Dónde esta el plan malévolo?
21/03/2006
- Opinión
Como ha ocurrido ya varias veces en nuestra historia reciente, una vez más los pueblos indígenas han tenido la fuerza y la lucidez para ‘sacar la cara’ por el país todo, para colocar el sentido de urgencia, de importancia máxima del TLC para el presente y futuro de todas/os, que quedará comprometido en caso de suscribirse.
La movilización indígena es un gesto de responsabilidad y de dignidad, más notable cuando viene desde los más empobrecidos, desde quienes tras resistir siglos de injusticias saben valorar la soberanía. No vemos ese sentido de responsabilidad en el gobierno, peor aún en sectores que defienden intereses muy particulares –ganancias económicas- de corto plazo, sin considerar la contraparte de costos de corto y largo plazos para la mayoría de la población (y acaso en algún momento para sí mismos).
No es responsable la desinformación en la que están incurriendo tanto el gobierno como muchos medios de comunicación, al mostrar el TLC sólo como un instrumento para modificar aranceles y permitir flujos mayores de importaciones y exportaciones. Reducir el asunto a vender más bróculi y comprar ‘cuartos traseros’ es cuando menos tendencioso. Pintar engañosos escenarios de exportación de todo y de todos es burlesco. Crear alarmas distorsionadas o parciales de pérdida de empleos es buscar una disputa entre perjudicados casa adentro, cuando se trata de mirar el país como un todo frente a otro país que sí pone siempre por delante sus intereses.
En palabras de los mismos voceros estadounidenses, el TLC es un instrumento geopolítico, para garantizar su hegemonía, para proteger más a sus inversionistas, controlar recursos estratégicos y ampliar mercados para sus productos, especialmente agrícolas. Sus contenidos no implican modificar un ápice de sus propias normas e instituciones, y en cambio acarrearán cambios de fondo en nuestro marco constitucional.
La mirada sobre la compra venta de productos, sobre la modificación de unos puntos de tarifas arancelarias, no ve que a cambio se está ofreciendo el control del país, del futuro. Es una mirada cortísima, que considera que los pueblos indígenas, por ejemplo, son sólo una reserva de mano de obra que puede emplearse, indistintamente, en una plantación de espárragos o en una extractora de madera; no aprecia que se trata de colectividades ciudadanas que tienen un modo de vida, una cultura en cuyo marco se define qué y cómo se produce, y que ha sido el sustento de la alimentación del país. Esa mirada mercantilista, sólo ve cómo sacar ganancias personales de los ‘recursos’ que se han librado de la devastación justamente por estar en territorios indígenas.
La lógica de ‘ganadores y perdedores’ cierra las posibilidades de una verdadera integración, cuyas bases no son la competencia y eliminación, sino la colaboración y la solidaridad. Si se quiere mantener ‘ventajas comerciales’, ¿por qué no se negocia otro instrumento de preferencias arancelarias? ¿Por qué para que algunos negociantes mantengan o aumenten sus ganancias debemos destruir parte de la producción nacional, amenazar la supervivencia de comunidades indígenas y campesinas, entregar el control de recursos estratégicos, declinar nuestra soberanía?
El comercio es un medio, no un fin en sí. Como tal debe ser colocado en el marco de una estrategia nacional, concediendo un lugar privilegiado a la soberanía alimentaria. Ver primero la producción y el mercado internos, como lo hacen países a los que se dice queremos parecernos (así hacen los Estados Unidos!). El país no puede encontrar mejor destino tomando decisiones en función de productos aislados y dinero: es preciso pensar primero en la gente, en el derecho a definir colectivamente qué y cómo producimos, cómo protegemos y preservamos los recursos estratégicos que son patrimonio común, a decidir soberanamente sobre nuestro ordenamiento jurídico e institucional, a escoger caminos de integración.
Las y los más humildes han salido a exponer su integridad y sus vidas –encarando una represión injustificable- en defensa de todas/as, en demanda de un mínimo de democracia para que nos expresemos y decidamos sobre aquello que nos concierne directamente. ¿Dónde está entonces el ‘plan malévolo’ del que habla el Presidente Palacio? ¿Quiénes lo impulsan?
- Magdalena León T. es integrante de la Red de Mujeres Transformando la Economía (REMTE)
https://www.alainet.org/es/articulo/114659
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