Fuego real, fuegos artificiales
27/07/2006
- Opinión
Las imágenes que aparecen en la pequeña pantalla me recuerdan, extrañamente, el verano de 1982, la famosa Operación "Paz en Galilea", liderada por el entonces titular de Defensa del Gobierno de Tel Aviv, Ariel Sharon. En aquel entonces, el ejército israelí penetró en Líbano para acabar con la estructura de la OLP, para borrar del mapa el Estado dentro del Estado dirigido por Yasser Arafat.
Mas cuando las potencias occidentales decidieron improvisar el último acto de aquella mortífera farsa, facilitando la salida de Beirut de la plana mayor de la resistencia palestina, se me ocurrió, se nos ocurrió pensar que Sharon había perdido el combate; la OLP salía reforzada políticamente del forcejeo con el ejército más potente de Oriente Medio. Los guerrilleros, parias del convulso mundo árabe, se convirtieron en combatientes nacionalistas y su líder, el mal llamado "jefe de los terroristas", en un referente para la política regional. Ariel Sharon jamás logró asimilar su derrota. Arafat murió en París, enfermo o envenenado, sin haber logrado pisar las callejuelas de Jerusalén, de Al Quds, la ciudad santa.
Las imágenes que aparecen en la pequeña pantalla me recuerdan escenas de aquel verano de 1982, cuando los estrategas del Tsahal cometieron el error de imaginar que la destrucción del Líbano iba a generar una fuerte reacción antipalestina en el seno del pueblo libanés. Sin embargo, los pobladores del "país de los cedros" prefirieron dirigir su ira contra las tropas de ocupación. Sí, es cierto; los palestinos habían dañado considerablemente las frágiles estructuras estatales libanesas. Sí, es cierto; su presencia podía suponer, a la larga, un peligro para la pervivencia del país. Pero dentro de todo, los palestinos eran. árabes. Los palestinos eran hermanos, aunque tal vez "hermanos enemigos".
Durante más de dos décadas de ocupación, Israel no logró hacerse amigos en el país vecino. Durante más de veinte años, Israel tuvo que recurrir a las huestes de mercenarios libaneses para garantizar la integridad física de los militares acantonados en el país vecino. Al final, los políticos de Tel Aviv optaron por una retirada "unilateral" destinada ante todo a acabar con la sangría. Al final, el enemigo jurado de Israel, la guerrilla integrista de Hezbollah, se adueñó del territorio situado en los confines con el Estado judío. La pesadilla de los expertos en Seguridad (¡con mayúscula!) se convirtió en peligro real hace apenas unas semanas, cuando la milicia del jeque Narsallah logró abrir un segundo frente contra las fuerzas armadas israelíes, empeñadas en "limpiar" la frontera de Gaza de las bases de misiles Qassam.
Hezbollah cometió un acto de guerra, que las autoridades de Tel Aviv decidieron castigar con una ofensiva de la poderosa maquinaria de guerra israelí. Pero en este caso concreto, el blanco no parecía ser sola y únicamente la milicia de Hezbollah. Curiosamente, la llamada "comunidad internacional" fue incapaz de imponer un alto el fuego a las facciones contrincantes. Los fuegos artificiales de la cumbre de Roma nada tienen que ver con el fuego real de Gaza y Sidón, de Beirut y Tiro. Los katiushas que amenazan diariamente Haifa y Kiriat Shmona, forman parte de este siniestro e imparable concierto de fuego real, de esta sinfonía de muerte que interpretan los músicos castrenses.
Al no buscar ni lograr el cese inmediato de las hostilidades, la comunidad internacional da luz verde a las soluciones radicales, vengan éstas de donde vengan. Al no imponer el cese de las hostilidades, los partidarios de la "guerra global contra el terrorismo" dejan la puerta abierta a la locura y la destrucción.
El conflicto de Oriente Medio requiere soluciones duraderas, no meros "parches" destinados a perpetuar los ya de por sí acentuados desequilibrios entre las partes. La paz, la ansiada y vapuleada paz, sólo podrá conseguirse cuando árabes y judíos, palestinos e israelíes, logren ponerse de acuerdo sobre el reconocimiento de Israel y la creación de un Estado palestino, la cuestión de los refugiados palestinos y del establecimiento de fronteras reconocidas y avaladas por la comunidad internacional sobre la capitalidad de Jerusalén.
El debate sobre el poderío militar de Tel Aviv y las dudosas intenciones de Hamas, Hezbollah, Siria o Irán procura ocultar las raíces del conflicto. Si Occidente desea buscar soluciones, deberá centrar su interés en la cuestión diplomática, no en el envío de una fuerza internacional de interposición, que acabará corriendo la misma suerte que los sufridos observadores de la FINUL.
Las imágenes que aparecen en la pequeña pantalla me recuerdan otros tiempos. Tiempos de guerra, de sufrimiento, pero también de esperanza. De injustificada esperanza.
- Adrián Mac Liman, escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/es/articulo/116306?language=es
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