Democracia y poder
17/12/2006
- Opinión
La cuestión de la democracia ya se planteaba en tiempos de Jesús, pero en una región muy distante de Palestina: Grecia. Dominada por el imperio romano, Palestina estaba gobernada por hombres nombrados o aceptados por Roma: el rey Herodes, los gobernadores Poncio Pilato, Herodes Antipas, Arquelao y Felipe, y el sumo sacerdote Caifás.
Lo que aparece como nuevo en la práctica y en la predicación de Jesús es una vieja cuestión a la cual él le da un enfoque radicalmente diferente de sus contemporáneos: el poder. El poder ya era objeto de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates, al que Platón dedicó su libro “La República” y Aristóteles su obra “Política”.
En el Antiguo Testamento el poder es más que una dádiva divina. Es una forma de participar del poder de Yavé. Es a través de sus profetas como Yavé escoge y legitima a los poderosos, aunque ninguno de ellos, al contrario de lo que sucedía en Egipto y en Roma, era divinizado por el hecho de ocupar el poder. Aunque escogido por Dios, el poderoso permanecía falible y vulnerable al pecado, como fueron los casos de David y Salomón. No se autodivinizaba, como hacían los faraones egipcios y los césares romanos. Incluso en Grecia, Alejando Magno, obsesionado por mantener centralizada en sí la unidad de sus conquistas, intentó autodivinizarse, exigiendo que sus soldados le adorasen.
Jesús le imprimió otra óptica al poder. Para él no se trata de una función de mando sino de servicio: “Los jefes de las naciones se portan como dueños de ellas y quienes las tiranizan son llamados benefactores. Entre ustedes no deberá ser así; al contrario, el que quiera ser mayor entre ustedes debe hacerse esclavo de los demás, y el que gobierna como el que sirve. (...) ¡A imitación mía, que estoy entre ustedes como el que sirve!”
Jesús dio el ejemplo al afirmar que “el Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir” y se arrodilló para lavarles los pies a sus discípulos. Lo que lleva a Jesús a invertir la óptica del poder es la pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e injusta? A la liberación de los pobres, responde él, a la curación de los enfermos, a la acogida de los excluidos. Éste es el servicio por excelencia de los poderosos: liberar al oprimido, promoverlo, hacer que también él tenga poder. Por eso los pobres son “bienaventurados” y es en ellos donde Jesús identifica a sus semejantes.
El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí, pervierte. La persona tiende a cambiar su identidad personal por la identidad funcional. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su individualidad. Por eso se apegan muchos al poder; porque éste convierte lo deseable en posible. Reviste al poderoso de tal forma que atrae hacia sí veneración y envidia, sumisión y aplausos.
Para que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de nosotros es capaz de eso? ¿Qué párroco averigua entre sus feligreses lo que opinan de él? ¿Qué dirigente de movimiento popular solicita a sus dirigidos respaldo a su desempeño del cargo? ¿Qué político pide a sus electores que le critiquen? Sin embargo Jesús no temió preguntarles a sus discípulos qué pensaban de él, y como si eso no fuera suficiente, les preguntó también qué pensaba el pueblo de él.
La cuestión del poder es el corazón de la democracia. Ésta significa, etimológicamente, gobierno del pueblo para el pueblo. Sin embargo todavía permanece, en la mayoría de países, en un estado meramente representativo. Para volverse participativa, la democracia deberá ser expresión del fortalecimiento de los movimientos populares. Un poder -el del Estado o de la clase dominante- sólo admite límites y evita abusos en la medida en que se enfrenta a otro poder: el del pueblo organizado. Ésta es la condición para que la democracia asiente la libertad individual y los derechos humanos en la justicia social y en la equidad económica. Es falsa la democracia que concede a todos libertad virtual y excluye a la mayoría de los bienes económicos esenciales, como el acceso a la alimentación, a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo, a la cultura y al ocio.
Jesús no formuló un esquema de sociedad, sino que hizo a la inversa: criticar el modelo dominante en la Palestina del siglo 1º, en que la riqueza de unos era resultado de la pobreza de muchos. Por eso se puso de parte de los pobres y defendió sus derechos: “Vine para que todos tengan vida y vida en abundancia”. Éste es el criterio para saber si una sociedad es justa o no: el derecho de todos a la vida plena. Pues la vida es el don mayor de Dios. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de una biografía novelada de Jesús: “Entre todos los hombres”.
