Amor por la condición humana
14/12/2005
- Opinión
Siempre que veo personas trabajando en proyectos humanitarios
atendiendo a los pobres, drogadictos y enfermos mentales como en el
Centro de Defensa de los Derechos Humanos de Petrópolis en el cual
participo, me vienen a la mente dos preguntas: ¿por qué tanto
sufrimiento en el mundo visible e invisible? La segunda interrogación
es: ¿las personas que se disponen a convivir con aquellas, de dónde
sacan energías para ayudarlas cuáles Simones-Cireneos, intentando
hacer su sufrimiento más leve? ¿De qué fuente secreta beben?
De entrada, ha de admitirse que tales personas hacen mucha falta,
pues el sentimiento humanitario no es el que prevalece en el mundo. La
cultura dominante es materialista, exalta el individualismo y el
placer, favoreciendo la indiferencia frente al dolor de los demás. Así,
aumenta el desamparo humano, pues lo terrible no es tanto el
sufrimiento en sí mismo sino la soledad en el sufrimiento, el hecho de
que nadie se muestre buen samaritano y se arrodille ante el caído en
tantos caminos de la vida.
Las personas que, contrariamente a la tendencia dominante, optan por
la compasión y por servir a los otros desamparados, necesitan
continuamente beber de alguna fuente secreta y alimentar una visión
espiritual de la vida.
De lo contrario, pueden sucumbir frente a la dureza de aquella opción
en sí tan generosa.
Ante todo, importa tener una visión, diría, filosófica de la
condición humana. Esta está compuesta de alegría y de dolor, de
realización y de frustración, de sueño y realidad. Somos seres de
sabiduría (sapiens), de racionalidad y de propósito y al mismo tiempo
seres de demencia (demens), de agresividad y de violencia.
El desafío de la vida es hacer que el polo positivo prevalezca sobre
el negativo, aunque ambos siempre coexistan. Constatamos, sin embargo,
que en muchos domina el polo negativo, gente que se perdió por ahí y
que no acertó en la vida. Necesitamos creer que en ellos también se
esconda el otro polo, el positivo, que debe ser activado y alimentado.
Asumida esta perspectiva de base, ha de vivirse una actitud de
compasión. Tener compasión no significa tener lástima. Es la
capacidad de salir de sí, de ponerse en el lugar del otro y compartir
su sufrimiento.
Pertenece a la compasión acoger al otro como él es, no querer
interferir sabiendo que cada cual tiene su camino. Es importante estar
junto a él, no obstante el sentimiento de impotencia, pero siempre
con respeto ante el destino de su vida, a veces trágica.
Por fin, hay que verse en los "caídos en el camino", hijos e hijas
crucificados de Dios. Ellos claman por resurrección. Cada pequeño
gesto de acogida y de comprensión puede significar para ellos una
señal de resurrección. ¿Cómo negarles esta esperanza?
Para mantener este tipo de humanismo es importante alimentarlo
mediante un método de conversación sobre problemas humanos. De este
modo, entendemos mejor la condición humana y cómo podemos suavizar las
contradicciones. Sobre todo, la oración y la meditación son fuentes
alimentadoras de una visión espiritual de la vida. Es beber de la
fuente inagotable del Ser.
Cuántas veces no nos sentimos obligados a suplicar fuerzas para
continuar, pues la situación de los pobres no pocas veces es infernal
y sin solución.
Otras veces tenemos ganas de gritar: "Ó Padre, no olvides que todos
estos son también tus hijos e hijas. No los dejes así extraviados.
Cuida, por favor, de ellos pues son tantos y nosotros tan pocos".
(Traducción: ALAI)
- Leonardo Boff es Teólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/113800?language=es
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