Modelos económicos y luchas sociales

04/11/2008
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  • Opinión
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Procesos políticos y económicos regionales recientes –y mundiales, luego del pasado “Septiembre Negro” de Wall Street- han colocado la cuestión de los modelos de desarrollo/crecimiento como un problema central del debate público.  Este análisis aspira contribuir al discernimiento de este crucial tema mediante una lacónica exposición e interpretación de lo acontecido en nuestra región desde el siglo pasado.  Previamente, sin embargo, conviene precisar que el concepto de modelo/estrategia concierne a la forma particular de organizar la actividad económica y relacionarse con el exterior de un país inscrito en un determinado modo de producción (capitalista o socialista, para referirnos a los predominantes en los Tiempos Modernos).

El modelo intervencionista

A partir de los años 30 del referido siglo XX se evidenció un notable fenómeno en América Latina.  En los países más evolucionados del área (Argentina, Brasil, México y Chile), y con posterioridad a la II Guerra Mundial en el caso de países como el Ecuador, se puede verificar la emergencia de un nuevo modelo económico.

Se alude a la progresiva implantación de una estrategia desarrollista-intervencionista, en sustitución del modelo liberal clásico basado en el Estado lesseferiano/centinela y en la producción y exportación de bienes primarios, es decir, un esquema agroexportador y extractivista de raigambre colonial ulteriormente defendido por sectores oligárquicos nativos vinculados orgánica y subalternamente al capital monopólico externo.  Configuraron a la nueva estrategia el proteccionismo, una industrialización sustitutiva deliberada de importaciones, el robustecimiento institucional, la creación de empresas estatales, la redistribución del ingreso.

El Estado desarrollista se sustentó teóricamente en la premisa del deterioro secular de los términos de intercambio para los países latinoamericanos y en el postulado del capitalismo nacional autónomo, enfoques que fueran desglosados por Raúl Prebisch y una brillante generación de economistas agrupados en la CEPAL y otras entidades similares, entre ellos, los ecuatorianos Germánico Salgado y José Moncada.

El modelo desarrollista encontró su soporte material en el incremento de la demanda internacional y en la bonanza de los precios de las exportaciones primarias latinoamericanas en el marco del segundo conflicto mundial y la Guerra de Corea (1950-1953).  Surgió con dos componentes claves.  El primero, el impulso al desarrollo del capitalismo en la región mediante la industrialización sustitutiva, las nacionalizaciones de las riquezas básicas y la creación de empresas estatales para la producción de bienes y servicios (petróleo, cobre, hierro, cemento, electricidad, comunicaciones).  La planificación indicativa, obligatoria para el sector público y referencial para los inversionistas privados, fue otra de las importantes contribuciones del pensamiento cepalino. 

Esta fórmula de capitalismo de Estado tenía como propósito cardinal vigorizar la producción y el empleo con acciones enmarcadas en proyectos nacionales de largo plazo.

El segundo componente de la estrategia fue la instrumentación de políticas encaminadas a suavizar las profundas brechas sociales derivadas de la implantación del capitalismo en el continente en medio de complejas y heterogéneas matrices productivas.  Esta orientación se tradujo en el incremento de las remuneraciones a la clase obrera, la implantación de sistemas de seguridad social y los incrementos de las asignaciones presupuestarias para la educación, la salud, la salubridad, la vivienda, la construcción de infraestructura económica y social; es decir, una propuesta de impulso de un Estado social que, paralelamente, debía permitir consolidar el mercado interno y asegurar la reproducción ampliada de economías nacionales cada vez más autodeterminadas.  Promesas y/o realidades atractivas para sectores medios y populares de nuestras naciones.

A fines de los 60, el modelo desarrollista-intervencionista mostró síntomas de agotamiento debido a factores como la caída de la demanda externa y de los precios de los bienes primarios, con los subsecuentes desequilibrios comerciales, la sobrecarga fiscal y los déficit presupuestarios, el elevado costo de industrializaciones frecuentemente indiscriminadas y postizas, así como la frustración general de reformas agrarias concebidas para dejar intactos los latifundios de cuño señorial.  Amén del fracaso de experimentos de integración de fundamentación crematística, como la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) y el Mercado Común Centroamericano (MCCA).

Liberalismo, fascismo y reestructuración subordinada

La extenuación del modelo desarrollista en América Latina derivó en intensas disputas políticas -incluso en la aparición de guerrillas urbanas y rurales- entre fines de los 60 y comienzos de los 70, confrontaciones que dividieron a nuestras sociedades en dos polos antagónicos.

Al polo de izquierda adhirieron los partidarios de la radicalización del modelo desarrollista-intervencionista, lo cual derivó en el surgimiento de movimientos e incluso gobiernos nacionalistas, populares y antiimperialistas como el Frente Amplio en Uruguay, el peronismo en Argentina, Velasco Alvarado en Perú y Juan José Torres en Bolivia.  Más aún, y por vía electoral, accedió a la presidencia de Chile Salvador Allende con su propuesta de transición pacífica al socialismo (con “empanada y vino tinto”, al decir de los entusiastas militantes y simpatizantes de la Unidad Popular). 

Al polo derechista confluyeron sectores oligárquicos y filoimperialistas, refractarios a las conquistas sindicales y sociales, propugnadores del Estado promonopólico, la regresión al modelo primario extractivista y la apertura incondicional al capital externo (los neoliberales, conforme se los identificara en tiempos más recientes).

La victoria manu militari de estos grupos y la subsecuente instauración de dictaduras fascistas en el Cono Sur a comienzos de los 70, lograda con el desembozado respaldo de Washington (recordar el Plan Cóndor), así como el shock internacional de la deuda de 1982, sustentaron la larga hegemonía regional del neoliberalismo/monetarismo –el darwinismo económico que dijera Agustín Cueva- con su panoplia de programas de ajuste recesivo y reformas estructurales/liberales prescritos por entidades como el FMI, el Banco Mundial, el BID y la CAF que afianzan la dictadura del capital financiero/parasitario metropolitano y nativo (en detrimento del capital productivo).  Medidas específicas del monetarismo son la subasta de las empresas estatales y paraestatales, la liberalización de precios, el congelamiento de sueldos y salarios, la eliminación de los subsidios a los sectores populares, el desarme arancelario, la elevación de las tarifas de los servicios públicos, los despidos masivos de obreros y empleados públicos.  De modo sumario podría decirse que el conjunto de políticas y medidas reseñadas corresponden a una estrategia metropolitana de ajustes recesivos y de acumulación por desposesión (Samir Amin) que, en última instancia, se traducen en el saqueo de los recursos naturales, energéticos y ambientales y en la sobreexplotación e inmiseración de la mano de obra.

Friedrich Hayek, Milton Friedman, los Chicago boys y sus papagayos criollos, los represores conosureños como Pinochet y Videla, los viejos partidos oligárquicos, la Gran Prensa, los oportunistas sectores medios y el lumpenproletariado, cada cual con sus propias armas, implantaron en estas latitudes ese modelo económico tan caro al capital financiero internacional y nativo. 

A partir de los 90, la estrategia de marras pretenderá perpetuarse bajo el esquema político de una democracia formal y ritualista, opuesta a la democracia profunda –al “mandar obedeciendo” de la sabiduría de los pueblos originarios- reclamada por los pueblos.  El arquetipo del remozado esquema de dominación, expoliación y alienación continúa siendo el Chile de la Concertación Democrática.

Rostr
os y máscaras en el combate al fundamentalismo moderno

Los devastadores efectos de ese “capitalismo salvaje” en Latinoamérica terminaron por desatar heteróclitas contestaciones.

A la larga resistencia de la Cuba socialista a las agresiones de toda índole provenientes especialmente de Washington, se añadieron acontecimientos como el “caracazo” de 1989, insurgencia del “pobretariado” que selló el destino de la corrupta administración de Carlos Andrés Pérez; la rebelión de las comunidades indígenas en el Ecuador comandada por la CONAIE que, en el verano de 1990, enfiló contra el régimen “socialdemócrata” de Rodrigo Borja para reivindicar el dominio de sus territorios ancestrales; el emblemático “¡Ya basta!” zapatista del 1 de enero de 1994 con que los invisibles descendientes de los mayas exteriorizaron su repudio al colonialista TLC México-Estados Unidos y universalizaron las impugnaciones a la globalización corporativa; las luchas por el territorio y la defensa del ambiente de los Sin Tierra en el Brasil; las espontáneas contestaciones de los piqueteros argentinos; la “guerra del agua” en Cochabamba; las nuevas y heroicas acciones de los mapuches y la Rebelión de los Pingüinos contra la “educación de mercado” en Chile; la “Comuna de Oaxaca”; las sangrientas confrontaciones de los campesinos contra la reforma agraria “al revés” que empuja la oligarquía liberal-conservadora colombiana con mediación del Ejército y sus bandas paramilitares, y, en fin, la cruzada continental contra el ALCA, una propuesta metropolitana de integración-desintegradora similar a la que actualmente preconiza la Unión Europea a través de los edulcorados Acuerdos de Asociación.

De su lado, las luchas parlamentarias en contra del fundamentalismo liberal y sus corolarios de la reestructuración subordinada y la acumulación por desposesión se tradujeron en una cadena de triunfos electorales como los de Hugo Chávez y la Revolución Bolivariana en Venezuela, las victorias presidenciales de Lula da Silva en Brasil, Lucio Gutiérrez y ulteriormente Rafael Correa en Ecuador, Michelle Bachelet en Chile, los Kirchner en Argentina, Daniel Ortega en Nicaragua, Tabaré Vázquez en Uruguay, Evo Morales en Bolivia y Fernando Lugo en Paraguay. 

La proyección a las respectivas esferas oficiales de tales acontecimientos parlamentarios y extraparlamentarios de comienzos del siglo XXI, sin embargo, ha sido en la mayoría de casos débil y contradictoria (conforme ya ilustramos con la referencia al Chile de los demócratas cristianos Alywin y Frei Jr., así como de los “socialistas” Lagos y Bachelet).  Y esto porque la mayoría de tales gobiernos “izquierdistas”, aparte de críticas verbales al establecimiento, han venido instrumentando políticas favorables al capital oligárquico externo y nativo, ciertamente con algunos aderezos asistencialistas.

Acaso las excepciones a esta regla sean la Venezuela chavista y, con una más sólida sustentación social y mayor perspectiva antisistémica, la Bolivia de Evo Morales, tanto por sus políticas encaminadas a romper con la reestructuración colonialista mediante la gestión estatal de sus riquezas energéticas y naturales, la puesta en marcha de reformas agrarias y el impulso que ambos gobiernos –conjuntamente con la Cuba castrista- han provisto a la Alternativa Libre Bolivariana para las Américas (ALBA), el único proyecto unionista diseñado al margen de las “reglas” o “leyes” del mercado y cuya matriz histórica se tiene que localizar en los postulados de soberanía y solidaridad proclamados por las principales figuras continentales de la emancipación de la Corona española.

Por diversas razones, la transición económico/política ecuatoriana en tiempos de Rafael Correa y su Revolución Ciudadana amerita un estudio particularizado.

- René Báez. International Writers Association.

https://www.alainet.org/es/articulo/130671
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