flagrante de la arquitectura política de dominación que constituyó esta variante del terrorismo, arraiga en la vigencia de la impunidad, tanto como lo fue en su apogeo; en ella funda, enraíza y su amenaza es el reverdecer.
No todas las derechas son panegíricos terroristas. Buena parte de ellas se ufanan de la finitud de todo tizón, del alivio del paso del tiempo, y apuestan al olvido, a la natural helada invernal, a la ignorancia. El leit motiv será mirar al futuro, para el cual construyen un presente como el cero imaginario de los matemáticos, un borrón y cuenta nueva, un indiferente punto de partida fingido. Es lo que llamaré aquí, futurismo cínico. Su ideal no es necesariamente un retorno al estado terrorista, sino la lenta y paulatina desaparición natural de sus personificaciones más comprometidas a quienes asignan el rol de algo así como familiares ancianos inválidos y desahuciados: los que se saca piadosa y agradecidamente, en silla de ruedas, al solcito. Una parte de la clase política derechista, aquella despojada de las mieles y mieses del poder por la casta terrorista, no ansía retorno alguno. Se siente expropiada, con razón, aunque también mancomunada frente el enemigo común del cambio. Le reconoce su aporte genético, su familiaridad. El terrorismo de Estado es para la derecha "democrática" un viejo ascendiente, un arcano sobreviviente que erguido es rival, adversario. Postrado es un pobre ancestro digno de agradecida compasión. Un inflexible y fundamentalista demodé, perdidamente radical, pero familiar al fin, más o menos lejano según el linaje de que se trate.
En las aún exiguas brasas de la impunidad se reúne a entibiarse todo el espectro continuista con sus diversos matices, el aquelarre orgánico defensivo del statu quo, del discurso hegemónico-mediático y el sentido común. Pero no sólo ellas. La clandestinidad, la elusión, la opacidad, son solidarias de las tres formas de terrorismo que desarrollé en este mismo espacio algunas columnas atrás (individual, de estado e imperial). De allí que resulte estratégica la lucha contra la impunidad que trabajosamente viene dándose en el Sur como la que los uruguayos emprenderán en el plebiscito de octubre, ya reunidas sobradamente las firmas necesarias. Es que ésta no es una lucha por venganza sino por apagar los restos del incendio, impidiendo, de este modo, su reanimación. Los militantes contra la impunidad no son las parteras de la historia con las que soñó Marx, sino simples bomberos rescatistas de parteras y otros imprescindibles artesanos menos violentos y más laboriosos.
Sin embargo, este artículo no se centrará en los actualmente superados e históricamente asfixiados Estados terroristas nuestros, sino en las experiencias de la lucha contra ellos (y el disimulo derechista al respecto) en el actual contexto de vigencia plena del terrorismo imperial que, a diferencia del anterior, goza de inmejorable salud, masacrando a sus víctimas civiles como días atrás corroboraron centenares de familias afganas bombardeadas.
Si la inconclusa transición de los Estados terroristas latinoamericanos recién ingresa en una etapa decisiva con el ascenso del progresismo y el avance de las luchas del movimiento de derechos humanos, en una carrera contra reloj con la senectud y muerte natural de los terroristas, no es mucho lo que podría exigirse inmediatamente al responsable del mayor Estado terrorista imperial. Y más genéricamente, nunca podrá ser mayor a lo que su propio discurso haya sostenido en el devenir mediático de la construcción de su liderazgo, ya que el concepto de "programa" es una usanza izquierdista exclusivamente sureña. Pero la verborragia del líder mulato no está exenta de rupturas radicales con el pasado mediato e inmediato que abren un abanico concreto de exigencias posibles y de contrastaciones necesarias con la realidad.
¿Cómo interpretar entonces el reconocimiento discursivo de errores y las promesas del fin del unilateralismo y el cambio de época? Aquello que días atrás el escritor Carlos Fuentes llamaba con cierta indulgencia "deshielo" en el diario El País de Madrid. Personalmente, dos domingos atrás, aún vigentes las repercusiones seductoras y los escarceos de Trinidad y Tobago, intentaba subrayar la ominosa implicancia del discurso inmediatamente posterior de Obama en el cuartel general de la CIA instalando explícitamente el paraguas de la impunidad, además de rescatar y enaltecer los servicios prestados por estos "servicios".
Por qué no agregar a ello las respuestas necesarias a los informes precisos de Amnesty Internacional de sus primeros cien días de gobierno, como los del caso Abu Zubaydah, la destrucción de casi 100 cintas que contenían los interrogatorios a presuntos terroristas, los acontecimientos en la base de Bagram, la vigencia de centros de detención "transitorios de corto plazo", la ratificación del manual de campo del Ejército, entre otras tantas continuidades del terror documentadas. O bien dar respuesta a las revelaciones del New York Times, que rescatara Juan Gelman en el diario argentino Página 12, del funcionamiento del Joint Special Operations Command (JSOC), grupo de tareas dedicado a realizar "ejecuciones extrajudiciales", de manera completamente independiente de la propia CIA y obviamente sin informar siquiera a los gobiernos de los países en los que tales ejecuciones tienen lugar.
No pretendo soslayar la transformación moral enunciativa de condena a la tortura, el anuncio del cierre de las cárceles secretas, del fin de los programas de secuestros, vuelos clandestinos y escuchas ilegales, sino su tensión irreconciliable con el sostenimiento de la impunidad. Tampoco poner en duda la sinceridad de estos propósitos, sino contrariamente subrayar la inmensa dificultad de ejecutarlos con los mismos organismos diplomático-militares que fundaron la degradación moral que el discurso condena. El torpe e inaceptable pedido de simples disculpas de la canciller Clinton ante una nueva masacre de más de un centenar de civiles refuerza la línea del discurso ante la CIA y desnuda las dificultades para implementar coherentemente una política verdaderamente antiterrorista, es decir contra el terrorismo de sí. En última instancia, ¿qué otra cosa podría esperarse del bombardeo de pueblos sino víctimas? ¿Cuál es la razón "humanitaria" para continuarlos, para redoblar tropas y recursos bélicos de ocupación? Este es el caso de Afganistán, pero la pregunta es más amplia que el ejemplo reciente.
Tampoco es la tesis de este artículo demostrar la naturaleza terrorista imperial de los Estados Unidos. Es obvia y persistirá mientras no se retire de las naciones ocupadas, no desmantele las bases militares del exterior, no desactive el aparato diplomático-militar que ejecuta su política de terror. Sí lo es señalar las convergencias de fondo con los ejes estratégicos de nuestras derechas vernáculas, aún en contradicción con algunos destellos de sus discursos. Mezclando en un mismo cóctel, consagración de la impunidad con futurismo cínico (haciendo tiempo entretanto), Obama no parece estar inventando una estrategia diferenciada, sino contrariamente, emulándola, apoyado en el trípode antes mencionado:
1) La garantía de impunidad de los criminales.
2) La instalación del recurso ideológico-discursivo del futurismo cínico.
3) La manipulación y manejo del tiempo mediante la "desclasificación" arbritraria de documentación con vistas a minimizar la gravedad de los crímenes y contribuir, de este modo, a realimentar la impunidad.
Si estas tácticas resultan, en estas tierras, un escollo importante para sepultar definitivamente el terrorismo de Estado y consolidar el Estado constitucional, ¿no es ingenuo suponer que aplicadas en el Norte al menos contribuyan a un debilitamiento del mayor Estado terrorista imperial? Ingenuos habrá siempre. Obama no lo parece.
- Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
http://www.larepublica.com.uy/contratapa/364809-futurismo-cinico
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