Desetiquetar la guerra sexual
11/12/2007
- Opinión
Apuntes sobre la relación entre el género y el conflicto armado colombiano
Este artículo pretende revitalizar la discusión de los roles tradicionales sexuales de la guerra, a partir de los testimonios de dos víctimas del conflicto armado colombiano. Tales testimonios hacen parte de una investigación periodística llamada “Voces y rostros: víctimas de la guerra”, realizada entre octubre de 2006 y julio de 2007[1]. Si bien la metodología no tuvo un enfoque de género, la misma dinámica de trabajo con víctimas, casi todas mujeres, fue trazando una mirada relacionada con lo femenino en la guerra. A través de unos extractos que presentaremos a continuación pretendemos caracterizar cómo se traslapan roles típicos de géneros, cómo se reconstruyen las narraciones y cómo se resignifican los territorios habitados. Más que conclusiones, buscamos plantear algunas preguntas sobre la manera como las investigaciones sociales recrean las estadísticas, y cuál sería el rol de los testimonios de las víctimas desde su propia identidad, la cual evidentemente va más allá de ser hombre o mujer, o de lo que se espera que ocurra dependiendo de su sexo.
Marta: el patriarcalismo subvertido
“Toda mi vida fui campesina hasta el año 98. Desde entonces tuve dos desplazamientos del campo a la ciudad y uno intraurbano. Desde la edad de 11 años fui una mujer que tuve que asumir muchas responsabilidades porque mi padre muere cuando yo era muy niña. Yo era como cualquier hombre, tirando machete, cogiendo café, sembrando yuca, recogiendo yuca, todas esas labores yo las hacía.
Cuando empezó la guerra fue mucha mujer violentada, desaparecida, señalada de pertenecer a algún grupo guerrillero, porque querían que nosotros les diéramos información de la guerrilla y nosotros les decíamos, ‘es que nosotros estamos laborando la tierra, cultivando nuestros productos y no andamos con ninguna arma, con ningún grupo armado’.
En ese entonces nosotros nos encontramos con muchas otras familias desplazadas que querían hablar de esa situación. Fue cuando decidimos organizarnos. Eso fue muy importante, porque entre todos un día cualquiera empezamos a encontrarnos, con personas que uno nunca había visto y de muchísimas regiones. Nosotros quisimos que fuera una asociación conformada por desplazados para desplazados. Quién mejor que nosotros que ya vivimos la historia para poder entender a los nuevos desplazados que fueran llegando. Los que estábamos al frente como líderes, nos llenamos un poco de entendimiento, de capacidad frente a la gestión y para el asesoramiento y la compañía a una familia cuando llega a al ciudad.
El desplazamiento en la mujer afecta el rol que tiene que cumplir al llegar a la ciudad, al ejercer este doble papel de padre y madre y jefe de hogar. Porque el hombre en general está acostumbrado a ser el patrón de su casa, porque en el campo él es el que va a la tienda, el que hace el mercado, el que negocia, el que compra, el que vende y casi la mujer no nos dedicamos a esas cosas. Entonces al llegar a la ciudad, ya se siente ‘maniatado’, ya no tiene empleo, reconocimiento, los amigos para compincharse. El otro problema es no estar acostumbrado a ver a su compañera arreglada, echarse un labial, peinarse distinto y salir a la calle y estar todo el día en la calle y no saber qué está haciendo.
Yo sufrí lo que estoy contando es porque lo viví en carne propia, porque el papá de mis hijos se encerró, se arrinconó como se dice en un rincón de ese rancho y el tipo de allí no se paraba, se convirtió en un amargado de tiempo completo. Entonces eso es difícil, esa situación para uno es muy duro porque empieza ese nuevo conflicto que aparte de saber que estoy en un lugar desconocido, que creen quién sabe quién soy yo, que no consigo llevarle la comida a mis hijos, el otro allá en la casa está pensando que yo quién sabe que estoy saliendo a la calle, qué estoy haciendo, que pa’ dónde es que me voy porque no consigo trabajo”.
Francisco: entre el rol de madre y padre
“Yo no soy víctima de esos grupos armados. He perdido mis tierras donde yo vivía y pasaba bueno. Porque la finca donde yo vivía cosechaba el arroz, el maíz, fríjol, el revuelto, mantenía cerdos, la señora mantenía buenas gallinas. En esa parte éramos mucha comunidad, éramos ocho veredas que nos desplazamos, ocho veredas que ya no podemos trabajar en esas tierras, por caminos minados.
