El mensaje de Cristo es luz de esperanza para millones de pobres
12/12/2006
- Opinión
Buenos Aires
En la actualidad la humanidad transita por un mundo globalizado en el que, bajo la hegemonía de la ideología liberal, se vislumbran en todas las sociedades desoladores panoramas que no tienen precedentes en la historia, en donde el hombre es visto como un engranaje de una gran maquinaria, que solo puede obtener placer, felicidad y satisfacción, a partir de la producción y el consumo de objetos efímeros - cf. Puebla, 311 -.
Así mismo, en la penumbra de este modelo, existen millones de excluidos sociales, es decir hombres y mujeres concretos e irrepetibles, que no logran acceder a los bienes necesarios, e indispensables, para vivir como seres humanos y satisfacer sus necesidades básicas.
Ahora bien, el liberalismo no se desentiende de esta problemática. Este gran " conglomerado " de pobres, en muchas ocasiones es utilizado como mano de obra barata, y en otras tantas oportunidades es encarcelado ya que, en última instancia, antes de condenarse a si mismo por ser responsable de la propagación de la exclusión social a lo largo del mundo, y por crear necesidades superficiales en personas que apenas pueden sobrevivir, el sistema liberal opta por penalizar a los indigentes que fabrica, cuando éstos se revelan y sublevan contra un sistema perverso que los oprime y, en no pocas ocasiones, los mata.
Así mismo, este alienante y globalizado sistema político económico es el trágico escenario donde, día tras día, la humanidad asiste a la dramática función en donde crece, de manera vertiginosa, la brecha que distancia en forma abismal a los ricos de los pobres.
En efecto, si bien es cierto que gracias a las condiciones económicas existentes a nivel mundial se podrían mitigar las desigualdades sociales, el liberalismo, de manera egoísta, favorece la constitución de sociedades duales en las que, por un lado, aumentan de manera escalofriante las muchedumbres que viven en condiciones indignas para la persona humana, y, por otro lado, se concentran en grupos cada vez mas reducidos y " selectos " quienes, con absoluto desprecio y desinterés por la vida de los mas pobres y débiles, viven en la opulencia, teniendo a su merced gigantescas extensiones territoriales e invaluables, y obscenas, riquezas - cf. Constitución Gaudium et spes, 63 -.
Desafortunadamente, a pesar de que es bien sabido que, dejada a sí misma, la economía moderna conduce al mundo hacia una agravación, y no hacia una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida - cf. Populorum Progressio, 8 -, muchos cristianos simulan no escuchar las Palabras de los Pastores que guían al Pueblo de Dios en nombre del Señor. Mas aún, por desdicha no son pocos aquellos católicos que se llenan la boca con la Doctrina Cristiana, pero lo hacen solo de manera superficial e hipócrita - cf. Lc. 12, 1 - 3-, ya que en los actos de su vida cotidiana se desentienden tanto de los grandes problemas sociales, como de los hermanos que están al borde del camino sin esperanza ni ilusión, y transitan a su lado sin acercarles un trozo de pan, un vaso de agua o una vestimenta, no reconociendo de esta manera que en ellos se encuentra Jesucristo.
De esta forma, situados en países que, como bien plantea Eduardo Galeano, ponen en práctica economías esclavistas - con salarios miserables e indignos -, pero que aparentan ser del Primer Mundo - ya que los bienes se cotizan al mismo precio que en las naciones más desarrolladas -, resulta imprescindible que los cristianos estemos junto a quienes se encuentran desesperados, y perdidos, por haber buscado a lo largo de los tiempos mejores condiciones de vida sin haberlas encontrado jamás, y en comunión con ellos construyamos con hechos, y no con una falsa retórica de palabras, una Cultura Cristiana donde impere el Amor, la Solidaridad y la Paz.
En este sentido, es importante recordar que " ... no se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones: cívicas, culturales, morales, religiosas; de otro modo no se tendrá la paz - aun cuando la opresión sea capaz de crear un aspecto exterior de orden y de legalidad -, sino el brotar continuo e insofocable de revueltas y de guerras ... " - Pablo VI, Mensaje por la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1968 -
Ahora bien, para poner en marcha esta praxis política de transformación cristiana, radical, urgente y no violenta de las actuales situaciones de opresión globalizadas, es necesario no caer en la falsa disyuntiva de procurar dilucidar si se debe transmitir primero la Palabra del Señor, o si, por el contrario, debe ser prioritario luchar por un mundo mas justo y solidario. Mas bien, la tarea consiste en intentar favorecer que, a partir de la creciente toma de conciencia de la Buena Noticia que revela y anuncia el Evangelio, el hombre, en forma simultanea, pueda emprender gracias al conocimiento del Mensaje de Cristo, una profunda transformación social, espiritual y cultural de nuestras comunidades.
Por estos motivos, en los tiempos que corren, en donde la codicia material aplasta la vida espiritual, los cristianos debemos tomar la Palabra de Dios y utilizarla, como lo hicieron en un comienzo los primeros Profetas, para poner de manifiesto las profundas contradicciones que existen entre el Reino de Liberación y Salvación, y un sistema político económico que estructura nuestras sociedades sobre la base del egoísmo, el lucro, la exclusión social y un desmedido deseo de bienes terrenales, ya que todas estas actitudes, frente a los demás y a las riquezas, son fuente de pecado y engendran la ruina espiritual del codicioso y avaro, y la muerte de millones de indigentes y desposeídos - cf. St. 1, 12 - 15 -.
- Lic. Daniel E. Benadava es psicólogo.
