Injerencia humanitaria

13/09/2007
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El sociólogo José Vidal-Beneyto critica la falta de coherencia de quienes con una mano ayudan y con la otra contribuyen a que un problema persista. En el caso de los Estados, se trata de una “coartada humanitaria” que sólo se traduce en medidas de alivio en vez de asumir su responsabilidad.

Fue Bernard Kouchner, ahora ministro de Exteriores en Francia, el que inventó el concepto de intervención humanitaria. Desde entonces se han sucedido diversos ejemplos. Algunos de ellos son recientes, como la llamada Conferencia de Donantes en la que se concedió una ayuda de 300.000 millones de dólares para ayudar a un país destruido tras la invasión de Estados Unidos. Es difícil ignorar que detrás de expresiones como operación libertad duradera, la ofensiva estadounidense para acabar con el terrorismo, está también la muerte de inocentes o la escalada de violencia entre chiíes y suníes, que no existía antes de la acción estadounidense.

De ahí que sea preciso revelar el auténtico sentido de las palabras, tarea de la que los medios de comunicación son también responsables. La solidaridad va más allá de la beneficencia. No precisa el adjetivo humanitario porque su sentido es el propio ser humano que padece una injusticia en cualquier lugar del mundo.

Para las Naciones Unidas, la colaboración de los Estados no sólo es necesaria para acabar con las desigualdades y para erradicar toda forma de pobreza dentro de sus fronteras. Existe una responsabilidad internacional desde la época colonial. El desarrollo de los países del Norte, además, se sostiene gracias a las materias primas de las naciones empobrecidas. Pero no se concibe que un Estado incapaz de salvaguardar los derechos de sus ciudadanos frente a situaciones injustas proclame el humanitarismo.

Lo humanitario también se haya presente en otros ámbitos, pero corre peligro de ser instrumentalizado por el marketing y alcanzar mayores beneficios. Por ejemplo en el de la empresa privada, con la creación de fundaciones o el uso de las ONG para cuestiones de marketing solidario en vez de hacer de la solidaridad su razón de ser. O en el de cada persona, en la medida en que se sienta protagonista de la ayuda a los marginados, convirtiendo el voluntariado en asistencialismo, y luego no sea capaz de saludar a un vecino en el ascensor o de mantenerle una puerta abierta.

Diversos informes denuncian que ciertas ONG se han beneficiado de esta coartada humanitaria. Pero no se puede ignorar, como escribe Vidal-Beneyto, el “torrente de sacrificio y de generosidad de tantas y tantos que hacen de la lucha contra el sufrimiento y la miseria, la razón de sus vidas”.

Otra cosa es la labor que carece de compromiso y brota sólo después de un desastre natural para extinguirse en poco tiempo. Se corre el riesgo de banalizar la solidaridad si estas organizaciones siempre actúan como remedio de las consecuencias de las políticas de los gobiernos. Por esta razón un buen número de ONG decidieron abandonar Iraq, al verse como títeres en una invasión planeada sobre premisas falsas.

El ex presidente de Tanzania, Julius Neyere, contaba que los países empobrecidos no sólo necesitan que se les ayude, también que les quiten el pie de encima. La ayuda humanitaria no es más útil que un calmante, que sólo alivia pero no soluciona la causa del dolor. Aparte de que impone intereses que estas naciones sólo pueden pagar si descuidan pilar es básicos como la educación o la sanidad. Tampoco vale imponer la democracia sin una participación real de los ciudadanos. Los esfuerzos para reducir la pobreza precisan del lema “ayudar a que se ayuden” en lugar de cualquier tipo de injerencia. Lo irónico es que en la pasada cumbre del G-8, países que suman poco más del 10 por ciento de la población, debatían temas tan importantes como el cambio climático o la pobreza, que nos afectan a todos.


Jorge Planelló
Periodista

Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias  (CCS), España.


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