Nos recogimos acá cerca del pueblo, hicimos como pudimos una parcelita. Donde estaba no faltaba la vaquita de leche, la mulita vestida de caballo para sacar la carguita… y ahora tuvimos que venir acá a comprar todo: panela, fríjol, maíz, hasta el revuelto porque son tierras muy estériles. Las tierras abandonadas son las tierras productivas.
A mí me da tristeza porque yo he sido una persona muy agricultora (…) Trabajábamos con mis hijos, porque todo lo que yo conseguía lo metía en tierras alindes para que mis hijos crecieran y tuvieran en donde trabajar.
Tuve unos hijos educados. Yo les di estudio como pobre: la primaria únicamente (…) Hace unos cinco años la guerrilla se apoderó de esos campos. Yo tenía cuatro hijos que me ayudaban a trabajar y les caminaban a ellos como le caminaban a una novia: ‘Vámonos porque usted con esta arma y este fusil queda muy cachaco, usted queda muy bonito con ésta’. Muchachas bonitas, como que las mandaban pa’ que los sacaran.
Gracias a mi Dios yo soy muy devoto a los santos, yo le pedía que les diera resistencia a los hijos, les diera un ánimo pa’ que dijeran que no, que no aceptaran porque tenían que ayudarme. Ellos les decían: ‘no, mi papá es muy pobre y tenemos que jornalear para levantar la familia, entonces nosotros lo queremos mucho y no queremos dejarlo solo’. Estos hijos míos se aguantaban esos carretazos que les echaban. Eran jóvenes de 18 años, independientes, pero como eran de familia tan bien manejada, y al ver los manejos míos que no era vagabundo, vicioso, ni nada… en total eran nueve hijos.
Los muchachos míos se fueron aburriendo, yo también. Como en casi todas las familias donde había muchachos se iban con esa gente. Entonces yo pídale a los santos… ya no había familia más que en la casa mía. Entonces se vinieron para la capital, por ahí por unas areperías, porque ya no se aguantaban allá por miedo a que los sacaran a las malas”. “Ahora yo estoy en la finca solo. Estoy en esta asociación de víctimas y ya estoy muy animado. En los encuentros uno escucha cosas muy dolorosas: madres viudas que han pasado por tragos muy amargos, yo gracias a Dios no me ha pasado por tragos pero sí por muchos sustos. Uno en el campo vive todo sicosiado con los unos y con los otros, porque ya de pronto en el ejército se van dizque paramilitares… Pues yo he sido valiente, he estado en la vereda constante en la que estoy porque hemos pasado por tragos muy miedosos.
Yo tengo 57 años y me siento con los ánimos, si Dios quiere, de meterme a esas tierras a rozar y cosechar lo mismo que trabajaba, maíz, arroz, ‘frisol’, revuelto y a trabajar lo mismo. Me siento con esos ánimos”.
En 2005, la relatora sobre los Derechos de la Mujer de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Susana Villarán, explicó en un informe[2] que “tanto los hombres como las mujeres son víctimas de crímenes perpetrados por todos los actores del conflicto armado, pero en el caso de las mujeres, a los actos de violencia física y psicológica, se suman agresiones y delitos de índole sexual”.
A lo largo de la historia, desde Homero y Jenofonte, se ha caracterizado a la mujer como un botín de guerra y al hombre en su papel patriarcal o como víctima que muere. No es distinto el conflicto colombiano, donde algunas estadísticas lo confirman: mientras los hombres son los más afectados por torturas (90%), desapariciones (94%), secuestros (82%) y asesinatos (94%), las mujeres son quienes sufren la violencia sexual[3].
Sin negar la importancia de estas cifras, urgen también los análisis que superen las dicotomías estadísticas entre hombres y mujeres y afinen una perspectiva de género que vaya más allá de diferencias meramente sexuales y reconozca a las personas desde sus identidades. La antropóloga Donny Meertens[4] considera que cualquier investigación sobre desplazamiento y víctimas debe partir de, mínimo, tres puntos:
1. Desnaturalizar las relaciones sociales entre hombres y mujeres.
2. Inscribirse en un enfoque de derechos, sin limitarse a la normatividad jurídica.
3. Incorporar y validar de nuevo ámbitos de estudio.
Al examinar los procesos sociales subyacentes a las violencias que afectan a las víctimas, se abre el camino para un “enfoque diferencial”, no sólo desde categorías sexuales sino desde las vulnerabilidades, necesidades, protección y atención; así como las rupturas que ocurren tanto a nivel material como en sus subjetividades[5].
