Comunicación popular: Una perspectiva anti-hegemónica

06/11/2008
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Para los sectores populares, los procesos de organización, participación y movilización han constituido históricamente la piedra angular para liberar su capacidad de expresión, rescatar su derecho a la palabra, sustentados en una interacción colectiva orientada a analizar y comprender la realidad para establecer identidades y sentidos comunes respecto a su accionar social transformador.  Vale decir: rescatar ciudadanía y justicia social.

 

En las “democracias” establecidas en Latinoamérica y el Caribe esa figura de “ciudadanía” o simplemente el criterio liberal de “igualdad de oportunidades”, quedaba por fuera ante un orden establecido altamente elitista, racista, entreguista, excluyente, entre otras particularidades.  Parámetros que, a su vez, se expresarían en el orden mediático.  Vale tener presente que, a diferencia de Europa y Norteamérica donde los medios de difusión masiva se desarrollaron codo a codo con la industrialización y el consecuente fenómeno de masas, en nuestros terruños tales medios se afirmaron como prerrogativas de los grupos de poder, con un sentido patrimonialista y concentrador.

 

Esta es la realidad que, en el plano de la comunicación, hacia finales de los años 60 entra en cuestionamiento.  “Romper el muro de silencio”, "dar voz a los que no tienen voz", son entre otras las consignas acuñadas por una multiplicidad de experiencias de comunicación orientadas a corregir los desequilibrios existentes en el orden mediático prevaleciente, en el cual no tenían cabida amplios sectores ciudadanos.

 

En un primer momento estas prácticas encontraron su principal sustento propositivo en los planteamientos del brasileño Paulo Freire en materia educativa, que ponían el acento en una relación dialógica dentro de los grupos.  Se trata, si se quiere, de respuestas que se desarrollan como una extensión de las críticas a la educación dominante y por lo mismo la acción de muchas de ellas se inicia en este terreno, como actividades de educación de adultos, educación a distancia, alfabetización, etc.

 

A medida que el concepto "conscientización" se compenetraba con los procesos organizativos de los sectores populares, tales esfuerzos comienzan a adquirir un perfil más definido dentro de las dinámicas político-reivindicativas, en la medida que su actividad comunicacional es considerada como un resorte para lograr una participación consciente y organizada de los sectores populares en torno a demandas comunes, a la vez que para alcanzar una mayor cohesión interna de los grupos implicados y fomentar interrelaciones entre éstos.

 

Como el criterio central era demarcarse del sistema de comunicación dominante, estas experiencias pasan a autodenominarse indistintamente como comunicación de base, grupal, horizontal, participativa, crítica, liberadora, alternativa, popular, etc.  La opción por una u otra denominación respondía al énfasis que ponían en sus críticas a tal sistema y su estructura comercial, vertical, jerarquizada, elitista y antidemocrática, que se expresa en desinformación, la predominancia de los intereses de los grupos de poder, la alienación cultural y la dificultad de acceder a los medios de difusión masiva, etc.

 

Los protagonistas de estas iniciativas son, por un lado, las propias organizaciones sociales (vinculadas o no a expresiones partidarias) y, por otro, entidades de apoyo integradas por intelectuales y profesionales comprometidos con la suerte de tales sectores, que indistintamente pueden responder a lineamientos político-partidarios o a una labor eclesial, como a proyectos de promoción social o educativos.

 

Los medios utilizados en estas prácticas comunicacionales son de los más diversos: periódicos, boletines, revistas, panfletos, periódicos murales, comics, bocinas, radios, diapositivas, audiovisuales, teatro, títeres, música, danza, etc.  Y esta diversidad también se expresa en su alcance, pues mientras unos pueden estar focalizados en una esfera local, grupo u organización de base, otros buscan cubrir espacios masivos o proyectarse al ámbito nacional y aún continental.

 

Con el tiempo se generalizaron las expresiones "comunicación alternativa" y "comunicación popular".  La primera sobre todo en los espacios institucionales, particularmente luego que la UNESCO acoge este término cuando en la década de los 70 el Movimiento de Países No Alineados ponen en la mesa de discusiones la propuesta de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC), como réplica al "colonialismo informativo" existente.

