Quienes carecemos de petróleo también tenemos derechos
- Opinión
El siglo XXI se ha iniciado con una crisis energética y todos tendremos que lidiar con ella, y con sus consecuencias ambientales. En estas circunstancias, la discusión sobre las fuentes de energía más adecuadas para sostener el desenvolvimiento de los países latinoamericanos ‑‑y especialmente en los países carentes de petróleo‑‑ tiene un valor estratégico para nuestros pueblos.
En la historia de las civilizaciones cada etapa del desarrollo se ha vinculado a la explotación de determinadas fuentes de energía y, con frecuencia, las crisis y transformaciones se han correspondido con la mejor explotación, el agotamiento y el reemplazo de los respectivos recursos energéticos.
Así, hasta la era de los “descubrimientos” el progreso europeo se sustentó en el aprovechamiento de la energía hidráulica y la eólica, y las conquistas europeas en África, Asia y América se hicieron posibles gracias a sucesivos progresos en el empleo de la energía eólica en la navegación. Más tarde, en el siglo XIX, el rápido crecimiento de la industria y los transportes se consiguió al introducirse la máquina de vapor, y el carbón mineral o coke como fuente de energía térmica para alimentarla. Rico en energía, el carbón permitió un fuerte aumento de la capacidad productiva, que sustentó la revolución de la industria, la navegación y el ferrocarril del siglo XIX e inicios del XX.
Dos épocas
Recordarlo nos permite distinguir dos momentos de diferentes cualidades. Mientras los progresos dependieron del aprovechamiento de corrientes de agua o aire, todo ello se basó en el aprovechamiento de fuentes de energía limpias y además renovables. Es decir, que su explotación no contamina el ambiente y están disponibles de forma prácticamente inagotable. Por el contrario, el carbón, quemado para las máquinas de vapor a la postre constituyó una de las fuentes de contaminación ambiental más dañinas de la historia y, además, requirió explotar yacimientos que al cabo se van agotando.
El carbón mineral fue la primera explotación masiva de un recurso que permite obtener un alto rendimiento en corto plazo, pero que enseguida acumula determinados inconvenientes. Es un fósil --no es renovable puesto que su formación toma millones de años--, su combustión es muy contaminante, solo ciertos países poseen yacimientos y su disponibilidad finalmente se agota, lo que origina una gradual tendencia hacia la escasez. Aún así, en el caso del carbón esto último no llegó a convertirse en un asunto muy crítico porque el petróleo vino a remplazarlo antes de que los yacimientos carboníferos se acabaran.[1]
Así pues, el tema energético supone por lo menos tres factores: rendimiento, contaminación y disponibilidad. El primero implica obtener mayor o menor cantidad de fuerza motriz a mayor o menor costo; el segundo, la posibilidad de conseguirla con mayores o menores consecuencias de polución ambiental, y el tercero tener acceso a las necesarias cantidades del recurso energético requerido para que sus usuarios puedan producir, transportar y competir.
A inicios del siglo XX, la introducción del motor de combustión interna pronto alcanzó rendimientos mucho mayores que la máquina de vapor, utilizando gasolina u otros derivados del petróleo. Además, con grados de contaminación relativamente menos intensos que los causados por el carbón, aunque aún demasiado contaminantes cuando se junta una creciente cantidad de motores.
Así, casi todos los desarrollos posteriores, sobre todo luego de la primera guerra mundial, estuvieron vinculados al uso mecánico de los derivados del petróleo.
En general, cada una de esas etapas históricas tuvo un período inicial de explotación exitosa de determinadas fuentes principales de energía, capaces de alcanzar mayores rendimientos en la producción y el transporte, así como subsiguientes períodos de creciente escasez y encarecimiento de las respectivas fuentes de energía ‑‑acompañados de esfuerzos por lograr mayor eficiencia en su explotación-- y, finalmente, por su progresivo reemplazo por otras fuentes y máquinas capaces de alimentar nuevos instrumentos de producción y transporte.
Desde finales del siglo pasado, estamos viviendo una de esas etapas de crisis y reemplazo: luego de explotar máquinas y rendimientos movidos por diversos derivados del petróleo, hemos entrado en un período en el cual este recurso ya es cuestionado y entra en su curva descendiente, una vez que las reservas de hidrocarburos muestran una tendencia a la escasez, y que el abuso de su utilización ha acumulado excesivos efectos de contaminación ambiental, que amenazan con detonar una grave crisis mundial.
Eso, entre otras cosas, nos advierte que ya estamos metidos en un problema global que se ha vuelto indispensable resolver.
En el pasado reciente, el abrupto encarecimiento de la gasolina en los años 70, fue un problema cuya eclosión resultó de causas políticas o geopolíticas ‑‑intervenciones extranjeras, luchas de liberación nacional‑‑, y al cabo pudo sortearse mejorando la eficiencia de los motores. La industria aportó motores más ahorradores y de mayor rendimiento y, además, se mejoró la calidad de los combustibles obtenidos del petróleo.[2]
Un agravante adicional
Pero esta vez la cuestión es diferente. La crisis que ya nos envuelve, y que se refleja en el brutal encarecimiento de la gasolina, tiene otros motivos. Por supuesto, las causas geopolíticas --como la intervención foránea y la guerra civil en el Medio Oriente-- influyen en alto grado. Además, provocan condiciones de inestabilidad que dan pie a abundante especulación. Sin embargo, eso no es todo: ahora hay otro factor frente al que no basta aplicar recursos y estrategias más eficientes y ahorradoras (aunque la eficiencia y el ahorro siguen volviéndose más y más indispensables).
Este problema adicional es una progresiva escasez que seguirá agudizándose. El consumo de derivados del petróleo tiene un alto crecimiento anual, a un ritmo mucho mayor que el de la entrada en explotación de nuevos yacimientos. Hay más incremento del consumo y menos reservas disponibles. Ello genera una tendencia hacia su encarecimiento. Esto, lógicamente, es más notorio en los países que carecen de petróleo, como los centroamericanos y la mayoría de los caribeños, con independencia de su grado de desarrollo.
A ello se agrega otro agravante: la industria refinadora siempre prefirió los crudos ligeros, menos sulfurosos, y sólo el crecimiento del consumo y la disminución de las disponibilidades ahora hace rentable extraer y refinar crudos pesados. Sin embargo, aún no hay suficientes refinerías capaces de procesarlos estos crudos, lo que agrega una escasez adicional que también contribuye a encarecer los derivados.
Esto nos pone frente a dos cuestiones nuevas. Por un lado, el de la contaminación ambiental y sus amenazadoras consecuencias en materia del calentamiento global y cambio climático. Por otro, el del gradual agotamiento de los recursos fósiles. Por consiguiente, no basta luchar por menores precios y mejores facilidades para obtener el combustible, procesarlo y comercializarlo. Hay que procurar nuevas alternativas, otras fuentes de energía, accesibles y limpias. Ante semejante situación, la otra parte del asunto es: a cuáles nuevas opciones podremos apelar.
Sin atarse a una sola fuente
Por supuesto, poseer hidrocarburos nada tiene de malo; lo peor es no tenerlo, o no disponer de suficientes. Obviamente, el problema tiene distinto rostro desde la perspectiva de quienes poseen hidrocarburos y la perspectiva de quienes carecen de ellos. Para los carentes, esto exige buscar alternativas que nos ayuden a ser menos dependientes de esa fuente de energía, que desde el siglo pasado es la dominante. Para unos y otros, esto demanda que las soluciones que logremos hallar sean menos contaminantes.
Eso no significa que ahora nos toque depender de otra fuente hegemónica de energía, sino que debe significar todo lo contrario. Lo que requerimos es diversificar nuestra canasta de ofertas energéticas, en la medida en que las podamos hacer accesibles y viables para nuestros propios fines.