Por tal motivo, vale la pena ampliar las discusiones entorno al valor del testimonio de las víctimas, principalmente en esas narraciones donde se visibilizan las subordinaciones, las subjetividades y la importancia que recobran las violencias en lo privado como tema público[6]. Ya que esta población es protagonista de historias con múltiples referentes territoriales, vínculos familiares cambiantes, y reconfiguraciones identitarias, el análisis del conflicto armado y del sujeto social se complejiza. Así, la división entre lo masculino y lo femenino, no queda relegado a la etiqueta sexual, sino al universo de la experiencia del sujeto.
Notas
[1] Esta investigación fue financiada por AVINA (www.avina.net ). Los testimonios recopilados serán presentados en las emisoras de la Radio Nacional de Colombia en septiembre de 2007 y se encuentran disponibles en la página web del grupo: www.vocesyrostros.org
[2] CIDH (2006). Las mujeres frente a la violencia y la discriminación derivadas del conflicto armado en Colombia. Organización de Estados Americanos (OEA). Documento oficial.
[3] Amnistía Internacional. COLOMBIA: Datos y Cifras. Cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto armado. Informe anual. 2004.
[4] Meertens Donny (2006). Reflexiones éticas, metodológicas y conceptuales sobre la investigación en desplazamiento y género. En: Investigación y desplazamiento forzado. Reflexiones Éticas y metodológicas. Martha Nubia Bello (ed). Colciencias, Bogotá.
[5] Meertens Donny (2004). Género, desplazamiento y derechos. En: Desplazamiento forzado: Dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo. ACNUR, Universidad Nacional de Colombia.
[6] Para profundizar sobre este tema se recomienda ver: Meertens Donny (2006). Reflexiones éticas, metodológicas y conceptuales sobre la investigación en desplazamiento y género. En: Investigación y desplazamiento forzado. Reflexiones Éticas y metodológicas. Martha Nubia Bello (ed). Colciencias, Bogotá.
- Nathalia Salamanca es comunicadora social y Rodolfo Andrés Hernández es antropólogo.
Fuente: Actualidad Colombiana, Boletín Quincenal, Edición 464
http://www.actualidadcolombiana.org/
Este artículo pretende revitalizar la discusión de los roles tradicionales sexuales de la guerra, a partir de los testimonios de dos víctimas del conflicto armado colombiano. Tales testimonios hacen parte de una investigación periodística llamada “Voces y rostros: víctimas de la guerra”, realizada entre octubre de 2006 y julio de 2007[1]. Si bien la metodología no tuvo un enfoque de género, la misma dinámica de trabajo con víctimas, casi todas mujeres, fue trazando una mirada relacionada con lo femenino en la guerra. A través de unos extractos que presentaremos a continuación pretendemos caracterizar cómo se traslapan roles típicos de géneros, cómo se reconstruyen las narraciones y cómo se resignifican los territorios habitados. Más que conclusiones, buscamos plantear algunas preguntas sobre la manera como las investigaciones sociales recrean las estadísticas, y cuál sería el rol de los testimonios de las víctimas desde su propia identidad, la cual evidentemente va más allá de ser hombre o mujer, o de lo que se espera que ocurra dependiendo de su sexo.
Marta: el patriarcalismo subvertido
“Toda mi vida fui campesina hasta el año 98. Desde entonces tuve dos desplazamientos del campo a la ciudad y uno intraurbano. Desde la edad de 11 años fui una mujer que tuve que asumir muchas responsabilidades porque mi padre muere cuando yo era muy niña. Yo era como cualquier hombre, tirando machete, cogiendo café, sembrando yuca, recogiendo yuca, todas esas labores yo las hacía.
Cuando empezó la guerra fue mucha mujer violentada, desaparecida, señalada de pertenecer a algún grupo guerrillero, porque querían que nosotros les diéramos información de la guerrilla y nosotros les decíamos, ‘es que nosotros estamos laborando la tierra, cultivando nuestros productos y no andamos con ninguna arma, con ningún grupo armado’.
En ese entonces nosotros nos encontramos con muchas otras familias desplazadas que querían hablar de esa situación. Fue cuando decidimos organizarnos. Eso fue muy importante, porque entre todos un día cualquiera empezamos a encontrarnos, con personas que uno nunca había visto y de muchísimas regiones. Nosotros quisimos que fuera una asociación conformada por desplazados para desplazados. Quién mejor que nosotros que ya vivimos la historia para poder entender a los nuevos desplazados que fueran llegando. Los que estábamos al frente como líderes, nos llenamos un poco de entendimiento, de capacidad frente a la gestión y para el asesoramiento y la compañía a una familia cuando llega a al ciudad.
