Haz esto y vivirás
- Opinión
Hay un pasaje en el Evangelio donde Jesús deja claro el criterio para obrar de quien quiera seguirle: amar, “Haz esto y vivirás”. No hace falta que recordemos el pasaje del buen samaritano.
Siempre ha estado claro que el amor y no su teoría ha sido el distintivo de los discípulos de Jesús. No hay mejor señal para conocerlos. Y son muchos los campos de vida individual y social donde hemos visto aplicado dicho principio.
Pero hay un campo donde la realidad es netamente contradictoria: el político. Ahí, la presunción es de que la política es irrredenta, empecatada como está por un poder de dominio,
de injusticia y de egoísmo. En consecuencia, se la da como perdida e incompatible con la fe.
Los resultados están a la vista: individualismo feroz, insolidaridad, idolatría del tener, imposición de la ley del más fuerte. Y, en Occidente, somos mayormente cristianos, herederos de un mensaje de amor. Y, en España, presumimos de ser católicos, portadores del mismo mensaje.
Observando y analizando el panorama político de nuestro días, la impresión se nos queda en susto: corrupción, falsificación de los hechos, acorralamiento del adversario, descalificación, endiosamiento de las propias ideas. Se dicen cristianos lo que tal hacen, ¿pero son cristianos sus comportamientos? La simple pregunta reporta ironía y sarcasmo.
Sin embargo, la política es la gran oportunidad para la fe y el compromiso cristiano, porque en ella principalmente se barajan los medios, las estrategias y los fines que promueven y aseguran el Bien Común. El común vivir es el bien común, el amor abarca el bien de todos.
Es, por esta razón, que me parece urgente trasladar el amor al terreno político. El concilio Vaticano II lo hace con entera naturalidad: “Conságrense al servicio de todos con amor”.
Desde la perspectiva del amor, el Vaticano II subraya algunas de sus importantes dimensiones en el terreno político:
1. El amor (entraña del Evangelio) garantiza la dignidad humana y sus derechos La personal dignidad y libertad del hombre no encuentra en ninguna ley humana mayor seguridad que la que encuentra en el Evangelio de Cristo, confiado a la Iglesia. Pues este Evangelio proclama y enuncia la libertad de los hijos de Dios , rechaza toda esclavitud , respeta como cosa santa la dignidad de la conciencia y la libertad de sus decisiones, amonesta continuamente a revalorizar todos los talentos humanos en el servicio de Dios y de los hombres, encomienda a todos a la caridad de todos”(GS, 41).
2. La tarea política requiere ser vivida como un servicio de amor a todos
“Hay que procurar con todo cuidado la educación cívica y política que en nuestros días es particularmente necesaria, ya para el conjunto del pueblo, ya, ante todo, para los jóvenes, a fin de que todos los ciudadanos puedan desempeñar su papel en la vida de la comunidad política. Los que son, o pueden llegar a ser , capaces de ejercer un arte tan difícil, pero a la vez tan noble, cual es la política, prepárense para ella y no rehúsen dedicarse a la misma sin buscar el propio interés ni ventajas materiales. Obren con integridad y prudencia contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo, sea de un hombre o de un partido, y conságrense al servicio de todos con sinceridad y equidad; más aún con amor y fortaleza política” (GS, 75).
3. Los laicos no esperen de sus pastores solución concreta a muchos problemas
Son ellos los que se esforzarán en adquirir verdadera competencia en todas las actividades y profesiones seculares, colaborando gustosamente con cuantos buscan idénticos fines, sabiendo que en ese campo corresponde a ellos cargar con la propias responsabilidades. En caso de pluralidad de opiniones políticas, no podrán reclamar en su favor exclusivo la autoridad de la Iglesia: “recuerden que a nadie le es lícito en esos casos invocar la autoridad de la Iglesia en su favor exclusivo. Dialoguen, háganse luz mutuamente, guarden la debida caridad y busquen sobre todo el bien común” (GS, 43).
4 .Idoneidad, consistencia y autonomía del ser humano en la búsqueda del bien y de la verdad
El Vaticano II se dirige a la humanidad entera, a ese mundo en que “creyentes y no creyentes están , por lo general, de acuerdo en que todo lo que existe en la tierra se ha de ordenar hacia el hombre como hacia su centro y culminación” (GS 12). La conciencia nos da a conocer la ley fundamental del bien y del amor y, en el cumplimiento de esa ley, “los cristianos se unen a los demás hombres en la búsqueda de la verdad y en la acertada solución de tantos problemas morales que surgen en la vida individual y social” (GS, 16).
Estos textos del Vaticano II encierran unas pautas y un espíritu de amor que deben ser guía del actuar público de los cristianos.
Primera: No más prisioneros de un maniqueísmo político
Llevamos un tiempo en que la vida política se ha convertido en una cancha de eliminación del contrario. Lo lógico, en una convivencia de seres humanos, es que haya pluralidad, conflicto, diálogo y entendimiento. Pero, en nuestra vida política las cosas acaecen de otra manera: no se admite nada bueno del contrario, el objetivo es desacreditarlo, negarle validez en la gestión política, para lo cual vale todo: la calumnia, el insulto, la mentira.
Los intereses del pueblo, -el único que delega el poder y tiene derecho a que se le represente con obediencia y honestidad-, son siempre los mismos, se trate del partido que sea. No es consecuente, por tanto, que los políticos se ataquen obstinadamente como si de intereses distintos se tratara. La perduración de esta dialéctica partidista produce confusión y malestar y subrepticiamente va inoculando fobias de hostilidad y menosprecio.
Segunda: los obispos promotores de unidad y no de división
Para los momentos actuales, el Vaticano II ofrece unos puntos, que no dejarán de sorprender a muchos: “Y aunque las soluciones propuestas por unos u otros, al margen de su intención, por muchos sean presentadas como derivadas del mensaje evangélico, recuerden que a nadie le es lícito en esos casos invocar la autoridad de la Iglesia en su favor exclusivo . Procuren siempre, con un sincero diálogo, hacerse luz mutuamente, guardando la debida caridad y preocupándose, antes que nada, del bien común “ (GS, 43)
La Iglesia española había, después del Vaticano II, avanzado mucho en este sentido. Los obispos españoles deberían leer alguna vez las palabras que ellos mismos dejaron escritas en la Asamblea Plenaria del 73: “Los obispos pedimos encarecidamente a todos los católicos españoles que sean conscientes de su deber de ayudarnos, para que la Iglesia no sea instrumentalizada por ninguna tendencia política partidista, sea del signo que fuere. Queremos cumplir nuestro deber libres de presiones. Queremos ser promotores de unidad en el pueblo de Dios educando a nuestros hermanos en una fe comprometida con la vida, respetando siempre la justa libertad de conciencia en materias opinables” (Asamblea Plenaria, (17ª), 1973).
Como hacía tiempo no ocurría, los obispos han hecho pública una preferencia política partidista (la del PP), prestándole autoridad y bendición, con lo que automáticamente se han convertido en factores de división. Los obispos, como cualquier otro ciudadano, pueden tener sus preferencias políticas; pero como obispos, no pueden exhibirlas ni defenderlas en beneficio de un partido. Anularían automáticamente su misión de animar y preservar la unión de la comunidad. “Deben reunir la familia de Dios como una fraternidad, animada hacia la unidad”(LG, 28).
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