Procesos de búsqueda de una política emancipatoria
Repercusiones del zapatismo en Europa occidental
06/03/2006
- Opinión
El 11 de marzo de 2001, en el momento culminante del viaje de la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), cuando el subcomandante Marcos tomó la palabra ante cientos de personas en la plaza principal de la ciudad de México, la mayoría de ellas esperaba el gran discurso y que éste culminara en propuestas concretas para las acciones futuras. Como los de los/as expositores/as que lo precedieron, el discurso de Marcos fue sumamente emocionante. Sin embargo, en cuanto a los pasos a seguir en el futuro, Marcos y los/as demás oradores/as fueron muy cautos: “México: no venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes.“ Y, minutos antes: “No somos su portavoz. Somos una voz entre todas esas voces… somos reflexión y grito.“ En esta escena ya se expresa un aspecto central de los zapatistas mexicanos: su antivanguardismo el cual arriesga, sin duda, entrar en una cierta tensión con las expectativas que se ponen en ellos. Son muchos los que quisieran ver en Marcos el nuevo líder, el Che Guevara del siglo XXI, pero eso sería contradictorio con la visión política del zapatismo.
Tanto la protesta y resistencia contra la transformación neoliberal de la sociedad que se fueron desarrollando a lo largo de los años 90, como la difícil búsqueda de alternativas al neoliberalismo se vinculan íntimamente con el zapatismo. Hoy, esta apreciación es compartida por muchos en Europa. Desde el 1º de enero de 1994, los zapatistas han sido de los primeros que lograron llamar la atención, y de una manera sumamente original, a que, en tiempos de globalización capitalista, las resistencias y alternativas también necesitan globalizarse de algún modo.
Recordemos la situación de ese entonces: luego de la caída del Muro, la globalización neoliberal-capitalista iniciada en los años 80 desarrolló un dinamismo aún mayor. En este contexto, justamente en los países prósperos de Europa occidental se fortalecieron los movimientos nacionalistas, racistas y de defensa chauvinista del propio bienestar. Las críticas desde la izquierda solían ser defensivas y dirigidas contra los “excesos” de las tendencias actuales, como el racismo contra los inmigrantes, la reestructuración de los centros urbanos o el desempleo en aumento. Ya no prevalecía una perspectiva de apertura, sino aquella de la defensa de los niveles adquiridos de protección social. Además, importantes sectores de los sindicatos se sumaban al proyecto globalizador, al defender principalmente los intereses de los trabajadores estables de las grandes empresas orientadas al mercado mundial. El politólogo italiano Marco Revelli lo llamaba la imposición de un “eje de conflicto transversal” a las divisiones de clase tradicionales, que orientaría cada vez más los conflictos sociales. Ya no fueron tanto las relaciones “verticales” (de clase) que se concebían como conflictivas, sino más bien la “lucha” de la economía local o nacional o del propio grupo en la competencia con otros. Los zapatistas fueron de los más decididos y primeros en definir la globalización neoliberal en términos concretos. Trataron de volver a fortalecer una “visión verticalista”, sin por ello recaer en el concepto tradicional de clases. El zapatismo logró una repercusión positiva en Europa, por supuesto principalmente en los movimientos sociales, pero también más allá de ellos. Sin embargo, los efectos sobre las discusiones y prácticas políticas fueron limitados, especialmente en Alemania, lo cual no sorprende si se miran las diferencias de las condiciones sociales y políticas en Europa. En un primer momento prevalecía la “solidaridad internacional” de tipo tradicional que no dejó de ser importante, ya que las fuertes repercusiones y los apoyos internacionales ayudaron a que el movimiento zapatista no fuera liquidado militarmente de inmediato. Pero no se puede afirmar la existencia de un movimiento político-social que hubiera retomado el enfoque en nuestro contexto. Contrariamente a lo acontecido con el movimiento de solidaridad con Nicaragua o Cuba, lo acontecido en Chiapas fue analizado en profundidad solo por algunos pocos grupos en Alemania. En Italia y España, por lo contrario, el zapatismo tuvo un impacto mucho mayor sobre los debates y procesos de organización política.
Sin embargo, el levantamiento zapatista ayudó también en países como Alemania a modificar profundamente el debate, las concepciones políticas y los imaginarios de las formas de cambio social de la izquierda. De una manera algo más mediatizada, algunas ideas promovidas por el zapatismo van permeando lentamente los debates y las prácticas políticas. Así, por ejemplo, el slogan de Attac, “¡Otro mundo es posible!”, fue tomado del zapatismo sin que se haya dado cuenta de ello.
El debate académico no se mostró muy interesado, tampoco el de la izquierda –en cuanto existe aún en este ámbito. Esto remite a un estado de situación, en el cual, luego del ocaso de los movimientos sociales de protesta de los años ochenta, la ciencia social académica en su conjunto se caracteriza por un fatal “mainstreaming” teórico, debido a que ha estado perdiendo cada vez más su relación con proyectos y prácticas políticas alternativos. En consecuencia casi no existen articulaciones entre los esfuerzos teóricos surgidos en el ámbito de los nuevos movimientos sociales y la ciencia social académica. El escepticismo que se constata seguido, también contra diversas variantes teóricas de izquierda, no es para nada injustificado si se toma en cuenta que éstas muchas veces tienen un carácter de teorías del “orden” más bien que de la “liberación”. Un movimiento sin “teoría”, sin embargo, tampoco sería posible. La cuestión es qué se entiende por teoría. En todo caso hay que cuidarse de considerar la teoría como la expresión de verdades inamovibles. La construcción de teoría consiste, primeramente, en discusión y crítica. La teoría correctamente entendida es un acto conjunto de conocimiento y orientación que se remite a las experiencias de los protagonistas y siempre da cuenta de lo provisorio de sus afirmaciones. Los intelectuales pueden jugar un rol importante si logran comprender su tarea de esta manera.
