La gira del candidato demócrata
“Reorganizar el mundo”: La visión estratégica de Obama
27/06/2008
- Opinión
La gira del aspirante al Salón Oval permite establecer hipótesis que conjugan la creación de un Estado palestino, la salida de Irak y la ocupación militar de Afganistán, entre otras cosas.
Como si verdaderamente ya hubiese sido elegido presidente de Estados Unidos, el candidato demócrata Barack Obama acaba de finalizar su gira por Afganistán; Kuwait; Irak, Medio Oriente y Europa.
En una repetición de la exitosa estrategia ya probada en las internas de su partido -instalarse prematuramente como ganador a fin de crear “ese” sentido común en la sociedad- Obama se entrevistó con los líderes de los países de la zona más caliente del planeta rodeado del aura de un verdadero presidente en funciones.
Hay al menos dos razones que lo impulsaron a dar ese audaz examen.
En primer lugar existe en Estados Unidos la percepción de que la política internacional es el punto más flojo del afroamericano. El carácter bélico del escenario exterior estadounidense y su escasa experiencia militar han sido el talón de Aquiles dónde sus competidores republicanos han atacado con más crudeza. Más aún después de sus declaraciones iniciales que proponían una retirada inmediata de las fuerzas militares desplegadas en Irak y que -para corregir- se han transformado durante la gira en un plazo más razonable de 16 meses.
En segundo lugar, la prensa estadounidense ha difundido la idea de que Obama no termina de convencer al electorado judeoamericano de gran peso institucional y sobre todo económico.
Israel es un problema complejo para Estado Unidos. Por una parte, la alianza con el Estado sionista es una joya que ninguna administración en Washington está dispuesta a arriesgar, pero por otra, a los intereses estadounidenses ya no les sirve la inexistencia de un Estado palestino pujante, cuestión que podría erizar más de una cabellera en Tel Aviv.
Más allá de tácticas electorales, la historia de Estados Unidos prueba que la política exterior de los gobiernos federales de turno acarrea una lógica que supera los tiempos de eventuales administraciones, cualquiera sea su signo. Comprender ese rasgo es un paso necesario para la lectura de los mensajes con que Barack Obama acaba de regar los sitios que ha visitado en la gira.
Obama visualiza a Afganistán -y no a Irak- como el eje central de la llamada “Guerra contra el terrorismo”. Convencido de que ese país ha sido abandonado al accionar talibán, el candidato demócrata no duda en proponer un aumento de tropas en ese país. Pero asegurar Afganistán no es tarea fácil. De hecho, desde Alejandro Magno nadie ha podido hacerlo.
La lista de intentonas ha sido tan larga como plagada de fracasos como bien pueden atestiguar los británicos y los aún espantados sobrevivientes del ejército rojo de la antigua Unión Soviética.
Conciente de la magnitud de la empresa y de que los soldados regulares no le alcanzan para obtener tal fin, Obama planea disponer de las fuerzas comprometidas en Irak merced a un proceso desmovilización (¿reasignación?) que finalizaría en el año 2010. También confía en el apoyo de los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para legitimar tal intervención.
La búsqueda de consenso europeo para sus iniciativas se vió reflejada en su discurso del día 24 de julio en Berlín, dónde apeló a la unidad aliada y a “derribar muros y construir puentes” para enfrentar las amenazas globales. "Vamos a reorganizar el mundo", sentenció en su discurso frente a la Torre de la Victoria. Antes se había reunido con la canciller, Angela Merkel.
Por otra parte, y aunque el mensaje oficial se empeñe en negarlo, Irak dista de ser la panacea de la seguridad. Si bien es verdad que las causas del conflicto parecen haber desaparecido y que el flujo de capitales desde ese país a los centros financieros estaría consolidado, también lo es que la resistencia y la eterna disputa entre fracciones locales -de fuerte contenido religioso-, podría hacer peligrar la estabilidad del régimen pro estadounidense del premier iraquí Nuri al Maliki.