En la actualidad la humanidad transita por un mundo globalizado en el que, bajo la hegemonía de la ideología liberal, se vislumbran en todas las sociedades desoladores panoramas que no tienen precedentes en la historia, en donde el hombre es visto como un engranaje de una gran maquinaria, que solo puede obtener placer, felicidad y satisfacción, a partir de la producción y el consumo de objetos efímeros - cf. Puebla, 311 -.
Así mismo, en la penumbra de este modelo, existen millones de excluidos sociales, es decir hombres y mujeres concretos e irrepetibles, que no logran acceder a los bienes necesarios, e indispensables, para vivir como seres humanos y satisfacer sus necesidades básicas.
Ahora bien, el liberalismo no se desentiende de esta problemática. Este gran " conglomerado " de pobres, en muchas ocasiones es utilizado como mano de obra barata, y en otras tantas oportunidades es encarcelado ya que, en última instancia, antes de condenarse a si mismo por ser responsable de la propagación de la exclusión social a lo largo del mundo, y por crear necesidades superficiales en personas que apenas pueden sobrevivir, el sistema liberal opta por penalizar a los indigentes que fabrica, cuando éstos se revelan y sublevan contra un sistema perverso que los oprime y, en no pocas ocasiones, los mata.
Así mismo, este alienante y globalizado sistema político económico es el trágico escenario donde, día tras día, la humanidad asiste a la dramática función en donde crece, de manera vertiginosa, la brecha que distancia en forma abismal a los ricos de los pobres.
En efecto, si bien es cierto que gracias a las condiciones económicas existentes a nivel mundial se podrían mitigar las desigualdades sociales, el liberalismo, de manera egoísta, favorece la constitución de sociedades duales en las que, por un lado, aumentan de manera escalofriante las muchedumbres que viven en condiciones indignas para la persona humana, y, por otro lado, se concentran en grupos cada vez mas reducidos y " selectos " quienes, con absoluto desprecio y desinterés por la vida de los mas pobres y débiles, viven en la opulencia, teniendo a su merced gigantescas extensiones territoriales e invaluables, y obscenas, riquezas - cf. Constitución Gaudium et spes, 63 -.
Desafortunadamente, a pesar de que es bien sabido que, dejada a sí misma, la economía moderna conduce al mundo hacia una agravación, y no hacia una atenuación, en la disparidad de los niveles de vida - cf. Populorum Progressio, 8 -, muchos cristianos simulan no escuchar las Palabras de los Pastores que guían al Pueblo de Dios en nombre del Señor. Mas aún, por desdicha no son pocos aquellos católicos que se llenan la boca con la Doctrina Cristiana, pero lo hacen solo de manera superficial e hipócrita - cf. Lc. 12, 1 - 3-, ya que en los actos de su vida cotidiana se desentienden tanto de los grandes problemas sociales, como de los hermanos que están al borde del camino sin esperanza ni ilusión, y transitan a su lado sin acercarles un trozo de pan, un vaso de agua o una vestimenta, no reconociendo de esta manera que en ellos se encuentra Jesucristo.
De esta forma, situados en países que, como bien plantea Eduardo Galeano, ponen en práctica economías esclavistas - con salarios miserables e indignos -, pero que aparentan ser del Primer Mundo - ya que los bienes se cotizan al mismo precio que en las naciones más desarrolladas -, resulta imprescindible que los cristianos estemos junto a quienes se encuentran desesperados, y perdidos, por haber buscado a lo largo de los tiempos mejores condiciones de vida sin haberlas encontrado jamás, y en comunión con ellos construyamos con hechos, y no con una falsa retórica de palabras, una Cultura Cristiana donde impere el Amor, la Solidaridad y la Paz.
En este sentido, es importante recordar que " ... no se puede hablar legítimamente de paz, donde no se reconocen y no se respetan los sólidos fundamentos de la paz: la sinceridad, es decir, la justicia y el amor en las relaciones entre los Estados y, en el ámbito de cada una de las Naciones, de los ciudadanos entre sí y con sus gobernantes; la libertad de los individuos y de los pueblos, en todas sus expresiones: cívicas, culturales, morales, religiosas; de otro modo no se tendrá la paz - aun cuando la opresión sea capaz de crear un aspecto exterior de orden y de legalidad -, sino el brotar continuo e insofocable de revueltas y de guerras ... " - Pablo VI, Mensaje por la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 1968 -
Ahora bien, para poner en marcha esta praxis política de transformación cristiana, radical, urgente y no violenta de las actuales situaciones de opresión globalizadas, es necesario no caer en la falsa disyuntiva de procurar dilucidar si se debe transmitir primero la Palabra del Señor, o si, por el contrario, debe ser prioritario luchar por un mundo mas justo y solidario. Mas bien, la tarea consiste en intentar favorecer que, a partir de la creciente toma de conciencia de la Buena Noticia que revela y anuncia el Evangelio, el hombre, en forma simultanea, pueda emprender gracias al conocimiento del Mensaje de Cristo, una profunda transformación social, espiritual y cultural de nuestras comunidades.
Por estos motivos, en los tiempos que corren, en donde la codicia material aplasta la vida espiritual, los cristianos debemos tomar la Palabra de Dios y utilizarla, como lo hicieron en un comienzo los primeros Profetas, para poner de manifiesto las profundas contradicciones que existen entre el Reino de Liberación y Salvación, y un sistema político económico que estructura nuestras sociedades sobre la base del egoísmo, el lucro, la exclusión social y un desmedido deseo de bienes terrenales, ya que todas estas actitudes, frente a los demás y a las riquezas, son fuente de pecado y engendran la ruina espiritual del codicioso y avaro, y la muerte de millones de indigentes y desposeídos - cf. St. 1, 12 - 15 -.
- Lic. Daniel E. Benadava es psicólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/118680
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