Annapolis bien vale una… foto
25/10/2007
- Opinión
Un mes antes de la celebración en Annapolis de la cacareada Conferencia de Paz en Oriente Medio, convocada por George W. Bush en la recta final de su segundo mandato presidencial, las autoridades de Tel Aviv acordaron limitar el suministro de fluido eléctrico y alimentos destinados a la Franja de Gaza. La decisión, anunciada por el titular de Defensa hebreo, Ehud Barak, pomposamente apodado “el Pacificador” por los expertos en relaciones públicas enviados hace ya algún tiempo a Israel por el ex Presidente Clinton, pasó casi inadvertida. De hecho, se intuían las intenciones de la clase política hebrea de asestar un duro golpe a los radicales islámicos de la Franja; una medida que la mayoría de los palestinos y de los analistas internacionales no duda en tildar de “castigo colectivo” contra el millón y medio de pobladores de Gaza.
Estiman los politólogos occidentales que el establishment de Tel Aviv hará todo lo que esté en su poder para aplazar la celebración de la Conferencia. Y ello, por varias razones. En primer lugar, los israelíes creen que el hasta ahora hipotético acuerdo marco de Annapolis no podrá llevarse a la práctica en un futuro inmediato. En este caso, Israel prefiere no adquirir compromisos concretos a los que tenga que renunciar con posterioridad.
En segundo lugar, los políticos hebreos temen que la posible inclusión en el orden del día de cuestiones relacionadas con el estatuto de Jerusalén o la solución de la cuestión de los refugiados palestinos, exigida por el Presidente Majmud Abbas, provocaría una escisión en el seno del Gabinete, que a su vez podría desembocar en el abandono de la coalición de dos partidos bisagra -Shas e Israel Beteinu– pilares de la frágil alianza gubernamental.
Por último, los analistas hebreos estiman que el lapso de tiempo destinado a la celebración de consultas bilaterales palestino-israelíes es excesivamente corto y, por consiguiente, parece poco probable que los negociadores lleguen a elaborar una serie de medidas consensuadas indispensables para la reanudación del proceso político.
A ello se añade también el miedo de Israel, sea éste ficticio o real, de que los radicales de Hamas, excluidos de la cita de Maryland por expreso deseo de Tel Aviv, traten de aprovechar esta oportunidad para sabotear el diálogo entre el Primer Ministro Olmert y el Presidente Abbas. Un diálogo, recordémoslo, iniciado in extremis después de un largo período en el cual la clase política israelí no regateó esfuerzos para desacreditar al líder palestino, expresando públicamente dudas tanto acerca de su credibilidad como de la capacidad de dirigir los destinos de los pobladores de los territorios administrados por la ANP. Majmud Abbas volvió a convertirse en interlocutor del Gabinete Olmert después de la toma de Gaza por las milicias de Hamas.
Sin embargo, la estratagema israelí de potenciar a Abbas -y a los elementos de Al Fatah que controlan Cisjordania- sólo con miras a precipitar la caída de Hamas en Gaza, no ha surtido el efecto deseado. Muchos habitantes de los territorios palestinos interpretan esta maniobra como una claudicación de Abbas, a quien acusan, junto con los radicales islámicos, de ceder a las presiones de Washington o, incluso peor, de haberse convertido en un títere de Israel.
Por si fuera poco, los medios de comunicación hebreos tratan de acreditar la tesis de que la Conferencia de Paz de Annapolis no tiene por qué suscitar grandes expectativas. Esto se debe a la anunciada o sospechada ausencia de los demás actores regionales, como por ejemplo Arabia Saudita, artífice de la iniciativa de paz árabe hasta ahora rechazada por Tel Aviv.
Detalle interesante: el orientalista estadounidense Daniel Pipes, consejero áulico de George W. Bush y acérrimo detractor de un acuerdo entre israelíes y palestinos, prefiere llamar las cosas por su nombre. Pipes estima, en efecto, que Israel cuenta con un Gobierno “demasiado débil” para asumir el reto de un proceso político intercomunitario. Para él, la cumbre debería tener un carácter meramente simbólico. Annapolis bien vale una foto…
Mientras tanto, “el Pacificador” Barak, anuncia nuevas sanciones contra los habitantes de Gaza. Los comentarios sobran.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
Estiman los politólogos occidentales que el establishment de Tel Aviv hará todo lo que esté en su poder para aplazar la celebración de la Conferencia. Y ello, por varias razones. En primer lugar, los israelíes creen que el hasta ahora hipotético acuerdo marco de Annapolis no podrá llevarse a la práctica en un futuro inmediato. En este caso, Israel prefiere no adquirir compromisos concretos a los que tenga que renunciar con posterioridad.
En segundo lugar, los políticos hebreos temen que la posible inclusión en el orden del día de cuestiones relacionadas con el estatuto de Jerusalén o la solución de la cuestión de los refugiados palestinos, exigida por el Presidente Majmud Abbas, provocaría una escisión en el seno del Gabinete, que a su vez podría desembocar en el abandono de la coalición de dos partidos bisagra -Shas e Israel Beteinu– pilares de la frágil alianza gubernamental.
Por último, los analistas hebreos estiman que el lapso de tiempo destinado a la celebración de consultas bilaterales palestino-israelíes es excesivamente corto y, por consiguiente, parece poco probable que los negociadores lleguen a elaborar una serie de medidas consensuadas indispensables para la reanudación del proceso político.
A ello se añade también el miedo de Israel, sea éste ficticio o real, de que los radicales de Hamas, excluidos de la cita de Maryland por expreso deseo de Tel Aviv, traten de aprovechar esta oportunidad para sabotear el diálogo entre el Primer Ministro Olmert y el Presidente Abbas. Un diálogo, recordémoslo, iniciado in extremis después de un largo período en el cual la clase política israelí no regateó esfuerzos para desacreditar al líder palestino, expresando públicamente dudas tanto acerca de su credibilidad como de la capacidad de dirigir los destinos de los pobladores de los territorios administrados por la ANP. Majmud Abbas volvió a convertirse en interlocutor del Gabinete Olmert después de la toma de Gaza por las milicias de Hamas.
Sin embargo, la estratagema israelí de potenciar a Abbas -y a los elementos de Al Fatah que controlan Cisjordania- sólo con miras a precipitar la caída de Hamas en Gaza, no ha surtido el efecto deseado. Muchos habitantes de los territorios palestinos interpretan esta maniobra como una claudicación de Abbas, a quien acusan, junto con los radicales islámicos, de ceder a las presiones de Washington o, incluso peor, de haberse convertido en un títere de Israel.
Por si fuera poco, los medios de comunicación hebreos tratan de acreditar la tesis de que la Conferencia de Paz de Annapolis no tiene por qué suscitar grandes expectativas. Esto se debe a la anunciada o sospechada ausencia de los demás actores regionales, como por ejemplo Arabia Saudita, artífice de la iniciativa de paz árabe hasta ahora rechazada por Tel Aviv.
Detalle interesante: el orientalista estadounidense Daniel Pipes, consejero áulico de George W. Bush y acérrimo detractor de un acuerdo entre israelíes y palestinos, prefiere llamar las cosas por su nombre. Pipes estima, en efecto, que Israel cuenta con un Gobierno “demasiado débil” para asumir el reto de un proceso político intercomunitario. Para él, la cumbre debería tener un carácter meramente simbólico. Annapolis bien vale una foto…
Mientras tanto, “el Pacificador” Barak, anuncia nuevas sanciones contra los habitantes de Gaza. Los comentarios sobran.
Adrián Mac Liman
Analista político internacional
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/es/articulo/123960
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