Los lugares más duros del mundo
02/01/2008
- Opinión
Un año más, al finalizar la estación de las lluvias, la familia de Arubu y otras de la etnia Kerayou, en Etiopía, se disponían a iniciar el periplo hacia las tierras verdes, donde sus rebaños de cabras pudieran pastar y beber. Como ellos, hay 200 millones de pastores en el mundo que utilizan esta estrategia para vivir en los lugares del planeta más difíciles, zonas de desierto, polvo y viento.
Partieron hacia el Este, como hicieron cinco o seis años atrás, donde siempre hubo áreas de pastoreo, pero la sequía parecía haber sido más fuerte de lo habitual. Caminaron aún más lejos, pero todo seguía siendo árido, apenas unos brotes insuficientes para el ganado. Arubu preguntó a los habitantes de la región, que le explicaron cómo habían soportado varios años de muy poca lluvia. En medio del paisaje desolado, un anciano de ojos claros, Turku, dijo que algo pasaba con el clima, que estaba cambiando. Nunca hubo sequías como ésta, dijo Turku, mirando al cielo.
Tuvieron que cambiar de rumbo, no tenían otra alternativa. Esta vez se dirigirían hacia el Sur, tierras de sabana, con acacias y buenos pastos. La tribu Kerayu siempre tuvo un gran tesón y, en fin, sólo era cuestión de un par de semanas más caminando. Lamentablemente algunas cabras no soportaron la travesía y el rebaño de Arubu empezó a diezmar. A pocos kilómetros de su destino encontraron letreros que indicaban la creación de un parque natural. Estaba prohibido el paso a los pastores y su ganado. El parque es refugio para animales salvajes, pero sobre todo es un gran negocio para los touroperadores internacionales. Las cabras flacas de Arubu desentonan con las fotos del safari.
Arubu se reunió con los cabeza de familia Kerayou para valorar la situación. Debían tomar una nueva ruta, pese al esfuerzo que representaría para ellos y su ganado. Los más viejos recordaban que más allá, rodeando el parque, había buenas zonas de pasto. Las mujeres y los niños más pequeños se quedarían en el campamento esperando el resultado del viaje. Ya era urgente encontrar comida y agua y seguían muriendo los animales más frágiles. Así hicieron, pero después de cinco días de camino unas vallas se interpusieron de nuevo. Protegían enormes extensiones de caña de azúcar, un cultivo que nunca se había dado en esa región. Arubu llegó hasta la aldea próxima para saber qué ocurría y la encontró prácticamente despoblada. Sólo encontró dos niños que jugaban a canicas con unas piedras y que le dijeron: «Nuestro papá trabaja como vigilante en la plantación. Llegaron unos señores, compraron todas las tierras y ahora sólo mi papá tiene trabajo. Los demás se marcharon a la ciudad». «¿Y qué planta es ésa?», preguntó Arubu. «Se llama caña de azúcar y hace el zumo dulce que comen los coches de los blancos».
- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España)
http://www.veterinariossinfronteras.org
Partieron hacia el Este, como hicieron cinco o seis años atrás, donde siempre hubo áreas de pastoreo, pero la sequía parecía haber sido más fuerte de lo habitual. Caminaron aún más lejos, pero todo seguía siendo árido, apenas unos brotes insuficientes para el ganado. Arubu preguntó a los habitantes de la región, que le explicaron cómo habían soportado varios años de muy poca lluvia. En medio del paisaje desolado, un anciano de ojos claros, Turku, dijo que algo pasaba con el clima, que estaba cambiando. Nunca hubo sequías como ésta, dijo Turku, mirando al cielo.
Tuvieron que cambiar de rumbo, no tenían otra alternativa. Esta vez se dirigirían hacia el Sur, tierras de sabana, con acacias y buenos pastos. La tribu Kerayu siempre tuvo un gran tesón y, en fin, sólo era cuestión de un par de semanas más caminando. Lamentablemente algunas cabras no soportaron la travesía y el rebaño de Arubu empezó a diezmar. A pocos kilómetros de su destino encontraron letreros que indicaban la creación de un parque natural. Estaba prohibido el paso a los pastores y su ganado. El parque es refugio para animales salvajes, pero sobre todo es un gran negocio para los touroperadores internacionales. Las cabras flacas de Arubu desentonan con las fotos del safari.
Arubu se reunió con los cabeza de familia Kerayou para valorar la situación. Debían tomar una nueva ruta, pese al esfuerzo que representaría para ellos y su ganado. Los más viejos recordaban que más allá, rodeando el parque, había buenas zonas de pasto. Las mujeres y los niños más pequeños se quedarían en el campamento esperando el resultado del viaje. Ya era urgente encontrar comida y agua y seguían muriendo los animales más frágiles. Así hicieron, pero después de cinco días de camino unas vallas se interpusieron de nuevo. Protegían enormes extensiones de caña de azúcar, un cultivo que nunca se había dado en esa región. Arubu llegó hasta la aldea próxima para saber qué ocurría y la encontró prácticamente despoblada. Sólo encontró dos niños que jugaban a canicas con unas piedras y que le dijeron: «Nuestro papá trabaja como vigilante en la plantación. Llegaron unos señores, compraron todas las tierras y ahora sólo mi papá tiene trabajo. Los demás se marcharon a la ciudad». «¿Y qué planta es ésa?», preguntó Arubu. «Se llama caña de azúcar y hace el zumo dulce que comen los coches de los blancos».
- Gustavo Duch Guillot es director de Veterinarios sin Fronteras (España)
http://www.veterinariossinfronteras.org
https://www.alainet.org/es/articulo/124961?language=en
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