Ratzinger y sus cuatro años de papado

18/04/2009
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

Hoy el papa Joseph Ratzinger cumple su cuarto año de reinado terrenal sobre el miniestado de sólo 0,44 kilómetros cuadrados y de 921 habitantes, según el censo de 2005, llamado El Vaticano, del latín vaticanus, de vates, adivino, y cano, canto, o sea que se trata de la ciudad donde canta el adivino.
 
También reina en materia religiosa sobre el 17,4 por ciento de la población mundial, según sus propias informaciones, o sea algo menos de 1.150 millones de personas, oficialmente bautizadas, aunque no se sabe cuantas de ellas practican la apostasía sin haber concurrido jamás a registrarse como tales.
 
Fue con este papado, en 2006, cuando la curia vaticana debió admitir que la cantidad de católicos (del latín catholicus, universal) era menor en 1,8 puntos porcentuales a de islámicos (del árabe aslama, aceptado). Es decir que, estos últimos, que son los que actualmente más se expanden, suman el 19,2%. Ahora éstos constituyen el culto más numeroso.
 
Si se tomaran como ciertas las predicciones del monje irlandés Maelmhaedhoc, conocido como San Malaquías, quién hacia 1140 profetizó, a través de un listado pronto a agotarse, de los futuros papas, Ratzinger, que adoptó la denominación de Benedicto XVI (del latín bene, bien, y de dictus, dicho), sería el penúltimo.
 
La cantidad de conflictos que se han originado dentro del catolicismo bajo los años que lleva reinando como papa (palabra que puede devenir del griego papas, patriarca, o ser un acróstico de Petros Apostulos Potestatem Accipiens, o sea el sucesor de la potestad de Pedro el apóstol) revive los dichos de Malaquías.
 
Defensores y objetores de Ratzinger, en muchos casos, tienden a apuntar como responsables de los conflictos desatados a buena parte de ese millar de habitantes de la mini ciudad estado que fuera concedida a la Iglesia Católica Apostólica Romana por il duce Benito Juárez Mussolini al papa Pío XI.
 
Precisamente, en fecha reciente, el 11 de febrero de 1929, se cumplieron 80 años de la firma del “Tratado de Letrán”, por el cual el estado italiano cedió a la estructura católica ese pedazo de la ciudad de Roma, tras las negociaciones entre Arnaldo Mussolini, hermano de il duce, y la jerarquía eclesiástica poniendo fin al conflicto surgido en 1870.
 
Dicho conflicto surgió como consecuencia del nacimiento de la nación italiana que terminó con la independencia de los Estados Pontificios, que ocuparon durante siglos una buena porción de esa península, y desde los cuales, a comienzos del Siglo XIII, otro papa, Gregorio IX, propuso la globalización, con él como monarca universal.
 
Entre los denostadores de Ratzinger se recuerda su pasado juvenil nazi a la hora de explicar algunos de sus hechos conflictivos, como rehabilitar a los obispos integristas ordenados por el extinto obispo francés Marcel Lefevbre, entre ellos el inglés Richard Williamson, negador del Holocausto, quién terminó siendo expulsado de la Argentina, donde vivía.
 
También causó espanto su reciente condena al uso de los preservativos en el Africa, la zona del planeta con mayores infectados de sida. Y no se deja de recordar cuando en 2006, en Alemania, durante una conferencia en la Universidad de Ratisbona, de la que había sido vicerrector, se despachó con el Islam, causando un gran revuelo entre sus fieles.
 
El escándalo causado por la rehabilitación de lefevbrianos hasta hizo que Ratzinger enviase una carta a los obispos católicos dando explicaciones. Algo insospechado si se tiene en cuenta la conocida doctrina de la infalibilidad papal. Pero en la epístola no dejó de quejarse de los ataques que le dirigieron y hasta habló de los conflictos intraiglesia.
 
Algunos medios se han ocupado de señalar que Ratzinger, que días atrás cumplió 82 años, se apresta a cambiar parte de su equipo, comenzando por su secretario de Estado, el cardenal italiano Tarcisio Bertone, amén de algunos otros. Los argumentos que se esgrimen pasan, formalmente,  por la presunta incapacidad política del papa y su gente de confianza.
 
