Estadísticas de la muerte cotidiana
30/01/2007
- Opinión
Mi hermano José fue asesinado el 8 de abril de 2003 en una operación que la Tercera División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos, desarrolló contra las sedes de las cadenas de televisión Al Jazzera y Abu Dhabi, y contra el Hotel Palestina, donde se alojaba la prensa internacional. Es decir, contra la totalidad de la prensa que el Pentágono no controlaba en Bagdad[1].
Fuera de los análisis acerca del porqué de la agresión a Iraq, está el hecho incontestable de un proyecto de dominación estratégica de la zona, por medio de bases permanentes, similares a las que tienen ya instaladas en, por lo menos, nueve países del área.
Las bases militares extranjeras en cualquier país del mundo, juegan una baza fundamental en el diseño del control mundial de las grandes potencias, siendo un apéndice adelantado, por medio del cual, extienden su amenaza bélica a cualquier lugar del orbe. A mi juicio, suponen una renuncia a la soberanía nacional, al ceder partes del propio territorio para que sirvan como cabeza de puente desde donde lanzar ataques militares si llega el caso, además de ser centros de conspiración interna contra cualquier proceso de cambio social, que pueda amenazar sus intereses económicos, tal y como hemos visto tantas veces.
Una de las bazas que debemos jugar para luchar contra los instrumentos de las políticas de dominación, es desvelar a las poblaciones de los países donde hay bases militares foráneas, los efectos reales de las agresiones militares que, desde estas instalaciones, se lanzan diariamente, tratando de pasar por encima de la intención que tienen los grandes medios de comunicación de reducir la vida a frías cifras que no mueven a nada.
Hoy por hoy tenemos una cuenta permanente de víctimas que suponen una estadística de la muerte cotidiana. Se nos presentan como un bombardeo de cómputos diseñados para pasar desapercibidos por la repetición continua que acaba esterilizando las conciencias. Uno de los rasgos de esta política de ocultación, es la falta de análisis de los hechos que los motivan, que acaban por parecer desagradables efectos de una epidemia y no lo que son en realidad, víctimas ocasionadas por las guerras, el hambre o el subdesarrollo. Lo que tratan y acaban consiguiendo es que nos parezcan producidos por efectos anormales de la naturaleza, y no como expresión final y extrema de un sistema mundial de dominación. Al final, somos víctimas de un hurto de la verdad camuflada en un velo de normalidad, que reduce la vida a números que ya no hacen daño, al ser insertos en el recuento de la sociedad de la estadística.
He aquí un par de ejemplos de censos que atañen a ejércitos que mantienen bases en el extranjero, muchas de ellas instaladas bajo ocupación militar:
*Informe sobre la mortalidad en el Iraq ocupado, realizado por la Escuela Bloomer de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y la Facultad de Medicina de la Universidad al-Mustansiriya de Bagdad. Los datos eran tan claros que resultaban y resultan espeluznantes. Según este estudio científico, han muerto en Iraq entre marzo de 2003 y julio de 2006 a consecuencia directa de la ocupación 654.965 personas, 600 al día, el 2,5% de la población. Y estos datos son al fin y al cabo cifras contenidas pues suponen el valor medio de una horquilla que podría llegar hasta las 950.000 victimas[2].
*Informe sobre las muertes en Palestina realizado por la organización de Derechos Humanos B´Tselem, dónde se puede leer que el ejército israelí mató en el año 2006 a 660 palestinos[3].
Estos son sólo dos muestras de registros de la muerte que debemos leer y trasmitir sin olvidar que detrás de cada cifra anónima y aparentemente irreal hay una vida.
Cuando pienso en José, pienso en cuestiones normales, acontecimientos cotidianos como sonreír, charlar, preparar un café, tomar una cerveza, comentar un problema, discutir, estar de acuerdo, disentir, veranear, celebrar, llamarse por teléfono…..sucesos ordinarios que hacen que la vida sea vida, una corriente que discurre como un río desde el nacimiento hasta la muerte. Esos son detalles de los que no nos damos cuenta hasta que desaparecen bruscamente; son, al fin, la esencia de la existencia.
Y es lo mismo para las 654.965 sonrisas, charlas o amores que se han extinguido en Iraq, para los 660 desayunos, celebraciones o susurros que ya no están en Palestina o para los cientos de miles de paseos, visitas, cuitas, perdones o gritos que ya no verán más amaneceres en cualquier lugar de la tierra donde estos ejércitos imperiales actúan.
Podríamos seguir relatando casos sucedidos a lo largo y ancho del mundo, pero he querido centrarme en el área donde fue asesinado mi hermano y trasladar al papel lo que tanto mi familia como yo sentimos. Lo que se esconde tras esas cifras. Lo que ocultan tras los decorados construidos con números.
Entender esto, saber que nuestro familiar fue asesinado en medio de una de las múltiples agresiones en la zona, que sus sonrisas, sus palabras, sus besos o sus abrazos son los mismos que los de Hassam, Imán, Houmad o Nawfal fue lo que nos hizo abandonar el luto llorado en la intimidad de nuestra casa, para salir a exigir justicia, no solo para nuestra sonrisa sino para las de los demás.
