Líbano y la jauría de Olmert

19/07/2006
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La carnicería de niños, mujeres, ancianos, familias enteras y la demolición de la infraestructura de Gaza ha sido extendida por Israel a Líbano. El nuevo genocidio se disfraza como operación de rescate de dos soldados sionistas hechos prisioneros por Hezbollah. ¡Márchense!, fue la orden israelí a los habitantes del sur de Líbano, para después ametrallar a los que huían. Las ciudades y aldeas de ese sector y barrios populosos de Beirut han sido bombardeados sin clemencia. El nuevo aeropuerto de la capital, termoeléctricas, los puentes en las principales carreteras arrasados por los F-16 que suministra Estados Unidos a la entidad sionista. Con el descomunal monto de la ayuda militar estadounidense a Tel Aviv en un año se podía haber edificado un eventual Estado palestino próspero con Jerusalén oriental como su capital que conviviera en paz con sus vecinos judíos. Habría bastado que Washington y sus socios europeos exigieran a Israel retornar a las fronteras de 1967, como ordenan varias resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. Pero, ¿qué digo? Si es que esa ayuda persigue justamente lo contrario: forzar a los palestinos que no mueran destripados por la metralla a escapar de Gaza y Cisjordania y lo mismo a los libaneses residentes en el sur para por fin cumplir con el sueño de crear el Gran Israel. La alharaca de Washington y Tel Aviv contra el “terrorismo” de Hamás y Hezbollah obedece a que son los dos contingentes más importantes y combativos de la resistencia antisionista en el Medio Oriente. Hezbollah fue la primera fuerza árabe que derrotó a la maquinaria militar de Israel cuando la forzó a retirarse del sur de Líbano, lo que le granjeó un enorme prestigio interno y entre los pueblos árabes. Hamás tiene tal apoyo en Palestina que consiguió, acaso sin proponérselo, una arrolladora victoria en las últimas elecciones. Ello expresaba la censura de los votantes a la fracasada política de concesiones a Tel Aviv y su reconocimiento a la eficaz labor social, cultural y educativa de la organización integrista. Si Hamás y Hezbollah no han podido ser derrotadas militarmente por Israel se debe, en primer lugar, a su fuerte arraigo en la población. Es esto lo que explica en parte el sadismo de la jauría de Ehud Olmert contra los civiles palestinos y libaneses en una reedición de la doctrina nazi del castigo colectivo frente a las acciones de resistencia. En el caso de Líbano el asunto es más complicado. Allí uno de los propósitos de la cruel agresión israelí es arrastrar, como en Irak, a cristianos y sunnitas a una guerra confesional contra los chiítas, que constituyen la base fundamental de apoyo a Hezbollah. Es natural que Irán y Siria, los únicos Estados de la zona que se oponen al expansionismo de Israel y a los planes estadunidenses de reestructuración “democrática” del Medio Oriente apoyen la resistencia de Hamás y Hezbollah. Pero de allí a considerar que Hezbollah, como se le escapó a Bush, actuaría como un pelele de Damasco hay una gran diferencia. La mente nazi-fascista del inquilino de la Casa Blanca concibe a los movimientos de liberación nacional como títeres de los Estados que los respaldan. Pero ello forma parte de una valiosa tradición de solidaridad y colaboración entre Estados y movimientos populares que resisten la agresión imperialista. Es la antítesis del tipo de relaciones de subordinación existentes entre las potencias occidentales y sus vasallos. La ofensiva sionista no derrotará a Hamás, a Hezbollah ni a otras fuerzas de resistencia. Del enorme sufrimiento que ocasiona a los civiles nacerán nuevos combatientes contra Israel. Sin embargo, la agresión contra Líbano podría involucrar directamente a Siria, y por lo tanto a su aliado Irán, creando un escenario bélico de alcance global. Al fin y al cabo, eso es lo que andan buscando hace tiempo los neoconservadores y sus aliados del lobby israelí en Estados Unidos, cuya influencia fue muy importante en la decisión bushista de atacar Irak. Bush logró sacar las tropas sirias de Líbano mediante una resolución impuesta al Consejo de Seguridad de la ONU, que también pedía el desarme de Hezbollah, punto que nadie se ha atrevido a hacer cumplir. Pero el emperador insiste y ahora arrancó del G-8 una exigencia en ese sentido. Y es que para hacer de Líbano una colonia de Israel habría que quitar del medio a Hezbollah. A quien lo intente le espera una guerra larga y desgastadora con pocas posibilidades de éxito.
https://www.alainet.org/es/articulo/116146?language=en
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