Creyentes y ateos
- Opinión
Sobre el ateísmo se ha publicado mucho y también sobre el cristianismo. Y no menos sobre la relación entre ambos. Pero, ¿hemos descubierto con ello lo principal del problema?
A mí, no me preocupa que, en la supuesta relación, quede derrrotado el ateísmo y triunfante el cristianismo. Está más que demostrado que la verdad nunca está en la una o en la otra parte y que históricamente no se pude concluir que las cosas se han hecho bien por una parte y mal por la otra. Me preocupa un problema que la historia me echa a la cara y se ha convertido en lucha, sufrimiento y destrucción de personas contra personas y de pueblos contra pueblos. Cosa que, conviene advertirlo, no pertenece al mero pasado. El problema continúa y parece no dar con el camino que lleva a la solución.
Dicha solución no puede venir si se piensa que nuestra naturaleza es hostil, anticonvivencial e irremediablemente particularista (y entonces habríamos de apuntarnos al fatalismo), sino que es fraternal, convivencial y sustancialmente universal (y entonces podemos soñar con una humanidad mundial unida en el respeto y en la diversidad). Conviene destacarlo: las desgracias no provienen de que unas personas sean ateas y otras creyentes, sino de quienes propugnan que las personas deben ser ateas o deben ser creyentes, y que lo uno o lo otro no es sino un mal para la persona y para la sociedad.
En el fondo, el problema se desvanece cuando se acierta a descubrir la condición de esencial libertad del ser humano. Se tendrán argumentos para reivindicar la legitimidad de la fe o del ateísmo, pero no habrá argumentos para que una u otra cosa deban hacerse coactivamente. Creo no equivocarme cuando aseguro que tanto un buen creyente como un buen ateo pueden ser buenos ciudadanos. E, igualmente, cuando digo un mal creyente (un creyente dogmático) o un mal ateo (un ateo fanático) son un peligro para la convivencia. Lo que me lleva a presumir que, en la historia, las purgas sufridas han sido más bien por causa de malos creyentes o de malos ateos.
Entiendo que son muchos los que piensan que el ateísmo es una monstruosidad y que, sin él, no es posible una vida humana digna. Y muchos los que piensan que la fe es una alineación y que, con ella, se vive en un mundo irreal.
Si lo analizamos, seguramente unos y otros tendrán razón, porque tanto la fe como el ateísmo han sido utilizados en la historia para atribuir cosas nefandas al contrario y proceder contra él. Lo que está por demostrar es que la verdadera fe o el verdadero ateísmo conlleven la discriminación y la persecución del otro.
El ser humano punto de partida y confluencia de ateos y creyentes
¿Qué es lo esencial en el contencioso de la fe y el ateísmo? ¿La pugna por demostrar que Dios existe o no existe? Ese es un enfoque apologético. Introducirse en la discusión filosófica de estos términos, sin atender al campo real que nos permite experimentarlos como verdaderos o falsos, me parece un error, amén de un esfuerzo inútil, porque la veracidad o falsedad de la fe no la podemos derivar directamente de Dios sino del hombre.
Y, en ese sentido, la verificación y solución pasan por el hombre, por la demostración real de su “fe”. Las obras son un camino para examinar, dialogar y contrastar la valía de la fe: "Si alguien dice que ama a Dios y aborrece a su hermano, ese es un mentiroso...Y si alguien dice que conoce a Dios sin la práctica de la justicia y del amor, ese conocimiento es falso". Y, si alguien dice negar a Dios, y aborrece al ser humano y se desentiende de la justicia y del amor, ese tal es un impostor, pues la no fe en Dios no supone la pérdida de la fe en el hombre. En definitiva, a Dios se lo conoce y adora o se lo desconoce y ofende cuando se lo desconoce y ofende en la dignidad del ser humano. Y ya hoy, a nivel de pueblos y de culturas, podemos establecer una Carta Universal, que perfila derechos humanos universales, precisamente porque comparten un concepto universal de la dignidad humana. Ahí, la fe y el ateísmo son tangibles y confluyentes.