Los que están de lado del papa dicen que se trata de intrigas de sus enemigos internos y apuntan contra la estructura que dejara su antecesor, el polaco Karol Wojtyla (Juan Pablo II). En particular contra el cardenal Angelo Sodano, anterior secretario de Estado vaticano y amigo del fallecido dictador chileno Augusto Pinochet.
 
La influencia de Sodano es tal que Bertone tardó alrededor de un año en ocupar las oficinas de la Secretaría de Estado. El formal número dos del miniestado romano, el más pequeño del mundo, no tenía poder para desalojarlo y debía conformarse con atender su despacho desde otras oficinas.
 
Frente a la inflexibilidad de Ratzinger de adaptarse a los tiempos, como su vuelta a la misa en latín o la negación del profiláctico, o la ratificación de la condena a Galileo Galilei, de repente aparecen datos como su convocatoria a saber manejarse en el mundo de la Internet, y otros reclamos de quienes lo ponen en el bando “progresista”.
 
Para ello esgrimen algunas de sus exposiciones como la que realizó en el marco del debate con el cientista social alemán  Jürgen Habermas, y en el terreno económico su condena a la usura. Claro que en esto, a la larga, se posicionó en una suerte de medioevo castellano. Cultura que Habermas había endilgado al pensamiento católico oficial contemporáneo.
 
Según Malaquías, Ratzinger debía ser “gloria olivae”, o sea la gloria del olivo. Esto es una suerte de pacificador, algo que no se condice con sus actos de intolerancia. De todas maneras, a lo largo de casi 900 años, esos nombres surgidos de la predicción, siempre encontraron algún tipo de justificación.
 
Claro que las justificaciones no fueron siempre sencillas y hasta hubo casos en que postulantes antes de los concilios trataron de acomodarse a las predicciones, como el cardenal estadounidense Francis Spellman cuando luego de la muerte de Pío XII realizó una travesía por el río Tíber para adaptarse a aquello de “Pastor et nauta” (pastor y navegante), que correspondía al futuro papa, que fue Juan XXIII de la marinera Venecia.
 
Para los seguidores de la profecía una justificación puede estar en el nombre adoptado Joseph Ratzinger para su pontificado, Benedicto XVI, habida cuenta que el olivo es símbolo de la paz. El anterior Benedicto, el XV, el italiano Giácomo Della Chiesa, estuvo al frente de la Iglesia Católica Apostólica Romana entre 1914 y 1922, período durante el cual se pronunció contra la Primera Guerra Mundial e hizo propuestas, en 1917, rechazadas por los aliados, para ponerle fin.
 
Benedicto XV tuvo una política aperturista en materia diplomática respecto de países con los que había una tradición de conflictos. Por ejemplo con el Reino Unido, después de que desde comienzos del Siglo XVII quedaran rotas las relaciones entre el papado e Inglaterra tras el derrocamiento del rey Jacobo II, lo que puso fin a la dinastía escocesa de los Estuardo. También entabló relaciones con Francia y los nacientes estados del este europeo.
 
Por su parte a Benedicto XIV, el también italiano Próspero Lorenzo Lambertini, papa entre 1740 y 1758, del mismo modo se le puede buscar un halo pacifista, como que realizó el primer intento de apertura de la jerarquía católica al mundo y, aunque fue firme en los dogmas tradicionales, mereció elogios de sectores de las iglesias reformadas, tras más de dos siglos de duros conflictos desde los tiempos de Martín Lutero, aunque fue quién condenó a la masonería.
 
Así como Benedicto XIV se había pronunciado contra la usura (una de las razones por las que se dice que Ratzinger tomó ese nombre en su memoria) en su encíclica “Vix pervenit”, Benedicto XIII, el italiano Pietro Francesco Orsini, papa entre 1724 y 1730 (tomó ese nombre para borrar de la lista al antipapa español Pedro Martínez de Luna de igual nombre elegido en 1394), permitió que durante su pontificado se produjera una gran estafa contra el tesoro vaticano que estuvo a punto de quebrar, por lo que a su muerte fue encarcelado su hombre de confianza, el cardenal Nicola Coscia.
 
