Respuesta al director de Correo

La prensa como arma de fuego

06/06/2006
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Los lectores del diario “Correo” se han enterado esta semana de que este modesto servidor es en realidad un frustrado aspirante a columnista de dicho tabloide y por eso dirige sus baterías críticas contra su director, conocido como Aldo M., que me ha detenido en mis propósitos; y lo más grave, que soy tan mal administrador que haría quebrar una carretilla de helados, como ya lo hice con el diario El Observador en la primera mitad de los 80. Cierto, para muchos debe saltar la pregunta: ¿y qué tiene que ver todo eso con una coyuntura en que Alan García gana las elecciones apoyado por quienes fueran sus peores enemigos, y en que el país se divide en dos, frente al modelo económico vigente? Pero Aldo M. tiene una idea muy original sobre la lógica que debe guiar los temas de debate. El domingo de elecciones escribí un artículo denominado “El fascismo de Aldo M.”, que inicié con el siguiente párrafo: “Lo único fascista que hay en el Perú actual es la pretensión de aristócrata decadente de Aldo M. Precisamente aquella actitud que estaba presente en todos aquellos que en la Europa de los veinte y treinta, eran capaces de cerrar cobardemente los ojos al violentismo de derecha porque temían que sus propiedades, intereses y concepción de la vida, fueran afectados por el avance de la izquierda.” Entonces sólo queda hacer un esfuerzo de imaginación para entender que las "chiquitas" de “Correo” sobre mi persona del último martes, son una respuesta a este trabajo. Correspondencia Yo ya tengo experiencia en eso. El 17 de marzo último recibí una carta de Aldo M. que decía lo siguiente: “Te ruego que no me vuelvas a mandar nada nunca más por favor. No tengo ningún interés de leer material proveniente de una persona que indirectamente apoya y condona el terrorismo firmando comunicados por un miserable como Polay.” Se refería a un documento que tenía decenas de firmas pidiendo un juicio justo para Polay, solicitado por su madre a mediados del año pasado, al que adherí convencido que no hay suficientes garantías de derecho para los juicios que derivan del período de violencia. Aunque la carta me parecía un gesto infantil, decidí, como no podía ser de otra manera, excluir al susodicho en el envío de mis artículos por Internet. Pero el siguió remitiéndome comentarios cada vez que se encontraba a través de las listas con alguna nota mía que se refería a su singular papel en la prensa peruana. Obviamente nunca le contesté. El 24 de abril, en pleno silencio mío, descubrió mi motivo más profundo: “¡Qué picón te quedaste por no escribir aquí!” O sea, hablando sólo, preguntándose el porqué de mis críticas, descartó que yo pudiera tener un criterio, rotundamente diferente al suyo, sobre la forma abusiva como ha sido usada la prensa para manipular, desinformar y sembrar miedo entre los electores, y concluyó que lo mío era pura ambición de hacerme famoso a su lado. Esa era la respuesta. Por eso volvió a dirigirse a mí a pesar de haber dicho que la ética le impedía leer lo que escribo. Pero yo jamás le he pedido a Aldo M., ni a nadie, que me deje escribir, por la sencilla razón que siempre he escrito sin pedir permiso. Pero a él le pasa que cuando afirma algo ya es verdad, como ocurre con su famosa teoría sobre el fascismo, o su declaración que los adversarios del Sutep en el Colegio de Profesores son insignes demócratas versus los totalitarios, a pesar de que vienen de una escisión del mismo partido. Llevo años discrepando abiertamente con la línea de los principales medios. Y no me he contenido porque me cierren sus páginas. O porque tenga que soportar la democrática regla de los directores que contestan posiciones que no publican, como si no estuviesen obligados con sus lectores a brindarles la información completa. En el caso de “Correo” debo considerar una gran deferencia que se me permitiera publicar una respuesta al señor Bedoya Ugarteche, el mayor racista periodístico de nuestro país. Una aparatosa mesa redonda sobre el tema de la privatización del agua, organizada y moderada por el director de Correo, en la que participé al lado del presidente de Sedapal, el representante de Proinversión y de las organizaciones que promueven la concesión nunca fue publicada, como si nuestro tiempo e ideas no merecieran consideración, pero hasta hoy no dije una palabra sobre este incidente. Pero Aldo M., sigue hablando por ahí de patanerías ajenas. El Observador En mayo de 1982, siete meses de haber salido a las calles, se anunció el cierre del diario “El Observador” de propiedad del magnate Luis León Rupp. La explicación de los propietarios era que no podían seguir cubriendo los fuertes costos de la empresa, debido al cerco que le había impuesto el gobierno de Belaúnde y el círculo ulloísta de entonces, que más tarde sería el entorno de ministros, funcionarios y asesores de Fujimori, Paniagua, Toledo y tal vez lo sean