El enemigo en casa
12/07/2007
- Opinión
Un número creciente de jóvenes musulmanes residentes en el Reino Unido, de edades comprendidas entre 16 y 30 años, apoyan las versiones más extremistas del Islam y casi un 40% desearía vivir bajo las leyes islámicas, según una reciente encuesta. Tras los abortados intentos de atentado en Londres y en el aeropuerto de Glasgow, y en el ambiente general de repulsa y temor al terrorismo islámico que se extiende de manera gradual entre las sociedades occidentales, tal reafirmación islamista de los jóvenes musulmanes nacidos y educados en Occidente está preñada de serias amenazas.
Para los más familiarizados con los modos de pensar de los musulmanes europeos, es común interpretar que un amplio sector de su juventud siente repulsión por una cultura secular que, como la occidental, acepta libremente la transgresión de todo tipo de normas morales y prohibiciones. En resumen, no desean “ser como nosotros”. Partiendo de esa premisa, es fácil deducir que los esfuerzos de integración en las sociedades de acogida están condenados al fracaso. Las políticas de integración no funcionarán bien, porque la causa principal de la radicalización y el fanatismo es de naturaleza religiosa, no política, ni social ni económica.
El Corán es de una gran crueldad contra los apóstatas, los idólatras, los paganos o los que arrebatan a la comunidad islámica los territorios conquistados. Aunque se aduce que la violencia implícita en muchos preceptos del Corán que impulsan la guerra santa debe ser matizada y atenuada por otros preceptos más transigentes del mismo texto, es necesario convenir que en él se santifica y propugna con frecuencia la violencia más extrema.
En esos preceptos religiosos encuentran su justificación los terroristas suicidas, que hoy constituyen la modalidad de terrorismo más difícil de combatir por los métodos tradicionales de las fuerzas de seguridad. Son bastantes los musulmanes que creen al pie de la letra que sacrificando sus vidas por la religión alcanzarán de inmediato los perfumados jardines del Paraíso donde les esperan las huríes, según se lee en el Corán: “Sobre lechos con sábanas de brocado ellos se acostarán, y los frutos de los dos jardines estarán al alcance de sus manos. Allí estarán las jóvenes de mirada recatada, que ningún hombre ha tocado hasta entonces. De ellos serán las huríes, de grandes y oscuros ojos, como perlas ocultas bajo la concha, para recompensarles por los esfuerzos realizados”.
Nada hay que objetar a los muchos especialistas que aducen que una cosa son los textos sagrados y otra su interpretación; y que recuerdan que en tiempos pasados “la literalidad de los fundamentalistas islámicos dejó paso a una interpretación medieval más alegórica” que permitía distinguir entre las leyes inmutables de su Dios y las variables interpretaciones de los creyentes.
Pero la realidad del momento actual es otra y nada parece todavía indicar que en el seno de las sociedades islámicas hoy existentes ganen terreno y predominen las interpretaciones menos brutales de los textos sagrados. Las sociedades occidentales harían bien en promover ese deseable renacimiento o ilustración que debe sufrir el Islam para dejar de lado la crueldad y la violencia que Al Qaeda muestra hoy en todo su vigor. Pero mientras el musulmán creyente siga pensando que conoce directamente la voluntad de su Dios y que actúa tal y como ésta le indica, hay pocas esperanzas de renovación en la sociedad islámica.
Ganar “los corazones y las mentes” de la comunidad islámica no se facilita invadiendo por la fuerza sus países, sometiendo a sus pueblos y humillándoles hasta los extremos por todos conocidos, como sucede en Iraq o en Palestina. Pero promover una transformación del Islam desde dentro, único remedio eficaz que evitaría la sensación -hoy común en muchos pueblos europeos- de que el enemigo está creciendo dentro de casa, exige una finura intelectual y social, una capacidad diplomática y cultural que la sociedad occidental moderna -esclava del consumismo y del simple beneficio económico- no parece capaz de poner en práctica.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Para los más familiarizados con los modos de pensar de los musulmanes europeos, es común interpretar que un amplio sector de su juventud siente repulsión por una cultura secular que, como la occidental, acepta libremente la transgresión de todo tipo de normas morales y prohibiciones. En resumen, no desean “ser como nosotros”. Partiendo de esa premisa, es fácil deducir que los esfuerzos de integración en las sociedades de acogida están condenados al fracaso. Las políticas de integración no funcionarán bien, porque la causa principal de la radicalización y el fanatismo es de naturaleza religiosa, no política, ni social ni económica.
El Corán es de una gran crueldad contra los apóstatas, los idólatras, los paganos o los que arrebatan a la comunidad islámica los territorios conquistados. Aunque se aduce que la violencia implícita en muchos preceptos del Corán que impulsan la guerra santa debe ser matizada y atenuada por otros preceptos más transigentes del mismo texto, es necesario convenir que en él se santifica y propugna con frecuencia la violencia más extrema.
En esos preceptos religiosos encuentran su justificación los terroristas suicidas, que hoy constituyen la modalidad de terrorismo más difícil de combatir por los métodos tradicionales de las fuerzas de seguridad. Son bastantes los musulmanes que creen al pie de la letra que sacrificando sus vidas por la religión alcanzarán de inmediato los perfumados jardines del Paraíso donde les esperan las huríes, según se lee en el Corán: “Sobre lechos con sábanas de brocado ellos se acostarán, y los frutos de los dos jardines estarán al alcance de sus manos. Allí estarán las jóvenes de mirada recatada, que ningún hombre ha tocado hasta entonces. De ellos serán las huríes, de grandes y oscuros ojos, como perlas ocultas bajo la concha, para recompensarles por los esfuerzos realizados”.
Nada hay que objetar a los muchos especialistas que aducen que una cosa son los textos sagrados y otra su interpretación; y que recuerdan que en tiempos pasados “la literalidad de los fundamentalistas islámicos dejó paso a una interpretación medieval más alegórica” que permitía distinguir entre las leyes inmutables de su Dios y las variables interpretaciones de los creyentes.
Pero la realidad del momento actual es otra y nada parece todavía indicar que en el seno de las sociedades islámicas hoy existentes ganen terreno y predominen las interpretaciones menos brutales de los textos sagrados. Las sociedades occidentales harían bien en promover ese deseable renacimiento o ilustración que debe sufrir el Islam para dejar de lado la crueldad y la violencia que Al Qaeda muestra hoy en todo su vigor. Pero mientras el musulmán creyente siga pensando que conoce directamente la voluntad de su Dios y que actúa tal y como ésta le indica, hay pocas esperanzas de renovación en la sociedad islámica.
Ganar “los corazones y las mentes” de la comunidad islámica no se facilita invadiendo por la fuerza sus países, sometiendo a sus pueblos y humillándoles hasta los extremos por todos conocidos, como sucede en Iraq o en Palestina. Pero promover una transformación del Islam desde dentro, único remedio eficaz que evitaría la sensación -hoy común en muchos pueblos europeos- de que el enemigo está creciendo dentro de casa, exige una finura intelectual y social, una capacidad diplomática y cultural que la sociedad occidental moderna -esclava del consumismo y del simple beneficio económico- no parece capaz de poner en práctica.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/es/articulo/122240
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