Crisis alimentaria internacional

Una amenaza sin precedentes se cierne sobre los pobres del mundo

17/01/2008
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  • Opinión
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En su informe bianual de noviembre de 2007, “Perspectivas alimentarias”, la FAO advierte sobre el explosivo aumento de los precios de los alimentos a nivel mundial, y anuncia que esa tendencia se acentuará aún más en el futuro inmediato. Según el informe, los países en desarrollo serán los que sufrirán más esta “evolución del mercado”.

Como otros desastres y emergencias humanitarias que fueron anunciadas y previstas mucho tiempo antes de que ocurrieran -veamos el cambio climático o la creciente escasez de agua en vastas regiones del planeta-, hoy nos da alcance la mayor amenaza a la seguridad y la soberanía alimentarias que haya ocurrido en la historia de la humanidad.

Fiel a su perfil de ente tecnocrático y carente de compromiso social, la FAO se limita en su informe a relevar daños y anunciar tendencias, sin proponer explicaciones políticas y económicas de los hechos abominables que registra con frialdad polar.

Según esta institución, la “Factura mundial por las importaciones de alimentos alcanzará a 745.000 millones de dólares en 2007, lo que superaría en aproximadamente un 21 por ciento la del año anterior, alcanzando el nivel más alto que se recuerde. Una gran parte del aumento previsto se debería a los mayores gastos en productos derivados de cereales, a pesar de las reducciones netas de los volúmenes importados de dichos productos. Ello se debe al fuerte aumento de los precios, especialmente del trigo, pero también a las tarifas de los fletes, que se han duplicado desde el año pasado, ejerciendo presión sobre la capacidad de los países para pagar sus importaciones. La combinación de los precios en rápido aumento con el nivel récord de las tarifas de los fletes explica también las facturas mundiales mucho más elevadas de los productos lácteos y aceites vegetales importados”.

A la hora de discriminar la parte de cada cual en esta gigantesca torta, el informe establece que los “países desarrollados” gastaron en 2007 cerca de 511 mil millones de dólares en importar alimentos, mientras que los “países en desarrollo” importaron por sólo 283 mil millones de dólares en el mismo período. A estas cifras es necesario agregarle que en los países desarrollados vive menos del 20 por ciento de la humanidad; no obstante, gasta casi el doble de dinero que el otro 80 por ciento en importar alimentos.

Pero aún hay cosas peores, como por ejemplo que en gran parte de los países no desarrollados donde se carece de alimentos suficientes, accesibles y de calidad para la población, se utilizan vastos territorios para producir los cereales y las carnes que se exportan hasta la última gota hacia los opulentos países desarrollados. Como quien dice, les sacan la comida de la boca.

Ampliar el diafragma de la conciencia

Quizás haya que esperar a que aparezca un Al Gore -con todas sus ambigüedades- de la soberanía alimentaria para que se tome una cabal conciencia de lo que se nos avecina, o mejor dicho, de lo que ya estamos viviendo. Tal vez un personaje así consiga atravesar los filtros mediáticos, institucionales y gubernamentales para popularizar el concepto de que el modelo agrícola de la Revolución Verde implantado por las mismas empresas más tarde promotoras de la ingeniería genética aplicada a los cultivos, venía configurando este escenario actual. Las megatransnacionales de las semillas y los agrotóxicos, el procesamiento y la distribución de los productos agrícolas deciden hoy qué se planta dónde, quién lo hará y a qué precio se venderán esas cosechas, en muchas ocasiones compradas y distribuidas en el mundo por ellas mismas.

La agricultura se ha consolidado como un rubro más de inversión en cuya lógica sólo importa cuánto dinero se gana y en cuánto tiempo. Las agroindustrias ya han expulsado del campo a millones de agricultores familiares. Los alimentos que producían han desaparecido junto con ellos. En sus tierras ahora crecen monocultivos de soja, maíz, caña de azúcar y otros, todos cultivos con fines industriales como los agrocombustibles o las raciones para el ganado estabulado.

Entre los afectados por este éxodo se encuentran los pequeños tamberos, los tambos familiares que, presionados por el incremento casi especulativo del precio de la tierra -compra o arriendo- ceden y abandonan la actividad. Las grandes “factorías de leche” no alcanzan a abastecer una demanda mundial en aumento, arrastrada por un ciclo de crecimiento de algunas economías en desarrollo que han multiplicado su consumo de productos lácteos. La forestación masiva sin planes de ordenamiento territorial está amenazando y ya afectando la productividad de tradicionales cuencas lecheras, ya que compiten por la tierra y por el agua.

El reino del revés

En Uruguay hay desabastecimiento de leche fresca en el mercado interno mientras se exporta más leche en polvo que nunca, en Argentina el gobierno limita las exportaciones de trigo y carne, en Brasil se importan frijoles negros para que coma el pueblo y se exportan granos de soja para el ganado europeo, en Colombia ya no se planta maíz, en Paraguay desaparece la tradicional “economía campesina del algodón” asediada por la soja, en la Amazonia pasta el ganado y crece la soja transgénica.

La actual crisis alimentaria no se origina en una escasez de alimentos, o en una imposibilidad técnica o climática de producirlos, sino en el rediseño de la economía agrícola mundial en beneficio aún mayor de las grandes transnacionales. Un proyecto que empezó hace algo más de 50 años con la Revolución Verde.

Y según el informe de la FAO, esto no hará sino empeorar: “Los países en desarrollo en su conjunto podrían hacer frente este año a aumentos del 25 por ciento en las facturas totales de las importaciones de alimentos –afirma el referido trabajo -. De ellos, los que cargarían con el peso mayor son los países económicamente más vulnerables, previéndose que los gastos totales de los países ‘menos avanzados’ (MA) y los ‘países con bajos ingresos y déficit alimentario’ (PBIDA) ascenderían, respectivamente, un 20 y 24 por ciento con respecto al año pasado, después de haber experimentado cada grupo un aumento del orden del 10 por ciento con respecto al año anterior. El incremento sostenido de los gastos en alimentos importados para ambos grupos de países vulnerables es alarmante. Hoy por hoy, su cesta de importaciones alimentarias anuales podría costar mucho más del doble que en 2000”, dice el informe.

Los técnicos de la FAO admiten que en los próximos meses los precios de los alimentos en los mercados internacionales se mantendrán muy altos, por lo que “la situación podría empeorar determinando una disminución de las importaciones y del consumo en muchos PBIDA, especialmente en aquellos en los que las reservas alimentarias son ya muy escasas”.

Estas expresiones edulcoradas y eufemismos tendrán su trágica traducción a la realidad de los pobres del mundo, de los más débiles, de los más vulnerables, de aquellos que muchas veces teniéndolo todo se ven privados hasta de la propia vida, inmolados en el altar de los nuevos dogmas “divinos” como el mercado, el consumo, el comercio internacional.

Urge entonces más que nunca la revitalización de objetivos como una reforma agraria orientada hacia la agricultura familiar, la promoción de una economía que tenga por eje a la comunidad humana y su seguridad ambiental, la práctica de un comercio justo con base en la solidaridad, la planificación de un uso armónico y sustentable de los recursos naturales y del territorio, la educación para la libertad en comunidad, el trabajo para la creación de riqueza colectiva, el desarrollo de todas las personas y de toda la persona.

Fuente: Servicio Informativo de la Regional Latinoamericana (SIREL) de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación, Agrícolas, Hoteles, Restaurantes, Tabaco y Afines (Rel-UITA) http://www.rel-uita.org

https://www.alainet.org/es/articulo/125228?language=es
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