Por ejemplo, en Panamá hoy se trabaja en dirección a incrementar el uso de formas clásicas de energía que ni dependen del petróleo ni son contaminantes. Se se vuelve a valorizar la construcción de hidroeléctricas y se adelantan proyectos eólicos --un parque de grandes abanicos-- con el fin de aprovechar los vientos del Atlántico y el Pacífico para generar electricidad.
Lamentablemente, en Panamá las primeras inversiones en hidroeléctricas se iniciaron con atraso, por imprevisión de los gobiernos anteriores a los años 70. Fue en tiempos del General Torrijos que se empezó a construirlas, cuando Costa Rica y otros vecinos ya las tenían. Aún así, gracias a esa iniciativa tardía hoy casi la mitad de la electricidad que el país consume viene de esos embalses. De no haberlos construido, ya padeceríamos crecientes apagones, porque el consumo eléctrico está creciendo más rápidamente que la producción. Esto hace urgente reanudar aquel esfuerzo, ampliando la diversidad de alternativas de las que podamos disponer.
Por sus elevados costos, no siempre se puede apelar a grandes hidroeléctricas[3]. Pero igualmente hay muy buenas posibilidades de construir hidroeléctricas pequeñas y medianas en muchos otros lugares del país ‑‑a veces en varios puntos de una misma cuenca‑‑ que, a menor costo y riesgo, pueden sumar interesantes cantidades de energía.
Todavía hay quienes alegan que construir hidroeléctricas supuestamente atenta contra el medio ambiente y perjudica a las poblaciones campesinas que viven en las áreas involucradas. Ese es un pretexto sumamente reaccionario. Por un lado, los embalses para producir energía hidráulica nos proporcionan soberanía energética y recursos adicionales para el desarrollo nacional, además de que pueden ofrecer beneficios adicionales de riego y acuicultura. Todo está en que se normen, diseñen y administren como debe ser.
Por otro lado, en lo que toca a esas poblaciones rurales, ellas son comunidades que hoy viven mal y merecerían mejor calidad de vida. Reubicarlas en áreas y condiciones más favorables, con mejores tierras, asistencia técnica, servicios sociales y vías de comunicación debe ser parte insoslayable de los costos de cada proyecto hidroeléctrico. Por lo contrario, condenar a esas comunidades a seguir en su actual situación es un acto de vileza. Ningún pretexto social ni ecológico justifica privarlas de esa oportunidad de cambiar sus condiciones de existencia.[4]
Aparte de las dos alternativas clásicas antes mencionadas --energías eólica e hidráulica--, Panamá tiene características geográficas que hacen posible explotar energía mareomotriz[5] y energía solar. De hecho, ya hay pequeños progresos locales en energía solar en comunidades rurales. Pero estas dos fuentes aún resultan caras y requieren nuevas tecnologías que permitan explotarlas a mucho mayor escala.
Una opción adicional
Por otra parte, con creciente énfasis se habla de los biocombustibles, como una prometedora nueva fuente de energía con la que pronto podremos contar. ¿De qué se trata?
En nuestro país hay tradición cañera, enfocada a producir azúcar o alcohol. En cuanto al alcohol, hasta ahora generalmente hablamos del que se destina al consumo humano, en tanto que productores (y buenos consumidores) de ron. Pero no todos los bebedores saben que existe un proceso industrial que convierte ese alcohol en un combustible automotriz actualmente muy cotizado.
La experiencia internacional de los últimos años, y en particular la experiencia brasileña, indica que el alcohol automotriz --esto es, alcohol deshidratado o etanol‑‑ se puede obtener de varias materias primas vegetales. Pero, por amplio margen, la de mayor rendimiento es la caña de azúcar, que se puede cultivar en tierras secas e inapropiadas para otras siembras.
El auge de esta industria en Brasil ha propiciado mejoras genéticas que no solo permiten obtener más energía por tonelada de caña, sino también zafras más prolongadas, en tierras donde otros cultivos tienen pobres rendimientos. Eso le da mayor atractivo a sembrar caña para producir etanol que para hacer azúcar. Además, esto promueve la industrialización rural y la oferta de empleos en el campo.
