Miles de capitalistas, en “su mundo”, saben qué les queda por delante

Tragar cicuta en incómodas cuotas

13/10/2008
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No es el cuento de Julio Cortázar, “La Autopista al Sur”, todos atascados hasta la coronilla. Más bien se parece a aquella película “Un Día de Furia”, con Michael Douglas representando a un tal William Foster, en una carrera alocada, doblando la apuesta de la violencia. Metáforas al margen, hablamos del presente del capitalismo. Del fracaso de un sistema que le pone los pelos de punta a sus propios cráneos y operadores. Y que, dado el efecto dominó de la crisis, hace tartamudear en la globalización neoliberal a los changarines del discurso fantasioso y mesiánico, sumido –desde mediado de los años setenta a finales de los noventa- en el delirio de sentenciar la muerte de las ideologías y el fin de la historia.

 

Ahora, de entre los escombros, se escuchan voces. Paul Kugman –economista-escriba en The New York Times-, vomita hiel: “el rescate apesta”, gruñe refiriéndose al auxilio financiero para con “el mundo” Wall Street. No es el único que brama. Ni tampoco son apenas los bancos y empresas de EE.UU. los beneficiarios del rescate hecho con el dinero de los “contribuyentes”, “usuarios”, “ciudadanos de a pie”. Europa, salvo matices, sigue la línea.

 

En el cataclismo mucha gente ha llorado más que con el derrumbe de las Torres Gemelas. A las pérdidas de  sus casas, automóviles y ahorros, agregan –por conciencia u olfato- el pánico de la incertidumbre inacabable. Sucede que corre un aire ácido –¿el olor a azufre del que hablara en la ONU el presidente Hugo Chávez?-.  Un aire espeso y rancio, con un dejo a asfixia a plazo fijo. La “tierra prometida” se hunde debajo de los pies de mujeres y hombres “comunes” y de capitalistas medios, acostumbrados a chupar sangre humana imponiéndole jornadas laborales esclavistas a “latinos cabezas huecas”. Capitalistas –en su gran mayoría actores de reparto- caídos en desgracia. Puestos a tragar cicuta en incómodas cuotas.

 

Se oyen voces. De entre los escombros se oye la voz de Barak Obama, destapando las ollas donde  McCain se pasó varios años de su vida cocinando chanchullos financieros. Una acusación de campaña electoral, que muestra en carne viva la democracia yanqui: agujereada por infinidad de injusticias sociales y corrupciones sistémicas. Y se oye a McCain, respondiendo golpe por golpe. Uno de ellos por debajo de la línea del cinturón, impactando duro en la “esperanza negra”, vinculada por su rival con  “terroristas” internacionales. No se privan de nada. Ponen sobre la mesa la mugre que acostumbran a guardar debajo del felpudo. Como William Foster, en “ Un Día de Furia”, corren desenfrenados –en este caso hacia la Casa Blanca- y en su carrera desenmascaran a “su” EE.UU., a ese mismo que encubren cada día, cuando le venden al resto del mundo, a altos costos, las recetas de la felicidad virtual. Demócratas y republicanos en el toma y daca de la politiquería. En pleno ejercicio de su sincera-hipocresía, apestándolo todo. Muy por encima de lo que apesta a Paul Kugman el rescate financiero en favor de “la mano invisible del mercado”. Vieja patraña, con pecado concebida.

 

La campaña presidencial, la debacle financiera, y hasta la impiedad de los huracanes –a tono con el irracional tratamiento dado al ecosistema-, ponen en superficie lo peor de una sociedad despiadadamente consumista y empujada a los límites del chovinismo más ramplón, ignorante y egoísta.

 

Así y todo, Obama inflama el pecho. Se cuela entre las grietas abiertas por el sismo y aprovecha el viento de cola  para decir que sus pronósticos, sobre los días que corren, dieron en el blanco. Aceptando que fuera así –no fue así- el “acierto” no lo eximirá, ni en sueños, de cargar de aquí en más con la cruz de una potencia en declive: porque salvo la sinrazón de la superioridad armamentística, a EE.UU. no le queda ninguna otra cosa, ni la posibilidad de liderar hacia el futuro la construcción de un mundo mejor. Mucho menos a los tiros, supuesta vía de escape en semejante atascamiento, para nada circunscrito tan sólo a un problema financiero. Se trata, llegando al hueso, del fracaso de socialización de un sistema en el que “los excluidos son, tal cual lo consideran sus victimarios, la basura social. Y los incluidos, masificados en el trabajo y el salario basura, son ya, dentro del proceso laboral, parte de la degradación cualitativa. O sea, la basura social en potencia” (1).

 

Esa concepción brutal y corrompida del sistema de explotación es lo que está en crisis. “…Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre. Cuando las supuestas amenazas del comunismo han desaparecido y no quedan ya pretextos para guerras frías, carreras armamentistas y gastos militares, ¿qué es lo que impide dedicar de inmediato esos recursos a promover el desarrollo del Tercer Mundo y combatir la amenaza de destrucción ecológica del planeta? Cesen los egoísmos, cesen los hegemonismos, cesen la insensibilidad, la irresponsabilidad y el engaño. Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”. (2)

 

Lo que se retuerce, entonces, insoluble entre los capitalistas -muy por encima de su tremenda crisis financiera-, es su naturaleza. Y en ella, el desprecio absoluto por la especie humana y el planeta.

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(1)       “El Fracaso del Capitalismo”. Trabajo producido y editado por la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, UTPBA. Año 1997.

 

(2)      Párrafo del discurso pronunciado por el comandante Fidel Castro Ruz, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, en Río de Janeiro. Año 1992.

El discurso completo forma parte del libro “Fidel Castro Ruz-El Diálogo de Civilizaciones”, editado en La Habana-2007.

 

 

- Juan Carlos Camaño  es Presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas - FELAP.

https://www.alainet.org/es/articulo/130241

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