Movimientos sociales globales
Es de destacar que, luego de años de parálisis, hayan surgido de nuevo movimientos radicales y críticos en los centros capitalistas, y fue una sorpresa para la “izquierda de metrópolis” tradicional. Nuevamente, las miradas se volvieron a dirigir sobre el hecho que el capitalismo posfordista-neoliberal constituye un acontecimiento catastrófico a nivel mundial. Aún después del 11 de septiembre, la ‘crítica antiglobalizadora’ siguió siendo un tema central y atrae la atención de la sociedad como casi nunca antes. Antes de referirnos a las repercusiones del zapatismo en los movimientos sociales globales recientes, quisiéramos caracterizarlo desde una perspectiva europea.
En primer lugar dos comentarios: Los movimientos pueden comprenderse en un primer momento como expresión de la politización de las contradicciones de la globalización neoliberal. Las críticas de grupos e individuos con renombre de distintas extracciones, la desregulación económica y el recorte de los derechos sociales que ésta conlleva, así como la retransformación de las relaciones sociales en commodities mediante la privatización de las empresas públicas o las prestaciones sociales estatales, así como la creciente puesta en valor de la naturaleza humana y no humana. A esta evolución se oponen conceptos como justicia, diversidad o democracia, aunque muchas veces no queda muy claro si se busca una transformación profunda o incluso la abolición de las instituciones políticas internacionales. Existe, sin embargo, un consenso amplio acerca de la legitimidad de las acciones directas no violentas y de la desobediencia civil.
A pesar de su impacto mediático, las manifestaciones internacionales de Seattle, Praga, Génova, Québec, Florencia, Evian o Cancún no son el núcleo de los movimientos internacionales de protesta, sino más bien formas de aparición o puntos de cristalización. Los movimientos internacionales están anclados antes que nada en contextos locales y nacionales. Lo mismo vale para el Foro Social Mundial que se realizó por primera vez el año 2001 en Porto Alegre. En gran parte, los movimientos internacionales de protesta se fueron perfilando a partir de luchas locales, regionales y nacionales contra la globalización neoliberal, lo cual remite a procesos importantes aunque poco visibles de una evolución de fundamentos político-sociales y de una conciencia rebelde que se fueron articulando globalmente hacia fines de los años 90. Es decir que los movimientos atraviesan procesos de fermentación complejos. Dentro de éstos pueden jugar un papel importante aún organizaciones tradicionales como los sindicatos o fracciones de los partidos políticos. Este proceso de fermentación contradice la imagen que muestra a los movimientos internacionales de protesta casi como caídos del cielo, muy difundida por los medios establecidos.
Por su diversidad, es difícil encontrar un denominador común para los nuevos movimientos. Sin embargo es posible diferenciar entre tres enfoques políticos diferentes:
En primer lugar y en el centro de atención se ubica desde la “batalla de Seattle" un conjunto de grupos e individuos que debería denominarse movimiento internacional de protesta radical, que se caracteriza por su posición anti-institucionalista militante. Las instituciones del “constitucionalismo neoliberal” (Gill) que actúan en el ámbito internacional, como la OMC, el FMI y el Banco Mundial, son identificados como los principales contrincantes. En consecuencia, partiendo de luchas locales, esta parte del movimiento se dirige contra eventos como las conferencias de la OMC, jornadas de FMI/Banco Mundial y las cumbres de las potencias económicas mundiales. Su forma de organización preponderante son las redes, siendo la principal entre ellas la Acción Global de los Pueblos (AGP), fundada en 1997, al final del Segundo Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo y por la Humanidad. Son integrantes de la AGP (www.agp.org) no solamente movimientos y organizaciones del Sur y del Norte, sino también individuos. La APG remite a las luchas crecientes en países periféricos que tienen como objetivo impulsar cambios en las metrópolis. Así, activistas europeos/as organizaron previamente a la cumbre del G7 en Colonia (Alemania) una caravana por Europa con 500 integrantes de una organización militante de campesinos indios. En el ámbito nacional se pueden sumar a este espectro anti-institucionalista, por ejemplo, los disobbedienti italianos. Ellos intentan, a través de acciones de “desobediencia civil” agudizar políticamente los conflictos. De esta manera se busca evitar la domesticación / desarticulación de las protestas y evidenciar el carácter antagónico de los conflictos sociales. En este espectro, las referencias al zapatismo son las más explícitas.
En segundo lugar deberán nombrarse las organizaciones no-gubernamentales (ONGs) de acción internacional. Buscan principalmente la democratización de los procesos políticos en el ámbito de las organizaciones internacionales y de sistemas de negociación donde tratan de influir sobre las decisiones desde las perspectivas de los derechos humanos, la política ambiental y de desarrollo y/o del feminismo, apostando a la repercusión en la opinión pública, los conocimientos expertos y la fuerza de los mejores argumentos. Este tipo de política de tendencia cooperativa y reformista fue, durante los años 90, la forma de expresión dominante de protesta de la “sociedad civil” a nivel internacional. Hubo un cambio con el surgimiento de enfoques más confrontativos desde fines de los 90: las ONGs hoy ya no pueden postularse como únicos representantes de la crítica internacional. Algunas de ellas respetan los nuevos movimientos o forman parte de los mismos. En este contexto, el fracaso del llamado “proceso de Río” tuvo un impacto importante, cuando se trató de remediar la “doble crisis” del medio ambiente y del desarrollo a través de políticas internacionales y su implementación en los niveles nacional y local a instancias de la Conferencia de Ambiente y Desarrollo de las Naciones Unidades en Río de Janeiro de 1992. Su fracaso se hizo evidente a más tardar con la Conferencia “Río+10“ en septiembre de 2002 en Johannesburgo. Actualmente, el desafío está en lograr una relación adecuada entre cooperación y conflicto. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que el papel cooperativo de las ONGs se verá incluso fortalecido por la existencia de planteos más confrontativos que se diferencian conscientemente de sus políticas. Así podría darse que las ONG, aprovechado la creciente atención pública provocada por acciones confrontativas contra los grandes eventos internacionales, logren fortalecer su posición de negociación con los representantes gubernamentales.
