Los costos de la Walmartización
Walmartización: alimentando al Gran Hermano
02/01/2005
- Opinión
Por primera vez en la historia, marcando el comienzo del
siglo XXI la empresa más grande del mundo no fue una
petrolera ni un fabricante de automóviles, sino Wal-Mart,
una cadena de supermercados. Su valor simbólico es tan
pesante como la realidad que constituye: es el
“triunfo” de lo anónimo por excelencia; la sustitución
de las relaciones personales cotidianas en los actos más
comunes a todos, como alimentarnos, proveernos de
artículos domésticos, herramientas y hasta medicinas,
por relaciones estandarizadas y mercantiles, en las que
cada vez sabemos menos cómo, quién, dónde ni en qué
condiciones produce lo que compramos. Teóricamente todo
se puede comprar bajo el mismo techo, y además "más
barato", aunque esto no sea más que una ilusión
individual, que en realidad nos puede costar muy cara.
Comprar hoy en Wal-Mart puede significar perder el
trabajo propio o de alguien de la familia o comunidad
más adelante.
Su política de “precios bajos” se mantiene mientras en
la misma localidad haya otras tiendas. Cuando éstas se
ven obligadas a cerrar o mudarse, no hay nada que le
impida subir los precios, lo cual, según la Asociación
Nacional de Tiendas de Autoservicio y Departamentales,
ocurre hasta con 30 por ciento. Wal-Mart ha tenido
influencia devastadora en las economías locales de las
comunidades donde se ha establecido y, según Wal-Mart
Watch, organización de ciudadanos afectados por el
gigante en Estados Unidos, por cada dos empleos que
genera en una comunidad, se pierden tres.
Ocupa el puesto 19 entre las 100 economías más poderosas
del planeta, de las cuales ya sólo 49 son países. La
viuda y los cuatro hijos de Sam Walton -su fundador-
controlan 38 por ciento de las acciones de la
trasnacional; para 2004 están en el sexto puesto de la
lista Forbes de las personas más ricas del mundo, con 20
mil millones de dólares cada uno. Si Sam Walton
estuviera vivo, su fortuna personal duplicaría la de
Bill Gates, creador de Microsoft, número uno de la
lista, con 46 mil millones. Ambos son una clara
expresión de los megamonopolios modernos y el control
que ejercen y quieren ampliar sobre los consumidores.
Wal-Mart, sin embargo, es un ejemplo más contundente,
por el espectro de productos que abarca y por el control
que ejerce además sobre proveedores, productores y
políticos.
Es la mayor cadena de ventas directas al consumidor en
América del Norte, y tiene la mayoría del mercado de
Estados Unidos y México. En el vecino país del norte
posee 3 mil 111 tiendas Wal-Mart y 550 Sam's Club. En
México ya obtuvo 54 por ciento del mercado, con 687
tiendas en 71 ciudades, incluyendo Wal-Mart, Sam's Club,
Bodegas Aurrerá, Superama y Suburbia, además de los
restaurantes Vips, El Portón y Ragazzi. Tiene porciones
muy significativas del mercado en Canadá, Reino Unido,
Brasil, Alemania y Puerto Rico, y está ascendiendo en
varios otros, por ejemplo Japón.
Es el mayor empleador privado de Estados Unidos y México.
En sus pocas décadas de existencia ha acumulado un
historial impresionante de demandas por no permitir la
sindicalización de sus empleados y muchas otras que
cubren casi todo el espectro imaginable de violaciones
laborales: discriminación a trabajadores discapacitados,
discriminación sexual, trabajo infantil, falta de
cobertura de salud y tiempo extra no pagado. En Estados
Unidos sólo 38 por ciento de sus trabajadores cuenta con
cobertura médica, y los salarios son, en promedio, 26
por ciento más bajos que en otros empleos similares.
Hasta diciembre de 2003 había 39 "acciones de clase"
(demandas colectivas) en su contra en 30 estados de
Estados Unidos por falta de pago de horas extras. En una
redada realizada en octubre de 2003 en 61 supermercados
de 21 estados de ese país, encontraron también 250
trabajadores indocumentados (por supuesto, en
condiciones aún peores que los anteriores). En junio de
2004 se aprobó contra Wal-Mart la mayor "acción de
clase" de la historia, que representará a más de un
millón 600 mil mujeres que sufrieron discriminación de
género como empleadas de la compañía desde 1998.
Los precios bajos de Wal-Mart no sólo se basan en la
explotación de sus empleados en los países donde reside.
Fundamentalmente son producto de la utilización
sistemática de maquiladoras en condiciones de extrema
explotación. Una trabajadora de una de esas maquilas en
Bangladesh dijo a los Los Angeles Times (24/11/2003) que
su horario normal era de 8 de la mañana a 3 de la
madrugada, 10 o 15 días seguidos por vez, para poder
sobrevivir con el nivel de pagos que fijaba Wal-Mart. Y
el gerente de esa maquila se quejó al mismo diario que
"debían mejorar, porque Wal-Mart ahora conseguía mejores
resultados en China".
Pero, aunque terrible, la explotación laboral es sólo
uno de los "efectos Wal-Mart". Existen muchos otros, que
van desde la manipulación de otros proveedores y su
influencia en las cadenas de producción hasta la
utilización, sin informar a los consumidores, de
etiquetas de precio que son leídas a distancia, por
radiofrecuencia, cuyo efecto continúa hasta nuestras
propias casas. Control parece ser la clave de la
walmartización.
Alimentando al Gran Hermano
Los supermercados son el sector de la cadena alimentaria
que mueve más volumen de capital. Según los analistas
podrían incluso devorar los eslabones anteriores, tales
como procesadores de alimentos y bebidas, distribuidores,
compañías de insumos agrícolas y hasta a los productores
del campo. Dependerá solamente de si les da más
ganancias tener toda la cadena bajo el mismo techo, o
dejar que otras empresas compitan entre sí y corran los
riesgos y conflictos de cada sector. De cualquiera de
las dos formas el efecto es la concentración en cada vez
menos manos por el control que ejerce el enorme poder de
compra de cadenas como Wal-Mart, Carrefour, Ahold,
Costco o Tesco.
Wal-Mart se destaca particularmente porque, además de
ser la mayor empresa de mundo, sus ingresos totales son
cuatro veces mayores que los de su competidor más
cercano, y superan las ventas combinadas de los cuatro
que le siguen en la lista de los mayores supermercados
del planeta. Siendo además el mayor vendedor directo de
comestibles a nivel global, tiene una influencia enorme
en qué y cómo se produce. Ya incursiona, por ejemplo, en
agricultura por contrato, directamente con productores.
En el rubro farmacéutico Wal-Mart ocupa el tercer lugar
de ventas.
Como si no fuera suficiente con el control económico que
ejerce a partir de su creciente monopolio, Wal-Mart
también está en la vanguardia tecnológica de los
sistemas de control. Ya está aplicando en tres ciudades
de Estados Unidos la sustitución de los códigos de
barras de las etiquetas de precios de varios productos
por sistemas de identificación a través de
radiofrecuencia (RFID por sus siglas en inglés). Es un
sistema de "etiquetado" en el que se usa un chip
electrónico del tamaño de un grano de arroz -o menor,
incluso hasta un grano de arena- que contiene
información sobre el producto, la cual es captada
remotamente por una frecuencia de radio que la transmite
a un computador. El chip almacena mucho más datos que
los códigos de barra y puede incluir otro tipo de
información, inclusive en productos perecederos. El
problema es que la señal del chip no deja de funcionar
al salir del supermercado, sino que lo acompaña a su
casa. Según Wal-Mart, el consumidor tendría la opción de
pedir en la caja que se desactive el chip, sólo que no
ha informado a los consumidores que tienen esta
posibilidad. Las primeras experiencias fueron con
productos de Gillete y Procter & Gamble, pero también
Unilever, Johnson & Johnson, Kimberly Clark, Kraft Foods,
Nestlé, Purina, Hewlet Packard, Coca-Cola, Kodak, entre
otras compañías, están haciendo "experiencias de campo"
con la aplicación de este sistema.
A principios de 2004, Wal-Mart comunicó a sus 100
proveedores principales en Dallas que debían aplicar el
sistema de identificación por radiofrecuencia para enero
de 2005.
En una primera etapa sería a nivel de tarimas de carga y
de cajas de embalaje, es decir, no necesariamente en el
producto que luego va a venderse directamente al
consumidor, sino en la entrega de productos al por mayor
a Wal-Mart. De esta forma, se simplificarán las rutinas
de recepción, depósito, entrega a filiales, etcétera,
permitiendo un control más exacto. En noviembre anunció
que la mayoría de los proveedores cumplirían el plazo y
que además se han agregado otros 37 proveedores en forma
voluntaria. Pero es sólo cuestión de tiempo y de
reducción de los costos del chip, para que ésta sea la
forma de identificación de todos los productos en venta
directa. Incluso hay compañías desarrollando sistemas a
nivel nanotecnológico con el mismo fin que serán más
potentes e invisibles al ojo humano.
En la práctica esto significará, por ejemplo, que un
cliente que registra su tarjeta de pago al entrar o
salir del supermercado podría cargar sus productos y
salir del supermercado sin pasar por la caja. Pero
además, Wal-Mart y los fabricantes -y quienes accedan a
la radiofrecuencia- tendrían la información exacta de
quiénes, qué, cuándo, cuánto compran y dónde se usan o
quedan los productos, etcétera.
Aunque Wal-Mart no es el único en usar esta tecnología -
también la está experimentado Tesco en el Reino Unido,
Metro y Carrefour están en planes; Home Depot y otros ya
la están probando-, es el que tiene la fuerza para
acelerar y generalizar rápidamente su uso.
Significativamente quien se adelantó a Wal-Mart en esta
exigencia fue el Departamento de Defensa de Estados
Unidos, que lo aplica a sus proveedores desde octubre de
2004.
Seguramente Orwell se revuelve en su tumba: estos nuevos
pequeños hermanos tecnológicos llegan mucho más lejos
que el Gran Hermano.
La walmartización como paradigma del "mundo feliz" que
nos deparan las trasnacionales necesita de nuestra
ignorancia y anuencia pasiva. Paradójicamente, quienes
consuman lo que producen o estén en circuitos locales o
comunitarios de consumo y no usen tarjetas de crédito o
débito -o sea, la mayoría de los habitantes del planeta-
quedarán fuera del alcance de este nuevo sistema de
control. Con todo su poderío, Wal-Mart y las
trasnacionales nos necesitan para vivir. Nosotros no las
necesitamos.
* Silvia Ribeiro. Investigadora del Grupo ETC
https://www.alainet.org/es/articulo/111118
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