 

La "comunicación popular", en cambio, ha buscado afirmarse como una corriente cuyo accionar se remite a la estructura social vigente.  Es decir que conceptualmente asume “lo popular” como un factor de la relación de dominación presente en la sociedad: sector dominante/sector popular, que remite a la cuestión del poder y las luchas por la hegemonía –entendida como conducción, no como simple señalamiento cuantitativo de mayoría-. 

 

De modo que, a diferencia de otras experiencias cuyas críticas quedan circunscritas a los medios de comunicación, como si éstos tuvieran valores congénitos, la comunicación popular rescata las condiciones de producción y reproducción social del sentido, dando particular importancia a los procesos organizativos y de movilización.  Y este énfasis debido a que la organización social en función de las clases dominantes implica la desorganización social de las clases dominadas.  En tal medida, se inscribe como un paradigma clave para la articulación de una respuesta anti-hegemónica.

 

Vale precisar, toda vez, que también persiste una lectura desfigurada que reduce el sentido de “popular” a las diferentes etapas del circuito informativo o comunicacional, como pueden ser: el lenguaje que se utiliza, los sujetos que aborda, el tiraje limitado, los receptores, etc.  Hace más de una década, en un foro organizado por un prestigioso instituto internacional de estudios especializado en comunicación, al sugerir que para la comunicación popular y alternativa era clave apropiarse de las nuevas tecnologías de información y comunicación (las TICs), su director –con credenciales progresistas, por cierto-, al borde la indignación, replicó que tal propuesta conllevaría a “desnaturalizar” el carácter y sentido de aquella.  Sobreentendiéndose que para ser tal tenía que permanecer artesanal, marginal, pobre, etc.  Unos meses atrás, en otro espacio similar, prácticamente se dijo lo mismo.

 

Como sea, con el recorrido de estas experiencias diversas y provenientes de puntos de partida diferentes, poco a poco se fue configurando un espacio de esta “otra comunicación” pero cuyo potencial resultaba disminuido por la dispersión y el aislamiento.  La constatación de esta realidad dio paso a procesos de coordinación entre medios y entidades afines y así comienzan a tejerse redes que buscan dar respuestas conjuntas a problemas comunes, que van desde el intercambio de información y de experiencias, hasta la implementación de iniciativas de capacitación técnica, pasando por la concertación de acciones y definiciones programáticas.

 

En esta búsqueda de acercamientos tuvo lugar el Encuentro Latinoamericano de Medios de Comunicación Alternativa y Popular, realizado en Quito del 19 al 23 de abril de 1993, que marcó un jalón importante al establecer el compromiso de "promover la articulación de un amplio movimiento en favor de la democratización de la comunicación, como parte de la democratización global de la sociedad" (1).  Y con este criterio formuló una propuesta sobre el Derecho a la Comunicación que fue canalizada a la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos realizada en Viena en el mes de junio del mismo año.

 

Vale tener presente que, para entonces, se vivían momentos difíciles, de reflujo, por los estragos que había causado el impacto brutal de las políticas neoliberales, en la medida que afectaron el sentido mismo de organización con la propuesta individualista del “sálvese quien pueda”.  En tales circunstancias, este evento contribuyó para que también se ponga en común los replanteamientos que se estaban procesando al interior de las redes, instituciones y medios ahí congregados, respecto a cuestiones tales como: la dimensión pública y masiva de la comunicación, la creciente importancia de la “opinión pública”, el impacto de las nuevas tecnologías de comunicación, las políticas de autosostenimiento, entre otras.

 

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El compromiso de abrir nuevos causes en la lucha por la democratización de la comunicación implicó ciertamente esfuerzos para reforzar y multiplicar el accionar de esta “otra comunicación”, pero además para dar impulso a un movimiento cada vez más amplio que ha hecho que esta demanda vaya adquiriendo pertinencia social, y no quede como un asunto circunscrito a quienes están directamente vinculados al campo comunicacional.  Lo cual lleva implícito el reconocimiento de la democratización en tanto espacio estratégico para la transformación social.