La tercera vertiente dentro del movimiento contra la globalización neoliberal puede ubicarse entre las primeras dos: con la segunda comparte un enfoque orientado prioritariamente hacia las políticas oficiales y el Estado, en diferencia con la primera. Sin embargo, se vincula con las fuerzas más radicales en el esfuerzo por la movilización “desde abajo” que contrasta con el estilo político centrado en el lobbying y la representación de intereses de muchas ONGs. La tercera vertiente es representada, por un lado, por actores que intentan de restablecer el vínculo entre la crítica intelectual y los movimientos sociales. El ejemplo más conocido es el grupo de cientistas sociales Raisons d´agir ("razones para actuar"), activo en Francia y fundado por el sociólogo Pierre Bourdieu, fallecido en 2002. Este grupo defiende un tipo de keynesianismo de izquierda, ya que su objetivo primordial es una distribución más justa de la riqueza. El Estado se comprende como parte integrante de la política neoliberal, pero luego de una modificación de las relaciones de fuerzas sociales podría y debería (volver a) comprometerse con una política orientada hacia el bienestar general. Apenas se cuestiona la producción capitalista como relación social e internacional de dominación integral. Las críticas hacia las políticas estatales se dirigen más bien contra su forma neoliberal actual que contra el carácter intrínsecamente dominante del Estado y su articulación con la relación capitalista.
Una segunda fuerza dentro de esta vertiente es la red Attac que es la de mayor importancia de este tipo, al menos en Alemania y en Francia. La iniciativa para su fundación surgió de un artículo de Ignacio Ramonet, jefe de redacción del mensuario de izquierda liberal, Le Monde diplomatique de diciembre de 1997. En el contexto de la crisis asiática, Ramonet exigió “desarmar los mercados” e impulsó la fundación de una “Asociación para la tasación de las transacciones financieras en beneficio de los/as ciudadanos/as”, cuya abreviatura en francés es “Attac”. Esta idea tuvo una importante repercusión, se formaron espontáneamente grupos en distintos lugares. Desde Francia, Attac se difundió por todo el mundo. Hace mucho, la organización ha superado la focalización inicial hacia los mercados financieros internacionales y la demanda de su tasación. Actualmente, la privatización de bienes y entes públicos, así como la desarticulación del Estado social suelen ser sus temas principales. De esta manera, Attac centra la mirada también en otras áreas, como el Tratado sobre Servicios de la OMC (GATS).
Repercusiones del zapatismo
A continuación esbozaremos algunas “repercusiones del zapatismo” en la izquierda en Europa Occidental, siendo Alemania nuestro contexto inmediato. Un impacto directo fue producido por el lenguaje no tradicional del EZLN hacia la opinión pública, por articular de una manera especial reflexiones teóricas y político-estratégicas con el contexto cultural e histórico, pero antes que nada por la ausencia de jergas revolucionarias desgastadas. Desde el punto teórico y político, resaltaba la relación con el poder, la despedida de concepciones tradicionales de toma del poder estatal, la priorización de la lucha política frente a la militar, el concepto totalmente diferente de subjetividad, la idea relacionada con el concepto de la “dignidad” que los seres humanos deben transformarse y desarrollarse ellos mismos en el proceso de la rebelión y a través de la transformación práctica de su vida. Lo significativo era que se fue desarrollando un concepto de “sociedad civil” que contrastó con los debates desarrollados en ese momento en Alemania. Con miras a los cambios políticos a nivel internacional a partir de 1989, este concepto se discutía bastante en el ámbito de la izquierda liberal, basándose en la idea que debería ser posible “civilizar” la sociedad capitalista dentro de las estructuras económicas y políticas existentes. Partiendo desde una orientación hacia las teorías de la sociedad civil de los principios de la era burguesa, con su confrontación inmediata entre “civil society“ democrática y aparato estatal de dominación, la “sociedad civil” existente se veía como “democrática”, más allá de las relaciones de explotación y las estructuras de poder con sus respectivas subjetivaciones y prácticas sociales,.