No obstante, hasta ahora, el mayor productor de etanol no es Brasil, sino Estados Unidos. Este país no tiene condiciones geográficas para cultivar caña, motivo por el cual allí lo hacen de maíz. Con el crecimiento de la demanda de etanol, eso tiene el malsano efecto de encarecer el precio del maíz, un producto que en muchos países sí constituye un alimento humano directo y que, además, es un importante forraje para la cría de otros comestibles.
Las autoridades norteamericanas reconocen que para producir etanol la caña tiene mucho mejor rendimiento. Esto es, para la economía norteamericana sería mejor negocio que los productores de caña le vendan etanol a Estados Unidos, en vez de hacerlo de maíz.
En un mundo donde millones de personas padecen hambre, eso ha motivado un debate sobre si producir etanol va contra la necesaria producción de alimentos. Se argumenta que ello implica dedicar tierras a surtirle combustible a los automóviles en vez de usarlas para garantizar la alimentación de la gente.
Pero ese extremo no es el caso. No se propone abastecer con gasolina todo el parque automotriz ni, menos aún, dedicarle al etanol toda la superficie agrícola.
Pare empezar por el comienzo, el tema en discusión es el relativo a incrementar la cantidad de combustible que se obtiene por hectárea, para mover el parque automotriz y otros motores con una combinación de ambos tipos de combustible ‑‑derivados de petróleo y bicombustibles‑‑, lo que aumenta la disponibilidad de combustibles y disminuye los perjuicios ambientales.
En la experiencia brasileña esto ha tenido dos aspectos: uno, generalizar el consumo de alcoholina, una mezcla de gasolina y alcohol, con la cual los automóviles tradicionales pueden funcionar con igual rendimiento, sin hacerle ninguna modificación al motor. Se empezó con una mezcla del 10% de alcohol por 90% de gasolina y actualmente la proporción de alcohol es bastante mayor. Eso ha significado un enorme ahorro de petróleo y una gran reducción de sus efectos contaminantes.[6]
Otro, se introdujo un nuevo modelo de automóviles --que hoy predomina en ese país‑‑, los llamados flex fuel o simplemente flex, vehículos que lo mismo pueden consumir gasolina o etanol, ya sea solos o mezclados en cualquier proporción. Eso le da gran popularidad a los flex: si la gasolina sube de precio le pones etanol al carro, si el alcohol se encarece, echas gasolina. Sin embargo, los flex son poco diferentes de los motores convencionales, pues se requieren pocos cambios para convertir un equipo o automóvil tradicional en un flex.
Y, finalmente, porque en Brasil se dedica menos del 2% de la tierra cultivada a hacer alcohol, mientras que, a la par, se ha promovido el gas natural como combustible automotriz[7]. Con el tiempo ese país, que antes dependía de importar combustibles, asimismo aumentó su producción petrolera y se ha convertido en exportador de hidrocarburos.
Una canasta más diversificada
No obstante, aquí es preciso hacer una precisión, para evitar malas interpretaciones. El etanol no es mucho más barato que la gasolina. Usar etanol no significa una gran reducción del precio por vehículo. Si el combustible que va al tanque es apenas el 10% de la mezcla, la diferencia de precio será chica. Entonces, cabe preguntarse ¿qué se gana con esto?
La verdad es que para el país la diferencia es bastante grande. Usar etanol significa que una parte del combustible consumido será de origen nacional, lo que además de reducir la importación de petróleo o derivados, robustece la industrialización y el empleo en áreas rurales. Si el 10% del combustible que usemos se produce en el país, muchos panameños se verán beneficiados, y una buena cantidad de tierras con deficiente producción agrícola, depredadas o mal usadas, se podrán convertir en áreas productivas.
Aparte de eso, hay plantas generadoras de electricidad movidas por etanol, lo que permitirá producir energía termoeléctrica limpia, reemplazar al bunker y preservar el ambiente.[8]
Además, para un país con amplio acceso al Pacífico, ello también da oportunidad de producir etanol no sólo para el consumo local sino para exportar, puesto que la demanda de los mercados californiano y asiático es muy alta. Esa ventaja estará al alcance de los productores panameños, que ganarán bastante más vendiendo etanol que ofreciendo azúcar.