Creyentes y ateos al mismo tiempo
Mons. Pedro Casaldáliga, en una carta que escribe a Fidel Castro en diciembre del 96, le dice:
"Fidel, a estas alturas de tu vida y la mía, y de la marcha de nuestros pueblos y de las Iglesias comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo tiempo creyentes y ateos. Ateos del dios colonialismo y del imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes, por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo único, en la Dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos".
Este es el enfoque: ahí la fe se convierte en denuncia de dioses ídolos, que ha alimentado toda suerte de humillación y explotación humanas y en canto de dioses que han inspirado incontables gestas de lucha por la justicia y la fraternidad. Y el ateísmo se viste de honor al mostrarse incompatible todo sistema que divide y degrada a los humanos.
La convergencia entre creyentes y ateos no tiene vuelta atrás
Se podrá ser creyente o ateo, pero no extraterrrestre. Vivimos, en la humanidad del siglo XXI y la humanidad de nuestro Occidente es una historia que alumbra pasos y horizontes que ya no se pueden borrar.
Y, en Occidente, fundamentalmente cristiano y paradójicamente ateo, se han dado pasos que configuran y condicionan nuestra vida. Yo soy occidental y, como tal, heredero de un cristianismo originario y de un cristianismo histórico, heredero de una civilización múltiplemente colonizadora y de una civilización reivindicadora de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales, heredero de un cristianismo reaccionario, represor y antimoderno y de un cristianismo secularizador, democrático, igualitario y liberador.
Y en ese caminar histórico estamos. Desgraciadamente, a la Iglesia católica, y creo que también a las demás Iglesias, le ha tocado en parte asistir a la historia reactivamente, es decir, a la defensiva, en contra de los movimientos de progreso, emancipación y transformación social.
Es cierto que, dentro de ellas, bullían voces de crítica y de reforma que, muchas veces, chocaban con la represión y que existieron siempre como testimonio de lo irrenunciable de una fe verdadera. Este testimonio creció en las conciencias, se difundió y explosionó en el Vaticano II. Los cristianos, desde entonces, tenemos carta solemne que nos acredita como promotores del hombre, aliados de las causas humanas, dialogantes y colaboradores, ecuménicos, constructores de la justicia y de la paz, hermanos y defensores de los más pobres.
Se abrió, pues, una nueva época. Ya nadie podrá decir: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", ni "Entre cristianismo y socialismo hay contradicción", ni "El cristianismo es contrarrevolucionario".
Veo, por tanto, que el problema tiene un punto ciego y una clave de solución. Un punto ciego: el dogmatismo. A mí , no me importa que uno sea creyente o ateo. La cuestión cobrará sentido cuando vea en qué se traduce la fe de uno u otro. Es, entonces, cuando comenzaré a asentir o distanciarme. Porque la fe de uno y otro tienen un elemento común irrenunciable: la dignidad de la persona y sus derechos.
Y hay una clave de solución: vivir respetando los derechos de los demás. Ese vivir es convivencia desde la fe en lo humano, profesada a la par por cristianos y ateos. Yo, cristiano, también creo en el hombre. Yo, cristiano, tengo como artículo primero de mi fe la fe en el hombre. Mi fe hunde sus raíces en la específica naturaleza y dignidad de la persona, común a todos los credos e ideologías. Yo, ateo, creo en el hombre, en esa vida en que me encuentro implantado, creo en los derechos que me son propios y comunes a todos los seres humanos y hago profesión de fe, incompatible con todo lo que sea desconocimiento, maltrato y explotación de la dignidad humana.
He aquí una fe común, compartida desde la fundamentación de horizontes antropólogicos seguramente comunes y diferenciada, que no rebajada, desde otras motivaciones específicas, correspondientes al credo respectivo.
Como dice Leonardo Boff, a una época en que la fe servía para oscurecer y empequeñecer la realidad del hombre, ha seguido otra en que la realidad de Dios se ha retirado, quedando como eclipsada, para que pasara a primer plano, a su plano, la realidad del hombre.
Ateos y creyentes se enfrentan hoy al nuevo desafío de convivir como personas, libremente, en relación mutua de conocimiento, respeto y activa tolerancia.
Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo
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