Para el zapatismo, la sociedad civil consiste principalmente en los seres humanos que luchan por su emancipación. En los años 90, comprendía a aquellos que “solo” luchaban por la emancipación del partido de Estado, el PRI. Entonces, ellos también usaron inicialmente un concepto “burgués” de sociedad civil. En México, este concepto aplicado estratégicamente en una situación histórica concreta –el deseo de muchos de ver llegar a su fin el unipartidismo luego de setenta años– tuvo un efecto politizante. Al mismo tiempo tenía siempre un significado mayor en las prácticas políticas y sociales zapatistas, pues dirigía la mirada a las múltiples relaciones de dominación y explotación de las cuales se buscaban liberar los indígenas rebeldes (véase respecto de la falta de claridad del concepto por ejemplo Atilio Borón). Gracias a su crítica práctica de las ideas burguesas, el zapatismo logró la recuperación de un concepto crítico. La teoría gramsciana que había descrito la “società civile“ existente como parte integrante del aparato de dominación burguesa –como parte de un “Estado integral”–, podría rehabilitarse como diagnóstico de las relaciones actuales. Siguiendo a Gramsci, la “sociedad civil” existente es mucho menos “civil” que el concepto sugiere. Constituye el ámbito privilegiado para el desarrollo y la conservación de la hegemonía de clase de la burguesía. Al mismo tiempo, sin embargo, delimita un campo de batalla en el cual se enfrentan concepciones hegemónicas alternativas. “Todos hablan de sociedad civil. Pero hay que transformarla“ – así se decía más tarde en una consigna muy acertada. Que esta transformación no se haya producido a partir de trabajos de escritorio y debates teóricos, sino que hubo seres humanos que comenzaron a realizar algo concreto, fue motivo de esperanza.
Otro esquema de reflexión es el concepto del “reformismo radical”, como fue desarrollado en Francfort durante los años 80, a partir de dos experiencias políticas: por un lado el fracaso del socialismo realmente existente, ya evidente por ese entonces, y, por otro, los límites claros del reformismo estatal socialdemócrata. Ambas tradiciones tenían en común que buscaban la transformación fundamental de la sociedad capitalista a través del Estado, sea mediante la toma revolucionaria del poder estatal, sea por un proceso democrático de elecciones.
Sin referirse explícitamente a conceptos teóricos de este tipo, el zapatismo –y parte de los movimientos recientes en Europa– han logrado transformar en realidad algunas ideas centrales: Primero enfatizan que la política no se agota en las acciones de los actores estatales a nivel nacional e internacional, ni debe el Estado entenderse como “ente regulador” neutral por encima de las estructuras sociales de poder. También se actúa políticamente en la esfera “privada” y en las prácticas cotidianas, y es sobre estas que se erigen las relaciones actuales de poder. De esta manera, la “sociedad civil” se convierte en un ámbito políticamente decisivo, lo cual implica sin embargo la necesidad de transformarla mediante una “revolución cultural”. Segundo, la lucha contra la “gran corriente” de las relaciones de poder establecidos y sus formas de conciencia requiere tomar en serio y articular las experiencias concretas e inmediatas de las personas en sus distintos contextos de vida. Así se producen repercusiones que se hacen efectivas a través de redes difusas y sirven de base para la reflexión y cooperación. Tercero, el sujeto de la política emancipatoria no son vanguardias. Los intelectuales y las organizaciones políticas solo pueden servir como catalizadores en un proceso complejo de elaboración de las experiencias y para la orientación teórica. No hay modelos armados de otra sociedad para copiar. Las concepciones alternativas de la sociedad deben ir perfilándose a partir de procesos complejos de elaboración de experiencias, reflexión y construcción teórica, pero antes que nada sobre la base de cambios en las prácticas sociales. Cuarto, los éxitos mediáticos por sí solos, mientras no son acompañados por prácticas sociales distintas y nuevas formas de organización y cooperación, no implican modificaciones en la relación de fuerzas sociales. Quinto, hay que recordar que la construcción teórica es parte indispensable del cambio social concreto. Pero debe darse con formas nuevas que superan la diferenciación existente entre trabajo manual e intelectual, y llevar así a nuevos contenidos y formas de expresión.
El zapatismo y las críticas antiglobalización
El movimiento zapatista constituye un esquema interesante para la evaluación de los movimientos sociales globales que se están formando actualmente, especialmente si se considera hasta qué punto la concepción política “zapatista” que se originó en Chiapas y México para difundirse en movimientos y la opinión crítica a nivel mundial, ha producido repercusiones y se ha desarrollado. No existen “verdades zapatistas”, sino más bien impulsos que producen efectos en contextos y debates específicos.
Un impulso importante se refiere a la comprensión del Estado y el vinculo con el mismo. La centralidad del Estado en muchas críticas antiglobalización se explica parcialmente por la posición defensiva que ocupó la izquierda en los 90. Las transformaciones en la política internacional, la caída del socialismo estatal y, con ella, de los movimientos de protesta radicales, tuvo como consecuencia a una reorientación hacia los esquemas políticos establecidos. Igualmente, esta visión estadocéntrica implica al menos un reduccionismo pues –contrariamente a la retórica de los intelectuales socialdemócratas–, el Estado no se opone al mercado, sino que es su condición. El Estado capitalista asegura las relaciones de propiedad y las reglas jurídicas, sin las cuales el mercado no puede funcionar. No concuerda con la realidad el “juego suma cero” entre mercado y Estado –el Estado como entidad que puede utilizarse en contra de las fuerzas de mercado, es decir, contra la violencia del proceso de valoración capitalista– como lo sugiere gran parte de las concepciones afines a Attac. En los movimientos actuales se da además un peligro muy concreto de priorizar a la “gran” política, incluso de privilegiar la política internacional frente a la local, desconsiderando la importancia de las prácticas “menores”, es decir, no-estatales, contrainstitucionales y cotidianas, para la reproducción de la dominación hegemónica como para su cuestionamiento. De hecho es comprensible que se busque modificar la política neoliberal dominante –de frenar la dinámica privatizadora o el avance de la commoditización de las relaciones sociales. Sin embargo sigue imperando la visión que el Estado neoliberal debería volver a perseguir el bienestar general, omitiéndose que el Estado tal cual es también forma parte de la relación capitalista. Al mismo tiempo, el Estado no es tampoco simplemente un instrumento de la(s) clase(s) dominante(s). Descansa sobre las estructuras de clase existentes, pero constituye una instancia formalmente separada de ellas. Siguiendo a Nicos Poulantzas, se lo puede ver como una condensación material de las relaciones de fuerzas sociales vertida en formas institucionales especificas, lo que implica que su aparato se constituye en campo de lucha política. Las demandas hacia las instancias estatales y luchas dirigidas hacia la política estatal tienen, por lo tanto, su razón de ser. Solo hay que tener en cuenta que la dominación capitalista (de clase) y el modo de producción que le subyace, no pueden ser superados mediante la política estatal, justamente porque el Estado no es un actor neutral. Descansa en su estructura institucional sobre las relaciones sociales capitalistas y sigue dependiendo de su continuidad. Su financiamiento y su legitimación se articulan con el desarrollo de la economía capitalista. Las políticas emancipatorias y transformadoras de la sociedad, aún cuando se definen como críticas del Estado, enfrentan el dilema de no poder prescindir de él en su carácter de garante de derechos e institucionalización de las relaciones de fuerzas. Esto se hizo evidente en México hace poco, cuando se buscó la aprobación parlamentaria de una ley que garantizara los derechos y la cultura indígenas. Esta ley habría tenido efectos importantísimos, tanto económicos, de proyección política pero también para la percepción de los indígenas en la opinión pública y su trato. Al mismo tiempo se buscó la transformación fundamental del Estado –el zapatismo habla de gobierno– y en cuanto aparato central de dominación. Fue sorprendente para muchos, pero lógica la respuesta de los zapatistas al fracaso de la reforma constitucional para la garantía de los derechos y la cultura indígenas a comienzos de 2001: se retiraron por más de un año y medio de todo debate público, al cual no podían aportar nada nuevo en ese momento, para concentrarse en la construcción de estructuras sociales autónomas que le resultaran adecuadas en su contexto específico. En agosto de 2003, presentaron las estructuras de representación desarrolladas luego de largos debates en una fiesta con 20.000 participantes. Existen desde entonces 30 “municipios rebeldes autónomos“ que cubren cerca de un tercio del territorio de Chiapas y en éstos las “juntas del buen gobierno” –opuestas al “mal gobierno“ oficial– que representan al zapatismo civil. La guerrilla quiere retirarse a una función defensiva. Además, los cinco lugares de encuentro regionales creados luego del levantamiento de 1994 (los llamados aguascalientes) fueron convertidos en consejos regionales, cuya función consiste principalmente en ocuparse de los problemas que surgen dentro y entre las comunidades, sean éstas zapatistas o no. Las estructuras políticas propias en construcción se denominan caracoles, lo cual puede comprenderse como una metáfora de la expansión en espiral de las formas de gobierno indígenas. Estos caracoles representan hasta ahora el cuestionamiento más claro de las estructuras estatales establecidas.
El zapatismo sigue reclamando, además de derechos, que el Estado garantice condiciones diferentes de vida. En este sentido, el EZLN admite abiertamente las contradicciones de su proyecto, pues en muchas regiones la construcción de estructuras autónomas implica la renuncia al apoyo estatal, lo cual suele traer problemas en un contexto de gran pobreza. Otra contradicción dramática consiste en la postura defensiva del EZLN frente a la militarización de Chiapas por tropas estatales y paramilitares. Aún siendo la represión violenta y pudiendo evitarse algunos de los recurrentes asesinatos de zapatistas mediante la intervención de la guerrilla, el EZLN se niega a entrar en una lógica militar.
Si arriba se criticó la focalización en la “gran” política (estatal), los zapatistas constituyen un buen ejemplo para demostrar cómo los procesos locales de aprendizaje y organización son capaces de extenderse e impulsar otras luchas en los respectivos contextos específicos. En este sentido podría citárselo como ejemplo de resistencias “glocal“. Los zapatistas tuvieron una clara conciencia del efecto de politización amplia de las demandas concretas frente al gobierno y al parlamento, igualmente veían la necesidad de ir más allá e iniciar una “revolución cultural”. El enfoque político zapatista critica así las formas dominantes de hacer política, muy contrariamente a lo que ocurre en Europa donde predomina una reducción de la crítica a los contenidos (por ejemplo, a la falta de regulación de los mercados financieros). Exagerando un poco, podría decirse que los cambios se buscan a través de acciones firmes del Estado y del gobierno. El concepto burgués de política, basado en la representación de intereses y la separación entre lo “privado” y lo “público” no se cuestiona, sino que se reproduce: la política es aquello que pasa en el Estado, en los partidos y –para no olvidarse de la sociedad civil– en las corporaciones, y los problemas deben ‘solucionarse’ con la mayor eficiencia y desarrollarse concepciones capaces de ser negociadas políticamente (politikfähige Konzepte). Subyacen concepciones políticas tecnócratas, según las cuales problemas supuestamente objetivos se procesarán técnicamente. Esta ‘lógica’ es un primer punto a observar críticamente desde una perspectiva ‘zapatista’, sin que por ello se negase la necesidad de regulaciones amplias, incluso estatales. El problema actual es la ‘focalización’ exclusiva en este nivel.
Sin embargo, un enfoque regional y focalizado en la transformación de condiciones cotidianas tiene también sus límites. Pues las condiciones de vida locales sufren –más allá de la militarización– el impacto masivo de la “gran” política neoliberal. En este momento, por ejemplo, por la implementación de grandes proyectos de inversión en la región. Así, el EZLN y otros grupos no lograron hasta ühora frenar el plan de desarrollo desde Puebla a Panamá que prevé varios miles de millones de dólares para la radicación de industrias, el desarrollo de infraestructura y la explotación de recursos naturales.