Y también existe una alternativa adicional: con una inversión relativamente pequeña, se puede operar usinas deshidratadoras de alcohol importado ‑‑de cualquier origen-- para exportarlo como etanol elaborado en Panamá. ¿Por qué los brasileños no lo producen ellos mismos? Porque pagan altos aranceles para entrar al mercado estadounidense, al cual los panameños tenemos mejor acceso, además de que Panamá puede recibir y exportar ese producto por ambas costas.
Algo similar puede decirse del biodiesel, sustituto del diesel que puede obtenerse del fruto de la palma aceitera africana y de varios otros granos o coquillos. Hace años en Panamá --en el Distrito del Barú-- se sembró palma aceitera, pero luego el precio de su producto decayó al conocerse que el aceite de palma contiene colesterol. Pero ahora se valoriza, alcanzando precios muy superiores a los del banano, como materia prima de un aceite que puede mezclarse al diesel o usarse por sí solo como combustible para motores de autobús y de equipo pesado.
En la actualidad, las fincas bananeras de la costa del Pacífico están en crisis y su producción se ha reducido, porque los principales mercados están al otro lado del Atlántico. Buenas tierras, dotadas de buena infraestructura, están en subutilizadas o en desuso, dando lugar a un drama de desempleo y desolación. Sin embargo, es factible dedicar esas tierras a producir biodiesel, que hoy tiene alta demanda en mercados del Pacífico. La cuestión, pues, no es remplazar la producción de alimentos por la de combustibles, sino poner a producir un área que ha dejado de cultivarse.
No obstante, aquí debe reiterarse que nadie propone que todos los vehículos pasen a funcionar exclusivamente con etanol o biodiesel. Sería un disparate. No se pretende cañaveralizar al país de punta a punta, ni abandonar otros cultivos asimismo necesarios y valiosos. Esto se le ocurre solo a los mismos especuladores políticos que igualmente se oponen a las hidroeléctricas, lo que en la práctica significa condenarnos a pagarle toda la factura energética a las transnacionales que hoy nos imponen los actuales precios de los hidrocarburos.[9]
Al contrario. No se propone remplazar una dependencia por otra. Lo necesario es diversificar nuestras fuentes de energía y reducir la dependencia del petróleo. Como tampoco proponemos producir etanol con maíz. Eso es, en todo caso, un problema norteamericano ya que, precisamente, la ventaja de nuestra región es que podemos hacerlo de caña.
El objetivo es lograr una canasta energética diversificada, que cuente con hidroeléctricas, energía eólica, mareomotriz, solar, biocombustibles y otros posibles recursos energéticos. Una canasta plural que reduzca la hegemonía de dichas transnacionales y abra alternativas nacionales.
Las opciones de interconexión
Para ello existen más opciones. En América Latina hay países que tienen grandes reservas de petróleo y gas, y otros que nada poseen. En Sudamérica, eso ha planteado el importante tema de la interconexión que incluye, por ejemplo, los gasoductos que Bolivia y Venezuela tienen o proyectan hacia otras naciones de la región.
Es decir, existen o se prevén sistemas para transferir energía de unos a otros países latinoamericanos. Una forma de transferencia en la que se ha avanzado es la interconexión eléctrica. Es el caso, por ejemplo, del proyecto SIEPAC, que está completando esa interconexión a lo largo del Istmo centroamericano, desde Panamá hasta Guatemala, donde la línea se conectará con el sistema eléctrico mexicano.[10]
También es factible la interconexión eléctrica entre Panamá y Colombia, la cual a su vez es parte del proyecto para enlazar el sistema regional andino. Sin embargo, antes debemos cumplir otras tareas, sin la cuales no se resolverá el fondo del problema. En primer lugar, Panamá debe potenciarse como nación productora de energía --las hidroeléctricas y otros proyectos lo hacen factible--, pues de otro modo apenas pasaría de una a otra forma de dependencia energética.