El desplazamiento en la mujer afecta el rol que tiene que cumplir al llegar a la ciudad, al ejercer este doble papel de padre y madre y jefe de hogar. Porque el hombre en general está acostumbrado a ser el patrón de su casa, porque en el campo él es el que va a la tienda, el que hace el mercado, el que negocia, el que compra, el que vende y casi la mujer no nos dedicamos a esas cosas. Entonces al llegar a la ciudad, ya se siente ‘maniatado’, ya no tiene empleo, reconocimiento, los amigos para compincharse. El otro problema es no estar acostumbrado a ver a su compañera arreglada, echarse un labial, peinarse distinto y salir a la calle y estar todo el día en la calle y no saber qué está haciendo.
Yo sufrí lo que estoy contando es porque lo viví en carne propia, porque el papá de mis hijos se encerró, se arrinconó como se dice en un rincón de ese rancho y el tipo de allí no se paraba, se convirtió en un amargado de tiempo completo. Entonces eso es difícil, esa situación para uno es muy duro porque empieza ese nuevo conflicto que aparte de saber que estoy en un lugar desconocido, que creen quién sabe quién soy yo, que no consigo llevarle la comida a mis hijos, el otro allá en la casa está pensando que yo quién sabe que estoy saliendo a la calle, qué estoy haciendo, que pa’ dónde es que me voy porque no consigo trabajo”.
Francisco: entre el rol de madre y padre
“Yo no soy víctima de esos grupos armados. He perdido mis tierras donde yo vivía y pasaba bueno. Porque la finca donde yo vivía cosechaba el arroz, el maíz, fríjol, el revuelto, mantenía cerdos, la señora mantenía buenas gallinas. En esa parte éramos mucha comunidad, éramos ocho veredas que nos desplazamos, ocho veredas que ya no podemos trabajar en esas tierras, por caminos minados.
Nos recogimos acá cerca del pueblo, hicimos como pudimos una parcelita. Donde estaba no faltaba la vaquita de leche, la mulita vestida de caballo para sacar la carguita… y ahora tuvimos que venir acá a comprar todo: panela, fríjol, maíz, hasta el revuelto porque son tierras muy estériles. Las tierras abandonadas son las tierras productivas.
A mí me da tristeza porque yo he sido una persona muy agricultora (…) Trabajábamos con mis hijos, porque todo lo que yo conseguía lo metía en tierras alindes para que mis hijos crecieran y tuvieran en donde trabajar.
Tuve unos hijos educados. Yo les di estudio como pobre: la primaria únicamente (…) Hace unos cinco años la guerrilla se apoderó de esos campos. Yo tenía cuatro hijos que me ayudaban a trabajar y les caminaban a ellos como le caminaban a una novia: ‘Vámonos porque usted con esta arma y este fusil queda muy cachaco, usted queda muy bonito con ésta’. Muchachas bonitas, como que las mandaban pa’ que los sacaran.
Gracias a mi Dios yo soy muy devoto a los santos, yo le pedía que les diera resistencia a los hijos, les diera un ánimo pa’ que dijeran que no, que no aceptaran porque tenían que ayudarme. Ellos les decían: ‘no, mi papá es muy pobre y tenemos que jornalear para levantar la familia, entonces nosotros lo queremos mucho y no queremos dejarlo solo’. Estos hijos míos se aguantaban esos carretazos que les echaban. Eran jóvenes de 18 años, independientes, pero como eran de familia tan bien manejada, y al ver los manejos míos que no era vagabundo, vicioso, ni nada… en total eran nueve hijos.
Los muchachos míos se fueron aburriendo, yo también. Como en casi todas las familias donde había muchachos se iban con esa gente. Entonces yo pídale a los santos… ya no había familia más que en la casa mía. Entonces se vinieron para la capital, por ahí por unas areperías, porque ya no se aguantaban allá por miedo a que los sacaran a las malas”. “Ahora yo estoy en la finca solo. Estoy en esta asociación de víctimas y ya estoy muy animado. En los encuentros uno escucha cosas muy dolorosas: madres viudas que han pasado por tragos muy amargos, yo gracias a Dios no me ha pasado por tragos pero sí por muchos sustos. Uno en el campo vive todo sicosiado con los unos y con los otros, porque ya de pronto en el ejército se van dizque paramilitares… Pues yo he sido valiente, he estado en la vereda constante en la que estoy porque hemos pasado por tragos muy miedosos.