Lo que aparece como nuevo en la práctica y en la predicación de Jesús es una vieja cuestión a la cual él le da un enfoque radicalmente diferente de sus contemporáneos: el poder. El poder ya era objeto de la reflexión de los filósofos griegos desde Sócrates, al que Platón dedicó su libro “La República” y Aristóteles su obra “Política”.
En el Antiguo Testamento el poder es más que una dádiva divina. Es una forma de participar del poder de Yavé. Es a través de sus profetas como Yavé escoge y legitima a los poderosos, aunque ninguno de ellos, al contrario de lo que sucedía en Egipto y en Roma, era divinizado por el hecho de ocupar el poder. Aunque escogido por Dios, el poderoso permanecía falible y vulnerable al pecado, como fueron los casos de David y Salomón. No se autodivinizaba, como hacían los faraones egipcios y los césares romanos. Incluso en Grecia, Alejando Magno, obsesionado por mantener centralizada en sí la unidad de sus conquistas, intentó autodivinizarse, exigiendo que sus soldados le adorasen.
Jesús le imprimió otra óptica al poder. Para él no se trata de una función de mando sino de servicio: “Los jefes de las naciones se portan como dueños de ellas y quienes las tiranizan son llamados benefactores. Entre ustedes no deberá ser así; al contrario, el que quiera ser mayor entre ustedes debe hacerse esclavo de los demás, y el que gobierna como el que sirve. (...) ¡A imitación mía, que estoy entre ustedes como el que sirve!”
Jesús dio el ejemplo al afirmar que “el Hijo del hombre no vino para ser servido sino para servir” y se arrodilló para lavarles los pies a sus discípulos. Lo que lleva a Jesús a invertir la óptica del poder es la pregunta: ¿a quién debe servir el poder en una sociedad desigual e injusta? A la liberación de los pobres, responde él, a la curación de los enfermos, a la acogida de los excluidos. Éste es el servicio por excelencia de los poderosos: liberar al oprimido, promoverlo, hacer que también él tenga poder. Por eso los pobres son “bienaventurados” y es en ellos donde Jesús identifica a sus semejantes.
El poder es una prerrogativa divina para el servicio al prójimo y a la colectividad. Tomado en sí, pervierte. La persona tiende a cambiar su identidad personal por la identidad funcional. El cargo que ocupa pasa a tener más importancia que su individualidad. Por eso se apegan muchos al poder; porque éste convierte lo deseable en posible. Reviste al poderoso de tal forma que atrae hacia sí veneración y envidia, sumisión y aplausos.
Para que el poderoso no se deje embriagar por el cargo que ocupa, Jesús propone que se someta a la crítica de sus subalternos. ¿Quién de nosotros es capaz de eso? ¿Qué párroco averigua entre sus feligreses lo que opinan de él? ¿Qué dirigente de movimiento popular solicita a sus dirigidos respaldo a su desempeño del cargo? ¿Qué político pide a sus electores que le critiquen? Sin embargo Jesús no temió preguntarles a sus discípulos qué pensaban de él, y como si eso no fuera suficiente, les preguntó también qué pensaba el pueblo de él.
La cuestión del poder es el corazón de la democracia. Ésta significa, etimológicamente, gobierno del pueblo para el pueblo. Sin embargo todavía permanece, en la mayoría de países, en un estado meramente representativo. Para volverse participativa, la democracia deberá ser expresión del fortalecimiento de los movimientos populares. Un poder -el del Estado o de la clase dominante- sólo admite límites y evita abusos en la medida en que se enfrenta a otro poder: el del pueblo organizado. Ésta es la condición para que la democracia asiente la libertad individual y los derechos humanos en la justicia social y en la equidad económica. Es falsa la democracia que concede a todos libertad virtual y excluye a la mayoría de los bienes económicos esenciales, como el acceso a la alimentación, a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo, a la cultura y al ocio.
Jesús no formuló un esquema de sociedad, sino que hizo a la inversa: criticar el modelo dominante en la Palestina del siglo 1º, en que la riqueza de unos era resultado de la pobreza de muchos. Por eso se puso de parte de los pobres y defendió sus derechos: “Vine para que todos tengan vida y vida en abundancia”. Éste es el criterio para saber si una sociedad es justa o no: el derecho de todos a la vida plena. Pues la vida es el don mayor de Dios. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de una biografía novelada de Jesús: “Entre todos los hombres”.
https://www.alainet.org/es/articulo/118734?language=es
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