Pesadilla

25/02/2007
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Ha sido como al modo de una larga pesadilla. Desde su concepción original, cuando Abel Pacheco depositó la responsabilidad de su negociación en una secta ideológica, dogmática y refractaria. Luego se impuso la arrogancia como estilo comunicativo y el secretismo como sustituto de los mecanismos de la democracia. Con el tiempo se fueron desgranando las mentiras que, en la etapa de negociación, culminaron con la entrega de las telecomunicaciones, en un show de mal gusto que montaron los grandes medios en complicidad con negociadores "ticos" y procónsules imperiales.

Sentados tales antecedentes, lo que vino resultaba esperable. Progresivamente se hizo imposible cualquier debate racional. Toda la rica producción académica y científica que procuraba advertir acerca de la inconveniencia fundamental de este Tratado, se enfrentó a dos enemigos formidables: la parcialización absoluta de los grandes medios, devenidos propagandistas rabiosos del TLC y, a la par, la maquinaria enorme de una propaganda despilfarradora, diseñada íntegramente con el fin de acallar cualquier reflexión respetuosa e imponer la estupidez y la mentira.

Entre tanto, la ciudadanía organizada se ha movilizado y, en el proceso, ha construido un movimiento social de alcance nacional y proyección global. Es una madeja multicolor de expresiones organizativas, de propuestas de vida, de concepciones de sociedad. Se ha hecho manifiesto que este país nuestro ha cambiado a lo largo de los años; que hoy es más complejo y diverso que ayer y que desde esa riquísima pluralidad está surgiendo una ciudadanía mucho más politizada y crítica, plenamente conciente de la historia a sus espaldas y de las luchas populares democráticas que la jalonan, y portadora de un potencial de renovación social realmente formidable. En medio del mal sueño surge así una luz al final del túnel.

La pesadilla tiene un nombre preciso: TLC. Se alimentó y, en círculo vicioso, alimenta a su vez los vicios y las patologías de unas clases dirigentes que perdieron la brújula. Metidos en sus despachos alfombrados y en sus automóviles de lujo, y educados en inglés, ya no entienden el lenguaje de nuestro pueblo ni son capaces de interpretar ni apreciar el legado de los hombres y mujeres que construyeron las cosas buenas que han particularizado este pequeño país nuestro. La avaricia y la obsesión de poder son malas consejeras, pero tristemente son la guía de estos grupos de poder en Costa Rica.

Al cabo, estamos llegando a un punto donde la sociedad costarricense exige un respiro para darse la oportunidad de reconstruir su propio tejido social, el cual, cada día que pasa, está más y más deteriorado. Pero el gobierno y los grupos dominantes –económicos y mediáticos además de políticos- deben entender una cosa: tan solo si el TLC desaparece de la agenda será posible reconstruir espacios razonables de encuentro. Porque el TLC es intrínsecamente polarizante.

Esto último debería ser fácil de entender. Pensemos que este Tratado incorpora, en un solo paquete, un enorme conjunto de asuntos, todos sumamente polémicos. Y, como si eso fuera poco, ninguno de tales temas está abierto al diálogo. En cada caso ya quedó escrito lo que ha de hacerse y ningún matiz –pero ni el menor matiz- es admisible. Elaboremos, así de pasada, un listado muy rápido: armas, telecomunicaciones, propiedad intelectual, medicinas, semillas, biodiversidad, seguros, medio ambiente, régimen inversionista-estado, agricultura, agua, educación, políticas de desarrollo, pequeña empresa…

Nadie tiene derecho a pedir diálogo en relación con un Tratado que, de forma simultánea, impone mil obligaciones ineludibles en mil temas distintos todos tremendamente discutibles. Es absolutamente demente esperar que ningún diálogo pueda tener lugar sobre tales bases.

El señor Arias tiene hoy en sus manos una responsabilidad absolutamente crucial. Le toca decidir entre pasar a la historia como el presidente que quiso y provocó la más grave fractura social de nuestra historia, o como el que tuvo el mínimo de sensatez, generosidad y reciedumbre para frenar la voracidad de los grupos que pululan a su alrededor y a los que no les interesa nada, excepto lograr satisfacer su avaricia.

Lo puerta de salida es solo una: retirar el TLC y abrirse a un proceso de diálogo realmente democrático y participativo desde el cual repensar, sobre nuevas bases, el futuro de Costa Rica. Porque, ojalá lo entendieron estos grupos dominantes y los mismos líderes sociales, la ciudadanía costarricense es hoy un conglomerado que, sobre la base multicolor de su heterogeneidad, tiene de común una madurez política y un compromiso patriótico muy desarrollados. Ni comeremos cuento ni nos dejaremos traicionar. Si se trata de diálogo, ha de ser diálogo paritario y transparente, sin imposición, sin jerarquías ni cartas bajo la mesa.

Si, en cambio, priva la tozudez y se insiste en llevar adelante el TLC, muchas cosas podrían ocurrir. Lo que sí es real es que con ello se agudizará poderosamente la enfermedad que carcome nuestra sociedad y que se manifiesta en una polarización y desigualdad crecientes, en una descomposición social en curso de agravamiento. Las clases dirigentes habrán ratificado entonces su total incapacidad para gobernar y, quizá de forma irreversible, habrán firmado su acta de desahucio sin salida decorosa al alcance. Porque, más temprano que tarde, esa madurez ciudadana que hoy crece en los intersticios profundos de la patria, los hará salir del poder. Por vías pacíficas, seguramente, porque somos un pueblo que, por voluntad histórica indeclinable, construye desde la paz. Pero, pacífico y civilista, en su momento este pueblo los colocará donde les corresponde: el basurero de la historia.
https://www.alainet.org/es/articulo/119699?language=es
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