Es así, trasladándolo a la realidad cotidiana, imaginando cómo sería soportar un día a día con miles de vecinos o familiares asesinados en nuestras ciudades, como podemos romper con la lógica de quien quiere números en vez de vidas, cifras en vez de sonrisas y realidades modeladas para pasar de puntillas ante este genocidio permanente.
Fuera de los análisis acerca del porqué de la agresión a Iraq, está el hecho incontestable de un proyecto de dominación estratégica de la zona, por medio de bases permanentes, similares a las que tienen ya instaladas en, por lo menos, nueve países del área.
Las bases militares extranjeras en cualquier país del mundo, juegan una baza fundamental en el diseño del control mundial de las grandes potencias, siendo un apéndice adelantado, por medio del cual, extienden su amenaza bélica a cualquier lugar del orbe. A mi juicio, suponen una renuncia a la soberanía nacional, al ceder partes del propio territorio para que sirvan como cabeza de puente desde donde lanzar ataques militares si llega el caso, además de ser centros de conspiración interna contra cualquier proceso de cambio social, que pueda amenazar sus intereses económicos, tal y como hemos visto tantas veces.
Una de las bazas que debemos jugar para luchar contra los instrumentos de las políticas de dominación, es desvelar a las poblaciones de los países donde hay bases militares foráneas, los efectos reales de las agresiones militares que, desde estas instalaciones, se lanzan diariamente, tratando de pasar por encima de la intención que tienen los grandes medios de comunicación de reducir la vida a frías cifras que no mueven a nada.
Hoy por hoy tenemos una cuenta permanente de víctimas que suponen una estadística de la muerte cotidiana. Se nos presentan como un bombardeo de cómputos diseñados para pasar desapercibidos por la repetición continua que acaba esterilizando las conciencias. Uno de los rasgos de esta política de ocultación, es la falta de análisis de los hechos que los motivan, que acaban por parecer desagradables efectos de una epidemia y no lo que son en realidad, víctimas ocasionadas por las guerras, el hambre o el subdesarrollo. Lo que tratan y acaban consiguiendo es que nos parezcan producidos por efectos anormales de la naturaleza, y no como expresión final y extrema de un sistema mundial de dominación. Al final, somos víctimas de un hurto de la verdad camuflada en un velo de normalidad, que reduce la vida a números que ya no hacen daño, al ser insertos en el recuento de la sociedad de la estadística.
He aquí un par de ejemplos de censos que atañen a ejércitos que mantienen bases en el extranjero, muchas de ellas instaladas bajo ocupación militar:
*Informe sobre la mortalidad en el Iraq ocupado, realizado por la Escuela Bloomer de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore y la Facultad de Medicina de la Universidad al-Mustansiriya de Bagdad. Los datos eran tan claros que resultaban y resultan espeluznantes. Según este estudio científico, han muerto en Iraq entre marzo de 2003 y julio de 2006 a consecuencia directa de la ocupación 654.965 personas, 600 al día, el 2,5% de la población. Y estos datos son al fin y al cabo cifras contenidas pues suponen el valor medio de una horquilla que podría llegar hasta las 950.000 victimas[2].
*Informe sobre las muertes en Palestina realizado por la organización de Derechos Humanos B´Tselem, dónde se puede leer que el ejército israelí mató en el año 2006 a 660 palestinos[3].
Estos son sólo dos muestras de registros de la muerte que debemos leer y trasmitir sin olvidar que detrás de cada cifra anónima y aparentemente irreal hay una vida.
Cuando pienso en José, pienso en cuestiones normales, acontecimientos cotidianos como sonreír, charlar, preparar un café, tomar una cerveza, comentar un problema, discutir, estar de acuerdo, disentir, veranear, celebrar, llamarse por teléfono…..sucesos ordinarios que hacen que la vida sea vida, una corriente que discurre como un río desde el nacimiento hasta la muerte. Esos son detalles de los que no nos damos cuenta hasta que desaparecen bruscamente; son, al fin, la esencia de la existencia.
Y es lo mismo para las 654.965 sonrisas, charlas o amores que se han extinguido en Iraq, para los 660 desayunos, celebraciones o susurros que ya no están en Palestina o para los cientos de miles de paseos, visitas, cuitas, perdones o gritos que ya no verán más amaneceres en cualquier lugar de la tierra donde estos ejércitos imperiales actúan.
Podríamos seguir relatando casos sucedidos a lo largo y ancho del mundo, pero he querido centrarme en el área donde fue asesinado mi hermano y trasladar al papel lo que tanto mi familia como yo sentimos. Lo que se esconde tras esas cifras. Lo que ocultan tras los decorados construidos con números.
Entender esto, saber que nuestro familiar fue asesinado en medio de una de las múltiples agresiones en la zona, que sus sonrisas, sus palabras, sus besos o sus abrazos son los mismos que los de Hassam, Imán, Houmad o Nawfal fue lo que nos hizo abandonar el luto llorado en la intimidad de nuestra casa, para salir a exigir justicia, no solo para nuestra sonrisa sino para las de los demás.
Es así, trasladándolo a la realidad cotidiana, imaginando cómo sería soportar un día a día con miles de vecinos o familiares asesinados en nuestras ciudades, como podemos romper con la lógica de quien quiere números en vez de vidas, cifras en vez de sonrisas y realidades modeladas para pasar de puntillas ante este genocidio permanente.
https://www.alainet.org/es/articulo/121305
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