Lo que no se dice abiertamente es que retirar al ejército regular estadounidense de Irak implica que la seguridad del régimen de Bagdad quedaría a cargo de los ejércitos privados vinculados a las más altas jerarquías de la Casa Blanca y del Departamento de Estado, que han encontrado un excelente nicho de facturación en Irak y en Afganistán. El empleo de dichos ejércitos otorga además la ventaja adicional de que se pueden ignorar impunemente todos los acuerdos existentes en materia de derechos humanos y de legislación sobre crímenes de guerra.
Entre las empresas más beneficiadas de la invasión a Irak se encuentra la empresa Kelloggs, Brown & Root (subsidiaria de Halliburton) y vinculada al actual vicepresidente Dick Cheney, un hombre clave en este nuevo diseño que adoptaron los conflictos bélicos con el fin de la Guerra Fría y consecuente con la lógica del Imperio Global Privatizado (IPS). Los nombres podrán cambiar, pero los negocios deben continuar.
El caso palestino es un exámen que Obama debió rendir ante el mismísimo Primer Ministro israelí y que el tiempo dirá si fue o no aprobado. Detrás de la preocupación del candidato demócrata por la miseria económica de los palestinos se percibe la inclinación a crear de una vez por todas un Estado Palestino.
En este caso la lógica es sencilla. Organizar Palestina no acabaría con la amenaza existencial sobre el Estado de Israel, pero si contribuiría a calmar un poco la sed de venganza de toda la nación árabe y con ello -más un elemental sentido común como el de no disparar balas de goma sobre prisioneros desarmados frente a una cámara casual- implicaría ordenar el patio trasero de Occidente y desactivar un foco de conflicto de medio siglo. En otras palabras, permitir un Estado palestino restaría argumentos a los más belicosos detractores de Israel.
Así, durante su visita a los líderes palestinos en Cisjordania, algunos medios de prensa registraron tibiamente una promesa del senador de Illinois en el sentido de “respaldar sus aspiraciones a tener un estado propio”, algo mínimo que los palestinos deseaban escuchar pero tan sensible y delicado que no puede ser dicho en voz muy alta sin causar daños irreparables en el seno del poder israelí.
Si durante las internas demócratas Obama postulaba el “gran cambio”, este se corporiza en Medio Oriente con la invocación -aunque sea a media lengua- al Estado palestino. En un conflicto que lleva muchos años sin solución, la construcción de un Estado palestino es algo que no se ha intentado. En ese sentido, es algo nuevo y revolucionario.
El otro tema delicado es Irán. El plan nuclear de la república islámica es una amenaza concreta y directa sobre Israel que no admite una solución violenta al estilo Irak porque un corte del flujo de crudo de ese país es una cuestión que hace a la supervivencia de Occidente. En relación a este nudo gordiano, Barack Obama solo ha dicho que “es una amenaza sobre la cual habrá que trabajar mucho”, lo cual es parecido a decir “aún no tengo mucha idea de que hacer pero al menos no propiciaré motivos para que la zona se incendie”.
En resumen se puede pensar que todo el periplo de Barack Obama ha sido para esclarecer -de diversas formas- a los líderes visitados acerca de una gigantesca maniobra estratégica desde el Mediterráneo hasta el Himalaya. Reordenamiento que vende pacificación sin afectar los negocios privados en curso y que extiende la influencia estadounidense en lo profundo del Asia.
La coherencia histórica expansionista de Estados Unidos hace pensar que la visión que trasluce la gira de Obama podría perfectamente haber sido enunciada -matices de por medio- por su rival republicano John Mc Caine, por más esfuerzos que, por motivos electorales, éste haga hoy diferenciarse. Detrás de ellos hay razones de negocios que superan los nombres propios.
Sólo falta una pieza más a la hipótesis y esta se confirmaría con una rápida ojeada a cualquier planisferio: colocar tropas en Afganistán significa colocar tropas en el flanco oeste de la República Popular China. Si se considera que Japón está al Este; Filipinas y Corea del Sur debajo y al norte una errática pero tal vez “asimilable/negociable” Rusia, resulta que el enemigo estadounidense de la próxima década se encontraría totalmente cercado y con ello, la mesa quedaría servida para el demócrata o el republicano (¿a quién le importa?) que el destino coloque en la Casa Blanca durante esos años.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
http://www.prensamercosur.com.ar
Como si verdaderamente ya hubiese sido elegido presidente de Estados Unidos, el candidato demócrata Barack Obama acaba de finalizar su gira por Afganistán; Kuwait; Irak, Medio Oriente y Europa.
