Ante una polémica evidente
Sobre medios y libertad de prensa
12/09/2004
- Opinión
Parecería, por las declaraciones de algunos personajes
vinculados a los medios de comunicaciones, que el Uruguay es un
oasis de libertad donde la comunicación no tiene trabas y la
libertad de prensa es un elemento que signa, con su aplicación,
el crecimiento de una sociedad que necesita de su dialéctica
para desarrollarse. Otros tienen otra visión, afirmando que nos
encontramos ante una prensa tendenciosa, más intencionada, llena
de vicios antidemocráticos. No es – pensamos - ni una cosa ni la
otra.
Uruguay es un país en que - por suerte- se habla de todo y,
obviamente, en el que algunos defienden de manera abstracta
mecanismos que, en realidad, no se aplican, y también demonizan
políticas, como las reguladoras, que deberían estar en el centro
de un debate que se hace necesario para el desarrollo de la
sociedad democrática. Y todo ello ocurre porque existen algunos
parámetros ideológicos que son repetidos con insistencia, que
colocan a las mass media en un lugar que solo le correspondería
si se desbrozara el camino de obstáculos y vicios que hoy
oscurecen esa libertad de prensa que, ellos mismos, tienen,
defienden y aplican.
Pero, vallamos por partes. ¿Hay diferencias entre los medios
escritos, radiales y televisivos? Por supuesto que las hay y son
fundamentales para una valoración de las políticas que se deben
aplicar en torno a los mismos. Los diarios, semanarios y otras
publicaciones escritas, son generalmente propiedad de empresas
editoriales que actúan comercialmente, casi siempre, vinculadas
a sectores políticos e ideológicos bien definidos. El riesgo les
es inherente y, por supuesto, su permanencia es reflejo de sus
aciertos editoriales, sus virtudes comunicacionales o
comerciales. Es un sector el escrito, para caracterizarlo de
alguna manera, donde el Estado, como entelequia de derechos
ciudadanos, tiene poco para hacer. Solamente colaborar, a través
del gobierno, brindando todos los mecanismos de cristalinidad,
para que la información pueda llegar y democratizar al trabajo
comunicacional. Por supuesto, y como no queremos ser sospechados
de otra cosa, que extendemos este mismo criterio a los medios
electrónicos, pues la libertad de información debe ser un
denominador común para el desarrollo y la profundización de la
democracia.
Pero, es bueno señalarlo, existe una diferencia muy marcada
entre unos y otros. Las emisoras de radio y televisión funcionan
en base a las ondas que les otorga el Estado, las qué
usufructúan sin medida, en una explotación comercial que nadie
les impide y que ha determinado pingues ganancias y/o mayúscula
influencia para algunos. ¿Por qué, entonces, no establecer
contrapartidas en estas empresas o medios que existen gracias a
la concesión de las ondas que son de todos? ¿Por que no regular,
en común acuerdo, derechos y obligaciones? ¿Por qué no
establecer, por ejemplo, contrapartidas culturales, educativas,
sociales, que favorezcan al desarrollo de la sociedad en su
conjunto?
¿Por qué no plantear la necesidad de que quienes explotan
gratuitamente ondas que le otorga el Estado, deban - más allá
que desde el punto de vista informativo e editorial tengan todas
las libertades - comprometerse a cumplir con un cúmulo de
contrapartidas, claramente definidas, vinculadas todas ellas a
los grandes cursos de nuestra sociedad? ¿Acaso no son bienes
supremos el pluralismo, la igualdad racial y de género, los
valores culturales universales?
Algunos dirán que tras una "regulación" que tienda a defender en
los medios electrónicos algunos valores vinculados a nuestra
esencia como país y, fundamentalmente, como Nación, existen los
peligros de que la norma se convierta en una tiránica manera de
establecer cortapisas a la información e intentar contar con una
prensa domesticada. Claro, esos males, pueden estar en el centro
del pensamiento de muchos que tienen otras concepciones. Pero
otros - la mayoría de los atentos receptores de los mensajes -
se han quemado con leche, observando como a través de las ondas
que el Estado ha entregado gratuitamente, se transmiten
mayoritariamente programas del más bajo nivel cultural, en que
el entretenimiento pasatista desplaza a la educación y la
tontería chabacana se impone a los mecanismos comunicacionales
que afiancen el desarrollo cultural. Claro, tiene que haber de
todo, pero algunos elementos esenciales deben preponderar en el
acuerdo que necesariamente debe existir entre los permisionarios
de las ondas y la sociedad en su conjunto.
Entonces, regular la relación entre el Estado que entrega las
ondas - que no quiere decir gobierno - y los permisarios de la
mismas, es una acción básica que esta vinculada al necesario
afianzamiento de valores fundamentales para el desarrollo de la
democracia.
