Un obrar cristiano y solidario frente a violación de DD.HH.

09/08/2006
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“ … Como la fe exige ser compartida e implica, por lo mismo, una exigencia de comunicación o de proclamación, se comprende la vocación apostólica de los laicos en el interior, y no fuera, de su propio compromiso temporal … ” (II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Medellín ) Muchos no dudan en afirmar, con justa razón a primera vista, que estamos transitando por un mundo globalizado. En efecto, a grandes rasgos, dos pueden ser los fundamentos que sostienen este tipo de aseveraciones. Por un lado, en ningún otro momento histórico, como en nuestros días, la comunicación avanzó de tal manera que, por ejemplo, a través de Internet se pueden establecer vínculos y relaciones que en otras épocas hubiesen tardado en concretarse meses o años. Y, por otro lado, luego del derrumbe del sistema comunista, totalitario y ateo, que dominaba el Este de Europa, el neoliberalismo se ha coronado, con diferentes matices, como un sistema hegemónico a nivel mundial. Ahora bien, en algunos ocasiones, quienes asumen estos posicionamientos omiten, por descuido o por interés, mencionar el “ lado oscuro ” de la globalización. En forma paralela a los puntos descriptos en el párrafo anterior, se están desarrollando otra serie de fenómenos que no tienen precedentes en la historia de la humanidad: la brecha entre ricos y pobres, no solo no ha disminuido, sino que por el contrario esta aumentando de manera progresiva y alarmante; los beneficios de la tecnología son usufructuados por la minoría de la población mundial; y la mayoría de la humanidad no solo no esta al tanto de los avances científicos, sino que, además, vive en condiciones infrahumanas. Todas estas cuestiones nos llevan a pensar en otro tipo de globalización, que trajo efectos devastadores sobre millones de seres humanos, y que provocó la violación de sus derechos mas elementales. Claro esta que quienes no tienen el dinero mínimo como para subsistir cotidianamente, tampoco pueden gozar de los derechos, básicos y fundamentales, del hombre, como, por ejemplo, cuidar de su integridad psíquica y física; acceder a la educación básica; tener una vivienda digna; participar en las decisiones que afectan tanto a su vida como a la de sus semejantes; y poder libremente comprar y vender bienes y servicios. Desafortunadamente, algunos cristianos creen que estos hechos son ajenos a la religión. A todos ellos, habría que recordarles que a la tarea de evangelización que encara la Iglesia, no le es ajeno el favorecer que millones de seres humanos, que por las actuales condiciones de injusticia de nuestras sociedades están condenados a quedar al margen de la vida, alcancen una liberación total de las actuales situaciones de opresión y sometimiento en las que se encuentran ( cf. Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 30 ). Por otra parte, en este contexto, y sabiendo que el Evangelio nos compromete, como lo hizo Cristo, a actuar por la promoción de los grupos mas desposeídos y humillados, quien no comprende que el amor que profesa hacia Dios se vuelve por necesidad comunidad de amor con el prójimo, participación fraterna, y esfuerzo de liberación para quienes no pueden gozar plenamente de sus derechos fundamentales, no ama a Dios ni a su hermano ( cf. 1 Jn. 4, 20 ). Así mismo, los cristianos debemos tomar plena conciencia que a nosotros, como a María, Jesús nos encomienda el cuidado de los mas humildes, de aquellos que sufren y transitan por este mundo sin rumbo ( cf. Jn. 19, 26 – 27 ). En este sentido, es importante tomar conciencia que, en las dramáticas situaciones por las que atraviesan nuestras sociedades, no basta con reflexionar y hablar con claridad, sino que además, ahora mas que nunca, se ha tornado urgente y prioritario, tomando como guía la Palabra de Dios, actuar y obrar para favorecer el verdadero desarrollo de los hombres, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, que conllevan a carencias materiales y morales originadas en estructuras sociales injustas, que provienen del abuso del tener y del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la desigualdad en las transacciones; a condiciones más humanas, en donde habrá pleno respeto de los derechos humanos, lo cual traerá aparejado que exista una progresiva disminución de las calamidades sociales, la socialización de los conocimientos existentes, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz, y el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin (cf. Pablo VI, Enc. Populorum progressio, Nos. 20 y 21 ). Por este motivo, los cristianos tenemos el deber evangélico, y la obligación social, de denunciar cualquier violación que se realice contra los derechos humanos, ya que esta actitud representa un pecado que destruye la dignidad humana. Ahora bien, la denuncia tiene que ser utilizada, no como vía de condenación ni como excusa para el uso de la violencia, sino por el contrario, como instrumento evangélico de redención y salvación del culpable como de la víctima, ya que tanto en uno como en otro debemos reconocer a nuestros hermanos, debido a que, al igual que nosotros, ambos están hechos a imagen y semejanza de Dios. De esta manera, con una conducta coherente, creativa y audaz, debemos comprometernos en trabajar diariamente en favor de la promoción y liberación del hombre, construyendo sociedades donde, en las dimensiones políticas, económicas y culturales, haya un absoluto reconocimiento de todos los derechos humanos, y comunión fraternal de los hombres entre sí y con Dios. - Lic. Daniel E. Benadava es psicólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/116520
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