Ética y buenas costumbres

22/02/2006
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
No es muy popular ser el duende verde que gruñe sobre el consumismo en Navidad, mientras el resto de la comunidad cuelga adornos de papel y canta villancicos. La misma impopularidad e incomodidad con mis interlocutoras encuentro cada vez que abro la boca o la pluma para señalar la estructura consumista, de antro, embrutecimiento con alcohol, sexualidad cosificada –y a veces, con drogas– en que está sumergida la comunidad lésbica, gay, bisexual, transexual, transgénero y travesti (LGBTTyT); en mi preocupación personal y concreta: la enajenación de bar que nos toca a las lesbianas. Aclaro antes que nada: lo cierto es que no detesto las fiestas, ni los bares, ni las bebidas alcohólicas, ni la socialización que ocurre en estos ambientes. Mil veces he aceptado con gusto uno o muchos tequilas, he organizado fiestas, he asistido a fiestas. Creo en el ejercicio sexual libre –siempre y cuando sea responsable y consensuado; incluso sé y respeto del uso de sustancias que llevan a estados de conciencia alterada con fines rituales, espirituales, de búsqueda o simplemente experimentales. Reconozco (cómo no hacerlo) la necesidad de espacios de convivencia, encuentro y de celebración para esta comunidad. Sin embargo estas notas son un llamado a preguntarse –desde el hacer lésbico politizado– sobre la naturaleza y fondo de las relaciones y organización lésbica alrededor de esta forma mercantil de socialización-alienación. Por ejemplo: así como cuestionamos nuestras relaciones de pareja y criticamos con dureza la imitación del modelo heterosexual en donde, por desgracia hay quien asume el papel dominante y otra que acepta el de sometida y se repiten los roles ya conocidos y, como respuesta, las lesbianas somos capaces de criticar, aportar y encontramos que no necesariamente tenemos por qué imitar dicho modelo. También podemos cuestionar y replantearnos las formas en que nos relacionamos como comunidad, de divertirnos o de espacios de ocio y, a partir de la reflexión crítica, hacer tambalear el modelo que se nos dio prefabricado. Podemos establecer, para comenzar, que el sumergirnos en la “mercadotecnia de la diversidad” y la lógica del “antro” nos enajena; es decir, nos aleja de nosotras mismas e impide la búsqueda de objetivos comunes: Nos sometemos a la patriarcal imposición de valores y, entre el humo y la oscuridad de estos sitios, competimos para ver quién tiene más poder económico, belleza física, quién tiene más encuentros o conquistas sexuales, quién bebe más, quién tiene mejor auto, quién es más qué... Claro que ello ocurre también en los ambientes homosexuales, heterosexuales y en general, y también valdría la pena la discusión al respecto. Sin embargo, sujetándonos a hablar de nosotras, lesbianas, habrá que pensar en las oportunidades valiosas que nos estamos negando. ¿Qué pasaría si arrojáramos la copa y la mercantilización al cesto de la basura y pudiésemos comenzar a percibirnos entre nosotras como aliadas? Acercarnos, invitarnos a reflexionar en conjunto, apreciarnos por nuestros valores intrínsecos y -quién sabe, tal vez poder organizarnos en acciones concertadas –por ejemplo, para apoyar a aquélla que han corrido de casa, exigir justicia jurídica, alentar a la que padece, crear grupos de trabajo intelectual, artístico o político –que hoy en México existen apenas un par como tales. No se trata simplemente de un planteamiento soñador, sino de una invitación para comenzar a buscarnos opciones de vida y de acción tanto política, como prácticas cotidianas distintas a las que ya nos han sido dadas. El fenómeno de la generación que hoy vive el año 2006, es el de la era del desencanto. Los gurús, los guías, las grandes teorías científicas o divinas, transformadoras, quedaron en los siglos pasados. Parece demasiado lejana la promesa de un orden mejor o más justo. Para las mujeres que hemos sido negadas en nuestros aportes por los libros de Historia, alejadas sistemáticamente del poder y despojadas de nosotras mismas, el vacío es mayor; así pues, respiramos a diario desencanto, cinismo, falta de solidaridad para con el otro y con la otra; de tal modo que las únicas