Duro de matar
- Opinión
Una ruta clausurada
Hace casi medio siglo, cuando en las ciencias sociales de la época prevalecían sin contrapeso las teorías de la modernización y la de las “etapas del desarrollo económico”, popularizadas por Walter W. Rostow en su famoso libro, veía la luz un texto de Karl de Schweinitz en el que planteaba una tesis radical, totalmente a contracorriente del consenso dominante de su tiempo. Sintéticamente, ella decía que en lo concerniente al establecimiento de una democracia liberal el camino recorrido por Estados Unidos y los países más avanzados de Europa ya no podía ser transitado nuevamente por las naciones subdesarrolladas. Si bien su pronóstico sobre la industrialización era un poco menos pesimista, entre líneas el mensaje era claro: el mundo de la periferia muy difícilmente podría emular la trayectoria industrial de las potencias metropolitanas. Refiriéndose especialmente al caso de la democracia su diagnóstico era aún más terminante: “el desarrollo de la democracia en el siglo diecinueve fue el resultado de una inusual configuración de circunstancias históricas que no pueden repetirse. La ruta “euro-norteamericana” hacia la democracia está clausurada.” (de Schweinitz, pp. 10-11)
Críticas al pensamiento convencional
Por supuesto, el libro de de Schweinitz –riguroso, documentado, persuasivo- fue olímpicamente ignorado por la academia, los intelectuales “bienpensantes” y los medios de comunicación de masas. El gran público ni se enteró, y en el mundo de la periferia las pesimistas ideas de nuestro autor -que contradecían abiertamente las rosadas expectativas cultivadas por
La idea básica del argumento rostowiano era que había un solo proceso de desarrollo y que éste era lineal, acumulativo e igual para todos los países. La palabra “capitalismo” había sido cuidadosamente desterrada del texto, con el obvio propósito de reforzar la naturalización de este modo de producción: al describir sus leyes de desarrollo el supuesto era que cualquier economía, sin excepción, debía enfrentarse a una serie de imperativos técnicos, no políticos. La consecuencia de todo esto era que había un solo modo de enfrentar los problemas económicos, y que este modo estaba dictado por cuestiones técnicas que no admitían transgresión alguna. El proceso de desarrollo capitalista –con sus luchas, despojos y saqueos, que lo hacen llegar al mundo “chorreando sangre y barro por todos sus poros”, como dijera Marx en El Capital- es así sublimado y descontextualizado hasta llegar a convertirse en un despliegue ahistórico, formal y lineal de potencialidades presentes en cada una de las formaciones sociales del planeta. Por eso, para esta tradición de pensamiento los países hoy desarrollados fueron, en un tiempo no demasiado remoto, naciones pobres y subdesarrolladas. Este razonamiento se asentaba sobre dos falsos supuestos: primero, que las sociedades localizadas en ambos extremos del continuo compartían la misma naturaleza y eran, en lo esencial, lo mismo. Sus diferencias, cuando existían, eran de grado, como casi medio siglo después repetirían sin brillo y sin gracia Hardt y Negri, lo cual era –y es- a todas luces falso. Segundo supuesto: la organización de los mercados internacionales carecía de asimetrías estructurales que pudieran afectar las chances de desarrollo de las naciones de la periferia. Para autores como los arriba mencionados, términos tales como “dependencia” o “imperialismo” no servían para describir las realidades del sistema y eran antes que nada un tributo a enfoques políticos, y por lo tanto no científicos, con los cuales se pretendía comprender los problemas del desarrollo económico. (3) En consecuencia, los llamados “obstáculos” al desarrollo no tenían fundamentos estructurales o restricciones ancladas en la economía mundial, sino que eran el producto de torpes decisiones políticas, elecciones desafortunadas de los gobernantes o de factores inerciales fácilmente removibles. Las implicaciones conservadoras de este razonamiento, que descartaba apriorísticamente cualquier otra forma de organización económica alternativa al capitalismo y que ignora olímpicamente la realidad del imperialismo y la dependencia, son tan evidentes que no requieren de ninguna demostración más allá de su sola enunciación. Como se ve, el “pensamiento único” no es tan novedoso como se supone. Y su impacto sobre el pensamiento supuestamente contestatario fue tan deletéreo ayer como hoy. (4)
Derrumbe y resurrección de la ortodoxia
En la década de los sesentas el influjo ideológico de los paradigmas dominantes en las ciencias sociales se desvanece considerablemente: la consolidación de la revolución cubana y su definición socialista luego de Playa Girón; al ascenso del movimiento popular en toda América Latina; el auge de la lucha de clases en Europa, que culminaría con los grandes conmociones de 1968; los impetuosos movimientos en favor de los derechos civiles en los Estados Unidos y la reafirmación de los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo, a todo lo cual se agregaría, poco después, el demoledor impacto de
No es el propósito de este trabajo examinar los alcances y límites de las contribuciones de los dependentistas, bien conocidas en nuestra región. Nos basta simplemente con resaltar la coincidencia entre sus pronósticos pesimistas acerca del desarrollo del capitalismo en la periferia, formulados desde una perspectiva de izquierda, y los que brotan de la pluma de de Schweinitz, una nota desafinada en el monocorde ambiente de la academia norteamericana. (5)
La “centro-izquierda” latinoamericana y su apuesta al desarrollo del capitalismo
Si hemos sometido a la consideración del lector estas tesis pesimistas acerca de la imposibilidad del desarrollo en la periferia -¡que no quiere decir imposibilidad de registrar, por momentos, altas tasas de crecimiento económico!- es porque el devenir de la historia ha demostrado, transcurrido casi medio siglo, que los diagnósticos que se oponían al ingenuo más no desinteresado optimismo de Rostow y sus colegas estaban en lo cierto. Actualizar esta certeza es bien oportuno en nuestros días, cuando proliferan una serie de gobiernos de “centro-izquierda” que, en América Latina, proclaman con ciego entusiasmo su confianza en culminar exitosamente su marcha hacia el desarrollo –o entrar al Primer Mundo, como se decía en los noventas- transitando por una ruta que fue clausurada hace mucho tiempo. (6)
En este sentido, los gobiernos de la llamada “centro-izquierda” se han llevado todas las palmas. Su fidelidad a las orientaciones generales del Consenso de Washington, fidelidad que no desmentida por una cierta retórica “progresista” –estentórea, a veces, como en el caso argentino; aflautada, en otros, como en los casos de Brasil, Chile y Uruguay- les hace creer que si persisten en las políticas ortodoxas recomendadas por el FMI, el Banco Mundial y
Pese a esta abrumadora evidencia el mito del desarrollo capitalista nacional y su premisa, la existencia de una burguesía nacional, siguen ejerciendo un enfermizo atractivo en la dirigencia “progresista” latinoamericana, a punto tal que en fechas recientes esta patología concitó la atención de un distinguido estudioso marxista, Vivek Chibber, quien sobre la base de una evidencia comparativa internacional demolió inmisericordemente tales tesis. (Chibber, 2005) Este ascendiente revela los alcances de la victoria ideológica del neoliberalismo en la “batalla de ideas”: si en la segunda mitad de la década de los sesentas había tomado cuerpo una teorización y una propuesta política en torno a una “vía no capitalista de desarrollo” que se manifestó de diversas maneras en los distintos países – con Salvador Allende y Radomiro Tomic en las elecciones presidenciales chilenas de 1970; en el régimen de Velasco Alvarado en el Perú de finales de los sesentas; en la tentativa de Juan José Torres en
La persistencia de un mito
Veamos algunos ejemplos extraídos de la presente coyuntura. En
Esta obstinación habría de acentuarse con el paso de los años, lo que quedó en evidencia en su viaje a
Hay que agregar que ya, con anterioridad a esta fecha y en numerosas ocasiones, Kirchner se había referido reiteradamente a la necesidad de implantar en
Esta explícita voluntad de situar los parámetros fundamentales de la sociedad capitalista fuera de cualquier posible impugnación, no así sus manifestaciones más aberrantes, fueron ratificados en ese mismo viaje en una conferencia dictada en
¿Un capitalismo nacional sin “burguesía nacional”?
Volviendo al discurso inaugural de Kirchner, ¿Qué grado de realismo tiene hoy, en un mundo de mercados transnacionalizados y de impetuosa mundialización de los procesos productivos, comerciales y financieros, apostar a un desarrollo capitalista nacional? Pregunta indispensable sobre todo en una formación social como la argentina, en la cual el grado de extranjerización de la economía ha avanzado a ritmo desenfrenado y es uno de los mayores de toda la región. Respuesta: ningún grado de realismo. Es pura fantasía. Raúl Zibechi, en un texto sumamente interesante que desnuda el anacronismo de esta opción, cita una categórica afirmación de Samir Amin diciendo que “ya no hay más una burguesía nacional”. afirmación un tanto excesiva pero que contiene importantes elementos de verdad. ( Zibechi, p. 1). Excesiva, decimos, porque algunos países de las metrópolis capitalistas todavía se caracterizan por la presencia de ciertos conglomerados empresariales equivalentes a una “burguesía nacional” si bien diferentes al modelo clásico de esta clase tal cual aparecía en la segunda mitad del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Tal es el caso de Estados Unidos, Japón, Corea y los principales países europeos, cuyas grandes empresas si bien operan a escala planetaria y tienen un horizonte de acumulación que trasciende con creces las fronteras nacionales tienen sus casas matrices en esos países, se protegen con sus jueces y sus leyes, cuentan con sus gobiernos para acudir en defensa de sus intereses cuando son amenazados y es hacia allí donde cnalizan las ganancias que obtienen en los mercados mundiales. Y con relación a
Podría argüirse que, a diferencia de
En el caso del Brasil, la persistencia de este mito (unido a la necesidad de edulcorar su imagen de sindicalista combativo) impulsó al candidato del PT para las elecciones del 2002, Luiz Inacio “Lula” da Silva a forjar una alianza tan desmovilizadora como anacrónica con un representante de la “burguesía nacional” brasileña, un sector supuestamente identificado con el desarrollo económico y el fortalecimiento del mercado interno, la expansión del empleo y, por esta vía, una cierta redistribución del ingreso. Sin embargo, la presencia del empresario José Alencar no traspasó los límites de lo meramente ornamental: fue durante la primera presidencia de Lula cuando el capital financiero obtuvo las más fabulosas tasas de rentabilidad de toda la historia del Brasil, con el previsible impacto devastador sobre los restos de una “burguesía nacional” absolutamente impotente para torcer el rumbo de la política económica ultraneoliberal que, con al aval de Lula, la estaba destrozando. En ese sentido, los reiterados lamentos del vicepresidente por los efectos de las políticas del superministro fueron penosos testimonios de la incapacidad política de una clase que, a pesar de los nostálgicos, ya hacía tiempo que había perdido los atributos que, en el pasado, le posibilitaron ejercer un papel más decoroso en el escenario nacional.
Claro está que los casos de Brasil y México tampoco son idénticos. Tal como lo argumentara hace ya muchos años Agustín Cueva, México fue sede de la única revolución burguesa triunfante en América Latina. Otras tentativas, según Cueva, como Guatemala en 1944 o Bolivia, en 1952, fracasaron en ese intento. La primera ahogada en sangre por la invasión de Castillo Armas, orquestada por
Lecciones de la historia económica
Las enseñanzas que pueden extraerse de estos ejemplos, sucintamente presentados, son inequívocas. A comienzos del siglo veintiuno tanto Brasil como México –y en mucho mayor medida
En México la etapa del “desarrollo nacional-burgués” culminó en 1976. Se abrió en ese momento un interregno que se prolongó hasta Agosto de 1982 cuando el catastrófico default mexicano precipitó la crisis de la deuda en todo el mundo. Comenzó entonces un período signado por la progresiva imposición de las políticas neoliberales y, a partir de 1988, en el sexenio de Salinas de Gortari, por la capitulación incondicional del PRI y la burguesía mexicana ante el capital norteamericano y el desmantelamiento de casi todas las conquistas de
Un proceso semejante se ha vivido en el Brasil, donde la transnacionalización de su atractivo mercado interno -potencialmente enorme- ha ido desplazando a los viejos sectores burgueses nacionales hacia las áreas menos rentables de la economía. Las grandes empresas públicas fueron o bien privatizadas o desmanteladas, para su venta por partes, y las políticas de atracción del capital extranjero a cualquier costo, facilitadas por la estructura federal del estado brasileño, impulsó una suicida race to the bottom de los gobiernos estaduales que ofrecían una escalada sin límites de exenciones tributarias y fiscales a las empresas extranjeras para atraerlas a que se radiquen en su territorio, arrojando por la borda no sólo eventuales ingresos fiscales sino también controles medioambientales y laborales de diverso tipo.
Para resumir: la sucinta enumeración anterior ilustra con elocuencia el proceso de descomposición e irreversible debilitamiento de las “burguesías nacionales”, fenómeno que como asegura Chibber se reproduce por doquier en la periferia del sistema.. En las tres economías más grandes de América Latina se verifica el mismo proceso de debilitamiento/descomposición y nada autoriza a pensar que en las demás la tendencia histórica se mueva en una dirección contraria. Los avances de los diversos TLCs (bilaterales: con Chile, Colombia, Perú; o multilaterales, como los de las economías centroamericanas y República Dominicana) si algo van a hacer es practicar con fruición la eutanasia del empresariado nacional, y concentrar los negocios en manos de los grandes conglomerados norteamericanos que impulsan los proyectos que ejecuta la Casa Blanca.
. Pero hay además otra cuestión que debe ser considerada: en los casos de Brasil y México, los dos países con las más poderosas “burguesías nacionales”, el proceso de acumulación que éstas supieron impulsar de ninguna manera logró que aquellos accedieran al rango de capitalismos desarrollados. (10) México conoció un período de extraordinario crecimiento económico entre 1940 y 1976, “el desarrollo estabilizador”, un desempeño económico extraordinario sostenido por un inusualmente prolongado período de tiempo. Y sin embargo, después de tanto esfuerzo lo que se encontró al final del camino no fue el límpido cielo del desarrollo sino la tremenda crisis de 1982 y, luego, la recomposición regresiva y reaccionaria del capitalismo mexicano bajo la égida del capital financiero, las empresas transnacionales y la presión de
En síntesis: en estos tres países hubo crecimiento económico, y en algunos casos el crecimiento, evidentemente con discontinuidades, llegó a ser realmente impresionante. Sin embargo, ninguno dejó de ser un país subdesarrollado y, por eso, al día de hoy exhiben los rasgos que caracterizan tal situación. Hubo una sola excepción en la historia económica contemporánea: Corea, el único país que en el siglo veinte trascendió las fronteras que separan subdesarrollo de desarrollo. Uno de los pocos, también, que a diferencia de los países de América Latina, jamás aplicó los “buenos consejos” del FMI, el BM y el Consenso de Washington y que, por eso mismo, fue el último en subirse al tren del desarrollo capitalista antes de que se alejara definitivamente de la estación a mediados del siglo veinte. Todos los demás llegaron tarde y ahora quedarse a esperar su regreso es un arrebato de nostalgia destinado inexorablemente al fracaso. (12)
Repensar al socialismo
La conclusión de estas breves reflexiones sobre la historia económica comparada es la siguiente: quien quiera hoy hablar de desarrollo tiene que estar dispuesto a hablar de socialismo; y si no quiere hablar de socialismo debe callar a la hora de hablar del desarrollo económico. La experiencia internacional es taxativa: países considerados “la gran promesa”, poseedores de un futuro brillante en el concierto capitalista mundial, se debaten en medio del subdesarrollo, la pobreza y la dependencia un siglo después de aquellos pronósticos tan favorables. Los gobiernos y el público en general tienen que admitir que, como dijera de Schweinitz, esa ruta está clausurada y que es necesario crear una opción nueva. La declaración del Presidente Hugo Chávez Frías en el sentido de que dentro del capitalismo no hay solución para los problemas de América Latina sintetiza adecuadamente el resultado de numerosos estudios e investigaciones. Si hay una solución -y si tenemos tiempo de encontrar una solución dada la amenaza de holocausto ecológico que se cierne sobre el planeta- habrá que buscarla fuera del capitalismo, en el campo del socialismo. (13)
Por lo tanto, la propuesta de avanzar en la construcción del socialismo del siglo veintiuno es una invitación que no debe ser desechada. Claro está que, en el terreno económico, se trata de un socialismo superador de la anacrónica antinomia “planificación centralizada o mercado incontrolado” y que, en cambio, abre espacios para la imaginación creadora de los pueblos en la búsqueda de nuevos dispositivos de control popular de los procesos económicos, dotados de la flexibilidad suficiente para responder con rapidez al torrente de innovaciones que día a día modifica la fisonomía del capitalismo contemporáneo. Un socialismo que potencie la descentralización y la autonomía de las empresas y unidades productivas y, al mismo tiempo, haga posible la efectiva coordinación de las grandes orientaciones de la política económica. Un socialismo que promueva diversas formas de propiedad social, desde empresas cooperativas hasta empresas estatales y asociaciones de éstas con capitales privados, pasando por una amplia gama de formas intermedias en donde trabajadores, consumidores y técnicos estatales se combinen de diversa forma para engendrar nuevas relaciones de propiedad sujetas al control popular. Uno de los problemas más serios que tuvo la experiencia soviética, y todas las que en ellas se inspiraron, fue la de confundir la propiedad pública con la propiedad estatal. Uno de los desafíos más grandes del socialismo del siglo veintiuno será demostrar que existen formas alternativas de control público de la economía distintas a las del pasado. Pero, es preciso tener en claro que tal como lo dijera en su tiempo Rosa Luxemburgo, el futuro, sobre todo para los sobrevivientes del holocausto social del neoliberalismo, es el socialismo o, en caso de que no logremos construirlo, ser testigos de la perpetuación y agravamiento de esta barbarie que pone en peligro la sobrevivencia misma de la especie humana.
Estamos ante una situación crítica en la cual, como dijera Simón Rodríguez, “o inventamos o erramos”. No hay modelos por imitar, Puede haber experiencias que sirvan como fuentes de inspiración, pero nada más. Una China que alimenta a diario a mil trescientos millones de personas seguramente que tendrá algo digno de ser aprendido en el terreno de la producción agraria. Un Vietnam que renace de las cenizas de la destrucción de que fuera objeto a manos de los Estados Unidos también tiene algo que enseñarnos. Los extraordinarios logros de Cuba en materia de salud y educación contienen valiosísimas lecciones que los países subdesarrollados deben estudiar con suma atención. Pero la construcción del socialismo del siglo veintiuno, condición necesaria para el desarrollo de nuestras sociedades, no puede ser producto de actos imitativos. Fidel dijo reiteradamente que “cada vez que copiamos nos equivocamos”, subrayando la sabiduría contenida en la sentencia de Simón Rodríguez. Y un gran teórico marxista latinoamericano, José Carlos Mariátegui, ya había advertido los alcances de este desafío cuando dijera que el “socialismo en América Latina no puede ser calco y copia sino invención heroica de nuestros pueblos.” Es con este predicamento que nuestros pueblos deberán construir el socialismo del siglo veintiuno, condición necesaria para salir definitivamente del subdesarrollo.
