El modelo de natalidad francés
31/05/2007
- Opinión
Francia es uno de los pocos países occidentales cuya tasa de natalidad garantiza el relevo generacional. Con un promedio de dos hijos por mujer en 2006 y más de 830.000 nacimientos, según el Instituto Nacional de Estadística galo, Francia es el único país europeo que no depende de la inmigración para mantener su número de habitantes. Cuenta con los mayores índices de natalidad del continente y ocupa los primeros puestos entre las llamadas naciones desarrolladas, sólo por detrás de Israel y de Estados Unidos. Las claves de este éxito se hayan en una generosa protección estatal, que engloba desde ayudas directas a exenciones fiscales, y en ciertos rasgos culturales que favorecen la creación de familias extensas.
Francia parece haber superado esa lenta “autocombustión” en que se suelen sumir los países por encima de cierto nivel de desarrollo económico-industrial. Se trata del cuarto estadio del modelo de transición demográfica, caracterizado por bajísimas tasas de natalidad y mortalidad que llevan al estancamiento poblacional. Esta situación, muy perjudicial tanto para el desarrollo económico como para el mantenimiento de las condiciones de vida de la población, suele resolverse con la entrada de inmigrantes. Aunque satisfactoria desde el punto de vista económico, esta solución suele provocar un aumento de la tensión social debido a los enfrentamientos entre las diferentes comunidades étnicas.
En el caso francés, se ha podido revertir la situación gracias a las políticas natalidad llevadas a cabo por el Estado durante décadas. Medidas como la gratuidad de las guarderías, las grandes rebajas fiscales por hijo, ayudas de hasta el 40% del coste que supone un cuidador infantil o los cuatro meses de baja maternal, de un año a partir del tercer hijo, explican las buenas cifras de la natalidad francesa. El país ha vuelto a los niveles de natalidad de principios de los ochenta, cuando comenzó su declive demográfico, y está muy por encima de los países de su entorno, con una tasa de fecundidad media de 1.5 hijos por mujer. Sin embargo, el sistema de ayudas a la natalidad resulta muy costoso para un Estado como el francés, que acumula una deuda pública de cerca de un billón de euros. La continuidad de estas medidas, y por tanto la continuidad del repunte demográfico, no está clara si se aplican, como coinciden en señalar casi todos los economistas, las medidas neoliberales que necesita un país donde el Estado emplea a un cuarto de la fuerza de trabajo.
Existen otros países del Norte que tienen garantizado el relevo generacional sin necesidad de recurrir a la inmigración, si bien sus circunstancias son diferentes a las de Francia. Es el caso de Estados Unidos. Allí no existen medidas de protección de la natalidad comparables a las francesas, aunque las mayores facilidades para encontrar vivienda, unido a la gran fecundidad de las madres de origen extranjero, mantienen los niveles de natalidad por encima de los dos hijos por mujer. También hay que destacar el caso de Israel, el país de mayoría blanca con mayores tasas de natalidad del mundo, 2.38 hijos por mujer, según previsiones de la CIA para 2007. El estado israelí tampoco ofrece ayudas a la natalidad. Pero allí se considera la natalidad un frente de lucha más con sus vecinos árabes, que presentan tasas de fecundidad de hasta cinco hijos por mujer. Por ello una descendencia numerosa se ve casi como una cuestión de supervivencia nacional.
El envejecimiento poblacional es una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la prosperidad de cualquier país, y sin embargo es en las naciones con mayores índices de riqueza individual donde menos hijos se tienen y mayor proporción de ancianos hay. Por el contrario, allí donde la miseria es más descarnada la tasa de natalidad supera los siete hijos por mujer. Se da una relación de rechazo casi perfecta entre la riqueza, el bienestar social y un número elevado de hijos, con tan solo un puñado de excepciones entre las que destaca Francia. Este país, al que muchos consideran en una cierta decadencia por su anacrónico modelo económico, ha logrado algo terriblemente complejo: reconciliar los requerimientos de la vida moderna con una demografía aceptable.
- Miguel Amores es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
Francia parece haber superado esa lenta “autocombustión” en que se suelen sumir los países por encima de cierto nivel de desarrollo económico-industrial. Se trata del cuarto estadio del modelo de transición demográfica, caracterizado por bajísimas tasas de natalidad y mortalidad que llevan al estancamiento poblacional. Esta situación, muy perjudicial tanto para el desarrollo económico como para el mantenimiento de las condiciones de vida de la población, suele resolverse con la entrada de inmigrantes. Aunque satisfactoria desde el punto de vista económico, esta solución suele provocar un aumento de la tensión social debido a los enfrentamientos entre las diferentes comunidades étnicas.
En el caso francés, se ha podido revertir la situación gracias a las políticas natalidad llevadas a cabo por el Estado durante décadas. Medidas como la gratuidad de las guarderías, las grandes rebajas fiscales por hijo, ayudas de hasta el 40% del coste que supone un cuidador infantil o los cuatro meses de baja maternal, de un año a partir del tercer hijo, explican las buenas cifras de la natalidad francesa. El país ha vuelto a los niveles de natalidad de principios de los ochenta, cuando comenzó su declive demográfico, y está muy por encima de los países de su entorno, con una tasa de fecundidad media de 1.5 hijos por mujer. Sin embargo, el sistema de ayudas a la natalidad resulta muy costoso para un Estado como el francés, que acumula una deuda pública de cerca de un billón de euros. La continuidad de estas medidas, y por tanto la continuidad del repunte demográfico, no está clara si se aplican, como coinciden en señalar casi todos los economistas, las medidas neoliberales que necesita un país donde el Estado emplea a un cuarto de la fuerza de trabajo.
Existen otros países del Norte que tienen garantizado el relevo generacional sin necesidad de recurrir a la inmigración, si bien sus circunstancias son diferentes a las de Francia. Es el caso de Estados Unidos. Allí no existen medidas de protección de la natalidad comparables a las francesas, aunque las mayores facilidades para encontrar vivienda, unido a la gran fecundidad de las madres de origen extranjero, mantienen los niveles de natalidad por encima de los dos hijos por mujer. También hay que destacar el caso de Israel, el país de mayoría blanca con mayores tasas de natalidad del mundo, 2.38 hijos por mujer, según previsiones de la CIA para 2007. El estado israelí tampoco ofrece ayudas a la natalidad. Pero allí se considera la natalidad un frente de lucha más con sus vecinos árabes, que presentan tasas de fecundidad de hasta cinco hijos por mujer. Por ello una descendencia numerosa se ve casi como una cuestión de supervivencia nacional.
El envejecimiento poblacional es una de las mayores amenazas que se ciernen sobre la prosperidad de cualquier país, y sin embargo es en las naciones con mayores índices de riqueza individual donde menos hijos se tienen y mayor proporción de ancianos hay. Por el contrario, allí donde la miseria es más descarnada la tasa de natalidad supera los siete hijos por mujer. Se da una relación de rechazo casi perfecta entre la riqueza, el bienestar social y un número elevado de hijos, con tan solo un puñado de excepciones entre las que destaca Francia. Este país, al que muchos consideran en una cierta decadencia por su anacrónico modelo económico, ha logrado algo terriblemente complejo: reconciliar los requerimientos de la vida moderna con una demografía aceptable.
- Miguel Amores es periodista
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/es/articulo/121493
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