Cruce de caminos en la cumbre
Hora de definiciones para la Comunidad Suramericana de Naciones
10/10/2005
- Opinión
Brasilia fue escenario de dos fuerzas en franca colisión: una motorizada por intereses económicos privados, conceptos ideológicos y proyectos políticos dispares que, una vez más en la historia suramericana, impulsa hacia la fragmentación mientras clama por negocios conjuntos; la otra, aquella que pugna por la integración económica en función de un proyecto estratégico de nación unificada. Por detrás de ambas, en la reunión presidencial de la Comunidad Suramericana de Naciones (CSN), realizada en Brasilia el 29 y 30 de septiembre, podía percibirse la mano invisible del Departamento de Estado, empeñada en impedir que Suramérica se yerga ante el mundo como bloque regional autónomo. Contrabalanceada por acuerdos económicos bilaterales de Venezuela con Brasil y Argentina, el encuentro mostró la encrucijada de difícil resolución en que se halla el propósito de convergencia regional.
Desde la perspectiva de la unión de los 12 países, la reunión fue un fracaso sin atenuantes. No asistieron los presidentes de Argentina, Colombia, Uruguay, Surinam y Guyana. Néstor Kirchner estuvo unas pocas horas en Brasilia, para firmar acuerdos económicos con su par venezolano y asistir a una cena protocolar, conducta que acentuó aun más que una completa ausencia su desdén por el proyecto encabezado por Brasil. El presidente paraguayo se retiró antes de tiempo, tras proferir una extemporánea y desafiante intervención. Y a la hora de firmar una declaración final, la oposición de Hugo Chávez al contenido y la forma del documento, sin bien zanjada in extremis por un gesto concesivo del mandatario venezolano, expuso en toda su dimensión la pugna estratégica que atraviesa al heterogéneo conjunto de regímenes y líderes suramericanos.
Paradojalmente , por vía paralela se hizo evidente la poderosa fuerza subterránea que empuja hacia la convergencia: acuerdos económicos de dispar envergadura pero pareja trascendencia política fueron firmados por Brasil por un lado y Argentina por otro con Venezuela como socio común y eje articulador.
Diplomacia en problemas
Itamaraty , la cancillería brasileña, goza a justo título de una áurea de excelencia. Pero no pudo sustraerse a la profunda conmoción que sufre el gobierno brasileño, tras las denuncias de corrupción y la renuncia en cascada de altos funcionarios del Ejecutivo, el Legislativo y el partido gobernante, (ver informe especial en la última edición de América XXI). A diferencia de otros encuentros, la organización de esta cumbre mostró deficiencias e incongruencias propias de un equipo inexperto. La cumbre fue reducida a último momento de tres a dos días; pero el primero en realidad se limitó a una cena sin brillo, mientras que el plenario de la jornada siguiente fue poco menos que exclusivo para informes técnicos de diverso orden, escuchados con gesto distante por algunos presidentes y con ostensibles signos de ira contenida por parte de otros. Tras esta inusual muestra de ineficacia de Itamaraty, sin embargo, hay algo de mayor gravitación que el impacto de la crisis gubernamental: la Comunidad Suramericana de Naciones como proyecto estratégico de la burguesía industrial brasileña es resistida a la vez por Estados Unidos, por los dos socios menores de Brasil en el Mercosur y por Argentina, cuyo gobierno parece resuelto a declinar una estrategia suramericana en función del choque competitivo con su gigantesco vecino. A su vez Venezuela, el único gobierno de la región que teje acuerdos económicos en función de un proyecto estratégico de convergencia política, colisiona por el ángulo inverso con las tácticas dictadas al plan de Comunidad suramericana por el ala más poderosa de las clases dominantes brasileñas. En ese conjunto de contradicciones de difícil ensamblaje, el gobierno estadounidense ha operado además con vigorosas iniciativas apuntadas a revertir lo andado por la CSN desde el 8 de diciembre de 2004, cuando se firmó su acta de nacimiento en Cusco, Perú.
Bajo fuego cruzado, el canciller Celso Amorim hizo evidente su desasosiego cuando, ante el rechazo de la Declaración de Brasilia por parte de Chávez, vio el riesgo de un fracaso por demás oneroso para su gobierno. Ante la emergencia Amorim propuso un plazo de tres meses para avanzar en el debate exigido por Chávez y un nuevo encuentro presidencial para resolverlo, en diciembre próximo, en Montevideo, cuando el Mercosur se reunirá conjuntamente con la Comunidad Andina de Naciones.
El otro carril
Es significativo sin embargo que al mismo tiempo y en el mismo lugar que se constataba el empantanamiento de la CSN ocurrieran hechos indicativos de que por otro carril la dinámica de convergencia se mantiene constante.
Observados en su simple enunciado, esos hechos no se diferencian cualitativamente de aquellos que propone, por ejemplo, la IIRSA: rutas, puentes y emprendimientos industriales conjuntos destinados a integrar la infraestructura subcontinental. El jueves 29, a las 18 hs, los presidentes Lula da Silva y Hugo Chávez firmaron acuerdos por un monto agregado de 4 mil 700 millones de dólares. El componente principal de esos acuerdos es la construcción de una planta con capacidad para refinar 200 mil barriles de petróleo diarios en el Puerto de Seape, Pernambuco, destinada a suplir las necesidades de combustible de todo el Nordeste brasileño. Ese solo proyecto suma 2500 millones de dólares, integrado en partes iguales por Petrobras y Pdvsa y, a lo largo de cuatro años, dará lugar a la creación de 230 mil puestos de trabajo. Además Chávez y Lula presidieron la firma de un preacuerdo para un joint venture apuntado a la prospección y extracción de yacimientos gasíferos en Venezuela, al Norte de Paria, donde se estiman reservas por 11 billones de pies cúbicos, que involucran una inversión de 2200 millones de dólares. Entre otros acuerdos bilaterales sobresale también la asociación Pdvsa- Petrobras para cuantificar las reservas de petróleo extrapesado en el Campo de Carabobo, en la faja del Orinoco, con el propósito de explotación conjunta con una participación del 51% para la empresa venezolana y del 49% para la brasileña.
En ese acto, realizado en presencia de la prensa internacional y transmitido directamente por la televisión brasileña, ambos presidentes se respaldaron mutuamente. El inequívoco compromiso de apoyo a Lula que Chávez hizo público una y otra vez durante la cumbre en Brasilia, tuvo un contenido singular en momentos en que el presidente brasileño está bajo fuego. Lula correspondió afirmando que en Venezuela el régimen no sólo es democrático sino que en ciertas ocasiones hasta lo es en demasía. Por detrás de esos gestos, emergen factores claramente diferenciales respecto del contenido de los emprendimientos comunes que, por ejemplo, Brasil asumió con Perú, o Argentina con Chile: aunque por diferentes razones, hay aquí un insoslayable choque con la voluntad política explícita e inmediata del Departamento de Estado estadounidense. “Las concesiones programáticas del gobierno Lula en prácticamente todos los terrenos no llegaron al punto que más preocupa a Estados Unidos en este período histórico: la construcción de una instancia política de unidad hemisférica: la Unión Suramericana de Naciones. Y, más aun, su alianza estratégica con Venezuela”, decíamos en un balance del viaje de Chávez a Montevideo, Buenos Aires y Brasilia en agosto pasado (ver Chávez al socorro del Cono Sur; Informe Dipló, 19 de agosto de 2005).
En la comprensión o incomprensión de esa divergencia estratégica estriba en definitiva la capacidad o incapacidad de situarse frente a la compleja coyuntura. En el momento en que desde las filas del propio Partido dos Trabalhadores emigran dirigentes históricos con gravísimas acusaciones contra la conducción del partido y el gobierno; en coincidencia con una escalada de denuncias teledirigidas por Washington con la tesis de que en Venezuela se degrada la democracia, esta defensa mutua que no excluye la confrontación, como se vería al día siguiente en el cónclave presidencial, es un signo de consistencia estratégica en nítida confrontación con la política estadounidense en la coyuntura regional.
Terminada la ceremonia con Lula, Chávez se trasladó al Hotel donde se alojaría el presidente Kirchner para realizar otra conferencia de prensa, en la cual se anunciaron acuerdos comerciales bilaterales entre Venezuela y Argentina.