 

Es así que en esta lucha por la democratización de la comunicación junto a los medios de comunicación popular, alternativa, independiente, comunitaria, etc., se encuentran los colectivos en pro del acceso universal y apropiación de las nuevas tecnologías de información y comunicación (TICs); las redes de intercambio para desarrollar el software libre; los organismos de monitoreo y/o presión frente a contenidos sexistas, racistas, excluyentes, etc. vehiculizados por los media; los programas de educación crítica de los media (media literacy); las asociaciones de usuarios para intervenir en la programación de los media; las redes ciudadanas y de intercambio informativo articuladas por intermedio de Internet; los investigadores críticos; las asociaciones de periodistas independientes; los colectivos de mujeres con perspectiva de género en la comunicación; los movimientos culturales; las redes de educación popular; los observatorios en pro de la libertad de información; las asociaciones para oponerse a los monopolios; los movimientos en defensa de los media de carácter público; y un largo etcétera.

 

En esta dinámica un factor clave es la creciente revalorización de la comunicación en tanto espacio de disputa estratégica por parte de las organizaciones populares, pues el tema de la comunicación se había mantenido como una tarea pendiente desde mediados del siglo pasado, cuando la radio y, sobre todo, la televisión pasaron a redefinir el escenario, afirmando su centralidad en la configuración de la vida pública.  Pesó, sin duda, el enorme desbalance resultante de esta interposición de un complejo tecnológico cada vez más sofisticado y oneroso, pero también inercias, errores y omisiones.

 

Si bien, por lo general, en las organizaciones sociales continúa prevaleciendo una visión instrumental de la comunicación, circunscrita a la utilización del medio, del instrumento, no es menos cierto que al interior de ellas ya se habla de la formulación de políticas y estrategias de comunicación, y de la necesidad de dotarse de medios propios y recuperar el sentido mismo de comunicación, que implica diálogo, interacción.

 

Tras reconocer que se trata de un proceso que ha madurado en la práctica, un dirigente del Movimiento Sin Tierra del Brasil, por ejemplo, nos decía que acordaron “definir una concepción de estrategia de comunicación, como una forma de apropiación de la comunicación para proyectarnos a la sociedad”.  En la cual, el primer elementoes la naturaleza de la propuesta y del mensaje, y esto está muy relacionado con el proyecto que queremos construir y con el desarrollo político de la organización, y no con una simple definición teórica de la comunicación.  Esto es, para mostrar el modelo que queremos presentar, para disputar con otro modelo de sociedad, con otro modelo de construcción de país que nosotros queremos”.  El segundo establece que “ los que hacen la lucha en sí, los que trabajan, son los protagonistas de la noticia”.  "El tercer elemento es ampliar el público al que queremos llegar…  porque lo que nosotros tenemos en mente es que queremos elevar la conciencia política y el nivel de organización de la sociedad”.  Y un cuarto componente en sentido inverso: qué podemos construir con nuestros medios, con nuestros instrumentos, también con nuestra base social.  Pero a la vez, qué sucede con las otras luchas, con los otros procesos, con las otras propuestas, y, por tanto, cómo podemos contribuir a las demandas generales”.  (2)

 

De manera general asistimos a una búsqueda inédita que pasa por rescatar los propios procesos organizativos, pues como acertadamente anotaba un tiempo atrás Robert White (3): los movimientos sociales "son un patrón de comunicación que emerge 'por fuera' y en oposición a la estructura de comunicación institucional, jerárquica, (no democrática), existente en la sociedad".  En tanto, éstos, "a fin de reforzar la identidad y lealtad, tienden a introducir y legitimar un patrón alternativo de comunicación, que en relación al patrón dominante, pone énfasis en que todos los miembros tienen derecho a obtener y hacer aportes comunicativos cuando quieran, que los miembros pueden participar en todas las fases del proceso colectivo de toma de decisiones en comunicación, que pueden implicarse en la comunicación 'horizontal' entre individuos y grupos sin ser objetados por las autoridades, que la comunicación sea dialógica en el sentido que los miembros tienen derecho de réplica y a esperar una réplica directa" (negritas del autor, traducción libre).

