La clonación de la OTAN
22/03/2007
- Opinión
La presencia de soldados en Afganistán, donde se sigue librando una guerra contra los residuos del régimen talibán, inicialmente derrotado tras los atentados del 11-S, lleva a un plano destacado el debate público sobre la continuidad de esa presencia. Se discuten incluso las razones por las que la OTAN , a requerimiento de Naciones Unidas, deba responsabilizarse de una misión que sobrepasa, con mucho, las funciones básicas para las que fue creada, tal como están establecidas en el Tratado del Atlántico Norte.
El verdadero motivo por el que la OTAN se esfuerza, estirando al máximo sus recursos en las tierras afganas, es doble. Por un lado, se debe a la incapacidad de la ONU para poder desarrollar con eficacia por sí misma la misión de mantenimiento y preservación de la paz y la seguridad. Por otra parte, también podría obedecer a la inexistencia de otras organizaciones regionales que fuesen capaces de llevar a cabo esa misión.
La ONU carece de unas fuerzas armadas que puedan atender a cumplir lo que de ella exige la Carta de Naciones Unidas y, además, una organización regional de ámbito exclusivamente europeo y atlántico, como es la OTAN , creada por razones ya extinguidas (el enfrentamiento entre los bloques durante la guerra fría), se ve forzada a ocupar el lugar que debería llenar alguna otra organización de seguridad internacional, de características permanentes, creada ex profeso para el territorio en cuestión.
La realidad internacional de hoy muestra que el número de Estados fracasados, que pudieran requerir intervenciones internacionales de pacificación y estabilización, va a aumentar en los próximos años, dado el empeoramiento de las condiciones generales en numerosas zonas de África, Asia y América. Las intervenciones improvisadas, como la de la Unión Africana en Darfur, tienen pocas probabilidades de éxito, como muestra la experiencia y, a menudo, producen más caos.
Desde el Instituto de Estudios Estratégicos de EEUU, un destacado analista en cuestiones internacionales propugnaba en el International Herald Tribune la creación de al menos seis organizaciones internacionales, clones de la OTAN , que satisficieran necesidades análogas en seis regiones geográficas: Norteamérica, Sudamérica, África, Asia-Pacífico, Asia Meridional y Oriente Próximo. Proponía, incluso, como sedes de sus cuarteles generales, a Colorado Springs, Brasilia, Johannesburgo, Pekín, Nueva Delhi y Ammán.
Cada una de estas nuevas alianzas regionales debería estar en condiciones de desplegar, por tierra, mar o aire, una brigada de unos 6.000 combatientes, en cualquier punto de su zona de responsabilidad. Debería contar, además, con apoyos diplomáticos y económicos para ayudar a la reconstrucción de los países afectados. Cada organización debería estar dirigida por un país hegemónico en la zona, del mismo modo que EEUU es el líder indiscutible de la OTAN. A dicho país le correspondería la mayor participación económica y militar, y, en contrapartida, ejercería la dirección práctica de la organización.
Es de temer que esta solución crease muchos más problemas que los que venía a resolver. ¿Sería Brasil hegemónico militarmente en Sudamérica, con la aquiescencia de Argentina o Venezuela? ¿Impondría sus puntos de vista la India sobre los de Pakistán en el funcionamiento de la organización responsable de la seguridad en el Asia Meridional? ¿Aceptaría Japón sin desagrado el liderazgo chino en su zona? Las presiones y las luchas por el poder efectivo en cada territorio generarían nuevas tensiones, por mucho que en la propuesta se asigna a la ONU un papel de coordinación.
Es indudable que la OTAN ha desbordado el ámbito para el que fue creada, con los consiguientes desajustes e ineficacias. Pero en vez de propugnar la creación de nuevos organismos similares, los esfuerzos habrían de dirigirse a poner en manos de la ONU esos mecanismos de coerción necesarios para cumplir las misiones que tiene asignadas. Pero la ONU ni en su estructura ni en su funcionamiento satisface los requerimientos del presente. No es deseable, pues, tratar de clonar la OTAN y generar seis instrumentos de dudosa eficacia y posibles creadores de nuevas tensiones, sino volver a pensar una ONU, adaptada al siglo XXI, a la que se asignen misiones claras y concretas en un mundo globalizados, y que disponga de los instrumentos necesarios para desempeñarlas con eficacia.
- Alberto Piris. General de artillería en la reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España. www.solidarios.org.es
El verdadero motivo por el que la OTAN se esfuerza, estirando al máximo sus recursos en las tierras afganas, es doble. Por un lado, se debe a la incapacidad de la ONU para poder desarrollar con eficacia por sí misma la misión de mantenimiento y preservación de la paz y la seguridad. Por otra parte, también podría obedecer a la inexistencia de otras organizaciones regionales que fuesen capaces de llevar a cabo esa misión.
La ONU carece de unas fuerzas armadas que puedan atender a cumplir lo que de ella exige la Carta de Naciones Unidas y, además, una organización regional de ámbito exclusivamente europeo y atlántico, como es la OTAN , creada por razones ya extinguidas (el enfrentamiento entre los bloques durante la guerra fría), se ve forzada a ocupar el lugar que debería llenar alguna otra organización de seguridad internacional, de características permanentes, creada ex profeso para el territorio en cuestión.
La realidad internacional de hoy muestra que el número de Estados fracasados, que pudieran requerir intervenciones internacionales de pacificación y estabilización, va a aumentar en los próximos años, dado el empeoramiento de las condiciones generales en numerosas zonas de África, Asia y América. Las intervenciones improvisadas, como la de la Unión Africana en Darfur, tienen pocas probabilidades de éxito, como muestra la experiencia y, a menudo, producen más caos.
Desde el Instituto de Estudios Estratégicos de EEUU, un destacado analista en cuestiones internacionales propugnaba en el International Herald Tribune la creación de al menos seis organizaciones internacionales, clones de la OTAN , que satisficieran necesidades análogas en seis regiones geográficas: Norteamérica, Sudamérica, África, Asia-Pacífico, Asia Meridional y Oriente Próximo. Proponía, incluso, como sedes de sus cuarteles generales, a Colorado Springs, Brasilia, Johannesburgo, Pekín, Nueva Delhi y Ammán.
Cada una de estas nuevas alianzas regionales debería estar en condiciones de desplegar, por tierra, mar o aire, una brigada de unos 6.000 combatientes, en cualquier punto de su zona de responsabilidad. Debería contar, además, con apoyos diplomáticos y económicos para ayudar a la reconstrucción de los países afectados. Cada organización debería estar dirigida por un país hegemónico en la zona, del mismo modo que EEUU es el líder indiscutible de la OTAN. A dicho país le correspondería la mayor participación económica y militar, y, en contrapartida, ejercería la dirección práctica de la organización.
Es de temer que esta solución crease muchos más problemas que los que venía a resolver. ¿Sería Brasil hegemónico militarmente en Sudamérica, con la aquiescencia de Argentina o Venezuela? ¿Impondría sus puntos de vista la India sobre los de Pakistán en el funcionamiento de la organización responsable de la seguridad en el Asia Meridional? ¿Aceptaría Japón sin desagrado el liderazgo chino en su zona? Las presiones y las luchas por el poder efectivo en cada territorio generarían nuevas tensiones, por mucho que en la propuesta se asigna a la ONU un papel de coordinación.
Es indudable que la OTAN ha desbordado el ámbito para el que fue creada, con los consiguientes desajustes e ineficacias. Pero en vez de propugnar la creación de nuevos organismos similares, los esfuerzos habrían de dirigirse a poner en manos de la ONU esos mecanismos de coerción necesarios para cumplir las misiones que tiene asignadas. Pero la ONU ni en su estructura ni en su funcionamiento satisface los requerimientos del presente. No es deseable, pues, tratar de clonar la OTAN y generar seis instrumentos de dudosa eficacia y posibles creadores de nuevas tensiones, sino volver a pensar una ONU, adaptada al siglo XXI, a la que se asignen misiones claras y concretas en un mundo globalizados, y que disponga de los instrumentos necesarios para desempeñarlas con eficacia.
- Alberto Piris. General de artillería en la reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España. www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/es/articulo/120156
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