dos premisas posibles son las impuestas desde el poder: el valor del dinero como fuente de toda satisfacción y el embotamiento de los sentidos. Como el orden económico establecido garantiza que el dinero y sus posibilidades son inaccesibles para la mayoría, entonces nos volcamos a la segunda premisa: le apostamos a la evasión contra la acción y jugamos a no mirar. A conformarnos con lo que hay. Cuando la ansiedad psíquica, la insatisfacción o la soledad comienzan a pesar demasiado, una de las posibles salidas es ir a gastar 30 pocos pesos en tres cervezas, que cuestionar el por qué no existen otros sitios, otras practicas y otros servicios o inventarlos nosotras mismas. Preferimos no ver la violencia que nos cerca o conformarnos con saber que ya estaba ahí, en lugar de tomar la parte de responsabilidad que nos toca y comenzar a hacer, a proponer, a transformar en lo inmediato. Por poder comprar un juguete sexual, ver una película porno o ligar a cualquiera en este bar y terminar en la cama sin conocer siquiera su nombre; queremos creer que es lo mismo masificación de la sexualidad que libertad sexual y, de paso, llevamos las infecciones de transmisión sexual como si fueran trofeos de guerra. Nos decimos que por tres mujeres en el gobierno –alguna de ellas, lesbiana de closet– hay mujeres en el poder. Más aún, pareciera que el movimiento lésbico tuviese por única demanda política que no le cierren el bar donde se amontonan las jovencitas los domingos... Y en la miopía de los ejemplos anteriores, nos quedamos tomando una cervecita y mirando bailar a la de enfrente mientras nos sonríe y el grupito de amigas compite con el grupito de al lado. Así, fuerzas de lesbianas que podrían ser transformadoras, se convierten en masas embrutecidas y nada más. Son los negocios –en general, bares, antros y discotecas de la Mercantilización de la Diversidad Sexual– medios efectivos de despolitización al servicio del orden actual. Si fuesen contestatarios o su existencia tuviera un peso político de importancia (como los empresarios pretenden hacernos creer) entonces serían perseguidos y no tan fácilmente existirían en numero creciente, como ocurre. Aclaremos: el mercado rosa tiene un peso –pero económico- y su interés político no es de transformación. Si existiese un cambio político, jurídico y social, ya no serían necesarios bares, viajes turísticos, revistas especializadas, ni lugares sólo de ambiente. Terminada la necesidad de sitios exclusivos rosas, se acaba la gallina de los huevos de oro; por ello estas empresas son, sirviendo a sus propios intereses, un medio efectivo de control y nada más. No se trata de censurar a nadie ni de erigirse en las guardianas de la moral y las buenas costumbres; es cuestión de ética, rebeldía y el sueño de nuevas costumbres en donde el alcoholismo, la drogadicción, las infecciones de transmisión sexual y la apatía política, no fuesen una realidad cotidiana que le pasa a muchas de nosotras. Es posible, muy posible que sea de otra forma. Si las lesbianas somos humanas capaces de haber roto con la orden de heterosexualidad que se nos dio desde niñas, y nos atrevimos a amar y a erotizar a nuestra manera y desde otros principios ¿por qué no habríamos de atrevernos a arrebatarle nuestro espacio lúdico y de encuentro al orden existente que nos somete? Hagamos un día de campo con manzanas y comida deliciosa hecha en casa, reunamos a 200 lesbianas para pintar un mural que hable de nosotras, lancemos globos al cielo desde un árbol –nada más por la alegría de encontrarnos y hacer cosas y estar vivas; llevemos a nuestros hijos e hijas de paseo todos juntos para ir retomando las conciencias colectivas, construyamos una escuela rural entre todas, vayamos a nadar, alfabeticémonos unas a otras; enseñémonos a arreglar autos, computadoras...¡qué se yo! Es posible, lo sé, encontrarnos, construirnos, crear identidad desde una historia -distinta a la ya contada, desde una historia escrita a nuestra propia tinta... ¿por qué no atrevernos? - Coordinadora del grupo de lesbianas feministas: Lunas (lunas de Cibeles) Agencianotiese
https://www.alainet.org/es/articulo/114418?language=es

Del mismo autor

Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS