Crisis financiera internacional
Refundar el capitalismo?
26/10/2008
- Opinión
La urgente convocatoria a la reunión del G-20 promueve la idea de que un número limitado de acuerdos constituirán un Nuevo Orden Económico Mundial que permitirá superar la coyuntura.
El cónclave ha sido previsto para el 15 de noviembre en Washington a fin de “discutir sobre los mercados financieros y la economía mundial" y tiene el aroma de que “algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Para empezar, resulta muy sugestivo el interés de las naciones más poderosas del planeta (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Gran Bretaña), por discutir en un foro ampliado cuestiones que tan solo días atrás resolvían en soledad.
Es cierto que la responsabilidad que les cabe en la tan mentada crisis financiera internacional les ha quitado autoridad moral para imponer determinaciones desde la unilateralidad.
Pero más allá de eso, existen razones más prácticas y superficiales que hacen necesaria la presencia de las naciones emergentes (Argentina; Brasil; México; Arabia Saudita, Australia, China; Corea del Sur; India; Indonesia; Rusia; Sudáfrica y Turquía), en un evento del que se pretende sea la renovación de aquel Bretton Woods que en 1944 sentara las bases de la globalización económica.
En primer lugar es útil recordar que, según sus propios datos, el G20 representa el 90 por ciento del comercio internacional y el 90 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) mundial .
En segundo lugar, según lo expresado por Alex Patelis (economista jefe en Merrill Lynch): “Los mercados emergentes son ahora los acreedores mundiales. Han acumulado billones de dólares en los últimos años para momentos difíciles y esos momentos están aquí".
Según esta visión el mundo asistiría hoy a un cambio de roles por cuanto son ahora los países emergentes los que podrían proveer liquidez a sus “socios” desarrollados, merced a las espectaculares reservas rayanas a los 9 billones de dólares en divisas y activos que han acumulado y que la coyuntura hace necesarios para proceder al salvataje del sistema financiero.
En tercer lugar es necesario emitir una señal clara de liderazgo que devuelva la confianza perdida por los inversionistas de todo el mundo, cuestión a la que no favorece en nada la transición presidencial estadounidense, ni los roces entre Sarkozy y Merkell, y mucho menos la opinión aislada de naciones emergentes “envalentonadas” que hasta ayer mismo no era consideradas.
En ese sentido, la posibilidad de obtener de la reunión del G-20 en Washington un mensaje claro y unificado, es vista por los analistas neoliberales como la verdadera inyección de confianza que frene de una buena vez la tendencia a la baja de las bolsas mundiales.
La reunión ha sido considerada por los nuevos invitados como un reconocimiento largamente merecido y, se estima que no desaprovecharán la oportunidad para cargar –entre otras cosas- contra la política de subsidios agrícolas de los países centrales y para cuestionar firmemente la existencia del dólar como moneda de cambio internacional.
Pero lo más importante es que todos parecen estar de acuerdo en que el saldo final se agotaría con la implementación de nuevos controles y regulaciones de tipo financiero y monetario que eviten en el futuro una repetición del colapso.
Sin embargo, el problema es más complejo porque deja de lado la producción real de bienes, arista fundamental del ciclo económico y cuestión que requiere urgente atención aunque por estos días aparezca eclipsada o menos urgente.
Centrar la óptica solo en el tema del financiamiento impide observar la verdad palpable de que el crecimiento capitalista es insostenible y de que por esa causa tiene los días contados. Reflexión que coloca al problema económico global en una esfera que casi raya la ciencia ficción y cuya sola mención genera la burla y el descrédito de los tecnócratas internacionales convencidos de que llegado el momento “algo surgirá”.
No es novedad que el capitalismo requiere, para garantizar su existencia, de crecimiento continuo de la economía productiva y tal acontecimiento va de la mano con la depredación de los recursos energéticos y la degradación del ecosistema. Lejos de llamar a risas, ambos acontecimientos son un hecho que excede en importancia a la quiebra de media docena de instituciones bancarias, porque de nada servirán estas si a mediano plazo no hubiera nada que financiar.
Parte de la explicación radica en que el nacimiento y apogeo del capitalismo está basado en la dilapidación de combustibles fósiles y todo el sistema actual de producción de bienes y servicios está basado en el consumo desmedido de gas natural y petróleo.
Dado que las mayores reservas de dichos insumos se encuentran actualmente en manos de los países emergentes, es necesario también que la reunión del G-20 establezca acuerdos que faciliten el acceso a ellos por parte de las naciones más industrializadas. Entonces, ya no se trataría solamente de acceder a las reservas en metálico de las naciones emergentes, sino también de disponer de sus patrimonios territoriales.
Tal situación ha sido reconocida incluso por la actual candidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos, Sarah Palin, quien ha sostenido que es imperiosa la independencia energética de su país como condición necesaria para dejar de depender de “dictadores” como Hugo Chávez.
Pero… ¿Acaso piensa Palin que es posible replantear mágicamente el Segundo Principio de la Termodinámica para que este obre a favor de la Bolsa de Nueva York en reemplazo de sus exhaustas reservas petrolíferas?
¿Es posible negar que la presencia de la IV Flota estadounidense en Latinoamérica está ligada a cierta pretensión sobre los recursos económicos del área? El recuerdo de que la Segunda Guerra Mundial fue la salida a la crisis de 1929 resulta aterrador. Y después vino lo de Bretton Woods.
Pero por más que algunos sueñen con quimeras, lo real es que no existe en el mundo un combustible capaz de reemplazar en tiempo y forma al binomio gas/petróleo en versatilidad, densidad energética o su facilidad de transporte y almacenamiento.
Si disminuye la energía fósil, disminuirá también la producción de bienes y servicios. A menos bienes y servicios, menos capitalismo. El sistema avanza inexorablemente hacia el colapso. Y si el enfermo no tiene salvación... ¿tiene sentido sentarse a discutir solamente formas de prolongar artificialmente su vida?
Es evidente que la actual contingencia favorece a las naciones emergentes dueñas del metálico y de los recursos, pero esa visión miope de la realidad impide ver que también el problema reside en la urgente reconversión tecnológica a fuentes de energía no convencional y al hecho de que es necesario contemplar ese reto a la brevedad. En virtud de que, además, su implementación debería ser efectivizada con suavidad para distorsionar lo menos posible el desarrollo de la vida humana.
El problema es colosal y difícil dado que hasta hoy los intentos por reemplazar las fuentes de energía convencionales han resultado estériles, así como también los esfuerzos por limitar los efectos depredatorios sobre un ecosistema exhausto.
El uso del átomo acarrea una carga tóxica incompatible con los seres vivos; los agrocombustibles casi suenan obscenos frente al hambre de un gran porcentaje de la población mundial y las energías eólica, solar o mareomotriz resultan insuficientes para sostener a la industria combinada mundial en los términos en que hoy está planteada.
Si verdaderamente la solución técnica no está al alcance de las posibilidades actuales, y todo parece indicar que es así, habrá que concluir que es necesario construir también un Nuevo Orden Económico que contemple la explotación racional de recursos finitos y lo combine con una nueva forma de comprender el raro fenómeno de la vida humana.
A la luz de estas ideas, toda la retórica refundacional del sistema financiero y todo el circo de inyecciones de liquidez al sistema bancario constituyen una falacia de gran superficialidad y discutir sólo sobre ese temario es una pérdida de tiempo. No tiene sentido abocarse a reconstituir las fuentes crediticias si después no habrá dónde de aplicar esos créditos.
Paradójicamente son Bolivia y Ecuador, dos naciones no invitadas al cónclave G-20, las que han dado ya algunos pasos mínimos en una nueva dirección.
En efecto, ambos países se encuentran en proceso de implementación de renovadas constituciones nacionales que son una admirable combinación de saberes telúricos centenarios con una muy avanzada interpretación de los derechos humanos y de la relación armónica del hombre con el medio en que habita.
Ni a Ecuador ni a Bolivia les ha sido sencillo llegar a esos textos, que sin bien son seguramente mejorables, pueden calificarse como refundacionales de sus respectivos países. Y si bien no contemplan el uso de nuevas formas de energía, al menos son un intento para que el uso de las convencionales sea más racional y de que sus beneficios estén al alcance de cualquiera de sus ciudadanos sin importar el color de su piel. Además, contemplan nuevas formas -más equitativas- de posesión de las tierras.
El mundo requiere urgente de un Nuevo Orden Económico que permita el desarrollo pluricultural, equitativo y sustentable de una sociedad global con fronteras cada día más cercanas. Esa necesidad es infinitamente más importante que intentar refundar al capitalismo, por más dificultad que entrañe imaginar una sociedad capaz de subsistir sin los valores que hasta hoy la han guiado.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
http://www.prensamercosur.com.ar
El cónclave ha sido previsto para el 15 de noviembre en Washington a fin de “discutir sobre los mercados financieros y la economía mundial" y tiene el aroma de que “algo debe cambiar para que todo siga igual”.
Para empezar, resulta muy sugestivo el interés de las naciones más poderosas del planeta (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Gran Bretaña), por discutir en un foro ampliado cuestiones que tan solo días atrás resolvían en soledad.
Es cierto que la responsabilidad que les cabe en la tan mentada crisis financiera internacional les ha quitado autoridad moral para imponer determinaciones desde la unilateralidad.
Pero más allá de eso, existen razones más prácticas y superficiales que hacen necesaria la presencia de las naciones emergentes (Argentina; Brasil; México; Arabia Saudita, Australia, China; Corea del Sur; India; Indonesia; Rusia; Sudáfrica y Turquía), en un evento del que se pretende sea la renovación de aquel Bretton Woods que en 1944 sentara las bases de la globalización económica.
En primer lugar es útil recordar que, según sus propios datos, el G20 representa el 90 por ciento del comercio internacional y el 90 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB) mundial .
En segundo lugar, según lo expresado por Alex Patelis (economista jefe en Merrill Lynch): “Los mercados emergentes son ahora los acreedores mundiales. Han acumulado billones de dólares en los últimos años para momentos difíciles y esos momentos están aquí".
Según esta visión el mundo asistiría hoy a un cambio de roles por cuanto son ahora los países emergentes los que podrían proveer liquidez a sus “socios” desarrollados, merced a las espectaculares reservas rayanas a los 9 billones de dólares en divisas y activos que han acumulado y que la coyuntura hace necesarios para proceder al salvataje del sistema financiero.
En tercer lugar es necesario emitir una señal clara de liderazgo que devuelva la confianza perdida por los inversionistas de todo el mundo, cuestión a la que no favorece en nada la transición presidencial estadounidense, ni los roces entre Sarkozy y Merkell, y mucho menos la opinión aislada de naciones emergentes “envalentonadas” que hasta ayer mismo no era consideradas.
En ese sentido, la posibilidad de obtener de la reunión del G-20 en Washington un mensaje claro y unificado, es vista por los analistas neoliberales como la verdadera inyección de confianza que frene de una buena vez la tendencia a la baja de las bolsas mundiales.
La reunión ha sido considerada por los nuevos invitados como un reconocimiento largamente merecido y, se estima que no desaprovecharán la oportunidad para cargar –entre otras cosas- contra la política de subsidios agrícolas de los países centrales y para cuestionar firmemente la existencia del dólar como moneda de cambio internacional.
Pero lo más importante es que todos parecen estar de acuerdo en que el saldo final se agotaría con la implementación de nuevos controles y regulaciones de tipo financiero y monetario que eviten en el futuro una repetición del colapso.
Sin embargo, el problema es más complejo porque deja de lado la producción real de bienes, arista fundamental del ciclo económico y cuestión que requiere urgente atención aunque por estos días aparezca eclipsada o menos urgente.
Centrar la óptica solo en el tema del financiamiento impide observar la verdad palpable de que el crecimiento capitalista es insostenible y de que por esa causa tiene los días contados. Reflexión que coloca al problema económico global en una esfera que casi raya la ciencia ficción y cuya sola mención genera la burla y el descrédito de los tecnócratas internacionales convencidos de que llegado el momento “algo surgirá”.
No es novedad que el capitalismo requiere, para garantizar su existencia, de crecimiento continuo de la economía productiva y tal acontecimiento va de la mano con la depredación de los recursos energéticos y la degradación del ecosistema. Lejos de llamar a risas, ambos acontecimientos son un hecho que excede en importancia a la quiebra de media docena de instituciones bancarias, porque de nada servirán estas si a mediano plazo no hubiera nada que financiar.
Parte de la explicación radica en que el nacimiento y apogeo del capitalismo está basado en la dilapidación de combustibles fósiles y todo el sistema actual de producción de bienes y servicios está basado en el consumo desmedido de gas natural y petróleo.
Dado que las mayores reservas de dichos insumos se encuentran actualmente en manos de los países emergentes, es necesario también que la reunión del G-20 establezca acuerdos que faciliten el acceso a ellos por parte de las naciones más industrializadas. Entonces, ya no se trataría solamente de acceder a las reservas en metálico de las naciones emergentes, sino también de disponer de sus patrimonios territoriales.
Tal situación ha sido reconocida incluso por la actual candidata republicana a la vicepresidencia de Estados Unidos, Sarah Palin, quien ha sostenido que es imperiosa la independencia energética de su país como condición necesaria para dejar de depender de “dictadores” como Hugo Chávez.
Pero… ¿Acaso piensa Palin que es posible replantear mágicamente el Segundo Principio de la Termodinámica para que este obre a favor de la Bolsa de Nueva York en reemplazo de sus exhaustas reservas petrolíferas?
¿Es posible negar que la presencia de la IV Flota estadounidense en Latinoamérica está ligada a cierta pretensión sobre los recursos económicos del área? El recuerdo de que la Segunda Guerra Mundial fue la salida a la crisis de 1929 resulta aterrador. Y después vino lo de Bretton Woods.
Pero por más que algunos sueñen con quimeras, lo real es que no existe en el mundo un combustible capaz de reemplazar en tiempo y forma al binomio gas/petróleo en versatilidad, densidad energética o su facilidad de transporte y almacenamiento.
Si disminuye la energía fósil, disminuirá también la producción de bienes y servicios. A menos bienes y servicios, menos capitalismo. El sistema avanza inexorablemente hacia el colapso. Y si el enfermo no tiene salvación... ¿tiene sentido sentarse a discutir solamente formas de prolongar artificialmente su vida?
Es evidente que la actual contingencia favorece a las naciones emergentes dueñas del metálico y de los recursos, pero esa visión miope de la realidad impide ver que también el problema reside en la urgente reconversión tecnológica a fuentes de energía no convencional y al hecho de que es necesario contemplar ese reto a la brevedad. En virtud de que, además, su implementación debería ser efectivizada con suavidad para distorsionar lo menos posible el desarrollo de la vida humana.
El problema es colosal y difícil dado que hasta hoy los intentos por reemplazar las fuentes de energía convencionales han resultado estériles, así como también los esfuerzos por limitar los efectos depredatorios sobre un ecosistema exhausto.
El uso del átomo acarrea una carga tóxica incompatible con los seres vivos; los agrocombustibles casi suenan obscenos frente al hambre de un gran porcentaje de la población mundial y las energías eólica, solar o mareomotriz resultan insuficientes para sostener a la industria combinada mundial en los términos en que hoy está planteada.
Si verdaderamente la solución técnica no está al alcance de las posibilidades actuales, y todo parece indicar que es así, habrá que concluir que es necesario construir también un Nuevo Orden Económico que contemple la explotación racional de recursos finitos y lo combine con una nueva forma de comprender el raro fenómeno de la vida humana.
A la luz de estas ideas, toda la retórica refundacional del sistema financiero y todo el circo de inyecciones de liquidez al sistema bancario constituyen una falacia de gran superficialidad y discutir sólo sobre ese temario es una pérdida de tiempo. No tiene sentido abocarse a reconstituir las fuentes crediticias si después no habrá dónde de aplicar esos créditos.
Paradójicamente son Bolivia y Ecuador, dos naciones no invitadas al cónclave G-20, las que han dado ya algunos pasos mínimos en una nueva dirección.
En efecto, ambos países se encuentran en proceso de implementación de renovadas constituciones nacionales que son una admirable combinación de saberes telúricos centenarios con una muy avanzada interpretación de los derechos humanos y de la relación armónica del hombre con el medio en que habita.
Ni a Ecuador ni a Bolivia les ha sido sencillo llegar a esos textos, que sin bien son seguramente mejorables, pueden calificarse como refundacionales de sus respectivos países. Y si bien no contemplan el uso de nuevas formas de energía, al menos son un intento para que el uso de las convencionales sea más racional y de que sus beneficios estén al alcance de cualquiera de sus ciudadanos sin importar el color de su piel. Además, contemplan nuevas formas -más equitativas- de posesión de las tierras.
El mundo requiere urgente de un Nuevo Orden Económico que permita el desarrollo pluricultural, equitativo y sustentable de una sociedad global con fronteras cada día más cercanas. Esa necesidad es infinitamente más importante que intentar refundar al capitalismo, por más dificultad que entrañe imaginar una sociedad capaz de subsistir sin los valores que hasta hoy la han guiado.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
http://www.prensamercosur.com.ar
https://www.alainet.org/es/articulo/130511?language=es
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