Estos acuerdos no tienen la envergadura de los realizados con Brasil, pero son altamente significativos: el gobierno venezolano compra maquinaria agrícola producida en Argentina, por un monto de 100 millones de dólares; Pdvsa adquiere una pequeña refinería y más de un centenar de estaciones de servicio; y, sobre todo, se firma un imprevisto acuerdo entre Pdvsa y Repsol, por el cual la empresa española cede a la venezolana hasta el 10% de su producción de crudo en Argentina y a la vez pasa a operar en dos áreas de producción venezolanas (Motatán y el Bloque Junín 7, en la faja del Orinoco).
Aquí, también, los acuerdos tienen una significación que ultrapasa el hecho comercial: retoman y aceleran una relación argentino-venezolana definida como eslabón de un proyecto de integración y convergencia suramericana. De manera tal que con Venezuela como nexo, Brasil y Argentina asumen -en diverso grado y calidad pero ambas con signo positivo- el mismo propósito estratégico que aparece trabado bajo la formulación de Comunidad Suramericana de Naciones.
Definición clave
No hay una causa exclusiva que explique la paradoja de un doble movimiento que distancia y aproxima a la vez a los países de la región. Pero en el prolongado discurso de Chávez ante sus pares en Brasilia puede entreverse una razón de peso: además de poner en discusión un plan de acción con el que nadie puede disentir públicamente, el presidente venezolano argumentó que para cumplir con los objetivos de redención social, igualdad, justicia y unificación social y política, su país avanza hacia el socialismo del siglo XXI.
Incluso los presidentes autodefinidos como socialistas (Lula y el chileno Ricardo Lagos, en ausencia de Tabaré Vázquez) dieron un respingo ante tal afirmación. Porque lejos de una definición ideológica, pronunciada en un encuentro presidencial donde la unión suramericana está puesta en cuestión y trabada por disputas comerciales crecientes entre los miembros del Mercosur, aquella aseveración presupone un drástico cambio de criterios: planificar y producir con el objetivo de satisfacer necesidades de 370 millones de habitantes, en lugar de proyectar con la búsqueda del lucro empresarial como punto de partida.
Esa es en último análisis la razón por la cual la CSN está empantanada y el avance efectivo en torno de la unión suramericana ocurre con eje en Venezuela. Acaso atraídos por la fuerza gravitatoria del petróleo venezolano, que ya no se rige exclusiva ni primordialmente por el imperativo mercantil, los gobiernos de Argentina y Brasil ingresan involuntariamente a un terreno de contradicciones agudas. Ambos gobiernos asumen de un lado la lógica de mercado como ley mayor para el relacionamiento regional y, de otro, se adosan a la propuesta de Caracas. Sin conciencia de la doble dinámica que los atrapa, pasan a ser objetos de una fuerza invisible que oradará sin demora ni piedad al conjunto del sistema político suramericano, exigiendo una opción: convergencia de negocios para el gran capital suramericano o integración regional como instrumento para un proyecto común a partir de la soberanía efectiva.
De los alineamientos en relación con esa opción depende el ingreso de un nuevo actor en el escenario mundial dispuesto a romper con las exigencias económicas y geopolíticas de Washington. Una expectativa ingenua respecto de los gobiernos más avanzados de la región llevará a inexorables frustraciones, como pueden comprobarlo hoy no pocos analistas y dirigentes que al momento de la fundación de la CSN entendieron que el objetivo estaba logrado. Al mismo tiempo, la inobservancia de la enorme significación estratégica del conflicto objetivo entre el imperialismo estadounidense y la lógica obligada de un sector del capital regional, condena al aislamiento, la fragmentación y la impotencia.
“La integración no puede ser elitesca, entre gobiernos y empresarios” dijo Chávez en la cumbre, dando prueba de una línea de acción apuntada a dar respuesta a ese conjunto complejo de contradicciones. El presidente venezolano instó a los movimientos campesinos, obreros, de mujeres, de jóvenes y estudiantes del continente a unificarse y asumir el objetivo de la Unión de Naciones Suramericanas. Cada paso en ese sentido cuenta.
Fuente: “América XXI, desde Venezuela para todo el continente”, año 3, número 11
Septiermbre de 2005, www.americaxxiweb.com
https://www.alainet.org/es/articulo/113193?language=es
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