En una repetición de la exitosa estrategia ya probada en las internas de su partido -instalarse prematuramente como ganador a fin de crear “ese” sentido común en la sociedad- Obama se entrevistó con los líderes de los países de la zona más caliente del planeta rodeado del aura de un verdadero presidente en funciones.
Hay al menos dos razones que lo impulsaron a dar ese audaz examen.
En primer lugar existe en Estados Unidos la percepción de que la política internacional es el punto más flojo del afroamericano. El carácter bélico del escenario exterior estadounidense y su escasa experiencia militar han sido el talón de Aquiles dónde sus competidores republicanos han atacado con más crudeza. Más aún después de sus declaraciones iniciales que proponían una retirada inmediata de las fuerzas militares desplegadas en Irak y que -para corregir- se han transformado durante la gira en un plazo más razonable de 16 meses.
En segundo lugar, la prensa estadounidense ha difundido la idea de que Obama no termina de convencer al electorado judeoamericano de gran peso institucional y sobre todo económico.
Israel es un problema complejo para Estado Unidos. Por una parte, la alianza con el Estado sionista es una joya que ninguna administración en Washington está dispuesta a arriesgar, pero por otra, a los intereses estadounidenses ya no les sirve la inexistencia de un Estado palestino pujante, cuestión que podría erizar más de una cabellera en Tel Aviv.
Más allá de tácticas electorales, la historia de Estados Unidos prueba que la política exterior de los gobiernos federales de turno acarrea una lógica que supera los tiempos de eventuales administraciones, cualquiera sea su signo. Comprender ese rasgo es un paso necesario para la lectura de los mensajes con que Barack Obama acaba de regar los sitios que ha visitado en la gira.
Obama visualiza a Afganistán -y no a Irak- como el eje central de la llamada “Guerra contra el terrorismo”. Convencido de que ese país ha sido abandonado al accionar talibán, el candidato demócrata no duda en proponer un aumento de tropas en ese país. Pero asegurar Afganistán no es tarea fácil. De hecho, desde Alejandro Magno nadie ha podido hacerlo.
La lista de intentonas ha sido tan larga como plagada de fracasos como bien pueden atestiguar los británicos y los aún espantados sobrevivientes del ejército rojo de la antigua Unión Soviética.
Conciente de la magnitud de la empresa y de que los soldados regulares no le alcanzan para obtener tal fin, Obama planea disponer de las fuerzas comprometidas en Irak merced a un proceso desmovilización (¿reasignación?) que finalizaría en el año 2010. También confía en el apoyo de los aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para legitimar tal intervención.
La búsqueda de consenso europeo para sus iniciativas se vió reflejada en su discurso del día 24 de julio en Berlín, dónde apeló a la unidad aliada y a “derribar muros y construir puentes” para enfrentar las amenazas globales. "Vamos a reorganizar el mundo", sentenció en su discurso frente a la Torre de la Victoria. Antes se había reunido con la canciller, Angela Merkel.
Por otra parte, y aunque el mensaje oficial se empeñe en negarlo, Irak dista de ser la panacea de la seguridad. Si bien es verdad que las causas del conflicto parecen haber desaparecido y que el flujo de capitales desde ese país a los centros financieros estaría consolidado, también lo es que la resistencia y la eterna disputa entre fracciones locales -de fuerte contenido religioso-, podría hacer peligrar la estabilidad del régimen pro estadounidense del premier iraquí Nuri al Maliki.
Lo que no se dice abiertamente es que retirar al ejército regular estadounidense de Irak implica que la seguridad del régimen de Bagdad quedaría a cargo de los ejércitos privados vinculados a las más altas jerarquías de la Casa Blanca y del Departamento de Estado, que han encontrado un excelente nicho de facturación en Irak y en Afganistán. El empleo de dichos ejércitos otorga además la ventaja adicional de que se pueden ignorar impunemente todos los acuerdos existentes en materia de derechos humanos y de legislación sobre crímenes de guerra.
Entre las empresas más beneficiadas de la invasión a Irak se encuentra la empresa Kelloggs, Brown & Root (subsidiaria de Halliburton) y vinculada al actual vicepresidente Dick Cheney, un hombre clave en este nuevo diseño que adoptaron los conflictos bélicos con el fin de la Guerra Fría y consecuente con la lógica del Imperio Global Privatizado (IPS). Los nombres podrán cambiar, pero los negocios deben continuar.
El caso palestino es un exámen que Obama debió rendir ante el mismísimo Primer Ministro israelí y que el tiempo dirá si fue o no aprobado. Detrás de la preocupación del candidato demócrata por la miseria económica de los palestinos se percibe la inclinación a crear de una vez por todas un Estado Palestino.
En este caso la lógica es sencilla. Organizar Palestina no acabaría con la amenaza existencial sobre el Estado de Israel, pero si contribuiría a calmar un poco la sed de venganza de toda la nación árabe y con ello -más un elemental sentido común como el de no disparar balas de goma sobre prisioneros desarmados frente a una cámara casual- implicaría ordenar el patio trasero de Occidente y desactivar un foco de conflicto de medio siglo. En otras palabras, permitir un Estado palestino restaría argumentos a los más belicosos detractores de Israel.
Así, durante su visita a los líderes palestinos en Cisjordania, algunos medios de prensa registraron tibiamente una promesa del senador de Illinois en el sentido de “respaldar sus aspiraciones a tener un estado propio”, algo mínimo que los palestinos deseaban escuchar pero tan sensible y delicado que no puede ser dicho en voz muy alta sin causar daños irreparables en el seno del poder israelí.
Si durante las internas demócratas Obama postulaba el “gran cambio”, este se corporiza en Medio Oriente con la invocación -aunque sea a media lengua- al Estado palestino. En un conflicto que lleva muchos años sin solución, la construcción de un Estado palestino es algo que no se ha intentado. En ese sentido, es algo nuevo y revolucionario.
El otro tema delicado es Irán. El plan nuclear de la república islámica es una amenaza concreta y directa sobre Israel que no admite una solución violenta al estilo Irak porque un corte del flujo de crudo de ese país es una cuestión que hace a la supervivencia de Occidente. En relación a este nudo gordiano, Barack Obama solo ha dicho que “es una amenaza sobre la cual habrá que trabajar mucho”, lo cual es parecido a decir “aún no tengo mucha idea de que hacer pero al menos no propiciaré motivos para que la zona se incendie”.
En resumen se puede pensar que todo el periplo de Barack Obama ha sido para esclarecer -de diversas formas- a los líderes visitados acerca de una gigantesca maniobra estratégica desde el Mediterráneo hasta el Himalaya. Reordenamiento que vende pacificación sin afectar los negocios privados en curso y que extiende la influencia estadounidense en lo profundo del Asia.
La coherencia histórica expansionista de Estados Unidos hace pensar que la visión que trasluce la gira de Obama podría perfectamente haber sido enunciada -matices de por medio- por su rival republicano John Mc Caine, por más esfuerzos que, por motivos electorales, éste haga hoy diferenciarse. Detrás de ellos hay razones de negocios que superan los nombres propios.
Sólo falta una pieza más a la hipótesis y esta se confirmaría con una rápida ojeada a cualquier planisferio: colocar tropas en Afganistán significa colocar tropas en el flanco oeste de la República Popular China. Si se considera que Japón está al Este; Filipinas y Corea del Sur debajo y al norte una errática pero tal vez “asimilable/negociable” Rusia, resulta que el enemigo estadounidense de la próxima década se encontraría totalmente cercado y con ello, la mesa quedaría servida para el demócrata o el republicano (¿a quién le importa?) que el destino coloque en la Casa Blanca durante esos años.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
http://www.prensamercosur.com.ar
https://www.alainet.org/es/articulo/128919
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