 

Al moverse entre la condena y la fascinación frente a los medios masivos de difusión, en muchas organizaciones sociales se fue estableciendo como política el “posibilismo mediático”, con mecanismos para que los medios se hagan eco de sus actividades y planteamientos.  Pero al constatar que el tratamiento que reciben en el mundo mediático lo común es el ocultamiento, la satanización y la estigmatización, hoy se perfila un posicionamiento crítico que plantea la necesidad de dotarse y potenciar sus propios medios para expresarse con “voz propia”, como componente de sus estrategias comunicacionales, educativas y culturales, sin que ello suponga desconocer el peso que han acumulado los medios masivos del establecimiento en la formación de la llamada “opinión pública”, la visibilidad social y la configuración de actores sociales y políticos, por lo cual su agenda informativa marca la agenda pública.  Al contrario, y precisamente por esto, junto con el planteamiento de desmediatizar la comunicación y propiciar la articulación de un nuevo tejido comunicacional, hay un reconocimiento implícito de la comunicación como proceso colectivo y cotidiano.

 

En esta perspectiva, la comunicadora argentina Claudia Korol (4) se refiere a “la pedagogía popular de la comunicación”.  Al respecto dice: “Tanto en los procesos de resistencias populares al neoliberalismo, como en las nuevas alternativas que se van generando al mismo, los movimientos sociales han ido creando herramientas, códigos, símbolos, lenguajes, señales, en los que subyace una pedagogía popular que concibe a la comunicación como un momento fundante de la praxis transformadora.  Es una pedagogía que hace de la comunicación interpersonal en los movimientos, entre los movimientos populares, y de estos con el resto de la sociedad, dimensiones concretas que requieren ser trabajadas como parte de la batalla cultural contrahegemónica.  Una pedagogía que intenta crear lazos firmes entre lo que dice y lo que hace, entre lo que muestra y lo que es, entre teorías y prácticas, entre información y formación…  Es la comunicación que se encarna en prácticas sociales colectivas, comunitarias, que visibilizan lo ocultado, que develan las muchas miradas del mundo producidas simultáneamente desde distintas experiencias, sin privilegiar unas sobre otras, sino haciendo de las diferencias el punto de partida para posibles encuentros”. 

 

Por lo mismo, acota, “la integración de las redes y proyectos de comunicación alternativos, y la educación popular, son entonces dimensiones específicas contrahegemónicas, para una batalla cultural que en condiciones de extremo desequilibrio, puede hacer sin embargo de la creatividad popular, la imaginación, la sensibilidad, la potencia simbólica, las armas secretas contra la alienación y el aburrimiento que ofrece como horizonte cultural el capitalismo”.

 

Una de las particularidades de esta búsqueda es que, por lo general, las organizaciones sociales no la están haciendo cada cual por su lado, sino que se trata de un esfuerzo por impulsar respuestas comunes y articuladas, apuntando a definiciones programáticas; porque establecer puentes y coordinar acciones es un primer paso necesario a dar, pero siempre insuficiente si no se enmarca en perspectivas estratégicas.  Y esto, porque en el marco de la globalización, la recomposición del tejido organizativo local se ha dado al compás de nuevas e inéditas articulaciones regionales y globales.  El Foro Social Mundial (FSM) es una expresión de este proceso en construcción que propugna que “otro mundo es posible”, porque más allá del cuestionamiento al orden vigente, apuesta a las alternativas que se vienen afirmando desde los movimientos, a partir de las diversas formas de organización social y acción política que propician, prefigurando un nuevo tipo de relaciones de sociedad.  Y la “otra comunicación” es parte constitutiva y constituyente de tal proceso.