Ponencia presentada ante el IX° Encuentro Internacional de Economistas sobre Globalización y Problemas del Desarrollo, organizado por
Notas
1. El Che participó, como Ministro de Industrias de Cuba, en
2. Para un análisis sobre la naturaleza y el impacto de las ideas de Rostow véase Roffinelli y Kohan, 2003.
3. No deja se ser asombrosa la coincidencia de perspectivas entre la obra de un teórico conservador como Walter W. Rostow y la de quienes, desde una perspectiva presuntamente crítica, se inspiran en la obra de Hardt y Negri. En una entrevista concedida al matutino argentino Página/12 Cocco y Negri descalifican al concepto de imperialismo y juzgan como lamentable al “antiimperialismo”. No podrían haber estado más de acuerdo con el teórico preferido de
4. Un ejemplo de nuestros días lo ofrece la obra de Hardt y Negri, Imperio, en la cual se asegura que países como Bangladesh y Haití se encuentran al interior del imperio puesto que éste todo lo abarca. Pero, ¿se hallan por eso en una posición comparable a la de los Estados Unidos, Francia, Alemania o Japón? Si bien afortunadamente admiten que no son idénticos desde el punto de vista de la producción y circulación capitalistas Hardt y Negri concluyen, para estupor de los estudiosos, que entre “Estados Unidos y Brasil, Gran Bretaña y
5. Al momento de escribir su libro nuestro autor era profesor de
6. Antes de proseguir con nuestra argumentación se impone una aclaración. Las usinas ideológicas de la derecha, con el auxilio invalorable de algunos ex –izquierdistas, ha impuesto un lugar común que podría sintetizarse así: si bien se produjo en América Latina un “giro a la izquierda” Washington no debe reaccionar indiscriminadamente ante el peligro que esto podría entrañar para la “seguridad nacional” norteamericana, el normal funcionamiento de los mercados y la seguridad jurídica de las inversiones extranjeras en la región. Existen, según los Castañedas, Vargas Llosas, Fuentes y tantos otros, dos izquierdas: una “seria y racional”, que comprende la importancia de no interferir con la lógica de los mercados y otra, anatemizada como “radical”, “populista” o “demagógica” según los diversos autores, empeñada en contradecirla. La primera vertiente incluye como ejemplos paradigmáticos los casos de
7. Sobre este tema, ver Katz, 2004b.
8. Recordar la visita de Milton Eisenhower a
9. El superministro de las fuerzas armadas brasileñas en ese período no fue otro que Delfím Netto quien, en la actualidad, se cuenta como uno de los principales asesores del Presidente Lula. Este ha repetidamente señalado la excelente vinculación que lo une con el ex -funcionario del régimen militar. En una entrevista reciente Lula dijo que "Pasé más de 20 años criticando a Delfim (cuando Lula militaba en el sindicato metalúrgico y luego en
10. Pese a que, bajo fuerte presión de EEUU,
11. Es preciso recordar que más allá de las etapas de altas tasas de crecimiento de corta duración un país como
12. Alguien podría aducir, sin embargo, que el desarrollo de España, Portugal, Grecia e Irlanda demuestra que el tren del desarrollo capitalista retorna recurrentemente posibilitando que nuevos países se incorporen al mundo desarrollado. Pero, en realidad, esto no es así. España y Portugal fueron grandes metrópolis imperiales durante siglos, y su prolongada decadencia de ninguna manera puede equipararse a la situación de cualquiera de las sociedades coloniales de América Latina y el Caribe. Grecia fue durante siglos volátil botín del Imperio Otomano, Francia, Inglaterra y Rusia, e Irlanda una provincia sometida de la corona británica pero integrada a ese espacio económico. En todo caso el desarrollo de estos cuatro países es una proyección del proceso de acumulación capitalista en curso primero en las grandes potencias europeos y, posteriormente, en
13. Existe ya una abundante bibliografía en torno a la cuestión del socialismo del siglo XXI. Aparte de las diferentes intervenciones del Presidente Hugo Chávez Frías consúltese Katz,
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Fuente: http://www.defensahumanidad.cult.cu/artic.php?item=1975
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