La familia azul

10/01/2007
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Hablamos del ruido que provocó, en los últimos años, retorcer la naturaleza a un componente más dentro del mercado, con sus consecuencias de erosión y fragmentación. Un ambientalismo donde el propietario puede adquirir un ecosistema, asignar valores de cambio al agua, patentar los microorganismos y cultivos, o los atributos genéticos ser comercializados y regulados por derechos de propiedad. La vida, mostrada como mercancía en las góndolas de los supermercados ¿Pero con cuál palabra maravillosa podemos romper este ruido?

La Tierra, vista desde el espacio, es una delicada casa azul. Somos la familia azul de esa casa. Somos una familia hecha de especies. La desaparición de una cultura es como la pérdida irremediable de una especie. El ambientalismo de mercado no necesita multiplicidad de visiones del mundo, necesita clientes.

Los payaguás eran un pueblo originario del Chaco, canoeros del gran río Paraguay. Vivían, dormían, amaban sobre el agua. Para el naturalista Jorge Fontana, que vio los últimos diecisiete miembros de la tribu hacia 1880, la lengua payaguá resultaba la más difícil del mundo, quizás por estar hecha de palabras pronunciadas bajo el agua. Después de las derrotas fluviales y persecución durante siglos, Fontana observa al último grupo de familias como invadidos de la tristeza de desaparición, callados, el cuerpo inmóvil, preocupados por acontecimientos remotos que les causan pena y de movimientos en armonía con esa gravedad. Son los últimos. Hace años que no pelean para no perder a alguno de los suyos. En el grupo son cinco los niños que parecen viejitos. No juegan. Se está velando a un adulto y los llantos se arrastran noches y días. Parece no el entierro de un hombre sino de una nación entera, dice el naturalista, la extinción de una especie. Porque la curva de la fertilidad en los sexos ha descendido dramáticamente con la angustia. Es difícil nacer. Parece el entierro de un mundo, y el naturalista se despide para siempre de esa cultura, anotando sin ánimo algunas palabras acuáticas en su libreta. Apenas un gesto. El relato comparte el duelo cósmico, como si la naturaleza en pleno, su coro substancial, los elementos instintivos, la subjetividad arrinconada, el principio del ser, el caos, lloraran la pérdida entrañable y definitiva de una de sus variables.

¿Cuál será la palabra maravillosa que rompa el ruido que hace a la Tierra no una casa, sino vociferar como un supermercado? ¿Cuál será si los que la habitamos nos ven no una familia conformada de "especies", sino de individuos sueltos, acatarrados, maximizando beneficios acatarrados?

Monsanto es dueña del 90 por ciento de la soja transgénica del mundo y de un patrimonio genético patentado que no le pertenece. Su proyecto es de una agricultura sin agricultores, es decir una casa sin familias, edificada bajo su modelo actual de un trabajador cada 500 hectáreas y nada que indique sea, en el futuro, de un trabajador cada 50.000 hectáreas. De manera que en los Estados Unidos ya hay más gente en la cárcel que campesinos cultivando alimentos. Todo el sistema se cae y, en su lugar, quedan pueblos fantasmas y drogadictos rurales, concluye Bill Freese de la organización "Amigos de la Tierra".

El ambientalismo de mercado quebró las pocas condiciones estables de vida en la gran especie de la casa azul. Filosofía de la desigualdad, obscenidad del despilfarro, flexibilización laboral, privatización o sea privación para las mayorías de los sistemas de salud y educación públicas, destrozaron buena parte del hábitat de la casa azul. El ambientalismo de mercado rompió el nudo familiar creando sujetos individuales incapacitados de mirar al otro, de oír sus respuestas. Si la dicotomía social es riqueza o fracaso, entonces en la captura de un puesto laboral el otro es un enemigo.

El 60 por ciento de los jóvenes en la Argentina que forman pareja no se casan. Desconfían de un Estado que ayudó a crear millones sin nada, para luego regar planes clientelares a esos millones sin nada. Desconfían de sus padres que perdieron la autoestima después de esos planes. Así que no se casan por civil y tampoco en los templos. Desconfían de la familia que en los 90 fue desactivada por los egoísmos sociales del mercado, frecuentemente rota por ellos. Si acaso sus padres formaron una familia estable, estos jóvenes no pueden con las utopías de una casa, un trabajo, una obra social para el recién nacido.

¿Cuál es entonces el tipo familiar a que aspiran estos jóvenes? Uno colectivo, tal vez próximo al que proponían los anarquistas del 900 ilustrados en filosofías, pero ahora sin ideario. Familias colectivas. Esto no implica sexo grupal, como exorcizan algunos, significa nada más que solidaridad colectiva.

Un grupo generacional cuyas relaciones de amor sexual son efímeras y cambiantes, con algo del imaginario del zapping en el corazón. ¿Cómo consolidar una pareja, hacerla estable bajo un prototipo organizado en la inestabilidad infinita?

Entonces se aman honestamente. El aborto, por lo general resultado de la desprotección social, desintegra a esta pareja. Pero el grupo se colabora en los alimentos, y los gastos no van más allá de lo elemental. ¿De qué hablan? La política no figura en la agenda cotidiana. Se ríen mucho, no se apenan, no tienen espíritu trágico. Prefieren las bromas. Algo de la onda "paz y amor" sin flores ni marihuana. Digamos apenas para la botella plástica de pepsi comprada en un drugstore plástico que se parece bastante a un kiosco. Los hijos quedarán para el día en que el modelo no mate recién nacidos.

En esta dirección, un ambientalismo iconoclasta. Si se pierde el homo sapiens no será lo único ni tan importante, ellos también nacieron en una economía de pérdidas. No son sentimentales, tampoco prácticos. A veces tienen un sentimiento concreto sobre las cosas concretas.

Muchos de estos jóvenes abrazan el arte, incluso sin condiciones. ¿Por qué tantos? El arte y la moral son dos palancas para arrancarse la costra de realidad que impugnan sin entender. Sobreviven. Flacos, vestidos de telas gastadas, jamás compraron un libro, aunque tratan de leerse entre ellos. Ven poca televisión y siempre hay alguno que navega por internet y cuenta a los otros. Una navegación contada. Como no pueden partir (no llegarían muy lejos), tienen sueños amurallados sin casa ni marido llegando del trabajo, sin "Hogar dulce hogar", el comic que todavía publican algunos diarios, con la casa de Pepita y el vendedor de lustraspiradoras tocando la puerta de la familia clase media. ¿Qué palabra buscan estos chicos para reintegrarse a la casa azul que les fue perdida?.

El mercado subsumió a él mismo todas las instituciones ligadas –entre ellas la familia- y ligadas a la tierra. Su dictadura se ejerce incluso sobre el agua que, si la tratamos como derecho humano, entonces se está cometiendo un crimen de lesa humanidad en la casa azul sobre la familia azul: 34 mil personas mueren al día por falta de agua potable en el mundo, 34 mil desaparecidos diarios. La Declaración de Roma establece tres ejes fundamentales en torno al agua de la familia azul. Uno, 40 litros diarios a cada ser humano como mínimo para la vida. Dos, utilizar el 1 por ciento del presupuesto militar para acabar con el holocausto. Tres, convertir al agua en derecho constitucional. En su administración deben intervenir desde el Estado a las familias, pero el modelo privado de concesión pone en el cepo de la ambición individual y el éxito a la delicada línea de la vida en el planeta azul.

En la avenida de las ventajas e intereses individuales, el pope neoliberal Hayek llega a sostener la inoperancia de cualquier sistema ético para la casa habitada por la familia azul.

Un adulto medio recibe 4.000 mensajes publicitarios al día. Si acaso capta alguno sobre la protección a la Tierra azul, lo puede confundir fácilmente con la protección del refrigerador. A una limpieza mental debe ayudarlo la comunidad familiar, del tipo que fuese, con su pedagogía sobre los recursos. Tampoco esto alcanza para resolver las cuestiones del cambio climático y la defensa de la biodiversidad. Tampoco alcanza con la intervención de los Estados. ¿Acaso los Estados Unidos, el primer contaminador planetario, no da portazos a las conferencias que tratan de morigerar el recalentamiento global?

Cuentan que a los primeros monjes budistas no se les permitía tener más de ocho objetos materiales. Ocho. Si deseaban uno más, debían regalar otro de aquellos ocho. ¿Y si en la casa azul la familia azul debiera elegir y conservar nada más que ocho objetos, cuidándolos como los decisivos?

El agua y la atmósfera, van dos, la fertilidad y la riqueza biológica, van cuatro, las culturas y los alimentos, van seis, la educación y la salud para la familia azul. Están los ocho. Nos falta la palabra maravillosa para reunirlos.

Si acaso agregamos uno, tendremos que desprendernos de otro. Si agregamos la riqueza habrá que regalar el aire o la fertilidad. De convocar a la propiedad privada de la ciencia, entregaríamos la salud para los que no tienen. Si agregamos el Centro Comercial América de Minneapolis, que recibe más visitantes que Disneylandia, el Gran Cañón y la mansión de Elvis juntos, para meternos en una maraña de objetos que impiden vernos, tocarnos, sentirnos a un punto que los propios objetos nos hacen pasar por el escáner a nosotros, y consumen nuestras relaciones y a la propia familia, entonces habrá que regalar la diversidad cultural a alguien, a nadie. Deshacernos cuanto antes de todos los payaguás del mundo, incluida la identidad guadalajeca si ustedes quieren. ¿Será que la palabra maravillosa que reúna a la familia azul con sus ocho elementos sea el Otro? ¿El sentimiento del Otro? No es de la impugnación del consumo de lo que hablo, sino del consumo que reemplaza a los sentimientos.

Sin una reestructuración de los sentimientos de la familia azul será difícil resolver la disipación de la delicada película de ozono. Una familia con los sentimientos deteriorados, empobrecidos en la banalidad, no le interesa la Tierra más que al guijarro que patea en la vereda. No basta con los saberes, hay que aprender a amar de una manera no conocida hasta ahora, planetaria, lo llamemos el amor azul. No patentarlo.

En este punto parece una casualidad, pero la casa donde nació y murió Frida Kahlo se llama "la casa azul".

De hecho, en los pueblos originarios americanos, las emociones formaban parte de la cosmovisión del mundo. La Tierra se movía con mitos y los mitos eran soplados por sentimientos. La Madre Tierra entre los quechuas, la Pachamama, no era un dios, sino el principio de todo nacimiento, la madre que fertiliza y recibe a los muertos; el vientre celular donde se gesta el feto, y el vientre de cerámica que recibe a los difuntos en la posición fetal. Junto a ello el principio de reciprocidad. Devuelvo algo a la Tierra por lo mucho que me da, todo. Una papita antes de comer la papa, devuelvo. Un chorro de aguardiente, antes de beber la copita, retorno. Es un gesto nada más. Pero los primeros actos de amor empiezan con gestos.

Un gesto con el Otro que somos. También es posible que la Tierra ni siquiera sea una casa sino un vientre. ¿Y si la palabra maravillosa sea vientre? ¿El dolor y ternura de las parturientas, la fertilidad angustiosa, la violencia del pujo y suavidad del corazón? Si el Otro soy yo, la Tierra es un vientre que somos. Un parto no es fácil. Pero el salvaje llanto del recién nacido nos salvará de la idiotez y las pérdidas. "El mundo es ancho y ajeno" había titulado Ciro Alegría a su novela. Hoy el mundo es profundo y ventral. La Tierra es un vientre que está en nuestro vientre. Todos somos hijos de una misma madre y sus asesinos y madres de ella misma. Para un acto tan elocuente y elemental como el parto necesitamos del Otro.

La casa azul ahora vientre rojo, y la familia azul –en este punto epocal en que nos hallamos- un feto morado por la tensión de nacer. El primer grito todavía no ocurrió. La palabra maravillosa nos arrancará hacia la explanada primera de la toma del aire. ¡Ah el aire! ¡El aire! Con la palabra maravillosa empezar a respirar, desde los pulmones aplastados, el aire, ensanchados como acordeones al aire, al aire, al aire…

El que rompa el ruido tendrá que hacerlo con una palabra como vientre, nacida con el primer aire.
https://www.alainet.org/es/articulo/119522

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