Se venden candidatos
08/09/2005
- Opinión
Con la Revolución Industrial, la producción en serie exigió motivación
para el consumo. Los bienes dejaron de tener sólo valor de uso y
pasaron a tener, sobre todo, valor de cambio. Poco a poco, la
producción dejó de apuntar estrictamente a las necesidades de los
consumidores. El mercado se volvió un fin en sí. Se pasó a producir,
no para satisfacer carencias, sino para obtener lucros exorbitantes.
Así, se amplió el mercado de productos superfluos, lo cual exige mayor
empeño publicitario, de modo de convertir, a los ojos del consumidor,
lo superfluo en necesario.
El capitalismo todo lo reduce a la condición de mercancía. Es lo que
Marx calificó de reificación. Productos agrícolas e industriales,
servicios y actividades culturales, ideas y creencias, todo se
transforma en mercancía a ser tratada según las leyes del mercado.
Políticos y políticas pasan a recibir el mismo tratamiento. Salen los
cientistas políticos para ceder paso a los mercadotécnicos.
En el transcurso del actual sistema electoral, predomina la victoria
de los candidatos que cuentan con más recursos financieros y, por lo
tanto, están en condiciones de costear más publicidad. La vieja
izquierda, interesada en el "asalto al poder", desdeñaba de la
publicidad, aunque se empeñaba en divulgar sus propuestas. Pero lo
hacía a partir de presupuestos equivocados como creer que ellas iban
al encuentro de los sufrimientos del pueblo y, por lo tanto,
funcionarían como fósforo encendido en tanque de gasolina.. Se
percibió demasiado tarde que el ideal de los pobres es la ilusión
burguesa. Ser como los ricos es más seductor que luchar por la
igualdad social. Igualdad que la izquierda proponía a través del
discurso hermético de los conceptos ideológicos, inaccesibles a la
comprensión popular. Se utilizaba un dialecto sólo que solo era
comprendido por los miembros de la tribu ideológica.
Descartado el horizonte revolucionario, la nueva izquierda se rindió
al pragmatismo publicitario. Es preciso competir en condiciones de
igualdad con los demás candidatos. Así, el servicio de los
mercadotécnicos se hizo más importante que los análisis prospectivos
de los analistas políticos de una campaña electoral. Ahora lo que
importar es vender al mercado ese producto llamado candidato. Hacerlo
digerible al gusto del consumidor-elector, de modo que éste le de a
aquél sus votos, como expresión de su esperanza.
La opinión pública no digiere el código conceptual de la izquierda.
Condicionado por los sofisticados recursos publicitarios, que se
dirigen más a la emoción que a la razón, el mercado consumidor es más
sensible a la forma que al contenido, a las apariencias que a la
propuesta, al que toca al afecto, y no tanto a lo que apela a la
inteligencia.
Así, a la izquierda parece no quedarle alternativa, si quiere ganar
las elecciones (mientras no que haya reforma del sistema electoral),
debe someterse a los parámetros del marketing. Por eso, las
candidaturas, salvo raras excepciones, sufren cada vez más de
progresiva desideologización , revestidas de una envoltura que
encubre convicciones y propuestas, dejando transparentar apenas
trivialidades: el sabor de la familia del candidato, el prestigio de
las personas que lo apoyan, su apariencia siempre jovial y decidida,
en fin, una envoltura que inspire confianza en los consumidores-
electores.
La pasteurización electoral de la izquierda corre el riesgo de
prolongarse en el ejercicio del poder. Si la mujer de César debía ser
honesta y también parecerlo, el político que se deja maquilar por los
efectos electorales peligra con preocuparse más en parecer eficiente
que ser eficiente. Gobierna poniendo el ojo en las estadísticas de
opinión. Abdica de sus compromisos de campaña para someterse al
síndrome del electoralismo, o sea mantenerse en el poder pasa a ser su
obsesión, y no la de administrar para lograr mejores condiciones de
vida de la mayoría de la población.
Esa desideologización tiende a reducir la política al arte de
acomodar intereses. Se pierden la perspectiva estratégica y el
horizonte utópico. Ya no se busca otro mundo posible. Ahora todo se
reduce a cultivar una buena imagen frente a la opinión pública. Poco
a poco, desfallece la militancia, dando lugar a los que actúan por
contrato de trabajo, gente desprovista de aquel entusiasmo que imprime
idealismo a una propuesta. La movilización es suplantada por la
profesionalización.
La política siempre fue un factor de educación ciudadana. Vaciada de
contenido ideológico, como de consistencia de ideas, se transforma en
un mero negocio de acceso al poder. Como ocurrió en California con
Schwarzenegger, se elige a quién tiene más visibilidad pública. Aunque
esté desprovisto de ética, principios y proyectos. Es la victoria del
mercado sobre los valores humanitarios. En el lugar de Libertad,
Igualdad y Fraternidad entran la visibilidad, el poder de seducción y
los amplios recursos de campaña. Es el predominio del marketing sobre
los principios. Y, como todos sabemos, el secreto del marketing no es
vender productos: es vender ilusiones, con las cuales se envuelve los
productos. Ilusiones que llena la mente de fantasías, aunque no llenen
el estómago. Pero también alimentan la inconformidad de los
excluidos que, atraídos por la fantasía, toman la realidad, a su
manera. Peor para todos nosotros. A menos que la reforma política
venga a depurar y mejorar nuestro proceso democrático. (Traducción ALAI).
- Fray Betto es escritor, autor de "Sabor de uva" (Garamond), entre
otros libros.
https://www.alainet.org/es/articulo/112918
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