Son esenciales para la construcción de una sociedad democrática
- dijimos en alguna ocasión - la libertad de prensa, la libertad
de expresión y el derecho a la información mediante la promoción
de la ética, la investigación, la precisión y el uso de las
nuevas tecnologías en el ejercicio periodístico, así como la
protección de los periodistas, sin duda, uno de los eslabones
más débiles, junto con los receptores de la información, de todo
el proceso comunicacional.
La libertad de prensa
Estamos cansados - lo decimos con el mayor de los respetos - de
escuchar las elucubraciones aparentemente libertarias de algunos
personajes que sostienen que la libertad de prensa es un bien
supremo y, a la vuelta de la frase, afirman que un dirigente
político hace tanto o cuanto tiempo no le da reportajes a
determinado medio.
Con ello tratan de demostrar una dualidad que, obviamente, no
existe. Tiene tanto derecho el medio de prensa a entrevistar a
quién quiera, como el político o el ciudadano, para abrir más el
concepto, a elegir si da o no la entrevista. Por supuesto que la
cosa cambia cuando se trata de funcionarios públicos que,
obviamente, deben establecer mecanismos de transparencia y
accesibilidad a la información, la que debe estar a disposición
de todos.
Pero, en lo personal, perfectamente se puede tener una visión
distinta, diferente, sobre los medios.
Qué hay gente que se enoja con una información y reacciona
cerrándose a dar notas al soporte de la misma, es obvio. Y
claro, ello es inherente también al funcionamiento de la
democracia. Si en una publicación se agravia a una persona, o
para ser menos drástico, se la molesta, ¿cómo se puede reclamar
ante la lógica negativa a ser entrevistado, sosteniéndose que
esa actitud viola fundamentos esenciales de la comunicación? ¿Es
que una persona necesariamente tiene que estar abierta a todos
los requerimientos periodísticos que se le hagan?
Pero también existen otros elementos: un político puede,
obviamente, establecer pautas estratégicas para sus apariciones
en la prensa, de acuerdo a concepciones de oportunidad. ¿Por qué
no tiene derecho a hacerlo? Hay otras personas que prefieren
trabajar en la reserva, a las que no les gustan ni los destellos
de las luces, ni las letras de molde. ¿No hay que respetar las
decisiones que puedan adoptar como resultado de ese perfil?
Un comunicador se podría agraviar y estaría en su derecho si la
información de una dependencia estatal, no fuera transparente o
no se entregara de manera plural. Pero, ¿es lícito, que se
rasgue las vestiduras, si un político le dice que "no"? Señalar
que el doctor Tabaré Vázquez, desde hace años, no le da un
reportaje a una determinada publicación, es evidentemente un
exceso que no deja de ocultar un fuerte contenido político.
Vázquez está en su derecho a elegir sus interlocutores
periodísticos y sus decisiones - más allá de las determinantes
que las impulsen - deben ser respetadas.
Otra cosa sería que durante un gobierno se estableciera una
política discriminatoria, de "amigos y enemigos". La
información, en democracia, debe ser pareja para todos y las
opiniones editoriales no deben ser tomadas en cuenta para
establecer los mecanismos que hagan cada vez más transparente a
la administración.
Y los medios deben atenerse a las generales de la ley. ¿Cómo es
posible que algunos sostengan, incluso periodistas, que la
libertad debe ser tan ilimitada que la gestión de un simple
derecho de respuesta puede estar conculcando valores
fundamentales y jaqueando a la libertad de prensa? Sin duda, se
trata de un análisis insustancial e interesado, destinado a
subir al Olimpo a una actividad humana que tiene las mismas
virtudes y defectos que todas las otras ¿Es lícito sostener que
los periodistas estamos más allá del bien y del mal y, que como
los dioses, no debemos responder ante nadie?
¿Si mancillamos reputaciones, mentimos o perjudicamos a personas
e instituciones en base a informaciones falsas, por qué vamos a
tener a nuestro servicio una especie de tácita ley de impunidad,
que nos de vía libre, para hacer lo que queramos? ¿Es que los
ciudadanos no pueden defenderse también de la prensa utilizando
el arbitrio de la ley?
Sostener lo contrario es polémico; se trata de un razonamiento
que parece ser producto de una soberbia desmelenada, en base al
qué se intenta establecer un privilegio para un sector que, más
allá de su obligación de informar, tiene que acatar las reglas
del juego que marca la convivencia en una sociedad democrática.
* Carlos Santiago es periodista. Secretario de redacción del
diario La República de Montevideo y del suplemento Bitácora.
https://www.alainet.org/es/articulo/110535
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