Aparte de las consideraciones de soberanía energética, y de la necesidad de sostener el suministro frente a posibles contingencias e imprevistos, es necesario que el país desarrolle su propia capacidad, porque interconectarse también implica que cada uno de las naciones enlazadas debe generar aportaciones al sistema, para que éste pueda alternar las respectivas ofertas en los distintos horarios y estaciones del año.
Para financiar el proyecto de interconexión con los países sudamericanos y recibir esa energía a precios razonables, la mejor alternativa será negociarlo como miembros asociados de la Comunidad Andina (CAN), que ya ha implementado las normas que destinadas a regir su sistema eléctrico.[11]
En otro aspecto del tema, Panamá asimismo prevé conectarse con el gasoducto que unirá a Colombia y Venezuela. Colombia posee gas natural pero sus reservas no son muy grandes y en algo más de un lustro se le agotarán. Pero en la región oriental de Venezuela hay grandes yacimientos de gas. Pronto se concluirá la construcción del tubo que llevará gas colombiano hasta Maracaibo para surtir a Venezuela mientras ésta termina el gasoducto que vendrá del Oriente venezolano hasta dicho puerto. Cuando esa conexión esté lista, será Venezuela quien le suministre gas a Colombia, y la intención es extender ese tubo por vía submarina hasta Panamá, y desde allí abastecer a Centroamérica.[12]
El gas natural, además de ofrecer energía limpia, lo mismo sirve para generar electricidad, que como combustible automotriz y doméstico y, además, es materia prima para la industria petroquímica, lo que a su vez permite procesar varios subproductos.
Su tiempo es ahora
Hay otro tema esencial, que es el de la eficiencia con que se aprovechen todos esos recursos. Como apunté al comienzo, luego de la crisis petrolera de los años 70 la industria perfeccionó los motores a gasolina, haciéndolos más eficientes, obteniendo mayor rendimiento con menor gasto de combustible. Aparte de que eso antes permitió prolongar hasta nuestros días el reinado del petróleo, en las actuales circunstancias ello vuelve a ser una cuestión esencial para nuestro presente y futuro.
El aprovechamiento más eficiente de la energía disponible no es solo un tema técnico sino, sobre todo, un reto cultural. Es indispensable habituarse a ahorrar combustible, ahorrar energía, eliminar despilfarros y remplazar los equipos que consumen más de lo necesario. Esto empieza por premisas tan elementales como sustituir los bombillos incandescentes por focos fluorescentes, no dejar luces o equipos encendidos cuando no están empleándose, etc. Todo lo que se ahorra equivale a recursos adicionales.
Ahora bien, aparte de todo lo anterior, finalmente la ciencia y la técnica seguirán explorando cómo usar otras fuentes de energía. Ya hace unos años la industria automotriz japonesa viene probando automóviles eléctricos, y más pronto que tarde los pondrá en el mercado. En la India se experimentan vehículos impulsados por aire comprimido, dotados de compresores eléctricos recargables.
Hay un recurso energético de gran rendimiento al que todos los países tienen acceso, pero que aún requiere estudios adicionales. Es el hidrógeno, gas altamente combustible y explosivo para el cual todavía falta desarrollar medios seguros de almacenamiento, transporte y servicio que permitan ofrecerlo satisfactoriamente. Hoy se sabe cómo obtener hidrogeno líquido a bajo costo, pero aún falta todo lo demás. Pero probablemente un día de este siglo XXI se dispondrá de vehículos impulsados por hidrogeno, gas que no contamina ni escasea.
Lo digo como una advertencia, no como una entretenida disquisición final. Una advertencia de que el etanol y el biodiesel, a su vez, serán soluciones temporales, puesto que tal vez en unos 25 años ya la industria generalice motores y vehículos eficientes impulsados por otros medios --los trenes eléctricos existen hace años-- y tanto la gasolina como los biocombustibles finalmente podrán perder interés. En pocas palabras, el tiempo de los biocombustibles es ahora mismo.