de Alan García si la derecha de las narices tapadas, de la que es vocero Aldo M., logra sus objetivos. Los trabajadores: periodistas, obreros de planta y empleados administrativos, nos juntamos entonces para asumir la dirección y gestión del diario, que pudo durar en las calles dos años más desde el momento que se declaró su quiebra. Fuimos el primer y único diario cooperativo que ha habido en el Perú. Registrados legalmente y regulados por el Instituto de Cooperativas, como ocurría con otras organizaciones similares. Desde el punto de vista político, además, fue la única vez, que yo sepa, en que funcionó una alianza entre apristas e izquierdistas para el logro de un fin común que creíamos sinceramente que era importante. El diario “El Observador” había sido una novedad en la prensa peruana por varios motivos: se planteó como un desafío a “El Comercio”, y no como una simple prensa chica. Tenía amplia información, una línea sería y una presentación moderna, que por primera vez era totalmente en colores. Era plural en sus opiniones, editoriales y columnas, y se podían leer debates encendidos de una columna a otra; tenía un acento en el tema económico y un nuevo tratamiento menos especializado, para que todos entendieran este tipo de noticias; era fuertemente cultural; etc. En lo que a mí respecta fui, en el aspecto periodístico, jefe de la sección económica, columnista político, editor, jefe de redacción y subdirector; en el organizativo, presidente de la Comisión Organizadora de la Cooperativa, Presidente y miembro del Consejo de Administración; y en el administrativo, gerente general, durante 6 meses del año 1982. El balance de la experiencia de “El Observador”, administrado por sus trabajadores, no puede avergonzar a nadie, porque sin capital propio levantamos una empresa a punto de cerrar, mantuvimos el diario durante dos años sin ceder al amarillismo, conservamos durante ese tiempo más de 200 puestos de trabajo. Tuvimos errores y conflictos. Y el acuerdo con los apristas se fue al diablo por sectarismo en la conducción del periódico que empezó a comprometerse con el proyecto de Alan García que ya caminaba hacia su primer gobierno, afectando la pluralidad y el interés del público en el medio. Es una reverenda sonsera decir que estuve aliado con los “ulloístas”, cuando toda la razón del periódico fue combatir la política económica de estos tipos. Cuando los apristas se fueron, el gobierno de Belaúnde los apoyó para sacar un diario paralelo que decía ser “El Observador Auténtico”. Como me ha ocurrido tantas veces, tuvimos a medio mundo en nuestra contra, y la destitución del director aprista fue interpretado como una agresión al gremio periodístico y sus sistemas de compadrería. Pero todo esto es historia. Y mencionarlo es una prueba increíble de indigencia de argumentos para tratar de desprestigiarme. Cierto, seguro me iría mal vendiendo helados en la calle y difícilmente me dejaría otra vez presionar para tomar cargos administrativos para los que no siento vocación alguna. Pero eso ¿qué tiene que ver con que Aldo M., se ufane todos los días de haber descubierto la entraña fascista de Ollanta desde la época en que iba a al colegio, dado el gen etnocacerista que lleva dentro; que él no ha venido reciencito a atacarlo, porque le ha dado duro toda la vida; y que si al cachaco no le gusta lo que le dicen que se aguante; y que sin embargo este buen muchacho no sea capaz de contestar a los argumentos de mi artículo que demuestran las falacias y ridiculeces teóricas e históricas en las que sustenta sus acusaciones? Como otras veces se lo dicho de manera personal: si fuera tan demócrata como pretende promovería en las páginas de su diario el debate aún contra sí mismo, y tendría toda la posibilidad de responder tan largo y tan duro como le pareciese. Pero como no lo es tanto, por lo menos podría referirse directamente a las opiniones que le molestan y enfrentarse conmigo desde su diario y yo le contestaría desde mi modesta Internet. Yo no tengo problemas. Me va a encontrar en cualquier terreno. Y si no le gusta que le diga decadente, tramposo, abusivo, que aguante. ¿O es que cree que tiene corona? Una palabra final: la transformación del periodismo en arma de fuego, orientada no a influir las opiniones de la gente sino a manipularlas; a utilizar inescrupulosamente la información, en todo lo que perjudica a uno, mientras se oculta lo que se sabe del otro; a levantar diariamente escándalos estúpidos y embrutecedores para luego lamentarse hipócritamente de la falta de debate programático; es uno de los saldos más penosos de la campaña electoral que ha acabado. La justificación que tienen algunos es que lo han hecho “por el bien del Perú”, nos han salvado, porque no podíamos hacerlo por nosotros mismos. Aldo M., es un exponente mayor del periodismo canalla que ha aflorado en el Perú 2005-2006. Algún día se dará cuenta.
https://www.alainet.org/es/articulo/115515
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