Otro motivo esgrimible a favor de la certeza de las profecías del santo irlandés por los defensores de las mismas es que la orden de los benedictinos, la más antigua de carácter monacal, fundada por San Benedicto de Nursia (que no fue papa) en el Siglo VI, tiene como norma la “pax” (paz) y establece normas muy estrictas para la vida en los monasterios que son las que habitualmente utilizan las diversas órdenes, aunque no se solacen con el famoso “Licor de los benedictinos”.
 
Ratzinger es el primer Benedicto no italiano en 670 años. Su antecesor fue el francés Jacobo Fournier, Benedicto XII (1335-1342), quien en su papado se enredó en una serie de guerras con alianzas cambiantes entre Francia, Inglaterra y el Sacro Imperio Romano Germánico, en las que fracasaron sus mediaciones; también fracasó su intento de promover una nueva cruzada terminando envuelto en las guerras religiosas en España.
 
Previos fueron los italianos Nicola Bocassini (1303-1304); Giovanni Mincio (1058-1059), depuesto por los propios cardenales; y Teofilacto de los Condes de Tusculum, Benedicto IX (según su nombre pontificio), sobrino de Benedicto VIII y Juan XIX, que llegó al papado cuando tenía unos 15 años, cuando el pontificado era casi de propiedad familiar, y gobernó de 1032 a 1048, siendo destituido y repuesto dos veces hasta que una rebelión popular lo expulsó de Roma.
 
Benedicto VIII, cuyo nombre, al igual que el de su sobrino, era Teofilacto de los Condes de Tusculum, fue papa de 1012 a 1024. Su pontificado tuvo importancia para el futuro del clero católico ya que fue quién estableció el tan cuestionado celibato sacerdotal con el propósito de evitar que los bienes de los religiosos, heredados o acumulados en vida, se diluyeran entre sus descendientes y, en consecuencia, hacer que los mismos quedaran en manos de esa Iglesia.
 
Los anteriores, cuyos nombres civiles en muchos casos se pierden en los registros históricos, fueron los italianos Benedicto VII (974-983); que vivió envuelto en luchas por el poder con otros pontífices que luego fueron declarados antipapas; Benedicto VI (964-966), quién a la muerte del emperador Otón I fue asesinado por los güelfos en el castillo de Santángelo; y Benedicto V (964-966) que, presionado por el Imperio, se trasladó a Hamburgo, donde falleció.
 
Italianos, fueron Benedicto IV (900-903); Benedicto III (855-858) y Benedicto II (684-685), nacidos en Roma; en tanto que Benedicto I (575-579) fue quién inauguró la serie que ahora se extiende con Ratzinger, tomando su nombre del santo de Nursia, fundador de la referida orden, quién no llegó a ser pontífice, aunque su obra se haya perpetuado a lo largo del tiempo, con el agregado de que el nuevo papa es un manifiesto partidario del clero monacal.
 
En medio de los conflictos intestinos y de la crisis económica mundial, que lo tiene del lado opuesto a los banqueros según su diatriba contra la usura, con un clero vaticano que disputa espacios de poder al mejor modo de la tan cuestionada política y que estuvo, incluso, involucrado en negociados como los del quebrado Banco Ambrosiano, se verá hasta donde Ratzinger podrá ser “gloria olivae” más allá de sus afectos históricos y si va o no poder remover a la burocracia pontificia –propósito que le asignan sus amigos progresistas- o si continúa en la línea de Africa, Ratisbona, los lefevbristas, Galileo y la misa en latín, más allá de la Internet.
 
- Fernando Del Corro es periodista, historiador graduado la Universidad de Buenos Aires (UBA), docente en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE) de la UBA y subdirector de la carrera de "Periodismo económico" y colaborador de la cátedra de grado y de la maestría en "Deuda Externa", de la Facultad de Derecho de la UBA. De la redacción de MERCOSUR Noticias. www.mercosurnoticias.com

https://www.alainet.org/es/articulo/133350
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS