Iràn en la mira

Doce principios de la propaganda de guerra

29/03/2006
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En los tiempos de la “guerra a las drogas” de Bush-I, en 1989, Hodding Carter señaló que con la atención creciente de la administración y los medios de comunicación a la recientemente declarada “crisis”, aumentó espectacularmente la apreciación del público sobre la importancia del problema de la droga.  “La gran noticia de hoy es la guerra a la droga.  El presidente lo dice, la televisión lo dice, los periódicos y revistas lo dicen, y el público lo dice”.  Hoy, la gran noticia es la posibilidad de que Irán, el Satanás Pequeño, pueda algún día adquirir un arma nuclear: la administración lo dice, los medios de comunicación lo dicen, y ahora tres veces más personas que hace cuatro meses consideran a Irán como la mayor amenaza para EE.UU., y el 47 por ciento del público está de acuerdo que Irán debe ser bombardeado, si es necesario, para prevenir que se dote capacidad alguna en armas nucleares.

El sistema opera este proceso de movilización como una máquina de propaganda bien engrasada –que lo es- y al parecer puede vender a gran parte de los sectores populares, casi cualquier cosa que justifique la violencia externa, por lo menos en el corto plazo.  El ataque a Irak fue un logro notable en este sentido, dado que se construyó sobre la base de una serie de mentiras sobre las armas, conexiones y amenazas iraquíes, que fueron sumamente dudosas en el mejor de los casos, varias de ellas claramente falsas y hasta muy tontas (como la nube en forma de hongo y la amenaza a la seguridad nacional estadounidense); con el añadido que las acciones se desencadenaron en violación flagrante de la Carta de la ONU.  Para transmitir el mensaje, fue necesaria una complicidad tácita entre la administración y los medios de comunicación masivos, éstos últimos en calidad de armas de propaganda de facto de los belicistas.

Podríamos recordar que la justificación dada para el bombardeo de la OTAN a las instalaciones de la televisión serbia en 1999 (que mató a 16 personas) fue que se trataba de un arma de propaganda del ejército serbio.  Bajo esa lógica, aceptada por la opinión respetable y por Carla Del Ponte a nombre del Tribunal de Yugoslavia, en un mundo justo, donde Bush y compañía seguramente serían enjuiciados por los múltiples crímenes de guerra en la agresión-ocupación de Irak, se encontrarían junto a él en el banquillo de acusados Arthur Hays Sulzberger, Bill Keller, Thomas Friedman, Donald Graham, Leonard Downie hijo, Richard Cohen, George Will, Rupert Murdoch, Bill O’Reilly y varios más.  Además resulta notable que, no obstante sus disculpas a medias por traicionar el interés público y a sus lectores en las vísperas de la invasión de Irak -por lo menos en el caso del New York Times y del Washington Pos-, los medios de comunicación están repitiendo las mismas rutinas como servicio de propaganda en la escalada hacia un posible ataque a Irán.  De manera generalizada, ellos evitan mencionar la similitud de los argumentos con el caso anterior, o que la administración mintió infamemente en esa oportunidad, o su propia hipercredulidad.  Es necesario  hacer tabla rasa, cuando el sistema requiere un servicio de propaganda en serie, que vehicule desinformación sistemática y supresión de evidencia inoportuna.  “El sonido del tambor suena familiar” para Simón Tisdall en el Guardian de Londres (7 de marzo de 2006: “The drumbeat sounds familar”), mas no para los sirvientes del poder en los medios de comunicación estadounidenses.

Doce principios de la propaganda de guerra en acción: el caso de Irán


El primer principio para elaborar la propaganda para el proyecto belicista estadounidense es considerar como un hecho que EE.UU.  tiene la autoridad legal y moral para liderar la tesis de que la comunidad internacional debe actuar: en este caso para detener el programa nuclear de Irán.  Consideremos que EE.UU.  se encuentra inmerso en una ocupación de Irak, en la que está cometiendo crímenes de guerra a diario, hecho que es la continuación de un acto mayor de agresión que violó la Carta de la ONU.  Si una potencia menor lo hubiese hecho, se la declararía fuera de la ley internacional, y no sería considerada un líder apropiado para guiar a la comunidad internacional en la persecución de la infamia.  De hecho, se juzgaría de primera importancia contener al Estado bandido.  Es más, EE.UU.  mostró su desacato a la Ley y a cualquier procedimiento legal de la ONU en la fase preparatoria a la guerra de Irak, cuando fabricó la crisis -violación iraquí de las reglas internacionales y una amenaza iraquí a la seguridad nacional de EE.UU.- y sobre esa base simplemente desconoció los procedimientos de la ONU y la ley internacional.

