Universidad y proyecto nacional
29/05/2005
- Opinión
Contrariamente a lo que sucediera al despuntar el siglo XX, cuando un liberalismo humanista e integrador jalonaba el futuro nacional con promisorias reformas políticas y económicas, en este tornasiglo y bajo designios de una religión laica y consumista la sociedad ecuatoriana camina sin una brújula cierta. Por supuesto, las universidades no son ajenas a ese desconcierto. ¿Qué ha acontecido?
Conforme al investigador J. Sábato, el avance científico-técnico y organizativo de un
país presupone la acción coordinada del Estado, la empresa privada y las instituciones universitarias. Semejante acción solo puede resultar de la formulación previa de un proyecto nacional, es decir, de las coincidencias en una visión fundamental del futuro de una sociedad que permita jerarquizar y cumplir con grandes metas más allá de horizontes electoralistas. ¿Por qué el Ecuador no dispone en la actualidad de una estrategia que le permita vislumbrar con certidumbre el porvenir?
Veamos algunas causas específicas.
Los gobiernos del último cuarto de siglo, devotos de la dieciochesca ideología del Progreso/Crecimiento y apremiados por el pago del “tributo imperial”, han enfocado la cuestión universitaria como un problema puramente presupuestario (por lo demás cada vez menos atendido). Este reduccionismo conceptual de la educación superior ha derivado en efectos aberrantes. A guisa de ejemplo: demandas científico-técnicas del propio sector estatal que habrían podido ser atendidas por nuestras universidades y politécnicas previo impulso a la investigación básica, han sido cubiertas por proveedores externos, retroalimentándose de este modo el “subdesarrollo” y la subalternidad.
La actitud de las empresas privadas no ha sido diferente, aunque hay leves signos de cambio. ¿A qué aludimos? Lejos de contribuir a sustentar un proyecto nacional, identificable con la progresiva instrumentación de un patrón relativamente autónomo de acumulación, se han mantenido en la práctica de sustentar sus beneficios ya en la sobreexplotación de la mano de obra y los recursos naturales, ya en la consecución de canonjías provistas por gobiernos clientelares, ya a través de desdorosos arbitrios contables y tributarios. El incremento de la productividad a través de las inversiones grandes y de largo plazo, como las que presupone la innovación tecnológica, ha brillado por su ausencia. La pauta ha sido resolver los requerimientos tecnoeconómicos por el expediente de las compras en el exterior de maquinaria, repuestos y materia prima Por esta ruta, el Ecuador se desangra adicionalmente por los ingentes pagos de patentes contratadas para producciones “fáciles” como muebles, ropa y comida, producciones antes autogestionadas. Y esto para no hablar de la descapitalización y desnacionalización imputables al parasitismo financiero externo y doméstico.
Las universidades arriman su propia vela en este entierro. Sin la bitácora de un plan democrático y nacional de largo plazo, han devenido en “fábricas de profesionales” precariamente aptos para la administración de conocimientos e instrumentos frecuentemente reñidos con nuestra dotación de recursos e idiosincrasia, siendo frecuente su abandono a politizaciones falsas y a regateos de insignificantes cuotas de poder burocrático. El pensamiento adusto, crítico, propiamente científico, tolerante y visionario sobre el destino de la nación casi ha desaparecido.
En los tiempos más recientes, encandiladas por el discurso apologético de la globalización corporativa, los centros universitarios han venido apostando a un esterilizante pragmatismo. El hecho está en la raíz de la proliferación como hongos después de la lluvia de establecimientos que operan bajo la exclusiva razón costo/beneficio. Una contundente crítica a este tipo de universidad-supermercado la formuló hace poco el catedrático argentino Raúl Courel al escribir: “Las universidades no son empresas económicas porque sus fines no son producir ganancias, al menos nunca de manera directa. Si bien ellas alimentan con ciencia y tecnología la producción de bienes y servicios, está demostrado que dan sus mejores frutos cuando las anima la búsqueda de la verdad y no la del lucro”.
¿Qué hacer frente a estas encrucijadas de nuestra modernidad tercermundista?
Respecto del rol de las universidades, tres ideas aparecen sugerentes. La primera relacionada con la necesidad de que tales entidades recuperen su misión consustancial de “buscadoras de la verdad completa” (P. Kolvenbach), rebelándose contra las tentaciones del alienante empirismo.
La segunda, derivada de la anterior, tendría que ver con las urgencias de renovación de los contenidos y métodos de enseñanza/aprendizaje, de suerte que puedan cumplir como formadoras de verdaderos facultativos. (“Los buenos sentimientos de un médico no son suficientes para salvar a un enfermo del corazón”).
La tercera proposición se refiere al inexcusable compromiso de los centros universitarios de cumplir con el entorno económico/social que, de una u otra manera, les sustenta. Con el juicio anterior se quiere significar que la misión extra-muros de nuestras casas de estudio no puede circunscribirse a la disección y denuncia de las múltiples patologías que agobian a pueblos como el ecuatoriano. Su tarea debe ir más lejos, al encuentro y socialización de fórmulas resolutivas.
En esta última dimensión, el desafío que tienen en sus manos las universidades se ha tornado patético después de las Jornadas de Abril, que dieron al traste con un gobierno emblemáticamente antinacional y antipopular y al mismo tiempo marcaron el despertar político, ético y estético de los ecuatorianos. Al hambre de pan se ha sumado el hambre de libertad y belleza. Esos legítimos anhelos de “los de abajo” no podrán ser aprehendidos ni por una autista “clase política” ni por la “oscura voz de los tecnócratas” (A. Jacquard). Acaso los hombres de fe de nuestros claustros constituyan la última esperanza para los náufragos de estas latitudes, e incluso para la sobrevivencia de nuestro Estado-nación en términos deseables.
- Especial para la Agencia Latinoamericana de Información, René Báez es miembro de International Writers Association
https://www.alainet.org/es/articulo/112059?language=es
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