La dificultad reside entonces en hacer política en referencia al Estado sin por ello caer en las mismas formas estatales y reproducir de hecho la dominación. Se trata de concretar en la práctica una concepción política que difiera radicalmente de las concepciones burguesas y estadistas, lo cual es obviamente un asunto contradictorio para el cual no existen recetas fáciles. Sin embargo, los zapatistas presentan propuestas interesantes al respecto, con su manejo estratégicamente inteligente de la relación con el Estado y la opinión pública.
Los zapatistas enfrentan en Chiapas otro dilema adicional: bajo presión (para)militar permanente y ante el hecho que la politización y organización de la sociedad mexicana no fue la esperada por el EZLN, se concentró desde fines de los años 90 cada vez más en la defensa de los derechos indígenas, lo cual podría llamarse una “política de identidad estratégica”. De esta manera corren el peligro que sus contrayentes –especialmente el Estado y la opinión pública hostil al zapatismo– reduzcan la rebeldía a la identidad indígena y deslegitimen sus demandas de transformaciones sociales más amplias. Lo mismo podría ocurrir a los movimientos sociales globales actualmente en formación. En toda su heterogeneidad, cuentan con la crítica de la realidad como elemento de identificación. El peligro está en que la clase política dominante y los medios los reduzcan a un indicador de los problemas que el Estado y el capital deberán “resolver”.
Queda en evidencia que una política emancipatoria no es un asunto de corto plazo, más allá de que es indispensable pegar ‘saltos’, más que nada en el nivel simbólico, y que la presencia en los medios actúa en favor de una mayor autoestima. Es por ello que el levantamiento en Chiapas y las protestas de Seattle y Génova, como eventos registrados internacionalmente, son importantes. Sin embargo, la transformación social con miras a la emancipación en su verdadera dimensión es mucho más compleja y requiere de una vinculación con la praxis cotidiana en la universidad, la empresa, el barrio, las organizaciones políticas y las relaciones personales. Suele subestimarse que el neoliberalismo ha sido exitoso justamente en el nivel cultural y civilizatorio, y que su dominio descansa esencialmente en que sus formas de pensamiento y comportamiento han penetrado profundamente en (la mayoría de) los sujetos. Los zapatistas ofrecen en este terreno muchas propuestas. Igualmente, éstas deberían traducirse para cada contexto geográfico y temático específico. Los zapatistas son, siguiendo una expresión de ellos mismos, un catalizador. Este concepto parece indicado pues estimulan la reflexión de las propias prácticas, motivan porque confirman la existencia de movimientos emancipatorios dinámicos aún ‘al final de la historia’, se involucran sin condiciones. Es más –y hemos aquí posiblemente una innovación hasta ahora subestimada: el pensamiento y la acción radical de los zapatistas no se difunden en el sentido de una construcción de la verdad. Intentan encontrar otro lenguaje, otro tono que, en vez de enunciar ‘verdades’, señalan paradojas y ridiculizan el poder. Este es otro significado de la fórmula “preguntando caminamos“. Una paradoja es, por ejemplo, el llamado a de mirar al espejo para saber quien se esconde detrás de la máscara del subcomandante: “Todos somos Marcos“. Y es subversiva la afirmación que, si la globalización es un proceso inevitable como la gravedad, entonces ¡habrá que eliminar la gravedad!
Los zapatistas contribuyeron sin duda al crecimiento de una concepción de la dominación social acorde a la “teoría de la hegemonía” en los movimientos sociales actuales –aunque no es predominante.
Especialmente la estabilidad relativa de las relaciones neoliberales y su anclaje en las condiciones cotidianas, así como la transformación de estas últimas basadas en “políticas cotidianas” resultan lógicos para cada vez más militantes.
La lucha por los conceptos
La atención de la opinión pública, más allá de un estrecho espectro de izquierda, es sin duda importante para que los movimientos se constituyan y crezcan en legitimidad y número de militantes. Las luchas de movimientos son siempre al mismo tiempo luchas por conceptos. Tienen como objetivo atacar los esquemas de interpretación dominantes y legitimar las interpretaciones de la realidad que son suprimidas e invisualizadas por éstas. En este contexto, los intelectuales juegan un papel importante, aunque hoy en día, el pensamiento crítico proviene cada vez menos de intelectuales del ámbito académico, sino crecientemente por los que forman parte de las ONGs y los movimientos. El EZLN, con Marcos como vocero, se constituyó de este modo en un “intelectual” destacado en cuanto a su capacidad de generar una conciencia rebelde y organizar la resistencia transnacional, y ello en tiempos en apariencia inevitablemente neoliberales. Justo desde esta perspectiva no debe subestimarse el Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo y por la Humanidad que se realizó en 1996 en Chiapas con tres mil participantes de todo el mundo. En él se inspiró una nueva generación política que se expresó en las protestas posteriores como las de Seattle.