Más allá de estos ultrajes, EE.UU.  tiene las manos sucias en lo que concierne el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), que Irán supuestamente estaría violando: como signatario del TNP, EE.UU.  se comprometió en “seguir de buena fe las negociaciones sobre medidas eficaces relacionadas con la cesación de la carrera de las armas nucleares, y para un tratado sobre el desarme general y completo, bajo un control internacional estricto y eficaz”.  No ha cumplido este acuerdo, ni la promesa de no amenazar o usar armas nucleares contra signatarios que habían aceptado renunciar al desarrollo de las armas nucleares.  Incluso está actualizando y “modernizando” sus armas nucleares para que sean más “prácticas”.  En teoría, Irán o cualquier otra parte podría quejarse ante la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica) que EE.UU. viola lo establecido en el TNP, sin embargo, esto no sucede; en el Nuevo Orden Mundial, sólo las eventuales violaciones que EE.UU.  opta por perseguir pueden ser consideradas.  Además, Washington ha dado un apoyo crucial a Israel, país involucrado en una operación de limpieza étnica masiva que viola el derecho internacional, caso en el que tanto la superpotencia como su cliente desconocen sencillamente un conjunto de resoluciones de la ONU y la condena que la Corte Internacional ha dictado contra el muro del apartheid de Israel.  EE.UU.  ha ayudado, o ha dado su aprobación tácita, a las violaciones del TNP por parte de Israel, Pakistán e India.  En suma, su legitimidad  moral para cuestionar a Irán no existe: tan sólo puede hacerlo a nombre del poder, el soborno y las amenazas, y porque los medios de comunicación masivos y patrióticos asumen su autoridad moral como un hecho indiscutible.

El segundo principio, análogo al derecho estadounidense de hacer lo que le da la gana, es la ausencia del derecho que tiene el acusado siquiera para defenderse.  EE.UU.  e Israel pueden poseer armas nucleares, este último negándose a sujetarse al TNP y ello violándolo y amenazando a Irán con un “cambio de régimen”; pero cualquier intento de Irán para corregir el desequilibrio al adquirir tales armas para sí mismo es una cosa terrible que amenaza “la paz y la seguridad internacional”, como establece la Resolución 341 de la Cámara de Diputados.  ¡Los EE.UU.  e Israel han estado trayendo “paz y seguridad” al Medio Oriente! Se debe enfatizar que en las negociaciones de la Unión Europea (UE) sobre las actividades nucleares de Irán, EE.UU. se ha negado a incluir cualquier garantía de seguridad para Irán como parte del paquete de acuerdos, poniendo en claro sus intenciones nada amistosas hacia Irán; pero esto tampoco le da a Irán el derecho de adquirir armas que podrían reducir esa amenaza abierta.  Para los medios de comunicación, todo esto es irrelevante, pues las autoridades dicen que Irán es una amenaza, y nada más importa.

Un tercer principio es inflar la amenaza que representaría la posesión de armas nucleares por Irán.  Ello, por supuesto, es una fiel repetición de la exageración anterior de la amenaza de Irak, cuando los propagandistas de la administración Bush escaparon de ser ridiculizados por evocar nubes en hongo cerca de Nueva York y amenazas similares gravísimas.  En ese entonces, como ahora, los medios de comunicación omitieron señalar que Saddam Hussein había usado armas químicas solamente en los años ‘80 contra Irán (y los Kurdos iraquíes), en un momento en que servía a los intereses estadounidenses -y por consiguiente con la aprobación tácita de ese país-; tampoco mencionaron que Hussein no las usó en absoluto en la Guerra del Golfo Pérsico, cuando EE.UU.  era el contrincante y podía tomar represalias de la misma índole y con mayor fuerza.  En el mismo sentido, como EE.UU.  e Israel tienen una enorme capacidad de retaliación, los iraníes nunca podrían usar las armas nucleares como una herramienta ofensiva, pues sería suicida para su propio país.  Pero las armas nucleares servirían como arma de contención si Irán fuera atacado; es decir, contribuiría a la autodefensa.  Esta línea de argumentaciones se evita cuidadosamente en el flujo de la propaganda mediática.

Por supuesto que los demonios no deberían tener el derecho a la autodefensa, y el cuarto principio, aplicado cuando los medios de comunicación redoblan los tambores de guerra, es la satanización incesante del blanco de ataque.  Ello era fácil de hacer con Saddam Hussein, pero puede funcionar con casi todos, puesto que hay pocos líderes políticos que no tengan uno que otro hecho desagradable en su hoja de vida o que no hayan realizado declaraciones  indiscretas o arriesgadas que pueden ser explotadas, sacadas de contexto y usadas para insinuar irresponsabilidad y amenaza.  Los mullahs de Irán han administrado un Estado relativamente represivo, si bien la represión se ha aliviado y no se ha impuesto silencio a las voces democráticas.  El presidente Mahmoud Ahmandinejad, recientemente elegido, por cierto hizo una declaración indefendible sobre el Holocausto (un “mito”) y una declaración bárbara de que Israel “debe ser borrado del mapa”.  En su reciente nota, que puede ser considerada un clásico de la propaganda de guerra, (“Judicious Double Standards”, Washington Post, 7 de marzo de 2006), Richard Cohen llegó a decir que el líder iraní es un “fanático que ha prometido erradicar a Israel”, una mentira abierta.  Víctor David Hanson describe el escenario actual como de “aplacamiento” de un Irán “bravucón” amenazante, como ocurrió con el trato dado a Hitler en los años treinta, (“Appeasement 101: dealing with bullies”, Chicago Tribune, 17 de febrero 2006).  Irán, claro, tiene cero armas nucleares, mientras que los EE.UU.  e Israel tienen cantidades masivas y sistemas de lanzamiento; Irán no ha salido ni una vez fuera de sus fronteras, en tanto que los EE.UU.  e Israel lo han hecho regularmente y en este momento están golpeando a las poblaciones de Medio Oriente.  Pero Irán es el “bravucón”, y el aplacamiento significaría asegurarse, por amenaza o violencia, que no puede adquirir nunca una sola arma nuclear.  No obstante, las mentiras y la retórica exagerada son la norma, y en el ambiente de pánico prebélico, ni las mentiras, ni la exageración risible de la amenaza tienen mayor costo político.

Un quinto principio es evitar cualquier discusión sobre las relaciones actuales con los gobiernos que podrían merecer el estatus de demonio, tanto o más que el blanco de ataque (en este caso Irán).  En el mundo islámico, Arabia Saudita es más fundamentalista y más represiva que Irán, y Egipto, Pakistán, Marruecos y Uzbekistán pueden ser objetos de crítica tanto como Irán por sus prácticas antidemocráticas; pero ellos son estados-clientes de EE.UU., y por lo mismo poco susceptibles de ser criticados, y mucho menos de ser amenazados de desestabilización o ataque. Pakistán tiene incluso armas nucleares, y EE.UU.  lo tolera.

Israel, por supuesto, tiene un arsenal nuclear respetable que EE.UU.  le ayudó a desarrollar y acepta como razonable.  Richard Cohen explica que ésta es parte del doble estándar sensato, porque “Israel no ha amenazado borrar a Irán del mapa; porque se encuentra ampliamente superado numéricamente, en un barrio beligerante; y porque es la única democracia real en una región gobernada principalmente por matones”.  Pero Israel ha amenazado bombardear Irán, e hizo esa amenaza mucho antes de las declaraciones belicosas de Ahmadinejad, que nunca han sido tan específicas o realistas como las amenazas de Israel; e Israel ha invadido regularmente a sus vecinos, lo que Irán no ha hecho (si bien fue invadido por Irak, con ayuda de EE.UU.). Cohen evita mencionar que los “matones” del barrio  son principalmente estados clientes de EE.UU., cuya matonería se acepta sólo porque se usa contra su propia ciudadanía.  Israel está superado en número de población, mas no en tanques, aviones modernos, misiles y armas nucleares, y tiene el apoyo pleno de EE.UU.; así se permite amenazar y golpear a otros, y permanece invulnerable.  No es una democracia verdadera, es una democracia racista, y es el único Estado en el mundo que tiene libertad de ocupar la tierra de otro pueblo, y limpiarlo étnicamente durante muchos años, violando el derecho internacional y las normas aceptadas de moralidad, las cuales está exento de cumplirlas en virtud de su poderío militar y el de su patrocinador.  En síntesis, este “doble estándar sensato” se construye sobre la base del racismo, de las mentiras, y del pensamiento Orwelliano, ahora institucionalizado (ver mi articulo: “Ethnic Cleansing and the ‘Moral Instinct’,” Z Magazine, marzo de 2006).

Un sexto principio, estrechamente relacionado con el anterior, es la necesidad de esconder bajo la alfombra cualquier acción pasada o relaciones inconvenientes con el blanco de ataque que podrían mostrar hipocresía y lo fraudulento de la pretendida amenaza.  Esto fue un tema muy sensible en el caso de Saddam Hussein, ayudado y protegido por funcionarios estadounidenses (y británicos) en los años ochenta, cuando realmente estaba utilizando las pavorosas “armas de destrucción masiva”, si bien lo hacía contra un blanco (Irán) aceptado por EE.UU., así como contra algunos de sus propios ciudadanos.  En el caso de Irán, EE.UU.  promovió activamente el desarrollo de la energía nuclear en ese país cuando el Shah de Irán estaba en el poder.  Él fue mucho más opresor de su pueblo que lo que actualmente son los mullahs -sus cámaras de tortura último modelo estaban equipadas al día con ayuda estadounidense e israelita-, pero él recibía órdenes; entonces, usando los “dobles estándares sensatos ” de Cohen, era razonable que se aliente la carrera nuclear.  La habilidad de los medios de comunicación de olvidarse de estos hechos inoportunos, y rebuscar “principios” largamente olvidados, aplicados ahora a Irán con la mayor seriedad, es un recordatorio de los principios de “Newspeak” (la nueva jerga) descritos por Orwell en 1984.

Un séptimo principio es el de esconder bajo la (ya abultada) alfombra cualquier acción actual de EE.UU.  que podría parecer incompatible con su severa postura de oposición a cualquier programa nuclear de Irán.  La más evidente hoy es el acuerdo con India, que acaban de firmar el presidente George Bush y el presidente indio Manmohan Singh, que prevé ayuda nuclear estadounidense para India para usos civiles de energía nuclear, pero que de paso da luz verde al procesamiento de combustible nuclear, que India continúa haciendo, destinado a su programa de armas nucleares.  Los medios de comunicación masivos no han escondido este acuerdo, pero han evitado enfatizar la violación de principios: India, un país que no ha adherido al TNP y más bien ha construido armas nucleares, en lugar de ser  castigado por este hecho y por su contribución a la proliferación nuclear, es aceptado como una potencia nuclear, y se le ayuda a reforzar su estatus nuclear, tanto civil como militar.  A Irán, en cambio, que firmó ese tratado y aceptó someterse a las inspecciones de la AIEA, y qué no tiene ninguna arma nuclear, se le niega el derecho a usar la energía nuclear incluso para fines civiles y se le amenaza con sanciones y con ser atacado.