Yo tengo 57 años y me siento con los ánimos, si Dios quiere, de meterme a esas tierras a rozar y cosechar lo mismo que trabajaba, maíz, arroz, ‘frisol’, revuelto y a trabajar lo mismo. Me siento con esos ánimos”.
En 2005, la relatora sobre los Derechos de la Mujer de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Susana Villarán, explicó en un informe[2] que “tanto los hombres como las mujeres son víctimas de crímenes perpetrados por todos los actores del conflicto armado, pero en el caso de las mujeres, a los actos de violencia física y psicológica, se suman agresiones y delitos de índole sexual”.
A lo largo de la historia, desde Homero y Jenofonte, se ha caracterizado a la mujer como un botín de guerra y al hombre en su papel patriarcal o como víctima que muere. No es distinto el conflicto colombiano, donde algunas estadísticas lo confirman: mientras los hombres son los más afectados por torturas (90%), desapariciones (94%), secuestros (82%) y asesinatos (94%), las mujeres son quienes sufren la violencia sexual[3].
Sin negar la importancia de estas cifras, urgen también los análisis que superen las dicotomías estadísticas entre hombres y mujeres y afinen una perspectiva de género que vaya más allá de diferencias meramente sexuales y reconozca a las personas desde sus identidades. La antropóloga Donny Meertens[4] considera que cualquier investigación sobre desplazamiento y víctimas debe partir de, mínimo, tres puntos:
1. Desnaturalizar las relaciones sociales entre hombres y mujeres.
2. Inscribirse en un enfoque de derechos, sin limitarse a la normatividad jurídica.
3. Incorporar y validar de nuevo ámbitos de estudio.
Al examinar los procesos sociales subyacentes a las violencias que afectan a las víctimas, se abre el camino para un “enfoque diferencial”, no sólo desde categorías sexuales sino desde las vulnerabilidades, necesidades, protección y atención; así como las rupturas que ocurren tanto a nivel material como en sus subjetividades[5].
Por tal motivo, vale la pena ampliar las discusiones entorno al valor del testimonio de las víctimas, principalmente en esas narraciones donde se visibilizan las subordinaciones, las subjetividades y la importancia que recobran las violencias en lo privado como tema público[6]. Ya que esta población es protagonista de historias con múltiples referentes territoriales, vínculos familiares cambiantes, y reconfiguraciones identitarias, el análisis del conflicto armado y del sujeto social se complejiza. Así, la división entre lo masculino y lo femenino, no queda relegado a la etiqueta sexual, sino al universo de la experiencia del sujeto.
Notas
[1] Esta investigación fue financiada por AVINA (www.avina.net ). Los testimonios recopilados serán presentados en las emisoras de la Radio Nacional de Colombia en septiembre de 2007 y se encuentran disponibles en la página web del grupo: www.vocesyrostros.org
[2] CIDH (2006). Las mujeres frente a la violencia y la discriminación derivadas del conflicto armado en Colombia. Organización de Estados Americanos (OEA). Documento oficial.
[3] Amnistía Internacional. COLOMBIA: Datos y Cifras. Cuerpos marcados, crímenes silenciados. Violencia sexual contra las mujeres en el marco del conflicto armado. Informe anual. 2004.
[4] Meertens Donny (2006). Reflexiones éticas, metodológicas y conceptuales sobre la investigación en desplazamiento y género. En: Investigación y desplazamiento forzado. Reflexiones Éticas y metodológicas. Martha Nubia Bello (ed). Colciencias, Bogotá.
[5] Meertens Donny (2004). Género, desplazamiento y derechos. En: Desplazamiento forzado: Dinámicas de guerra, exclusión y desarraigo. ACNUR, Universidad Nacional de Colombia.
[6] Para profundizar sobre este tema se recomienda ver: Meertens Donny (2006). Reflexiones éticas, metodológicas y conceptuales sobre la investigación en desplazamiento y género. En: Investigación y desplazamiento forzado. Reflexiones Éticas y metodológicas. Martha Nubia Bello (ed). Colciencias, Bogotá.
- Nathalia Salamanca es comunicadora social y Rodolfo Andrés Hernández es antropólogo.
Fuente: Actualidad Colombiana, Boletín Quincenal, Edición 464
http://www.actualidadcolombiana.org/
https://www.alainet.org/es/articulo/124698
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