La lucha por conceptos y, con ella, la percepción del mundo y las propias posibilidades de intervención, requiere del cumplimiento de ciertas condiciones para su organización. Un indicio para esto es el hecho que la “victoria” del neoliberalismo había sido preparada largamente por los respectivos “think tanks”, mucho antes de la crisis del capitalismo fordista de posguerra había creado las condiciones económicas, sociales y políticas adecuadas. Jackie Smith utiliza en su análisis concienzudo de las protestas de Seattle el concepto de los “transnational social movement organizations“ (TSMO) que forman la columna vertebral de las protestas internacionales. Surgieron en los años 90 para responder a la política económica neoliberal internacional. El International Forum on Globalization (fundado en 1994) o el Third World Network (fundado en 1984) son llamados “organizaciones de cuadros” y “paradigm warriors” cuyo objetivo es, más allá de sus presentaciones públicas, criticar el paradigma neoliberal y buscar alternativas de fondo. Los movimientos formalizados aportan peritajes alternativos, la experiencia de organización y la formación de identidades son importantes para los procesos de aprendizaje colectivos, de ahí la importancia de la existencia de ONGs críticas. Al mismo tiempo, según Smith, se requiere de los grupos “extra-movimento”, como por ejemplo las iglesias o asociaciones profesionales. A pesar de que éstas no tienen por regla general objetivos de mayor alcance, garantizan la participación amplia y aportan legitimidad.
Sin embargo, también en esto hay ambivalencias: “democracia“, “libertad“ o “justicia“ son bellos conceptos pero tienen la desventaja que pueden significar cosas muy distintas. Ya tenemos experiencias con los EE.UU. y Gran Bretaña iniciando guerras en nombre de estos conceptos. Un uso tan general de los mismos conlleva el peligro de sugerir coincidencias políticas donde no las hay. Simbolizar de esta manera la uniformidad de un movimiento debe llevar a su debilitamiento político en un plazo más largo. Por lo tanto es indispensable dotarlos de contenido concreto, lo cual lleva sin duda a controversias. Si estas discusiones se dan de manera objetiva y solidaria, conllevarán un fortalecimiento político en el mediano plazo e incrementarán el impacto en la opinión pública. El concepto de “de(s)globalización“ es igualmente difuso. Con razón siempre se aclaró que el movimiento antiglobalización no se dirige contra la “globalización” como tal, sino contra sus formas dominantes. Hasta ahora, la crítica anticapitalista en Europa se fue limitando demasiado a sus efectos negativos, por lo cual se mantuvo altamente conectivo con el mainstream liberal, incrementándose la atracción que ejercen ciertos esquemas críticos y propuestas de acción sobre sectores más amplios, pero con el riesgo de decepciones posteriores.
Además existe el peligro de confundir la atención de la opinión pública con transformaciones sociales. Por supuesto, los conflictos políticos siempre tienen que ver con conceptos, interpretaciones y maneras de ver las cosas. Sin embargo hay que tener en cuenta que los discursos tienen una base material que se encuentra en las estructuras y prácticas sociales. Eso quiere decir que un objetivo central debe ser modificar el conjunto de las formas de vida, producción y trabajo, las relaciones de género, las normas de consumo y, no en última instancia, las formas de organización política para que éstas no solo reproduzcan las relaciones de dominación existentes. Si no pasa nada en este nivel, tampoco se logrará la “autoridad discursiva” (Diskurshoheit) –sea lo que sea lo se quiera denominar así–, sino en el mejor de los casos una repercusión transitoria en los medios. Los zapatistas justamente enfatizaron siempre este aspecto, más allá de hasta qué punto realmente han logrado de poner en práctica una política de este tipo.
Las condiciones para una política de izquierda en México, América Latina y el mundo todavía se enfrentan con la persecución ininterrumpida de políticas neoliberales. Aún cuando el neoliberalismo quizás se esté agotando en el nivel ideológico y se impongan actualmente políticas postuladas como ‘anti-neoliberales’, las fuerzas que impulsaron la transformación de la sociedad en ese sentido siguen a la delantera. Su éxito radica justamente en que características centrales como la construcción de competitividad o políticas de localización (Standortpolitik) son totalmente incuestionables para las grandes mayorías en Europa.
Por lo tanto es importante tomar en serio la experiencia que los fermentos de otra sociedad se encuentran en procesos complejos de aprendizaje y experimentación, que no pueden ser compensados por la atención de los medios y oradores reconocidos/as. Pues, sin duda existe el peligro de convertirse en parte de la “política de circo“ (“Politk in der Manege”) como la llaman Wolf Dieter Narr y Roland Roth. Luego de Génova se empezó a visualizar además el peligro que implica permitir que los medios tradicionales sean quienes formulen la agenda. Así, por ejemplo, los debates acerca del valor de la militancia tienen seguramente su importancia, pero a veces se cede demasiado rápido ante la indignación de los medios burgueses cuando tratan la militancia por sí misma como obscena y políticamente dañina. De esta manera se deslegitiman la desobediencia civil y la acción directa. Los zapatistas, desestimados apresuradamente por gran parte de la izquierda como fenómeno mediático fugaz o ‘políticos en compás de espera’ que ya no interesan a nadie, son ejemplos de sabiduría política a la hora de no confundir la atención mediática con la transformación de relaciones sociales de fuerza, con relaciones de distribución de recursos, etc.
¿Y las opciones concretas?
En Europa se pregunta actualmente cada vez más cuáles serían las “opciones” concretas ofrecidas por los movimientos de protesta. A veces, esta pregunta forma parte de una estrategia de deslegitimación de la protesta, pero, de hecho, muchos militantes en su intimidad también quisieran saber para qué están luchando. Un intento de respuesta difundido en Europa es oponer otro modelo al neoliberal para ganar credibilidad y fuerza. Los más difundidos son los conceptos keynesianos que apuestan a un cambio en las políticas públicas: regulación de los mercados financieros, redistribución social de los recursos y interrupción del proceso de privatización, mayor justicia social de las políticas públicas y otras más.