Un octavo principio es que EE.UU.  no sólo tiene el derecho de desconocer el TNP tal como se aplica a sí mismo, sino que también puede alterar los términos en que el TNP se aplica a su blanco de ataque.  En este caso, el TNP le da a Irán el derecho “inalienable para desarrollar, investigar, producir y usar la energía nuclear para fines pacíficos” (Art.  IV.1).  Sin embargo, el Embajador estadounidense ante la ONU ha afirmado que “ningún enriquecimiento en Irán es permisible” porque “pudiera dar a Irán la posibilidad de dominar las dificultades técnicas que está encontrando actualmente en su programa”, y habiéndolo hecho, pudiera usar estos procesos en otras cosas.  Una vez más, la ley es irrelevante, y el violador de la Carta de la ONU en la agresión contra Irak está nuevamente amenazando con una agresión, porque juzga que Irán es una amenaza.  Por cierto, todas las amenazas serias están emanando de EE.UU.  e Israel, y no hay ninguna evidencia firme de que Irán esté yendo más allá de sus derechos absolutamente legales establecidos en el TNP, pero estas consideraciones pueden ser descartadas, ya que la potencia más grande y más fuerte se ha pronunciado.

Un noveno principio es que si el blanco de ataque no puede demostrar un resultado negativo, la severidad de la amenaza a la “seguridad nacional” estadounidense requiere que Irán sea bombardeado y que se cambie de régimen por uno en el que se puede confiar (del estilo del Shah de Irán, o Sharon, o Musharraf).  Esto sería una repetición del curso de los acontecimientos que ocurrieron en Irak, entre 2002 y marzo de 2003, cuando los inspectores no encontraron nada, a pesar de buscar muy extensamente (incluso en todos los lugares que la inteligencia estadounidense y británica había sugerido como prometedores), pero bajo este principio, una invasión se justificaba porque el resultado negativo no había sido (y no podía ser) demostrado. Podríamos ver el mismo proceso en el caso de Irán.

Un décimo principio es usar los mecanismos de regulación internacional vinculados a la ONU para servir a la guerra y a la meta del cambio de régimen: al presionar por inspecciones cada vez más intensivas y ultimátums; al denigrar la idoneidad de las inspecciones; al tomar cualquier ausencia de prueba negativa y cualquier dilatación en la cooperación con las inspecciones -cada vez más entremetidas-, por parte del país concernido, como demostración de su carácter despreciable y la prueba virtual de sus operaciones clandestinas; y también al conseguir que la ONU y el Consejo de Seguridad hagan concesiones que aplaquen al agresor, para dar una aura de semi-legalidad a su agresión.  La ONU, Francia y Alemania fueron blancos de  crítica previo a la agresión a Irak, por no darle carta blanca a EE.UU., aunque ellos hicieron lo imposible para aplacar al agresor (después dieron su visto bueno a su ocupación ilegal y asesina).  En la escalada hacia el ataque a Irán, EE.UU.  ha mantenido una intensa presión en la AIEA y la UE para que condenen a Irán por su “ocultación” y falta de “transparencia”, conminando a la AIEA a inspeccionar frecuente e intensivamente (desde el 17 de marzo de 2003, la AIEA ha presentado a su directiva 17 informes escritos y cuatro orales sobre sus inspecciones en Irán), posiblemente con la esperanza de que Irán ceda a la provocación de retirarse del TNP, dando así su casus belli al agresor.  De nuevo, quien presiona es un agresor que todavía no ha digerido su última comida y que se encuentra él mismo en flagrante violación del TNP.

Un décimo primer principio es fingir que todo el frenesí y la actividad de las Grandes Potencias para tratar con la amenaza de Irán se basa en una preocupación universal, y no refleja el poder estadounidense y los esfuerzos por aplacar ese poder.  La UE ha cooperado con la administración Bush con aún más asiduidad de lo que lo hizo antes del ataque a Irak, colaborando con la difusión y condena de los supuestos desmanes de Irán, y presionando a la AIEA a perseguirlo más agresivamente, mientras tanto, ignora por completo, claro está, las violaciones estadounidenses del TNP, sus amenazas abiertas dirigidas a Irán y los programas anunciados abiertamente de intervención y desestabilización, amenazas que una vez más violan la Carta de la ONU.  Así que la “comunidad internacional” está cooperando activamente con otra agresión estadounidense planeada y amenazada.