 

Es decir, ya no estamos únicamente ante la conformación de coordinaciones y redes sectoriales, sino también ante la configuración de espacios de convergencia entre ellas.  Una clara manifestación de esta nueva realidad fue la Campaña Continental contra el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), que en corto tiempo de accionar pasó a ser uno de los factores gravitantes tanto para el descarrilamiento de esa estrategia de los Estados Unidos para alcanzar el control total del hemisferio, como para que se coloque en agenda la necesidad de construir una alternativa de integración popular y soberana entre los pueblos americanos.

 

En el desarrollo de esta acción colectiva se conjugaron in-formación, organización y movilización.  Esto es, una campaña sustentada en una lógica militante (diferente a la predominante lógica de marketing), con un sentido descentralizado para sacar mejor provecho de los recursos preexistentes en cada país o coordinación regional/hemisférica.  Por lo mismo, correspondía a cada campaña nacional desarrollar su propia estrategia de difusión y sensibilización, según las necesidades, realidades, símbolos y lenguajes locales.  En todo caso, con el compromiso de destacar todas las acciones, por más pequeñas que fueren, pues proyectadas en un torrente común se refuerzan y ganan en impacto.  Lo mismo para la formulación de propuestas alternativas.  Vale decir, un doble flujo para alcanzar mayor resonancia en las intervenciones públicas, pero a la vez con el apoyo de puntos multiplicadores (redes, líderes de opinión, etc.).

 

Cabe acotar que esta acción ha permitido que los diversos sectores sociales involucrados alcancen mejores y mayores niveles de articulación, con vasos comunicantes que facilitan la interconexión para seguir conjugando las resistencias contra el libre comercio y sus variantes.

 

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Son múltiples los factores que han gravitado en la configuración de este nuevo panorama, pero para lo que aquí nos concierne, nos vamos a referir a un soporte clave: las nuevas tecnologías de información y comunicación (TICs), dentro de las cuales destaca la Internet, que han repercutido en todos los órdenes del convivir social.  Al decir de Noam Chomsky, en declaraciones al periódico mexicano La Jornada (19/09/04): "el uso de Internet, además de facilitar y agilizar la comunicación dentro de los movimientos sociales y entre ellos, se presta para restar el control de los medios establecidos.  Esos son dos de los nuevos factores más importantes que han surgido en los últimos 20 años".

 

Basada técnicamente en una red que interconecta mundialmente a diferentes redes de computadoras, la Internet se establece como un nuevo medio de información y comunicación de alcance global que opera de manera individual, grupal o colectiva, permitiendo recibir y enviar datos, imágenes y sonidos, en cualquier momento y en tiempo real o diferido.

 

Por los costos relativamente bajos, las clases subalternas han podido acceder a esta tecnología de punta y apropiarse de  múltiples formas, siendo que históricamente disponer de algún dispositivo de comunicación tan solo resultaba factible cuando tecnológicamente se había convertido en desecho o, al menos, en secundario.  Esto ha repercutido en la posibilidad de multiplicar las capacidades para establecer nuevas perspectivas en y desde la Red, en la medida que se han potenciado o generado medios de comunicación alternativa de los más diversos formatos.  Y, por supuesto, han llegado nuevos desafíos, como por ejemplo, pasar al enfoque multimedia, dejando de pensar en los medios de manera aislada, para establecer estrategias que permitan sacar el máximo de provecho de cada uno y de la complementaridad; al igual que del potencial interactivo que tiene, para asegurar el intercambio y diálogo, etc.  O bien, la necesidad permanente de vincular el mundo de la Red con el mundo que queda fuera, poniendo lo virtual en sus límites.

 

Es así como, desde una situación de carencia informativa que marcaba el quehacer de los medios alternativos y populares hasta hace algo más de una década, hoy es la sobreabundancia informativa la que prevalece y exige respuestas cada vez más afinadas, en las cuales el rigor, la credibilidad, la ética, son altamente estimables.  En todo caso, la presencia de estos medios en la Red de redes es un aporte significativo para hacer de ésta un espacio favorable a la democratización en la medida que garantiza la existencia de una diversidad de fuentes.  Pero también, por su sistema de enlaces e hipertexto resulta factible ubicar antecedentes, contexto, etc. de una noticia determinada, lo cual posibilita recuperar el sentido de proceso informativo y comunicacional –una de las banderas de la comunicación popular- ante la tendencia mediática de reducir la información al dato.