Complementarse, no contraponerse
No puede soslayarse que, en otro plano del debate, la discusión sobre el etanol está cruzada por consideraciones ideológicas que corresponden a premisas diferentes de las aquí hemos recapitulado. Ya que el etanol interesa a Estados Unidos y el presidente George W. Bush lo ha promovido, algunos de sus críticos cuestionan las intenciones estratégicas subyacentes. Pero esa es otra discusión.
En ella, por ejemplo, se denuncia la intención de poner la agricultura a surtir los automóviles, en vez de garantizarle comida a la gente, un asunto al que debe otorgársele la debida atención.
Antes de que el debate pueda sesgarse, cabe recordar que desde tiempos remotos la agricultura ha cultivado materias primas para la industria. Además, en países con tradición cañera donde también hay tierras depredadas o mal empleadas, no es desacertado aprovecharlas para producir biocombustibles. Eso allí no competiría contra la agricultura alimentaria. Este es el caso de Panamá, que no prevé reducir la producción de alimentos para producir el etanol que le convenga, en tanto que eso no implique destruir bosques o eliminar otras producciones agrícolas socialmente necesarias y sostenibles.
Por supuesto, el derecho a una adecuada alimentación debe prevalecer sobre las demás propuestas. Lo mismo el derecho de todos a un ambiente limpio y sano. Pero disponer de energía accesible, eficiente y sostenible también es un derecho de todos nuestros pueblos, y eso incluye buscarle alternativas al acaparamiento, agotamiento y carestía de los recursos energéticos hoy dominantes.
Ambas opciones deben complementase, en lugar de contraponerlas, porque sin energía accesible y limpia no hay viabilidad ni desarrollo.
- Nils Castro es Catedrático y escritor panameño.
[1]. Pero el petróleo, a su vez, aunque rinde más y contamina algo menos, al final de cuentas sí reúne todos esos inconvenientes a medida en que se consumo se incrementa.
[2]. Se eliminó el uso del tetraetilo de plomo (gasolina sin plomo) y se redujeron otros contaminantes en la gasolina, se introdujo el conversor catalítico (catalizador), pero la emisión de anhídrido carbónico por un mayor número de máquinas siguió acumulándose.
[3]. Para ellas tenemos buenas alternativas en Chiriquí y Bocas del Toro, donde unas pocas represas podrán generar notables cantidades de energía, tanto para consumo nacional como para exportar a Centroamérica.
[4]. La actual práctica panameña para los estudios de impacto ambiental, y su vinculación al Protocolo de Kyoto, da como resultado que del 20 al 30% del presupuesto de este género de ingresos se destine al desarrollo social de las poblaciones circunvecinas.
[5]. Aprovechando la fuerza de las mareas del Pacífico.
[6]. El etanol es un excelente sustituto del tetraetilo de plomo, para obtener gasolinas menos contaminantes sin mermar su octanaje.
[7]. En una ciudad tan compleja como Sao Paulo, todos lo taxis funcionan con gas. Para los vehículos más pesados, se promueve el biodisel.
[8]. Con la ventaja adicional de que las plantas eléctricas a etanol son relativamente pequeñas y sin grandes dificultades pueden ser movidas de una a otra ubicación.
[9]. Si yo fuera representante de la Shell o la Texaco, gustosamente dedicaría parte de mi presupuesto de relaciones públicas a ayudar a los radicales que condenan construir hidroeléctricas o producir biocombustibles.
[10]. Eso permitirá que en las diferentes temporadas y horarios de consumo se puedan mercadear importantes cantidades de electricidad de un país a otro, lo que será muy provechoso y rentable.
[11]. En la CAN Panamá tiene, hasta ahora, la condición de observadora. Sin embargo, esa Comunidad ha manifestado disposición para facilitar que Panamá pase a ser miembro asociado.
[12]. Esto puede hacerse prolongando el gasoducto más allá de Panamá, o convirtiendo el gas en electricidad y exportarla a Centroamérica a través de la línea del Siepac.
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