Un décimo segundo principio es desconocer cualquier agenda oculta que EE.UU.  podría tener en la persecución a Irán.  Como la agenda explícita de eliminar una amenaza a la seguridad nacional estadounidense es igual de fraudulenta como la amenaza a la seguridad de ese país por parte de Irak, y como EE.UU.  se niega a darle una garantía de seguridad a Irán como parte de un paquete de control de armas, el hecho de que se evite examinar las razones reales para el programa estadounidense es el colmo de la irresponsabilidad periodística y de la “comunidad internacional”.  ¿Se trata de una simple proyección de poder de un Estado imperial, como propugnan muchos funcionarios de Bush en el Proyecto por un Nuevo Siglo Americano, “Reconstruyendo las Defensas de América” (2000) y delineada en la “Estrategia de Seguridad Nacional de los EE.UU.” (2002)? ¿Es parte de una apuesta para el control de los suministros de petróleo, que podría requerir de un estado-cliente controlado en Irán, así como en Irak? ¿Se trata de impedir la creación de una bolsa petrolera de valores en Irán y la potencial disminución del rol del dólar como moneda dominante? ¿Se busca prevenir un eje de poder basada en la energía entre Irán, China y otros países de Asia? ¿El propósito es ayudar a Israel a mantener su dominio en el Medio Oriente y su capacidad de continuar con la limpieza étnica de la Rivera Occidental y Jerusalén  Oriental, sin ninguna interferencia? Una combinación de estos motivos se encuentra, sin duda, detrás de la intimidación y amenazas de EE.UU.  Un periodismo democrático y una comunidad internacional responsable deberían estar debatiéndolo para llegar a las conclusiones apropiadas.

Conclusiones

El Tío Chutzpah[1] y sus verdugos obsecuentes -los medios de comunicación, la ONU y la coalición de los pusilánimes y sobornados- han aislado a Irán y han preparado el terreno para su posible desestabilización y agresión.  Uno no debería pensar que esto fuera posible, dados los remarcables paralelismos en argumentos y evidencias (engañosas) entre este caso y el de la agresión fallida en Irak; pero el poder del agresor y la subordinación de los medios de comunicación y la comunidad internacional son aparentemente ilimitados.  Ciertamente, no es seguro que Irán será atacado, y si se lo ataca, lo más probable es que sea solamente con bombas, pero bien podría suceder.  El escenario está siendo montado, y las personas susceptibles de tomar esas decisiones son asesinos probados, verdugos y violadores de la ley, confiados en su superioridad militar y su invulnerabilidad ante el enjuiciamiento por conducta criminal, y con una gran capacidad para el autoengaño farisaico.  Y la comunidad internacional no sólo hace nada para detenerlos, sino que está ayudándoles a preparar los fundamentos “(in)morales” y cuasi-legales.  Los líderes del Estado agresor también son políticamente astutos, y reconocen el valor político de la guerra como un medio para recuperar las fortunas políticas.  Ellos pueden haber fracasado en casa y en el extranjero, pero sus servicios a la comunidad empresarial han sido de largo alcance, y esos éxitos les han protegido y sostenido.  Continuarlos, siendo que hacen daño a la gran mayoría, puede requerir acciones de fuerza.  Como Thorstein Veblen señaló hace cien años, “El valor cultural directo de una política comercial bélica es inequívoco.  Produce un ánimo conservador en el pueblo
¼ De un solo golpe, dirige el interés popular a asuntos más nobles, institucionalmente menos arriesgados, que la distribución desigual de la riqueza” (The Theory of Business Enterprise [1904], pp.  391-3).  Cuando cada día uno está aumentando el currículo de servicios a los ricos y haciéndole daño a la mayoría, la guerra puede ser útil para que la gente se vuelva de nuevo hacia lo más “noble, lo menos arriesgado institucionalmente”, cosas como detener la terrible amenaza de una bomba iraní.

Traducido por ALAI del artículo original en ingles, publicado bajo el título: “Uncle Chutzpah and His Willing Executioners on the Dire Iran Threat: With Twelve Principles of War Propaganda in Ongoing Service”.  
Fuente: Znet (www.zmag.org).

Edward Herman es economista estadounidense; ha publicado numerosos libros sobre medios de comunicación y teoría de la propaganda, incluyendo Manufacturing Consent (1988, con Noam Chomsky).



[1] NDLT. Chutzpah: palabra de origen yiddish que significa descaro o audacia.

https://www.alainet.org/es/articulo/121058
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