La verdadera cara del terrorismo
14/01/2009
- Opinión
SAN SALVADOR - ¿Hasta cuándo los palestinos y demás pueblos árabes continuarán pagando por un crimen que se cometió en los campos de concentración de la Alemania nazi? ¿Por qué los pueblos y estados civilizados del mundo somos incapaces de detener esta matanza de inocentes, bajo el pretexto de un terrorismo que en realidad se práctica por el Estado Sionista, el cual posee más de doscientas bombas atómicas y es el ejército más poderoso de la región?
Este silencio cómplice nos hace concluir, que la mayoría de los países occidentales supuestamente civilizados, se encuentran sometidos a la arrogante brutalidad de los halcones de Washington, al poder represivo comandado por un presidente que se cree enviado de Dios, que lanza y apoya “guerras preventivas” contra los canallas e impíos que den cobijo a “terroristas” o posean “armas de destrucción masiva”. Esta alianza con el Imperio que justifica la ilegalidad, tiene su explicación en la instauración del modelo de transnacionalización de los sistemas políticos y económicos impulsados desde Washington por el poderoso capital financiero-industrial-militar y tecnológico.
Tanto la guerra contra Afganistán e Irak, cómo el apoyo descarado de Estados Unidos a este nuevo genocidio sionista contra Palestina, son el resultado de sendas políticas exterior y militar, que se configuran a partir de la caída del sistema socialista en la ex Unión soviética, que Bush ha conducido a la máxima expresión de la práctica fascista.
La vieja alianza estratégica entre Washington y Tel Aviv constituye un unilateralismo militar agresivo dirigido contra los países árabes que poseen las mayores riquezas petroleras del plantea, reivindican su cultura y se resisten aún al modelo de “democracia de mercado” que pretenden imponerles. Por lo tanto, el problema no es el “terrorismo” de los árabes sino el expansionismo terrorista del régimen sionista. Estados Unidos es la cabeza activa de ese unilateralismo manteniendo tal postura en numerosos ámbitos, desde su bloqueo al programa de no contaminación del planeta hasta la anulación práctica las Naciones Unidas.
Esta mezcolanza nacionalista, pseudo religiosa, racista y neoconservadora que sirve de justificación intelectual al gobierno de Bush, de la primera ministra Livni y los halcones de Tel Aviv, genera un rechazo total de parte de la mayoría de pueblos del mundo. Un posible giro de estás políticas guerreristas por parte de Washington no se vislumbra en el mediano plazo, de acuerdo a declaraciones del Presidente Electo Obama. Su política exterior seguirá siendo imperialista.
Cuando Theodor Herzl, fundador del sionismo se refería a “un pueblo sin tierra que busca una tierra sin pueblo” no era consciente de la existencia de una población árabe en Palestina ni de su evolución como nación. El establecimiento del Estado sionista israelí se convirtió en la compensación al llamado Holocausto, pero se ha dedicado a promover la guerra contra sus vecinos y continúa sojuzgando al pueblo palestino bajo el pretexto del terrorismo. Así, el expansionismo sionista se convierte en el factor decisivo de la desestabilización en el oriente medio.
La conveniente palabra “terrorista”, puesta de moda por el discurso de los halcones imperialistas, está siendo utilizada en la mayoría de casos para atacar la violencia revolucionaria de los pueblos y su legítimo derecho a defenderse de las agresiones extranjeras. Esta es una pequeña victoria para los campeones del “bien” y el “orden”, en cuyas filas de ningún modo resulta desconocido el uso del terror.
La imposición sistemática del terror sobre poblaciones enteras es una estrategia adoptada por el imperialismo norteamericano desde la guerra en Viet-Nam y se ha convertido en la táctica político-militar por excelencia para destruir la moral de los pueblos y socavar su dignidad nacional; su método es el ataque militar altamente destructivo, sobretodo con bombardeos masivos y el asesinato aleatorio de personas inocentes.
Es lo que eufemísticamente los sionistas e imperialistas llaman “acercamiento indirecto (sic)” y se niegan categóricamente a calificarlo como guerra. Un almirante británico en la segunda guerra mundial, protestando contra los bombardeos de intención aterradora a las ciudades alemanas, dijo:”Somos una nación irremediablemente carente de espíritu militar si imaginamos que hemos de ganar la guerra (o que podremos hacerlo) bombardeando a las mujeres y a los niños, en ves de enfrentarnos y derrotar la infantería alemana y su armada” (Michael Walter. Guerras justas e injustas. Paidós, 2001) El Almirante tiene razón, ya que en este tipo de táctica no hay un espíritu militar, pues el terror aquí descrito es una estrategia política contra civiles.
Los bombardeos en la franja de Gaza matan niños, casi la mitad de los muertos. Quienes se atreven a condenarlo se exponen a ser tildados de antisemitas y conocen la ira del emperador Bush, aunque el propio pueblo judío está también horrorizado por la matanza que se hace en nombre de sus derechos. Israel ha mantenido una actitud sistemática y permanente de ocupación, barbarie y desalojo contra Palestina sin importarle las cuarenta condenas en su contra en la ONU.
En el lenguaje maniqueo del imperialismo, generalmente cuando se habla de guerra se contrapone el “bien” y el “mal”, sin embargo esto es una farsa, pues la guerra se encuentra más allá (o por debajo) del juicio moral y de los derechos humanos. Inter arma silent leges: cuando las armas hablan callan las leyes.
Oscar A. Fernández O.
Politólogo y columnista de ContraPunto
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