Laicidad o indiferencia?

09/08/2005
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La definición de “laicidad” habla de la separación del Estado y las religiones. Para los umbandistas del Uruguay, laicidad siempre tuvo la misma acepción: desinterés del Gobierno hacia nuestros cultos. Eufemismo que disfraza el ocultamiento oficial de nuestra existencia. Desdén o al menos pretensión de desconocer la presencia de otros universos espirituales que no sean “las religiones importantes” al decir de algunos, que no aclaran a qué aluden cuando así catalogan. Tal vez refieran al número de integrantes, gran enigma que nos acompaña. La cifra de fieles afroumbandistas uruguayos es campo para las más diversas especulaciones. Incluso propias. A juzgar por las fiestas del mar somos cientos de miles. Aún no logramos este dato fehaciente de organismos de medición estatal. Saber cuántos somos; además de permitir el debido tratamiento de la realidad que afrontamos y más allá del simple guarismo; marcaría un hito de presencia e implicaría un reconocimiento de identidad religiosa que nos es debido, ya que pretender ignorar al “otro” es un hecho discriminador por excelencia. Si “importante” refiere al poderío económico, es seguro que eso no es Umbanda. Si tuviéramos plata -mito que se nos endilga- haríamos santuarios para hacer los rituales en paz al son de los tambores o atabaques, y no tendríamos que soportar el manoseo de nuestro derecho de culto, cuando la policía irrumpe en los terreiros que funcionan dentro de las casas por denuncias de “ruidos molestos”. Que no son ruidos sino música ritual y que molesta a algunos, pero a muchos más alivia espiritualmente. Somos una parte del Uruguay que cree en los Orixás africanos o sea en la Naturaleza. Interaccionamos en los distintos ámbitos sociales como cualquier ciudadano nacional. Como tales tenemos derecho -humano derecho- a que nuestra sensibilidad espiritual sea tenida en cuenta. Más aún por provenir de las creencias de los sometidos coloniales negros e indios, portadores de una riquísima herencia histórica y acervo cultural, presas del eterno estigma de proscripción social, sufrido tanto por su descendencia física como por la memoria ancestral. El inconsciente colectivo todavía diferencia para abajo cuando piensa en los afroreligiosos. Aún somos los brujos, los macumberos. El prejuicio se alimenta de la desinformación, las calumnias en masa por intereses creados y el sensacionalismo de prensa. Esta mácula no se repele y erradica sino con la educación y el conocimiento constantes que limpien el imaginario local de falsos, racistas e imperialistas conceptos. No es simple la tarea y por cierto no se reduce a una estatua frente al mar, aunque se agradece. Nunca podremos hacer saber que existimos y menos aspirar a crecer, pues son inaccesibles para nosotros elementos que para otras confesiones son comunes. No tenemos catedrales ni dinero para pagar medios de difusión masiva donde contar las bondades del afroumbandismo. Apelamos a una política de Estado que se preocupe por la educación social en este sentido. El trato no diferenciado, la mencionada neutralidad estatal con respecto a las religiones, es discriminación cuando no atiende las carencias del semejante en sus necesidades espirituales. La democracia no puede ser un objeto de compra. Hoy tenemos esperanzas. Es hora y momento de que Umbanda sea reconocida en nuestro país. No privilegiada, pero tampoco subsumida como siempre lo fue. Una señal bastará para estimular el esfuerzo que sin duda, es prioritariamente propio. Una ayuda para remar contra la corriente que hace imposible avanzar si estamos siempre solos frente al látigo de la indiferencia que en ocasiones se oculta tras la verdadera laicidad. - Susana Andrade es Sacerdotisa de Umbanda
https://www.alainet.org/es/articulo/112690
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