Encuentro con la sabiduría mapuche

21/09/2008
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Dos miradas contradictorias con respecto a la Tierra se enfrentan hoy día. Una la ve como un gran objeto, desprovisto de espíritu, a disposición del ser humano, que puede disponer de sus recursos a su buen entender. Esta mirada permitió el proyecto científico-técnico de conquista y dominación de la Tierra, que está en la base del actual calentamiento planetario. La otra, la considera como un superorganismo vivo, la Gaia de los modernos, o la Pachamama de los pueblos originarios andinos. Gaia se autorregula y articula todos sus componentes de forma que es la permanente productora y reproductora de todo tipo de vida.

Esta segunda mirada fue predominante en la historia de la humanidad y fue la responsable del equilibrio que se estableció entre la satisfacción de las necesidades humanas y el mantenimiento del capital natural en su integridad y vitalidad. Hoy crece la conciencia de que la primera mirada –la de la dominación y la devastación– necesita ser limitada y superada, pues de lo contrario puede provocar un inmenso desastre en el sistema vida. La Tierra, sin duda, continuará, pero tal vez sin nuestra presencia. De ahí la urgencia de reconsiderar a los portadores de la segunda mirada —la de la Tierra como Gran Madre y Casa Común—pues ellos son portadores de una sabiduría que nos falta, y de formas de relación con la naturaleza que nos pueden salvar. Nos encontramos así con los pueblos originarios, los indígenas, que, según datos de la ONU, son más de cien millones en todo el mundo, distribuidos por casi todos los países, como los sami (esquimales) en el extremo norte, o los mapuche en el extremo sur.

A principios de septiembre de este año pude conversar largamente con los mapuche que viven en la Patagonia argentina y chilena. Son muchos; solamente en el sur de Chile hay más de quinientos mil. Viven en estas regiones andinas desde hace cerca de 15 000 años. Resistieron a todas las conquistas. Casi fueron exterminados en la parte argentina por el feroz general Roca, y en el lado chileno son muy discriminados. A los que hoy ocupan tierras que eran suyas se les aplican las leyes contra terroristas de la constitución de Pinochet.

Hablando con sus líderes (lonko) y sabios (machis), pronto salta a la vista la extraordinaria cosmología que han elaborado. Todo está pensado en términos de cuatro. Según C.G. Jung, el número cuatro constituye uno de los arquetipos centrales de la totalidad. Se sienten tan vinculados a la Tierra que se llaman «mapu-che»: seres (che) que son uno con la Tierra (mapu). Por eso se sienten agua, piedra, flor, montañas, insectos, sol, luna, todos hermanados entre sí. Aprendieron a descodificar y comprender el idioma de la Madre Tierra (Ñeku Mapu): el soplo del viento, el piar del pájaro, el susurro de las hojas, los movimientos de las aguas y principalmente los estados del sol y de la luna. De todo saben sacar lecciones. Su mayor ideal es vivir y alimentar una profunda armonía con todos los elementos, con las energías positivas y negativas, con el cielo y con la tierra. Se sienten los cuidadores de la naturaleza. La comunidad sube al monte más alto y toda la tierra que avista hasta encontrarse con el cielo le es asignada para cuidarla. Se sienten perturbados cuando otros no mapuche penetran en esas tierras para introducir cultivos, pues entienden que así se vuelve más difícil cumplir su misión de cuidar.

Desarrollaron sofisticados métodos de curación. Toda enfermedad representa una quiebra del equilibrio con las energías de la Tierra y del universo. La curación implica reconstruir el equilibrio de suerte que el enfermo se sienta nuevamente insertado en el todo. Los mapuche se enorgullecen de sus conocimientos. No aceptan que sean considerados folklore, ni visión ancestral. Insten en que es un saber tan serio e importante como nuestro saber científico-técnico, sólo que diferente. En la búsqueda de regeneración de la Tierra, los mapuche pueden inspirarnos.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/129977
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