 

Pero además de constituir un nuevo medio que tiene la capacidad de integrar en formato digital a los anteriormente existentes (prensa, radio y televisión), Internet es también un espacio de interacción social, en la medida que permite actuar a distancia de much@s a much@s, sin la barrera del tiempo, con implicaciones organizativas inéditas.  En este sentido es que se suele decir que Internet llegó como “anillo al dedo”, respecto a las nuevas dinámicas de los movimientos sociales.

 

Muy tempranamente, en su libro No Logo, la periodista canadiense Naomi Klein (5), refiriéndose a este fenómeno, anotaba: "la Red es más que un instrumento de organización; ha llegado a ser un modelo para esos propósitos, un manual para la adopción descentralizada pero cooperativa de decisiones.  Facilita el proceso de difusión de la información hasta tal punto que muchos grupos pueden trabajar al unísono sin necesidad de alcanzar un consenso monolítico (lo que de todos modos es a menudo imposible, dada la naturaleza de las organizaciones políticas).  Y siendo tan descentralizados, estos movimientos siguen intentando forjar vínculos con sus semejantes de todo el mundo, sorprendiéndose siempre de comprobar hasta dónde llegan sus pequeñas victorias, cuán profundamente se han reciclado y absorbido sus datos".

 

De un tiempo a esta parte, el activismo social en la región ha demostrado una interesante versatilidad para capitalizar los recursos que ofrecen la Internet y, en general, las TICs.  Portales, sitios Web, Blogs, chats, correo electrónico, listas de discusión, enlaces de mensajería y telefonía celular, etc., junto a los medios de comunicación alternativa, popular, ciudadana, comunitaria, etc. han establecido de hecho un espacio que es cada vez más reconocido socialmente.  Incluso sectores que tenían una actitud de desconfianza, por decir lo menos (como es el caso de una buena parte de la izquierda tradicional), hoy hablan de propiciar la creación de redes y medios alternativos.

 

La importancia de estas nuevas y renovadas expresiones comunicacionales ha quedado en evidencia sobre todo en  momentos críticos, como los registrados en Venezuela, cuando el golpe de Estado en abril de 2002, o las movilizaciones ocurridas en Argentina (diciembre de 2001), en Bolivia (octubre 2003 y junio 2005), en Ecuador (abril 2005), en Costa Rica (2006), entre otras.  Es más, como ante la crisis institucional los medios de difusión del establecimiento prácticamente han pasado a ocupar el espacio dejado por los partidos, su credibilidad ha decaído sensiblemente, muy a pesar del blindaje de la autoprotección que han establecido –la cual, precisamente, constituye uno de los componentes más elaborados y desarrollados en términos de hegemonía-.

 

En este contexto, cabe acotar que en el marco de las articulaciones sociales han surgido iniciativas en el plano comunicacional.  La iniciativa más relevante es, sin duda, la Minga Informativa de Movimientos Sociales (6), en la cual confluyen una decena de coordinaciones y redes sociales del continente en la perspectiva de construir “una agenda social en comunicación” conjuntamente con la diversidad de expresiones, movimientos y luchas que reivindican que “otra comunicación es posible”.  No se trata de una mera red informativa, sino de un verdadero fenómeno social de estos nuevos tiempos.

 

De modo que, claramente se puede advertir que se vienen registrando avances importantes respecto a la situación anterior, pero desde luego limitados con relación a los grandes desafíos que hay por delante.  La cuestión central, en todo caso, es que se ha superado el estado de parálisis que primó un tiempo atrás, para dar paso a la acción.  Apreciación que no responde a un optimismo fácil o ingenuo, sino a la constatación de los cambios que desde la resistencia social se están operando en el mundo.