Sería sin embargo equivocado ceder simplemente a la demanda de “alternativas“ –por ejemplo, para garantizar la “conectividad“ pública, la cual puede resultar rápidamente en la conectividad a las relaciones sociales imperantes. Discutir seriamente las opciones es distinto a hablar de un “plan maestro” para otra sociedad, ya que su configuración deberá desarrollarse a lo largo de conflictos y luchas democráticas. Si hay algo que aprendimos de la historia es que no existen modelos acabados para una sociedad racional y libre. Si se trata de opciones entonces, será a través de otras formas de vida, de trabajo, de prácticas sociales y la creación de posibilidades para experimentar con ellas. Este es un campo multifacético y una tarea que debe prescindir de recetas y instrucciones de estrategias.
También la izquierda incurre una y otra vez en el peligro de reproducir las estructuras de poder imperantes. Al mismo tiempo es igualmente ingenuo creer que es posible situarse fuera del poder. Todos nosotros ya somos producto y parte de relaciones de poder. No existe sociedad sin poder. El poder no tiene un epicentro definido, sino una relación social amplia y compleja, como demostró Foucault. Por lo tanto, no existe el “nosotros” (los buenos) y el “ellos” de los poderosos, a pesar de que es importante efectuar estas identificaciones analíticamente y en el marco de conflictos concretos. La pregunta es cómo se expresan las relaciones de poder concretamente, quién se posiciona en qué formas dentro de ellas y hasta qué punto es posible de manejarse con ellas de modo conciente y democrático.
¿Unidad o diversidad?
Partes sustanciales de los movimientos sociales globales están desarrollando una perspectiva según la cual de muchos conflictos debería surgir una corriente cada vez más poderosa de protesta social. Un intelectual importante que defendía esta postura era Pierre Bourdieu. Él insistió en que debería haber en Europa un único movimiento. A esta postura subyace la idea de una relación entre homogeneización y fuerza. Pero habría que preguntar por qué ¿uno único? ¿Cómo se identifica la unidad, quién la delinea? Una experiencia histórica importante es que la unificación misma de movimientos lleva a nuevas relaciones de dominación y con ellas a exclusiones político-sociales. El imperativo de unidad parece bastante estrecho. La propuesta de Bourdieu de un Estado social europeo es importante, pero no es compartido en esta ‘focalización’ por una parte no desdeñable del movimiento. Esta no es una cuestión de definición sino política: ¿dónde están las coincidencias?, ¿dónde se pueden discutir productivamente las diferencias?, ¿cómo se producen procesos de aprendizaje y radicalización?, ¿cuáles estrategias son capaces de transformar las relaciones e instituciones existentes? He aquí el núcleo de la concepción política zapatista que se expresa en el ‘preguntando caminamos’. Al llamado para la formación de una movimiento unificado, los zapatistas responderían probablemente que deben en contextos diferentes y ante intereses diversos deben reconocerse diferencias. El arte está en abrir espacios políticos, actuar criticando la dominación y desarrollar opciones en ámbitos muy diversos.
Quizás, el intercambio entre los movimientos emancipatorios debería pensarse menos en las categorías de “Porto Alegre“, donde se intercambian experiencias y se oponen simbólicamente un mundo y prácticas inteligentes, responsables e imaginativos a los tristes y egoístas de los poderosos, pero que amenazan con la centralización de la protesta y del pensamiento alternativo. Podría surgir la impresión que los movimientos deberían intercambiarse y organizarse cada vez más a través de “redes explícitas”, conspirando contra la diversidad y especificidad necesaria de las luchas en sus respectivos contextos concretos. Quizás para la generalización podría servir mejor la metáfora de la “red difusa”, en la cual la mayoría de sus integrantes no sabe nada de los demás, pero donde surgen experiencias similares en conflictos concretos. Para ello es indispensable el intercambio a nivel internacional: para realizar campañas de largo plazo y acciones concretas, para mantener el flujo de información, debatir y desarrollar estrategias –pero no en el sentido de una corriente cada vez más grande e uniforme.
Finalmente, la política mundial es evidentemente cada vez más definida por la imposición violenta de los intereses de estados poderosos en competencia. A eso hay que oponerse mediante una política –necesariamente superadora de las fronteras nacionales– que exija el derecho internacional y formas de cooperación internacional regulada que pone a la orden del día las desigualdades globales y las relaciones de opresión. No es de esperar que la llevarán adelante los Estados nacionales ni tampoco las Naciones Unidas, ya que se requiere la movilización de una presión política internacional que a su vez solo será exitosa si puede apoyarse en estructuras políticas articuladas en red globalmente. Los conflictos políticos de los próximos tiempos definirán principalmente cuál “globalización” será la que se impone.
Esto justamente no significa que las luchas locales por sí solas sean decisivas. El intercambio internacional es importante. Sin embargo, puede aprenderse algo más de los zapatistas: los procesos de búsqueda de prácticas emancipatorias se desarrollan recién a partir de las repercusiones que producen en otras partes de la sociedad, es decir a través de la recepción de las ideas y prácticas zapatistas y su incorporación al pensamiento y la acción, retroalimentando así a los zapatistas y su acción en Chiapas y México. Seattle, Génova y muchas otras resistencias visibles y menos visibles fortalecen las luchas en las montañas del sudeste mexicano. Da ahí la importancia de la reflexión en el discurso en el Zócalo de la Ciudad de México, citada al inicio. Las prácticas radicales requieren la reflexión de las condiciones existentes contra las cuales actúan y deben asegurarse contra sus propias contradicciones. Muchas de las campañas y movilizaciones cortoplacistas en Europa pueden aprender varias cosas de los zapatistas –no “copiándolos” ingenuamente y en abstracción de los contextos sociales específicos, sino a través de su recepción inteligente.
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