La educación de la mirada
04/05/2006
- Opinión
Desde que me tengo por gente, la escuela enseña análisis de textos. Gracias a esas clases aprendí la jactancia de "niño, nunca verás un país como éste", conocí la pasión de Tomás Antonio Gonzaga por su Marilia y me deleité con los poemas satíricos de Leandro Gomes de Barros, como esos versos tan actuales, escritos a comienzos del siglo XX: "El Brasil es la olla./ El Estado echa sal,/ La Alcaldía lo sazona,/ quien come es el Federal".
Todo texto se teje con los hilos del contexto en que fue escrito. Cuanto más próximo se encuentra el lector de la coyuntura en que se produjo el texto, tanto mejor capta su pretexto, el significado. Un alemán tiene más posibilidad de entender, con su sensibilidad, el universo de las obras de Goethe, igual que un brasileño siente el aroma de la culinaria descrita en las novelas de Jorge Amado.
¿Para qué sirve estudiar literatura? Entre otras razones, para leer con más acuciosidad el libro de la vida, cuyos autores y personajes somos nosotros. Quien lee sabe distinguir entre arte y panfleto, juego de rimas y poesía, experimentalismo barato y ficción de calidad. Leer es un ejercicio de escucha y de exploración. Por eso, mientras no lleguen nuevos avances tecnológicos, tengo la impresión de que leer un libro en Internet es como ver la foto de un atardecer de mayo sobre las montañas de Belo Horizonte. Prefiero contemplar esa maravilla en vivo.
En la adolescencia tuve en cineclubs mi primera educación de la mirada. Tras la exhibición del filme, los debates dejaban ver nítidamente la diferencia entre obra de arte y mero entretenimiento. Se cultivaba la sensibilidad, saturada por las series melodramáticas de los culebrones de Hollywood, e insaciada ante los grandes maestros del cine. La pesadez repetitiva del humor televisivo nunca producirá un Chaplin.
Hoy la imagen ocupa en nuestros ojos más espacio que el texto, gracias a la universalización de la televisión. No obstante, la escuela parece no darse cuenta de que vivimos en una era de la imagen. O peor aún, compite con la televisión en arrogante indiferencia o desprecio. Dentro del aula de clase todavía predominan la narrativa textual, la palabra escrita, la secuencia enmarcada por comienzo, medio y fin, señales de la historicidad. Fuera de la escuela recibimos la avalancha de imágenes, el vertiginoso coctel que confunde pasado, presente y futuro, la narrativa reventada por el recorte deslucido de los clips, la cultura rebajada a diversión vacía.
Mientras la escuela se esfuerza, al menos teóricamente, por formar ciudadanos, la televisión forma consumidores. Si hoy en día los alumnos son más indisciplinados que antes es porque no pueden -todavía- cambiar al profesor de canal. ¿Por qué no destronar la televisión como reina del hogar y llevarla a la sala de clase? Llegó la hora de emanciparnos del tiránico monólogo televisivo. Se puede estar en desacuerdo con un periódico y escribir a la sección de cartas de los lectores, o protestar por la radio, llamando a la emisora. ¿Cómo se queja uno a la televisión, que es una concesión pública utilizada en función de intereses y ganancias privadas? El mejor recurso es invertir la relación: que ella pase a ser objeto y nosotros sujetos.
Imagino a los alumnos en el aula de clase analizando programas de televisión y cortos publicitarios; transformando el juego de emociones -fotos, sonidos, movimientos- en objeto de la razón, descodificando los contenidos de los programas y la carpintería de la producción televisiva. Actores y productores de televisión serían recibidos en las aulas; examinada la calidad de los productos ofrecidos; y se abriría un debate sobre la ética implícita en los programas de audiencia, donde los pobres y los nordestinos son ridiculizados, y en la publicidad, que reduce a la mujer a sus atributos físicos como carne de cañón.
Ver televisión en la escuela es educar el mirar. Y de ese modo dar un paso importante rumbo a la democratización de los medios de comunicación, pues las instituciones de enseñanza también deben tener sus radios comunitarias y producir videos. Sólo una mirada crítica nos abre el horizonte de la ciudadanía y de la democracia real. En caso contrario corremos el riesgo de ver cada vez más caras y menos corazones, y creer que el predominio de la estética dispensa de la ética y de confiar en que los sueños son sólo capullos que no engendran mariposas de la utopía. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor, junto con Paulo Freire y Ricardo Kotscho, de "Esa escuela llamada vida", entre otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/115082
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