 

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Estos vientos de cambio se han desencadenado con particular intensidad en Suramérica, donde el mapa político registra cada vez más el ascenso de gobiernos impulsados por fuerzas populares que promueven un nuevo sentido de democracia y proyecto social.

 

En este contexto, se registra un repunte de las luchas por la democratización de la comunicación con una agenda que, entre otros puntos, plantea al reafirmación del carácter público de la comunicación y, por lo mismo, la necesidad de regulaciones para restringir la concentración de la propiedad de los de comunicación, garantizando la diversidad y la pluralidad; la democratización y transparencia de los mecanismos de concesión de frecuencias, en tanto recurso público escaso; la adopción de políticas con sentido de inclusión social –no tecnológico- para la implementación de las nuevas frecuencias digitales; la legalización de los medios del “tercer sector” (populares, comunitarios, etc.) y el derecho de los pueblos indígenas a tener sus propios medios; el reconocimiento de los derechos de las mujeres con un tratamiento específico y transversal, un régimen de propiedad intelectual que proteja el interés público, etc.

 

Otro signo de esta “época de cambios” es que se comienza a establecer nuevas bases para la integración, en la medida que ya no se la circunscribe a la acción de los gobiernos (por lo general en consonancia con círculos empresariales), pues abre las puertas a la participación de los movimientos sociales.  Este giro simbólicamente lo estableció el presidente Evo Morales, con ocasión de la II Cumbre Suramericana de Naciones (Cochabamba, 8-9 de diciembre 2006), pero ha sido recogido plenamente en el proceso de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).

 

En este plano, no se puede eludir el hecho que el lenguaje colonizador del “divide para reinar”, mediado por las elites criollas, ha logrado que en el imaginario colectivo de nuestros países sea común la sospecha, la descalificación, la rivalidad, cuando no la enemistad, frente a los vecinos, o bien la indiferencia y el desconocimiento respecto a los más distantes.  Por lo mismo, uno de los desafíos del campo popular es insistir para que este proceso de integración potencie el diálogo y, consecuentemente, habilite los canales y espacios de reencuentro y fraternidad entre pueblos; vale decir, para que contemple seriamente la cultura y la comunicación en tanto dimensiones para avanzar en el entendimiento solidario y fraterno que es indispensable para romper con la historia de subordinación y dependencia.

 

Al respecto, todavía se mantiene como una tarea pendiente la necesaria construcción de una agenda específica que ponga en movimiento las sinergias entre las redes sociales y esa “otra comunicación” que se ha venido vertebrando en confrontación al imperio del libre mercado.  La Campaña Continental contra el ALCA ya marcó un importante precedente, al congregar redes y coordinaciones de agencias y medios de comunicación alternativa y popular, de radios y TVs comunitarias y regionales, de blogs y sitios de Internet, de video y cine social, de observatorios de medios, etc., junto a movimientos sociales.  Pero también importa contar con definiciones, acuerdos y mecanismos con las redes regionales de información y comunicación pública que se están conformando al calor de la dinámica integracionista, cuya expresión más emblemática es Telesur.

 

Asimismo, cabe tener presente la importancia estratégica para la integración regional que tienen las nuevas tecnologías de información y comunicación, tanto para agilizar la intercomunicación entre países y pueblos, como por su potencial de desarrollo económico y sociocultural.  En este sentido, por ahora, se abre una gran expectativa ante la próxima puesta en órbita del satélite Simón Bolívar.

 

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En el curso de los últimos años, junto a la revitalización y ampliación de iniciativas de comunicación que expresan formas diversas de resistencia al sistema de comunicación imperante, también ha venido cobrando fuerza la perspectiva de un nuevo tejido comunicacional, imbricado con el tejido social que se está desarrollando como fuerza contrahegemónica.  Se trata de un reto a la creación e innovación, pues el cuestionamiento no se limita a los medios y su acceso, ni a una réplica discursiva, sino que interpela también el discurso, lenguajes mediáticos, estética, etc., como parte de la construcción de la nueva cultura y su lógica social.

 

En el campo de la comunicación, la fuerza ideológica dominante no radica tan solo en el inmenso poder de difusión de sus mensajes que le confiere el control de los grandes medios, sino que además está presente la capacidad de convalidar esos mensajes dentro del conjunto de los procesos sociales, en la organización social misma.  Por lo mismo, hay que tener presente que para el actual sistema de dominación, resulta consustantiva la institucionalización de los medios de comunicación como un especie de ente autónomo, con un cuerpo de especialistas y reglamentos propios, etc. que le cobijan de una “neutralidad” y “naturalidad”, cuya imagen ha penetrado todos los poros de la sociedad.  De ahí, por ejemplo, la tendencia al mimetismo que comúnmente se encuentra en prácticas que aspiran ser contestatarias.

 

Para encarar y superar esta realidad, no hay recetas ni fórmulas mágicas porque tal desafío implica la elaboración de propuestas consistentes teórica y prácticamente, tanto a partir de las experiencias y condiciones concretas de las luchas sociales, como del procesamiento de aciertos y errores tanto del presente como del acumulado histórico, y abierta a la crítica y al debate amplio.  Es un esfuerzo que convoca a pensar en políticas y estrategias comunicacionales contra-hegemónicas, de la mano de la nueva construcción cultural y social con sentido de humanidad, que solo puede ser colectivo.

 

En este trayecto, con las TICs –y debido a su abaratamiento- se ha creado una base tecnológica que puede permitir la organización y configuración de un sistema democrático de comunicación, a contracorriente de las fuerzas del mercado que quieren anular tal posibilidad.  Pero esa posibilidad coloca también desafíos que ameritan encararse desde ya.

 

De hecho, hay que tener presente que la propia Red está en disputa.  Aquí nos hemos referido al lado “amable” que presenta como potencial para el desarrollo de una plataforma democrática, pero tiene también un lado siniestro que nada tiene de democrático, como la violación de la privacidad, el fraude y el espionaje.  Y desde donde hay voces que anuncian unas futuras “Guerras en Red” (Netwar).

 

 

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1).Memoria del Encuentro Latinoamericano de Medios de Comunicación Alternativa y Popular, ALAI, Quito, diciembre 1993.

 

2) León, Osvaldo et al. Comunicación en Movimiento, ALAI, Quito, abril 2005, pp. 41-43.

 

(3) Robert White, “Democratization for Communication as a social movement process" in: The democratization of communication, Cardif, WACC and University of Wales Press, 1995, p. 93.

 

4) Claudia Korol, “Pedagogía popular de la comunicación”, América Latina en Movimiento No 426, año XXXI, ALAI, Quito,noviembre 2007, pp. 24-28.

 

5) Naomi Klein, No Logo: El poder de las marcas, Ed. Paidos S.A., Barcelona, 2001, pp. 456-57.

 

(6) La Minga Informativa (http://www.movimientos.org) está conformada por la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC/Vía Campesina), Red de Mujeres Transformando la Economía (REMTE-Marcha Mundial de Mujeres), Asamblea de Pueblos del Caribe, Enlace Indígena, Diálogo Sur-Sur LGBT, Grito de los Excluid@s, Jubileo Sur, Red de Mujeres Afrolatinoamericanas y Afrocaribeñas (RMAA), Convergencia de Movimientos de los Pueblos de las Américas COMPA, Agencia Latinoamericana de Información, Brasil de Fato y Revista Caminos.  “Minga” es una palabra kichwa que significa trabajo colectivo.

 

 

Osvaldo León, periodista ecuatoriano, es director de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI) y de la revista "América Latina en Movimiento".

Ponencia presentada en la VII Cumbre Social por la Unión Latinoamericana y Caribeña, Foro Los medios populares de comunicación como instrumento para el empoderamiento de los movimientos sociales y la democracia comunicacional, Caracas, Venezuela, 24-28 de septiembre de 2008.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/128464
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