Carnaval y plenitud

27/02/2006
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Conservo la nostalgia de los carnavales de la calle, las filas de los enmascarados, los carros alegóricos, los grupos alegres, de los salones con confetis y serpentinas, adultos y niños mezclados en las avenidas y en los desfiles de fantasías. Pero ni siquiera el carnaval resistió la privatización. De fiesteros nos convertimos en meros espectadores, o mejor dicho, en telespectadores del reinado de Momo en el sanbódromo, donde el ágape de los piratas de pata de palo cedió su lugar al erotismo de los comparsas de las escuelas de samba y, en fin, a la pornografía de los antros, en que ya no se distingue la cabellera de Zezé ni se pregunta si será el que es. Ágape, eros y porno: Los griegos entendían de gente. Ágape, la comunión de espíritus matizada por los símbolos. El silencio como materia prima del amor. Eros, el cuerpo como expresión estética de los sentimientos más puros y profundos. El gesto como sacramento de efusión y fusión. Porno, la degradación, el sexo como negación de sí y cosificación del otro. La muerte como salario del pecado. Carnaval significa fiesta de la carne. Antes, a partir del miércoles de ceniza los cristianos pasaban 40 días en abstinencia de carne, preparándose para celebrar la Pascua, la resurrección del Señor. Se celebraban festivales de carne los tres días que antecedían al inicio de la abstinencia y muchos se hartaban del alimento que iban a evitar en las semanas siguientes. Un ejercicio de penitencia que ayudaba a aplacar la gula y a afianzar el espíritu. Hoy suena anacrónico hablar de penitencia. Mientras la confesión auricular se mantuvo entre los católicos, todavía había la costumbre de recomendar alguna ³penitencia² para reparar las faltas. En general unas pocas oraciones que no obligaban al fiel a reparar de hecho la ofensa al prójimo ni a privarse de gustos y situaciones que favorecían la reincidencia. Ese cristianismo de uso inmediato hizo que perdiéramos el carácter pedagógico de la formación de la voluntad y del afinamiento de la inteligencia, premisas para el desarrollo espiritual. Hijos bastardos de Protágoras, queremos disfrutar de todas las posibilidades, como si pudiéramos volar simultáneamente en todas las direcciones del deseo. Pero la libertad como infinitud sólo existe en la demencia o en el éxtasis místico. Éste, sin embargo, exige que se sepa decir no a los apetitos desordenados, a la mente que miente, a la mirada ajena que nos enjaula en la seducción narcisista, a las ambiciones que juegan con el ego, prometiéndole una saciedad que sólo aumenta la sed. Eran sabios los monjes antiguos que, al imponer límites a los sentidos y a la razón, alcanzaban la gracia de la fruición en el Espíritu, como enseña Aristóteles. Es verdad que el dualismo platónico y la devoción que, con los ojos en el Cielo, daba la espalda a la Tierra, este ³valle de lágrimas², perjudicaron mucho a una espiritualidad que escapase del solipsismo y tuviese como centro de todas las renuncias el amor de Dios como fuente exclusiva de amor a los semejantes. Ahora, libres de los demonios que contraponen alma y cuerpo, estamos en mejores condiciones para recorrer el arduo y fascinante camino que conduce de la vía purgativa (liberarse de las tendencias nefastas) a la vía iluminativa (hacer de las virtudes hábitos) y de ésta a la vía unitiva (vivir en comunión de Amor). La noche oscura que deposita al náufrago del Espíritu en la playa luminiscente de la pasión inefable. En esa sociedad consumista adquirir libertad espiritual ante tantos llamados hedonistas supone un poco más de silencio interior, menos voracidad en la disputa por espacio personal, modestia en el estilo de vida, frugalidad en la alimentación y saber decir no para abrazar con firmeza opciones fundamentales. Una cuestión de calidad de vida, de plenitud interior, de la que se deriva aquella espiritualidad que nos hace descubrir que llevamos en el corazón un pozo de agua viva. Quien lo descubre aprende a aplacar la sed. Ningún carnaval del mundo se puede comparar con la felicidad que irrumpe en el espíritu de quien hace de Dios su tema de amor. Tamaña alegría merece ser celebrada con mucha samba, zambomba y tamboril, pues la danza es la única forma que conoce el ser humano de multiplicarse y volar sin otra ayuda que la del impulso vital que hace del cuerpo arte y liturgia. - Frei Betto es escritor, autor de “La mosca azul”, entre otros libros. Traducción de J.L.Burguet.
https://www.alainet.org/es/articulo/114457
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