Tratados de libre comercio: hacia una integración justa y para todos
12/08/2004
- Opinión
1. Del 10 al 13 de agosto de 2004, nos hemos reunido en la
ciudad de Sao Paulo, Brasil, Obispos, sacerdotes, religiosos,
religiosas, laicos y laicas, comprometidos en la Pastoral
social y Caritas de casi todos los países de América Latina y
el Caribe. En un clima comunión y solidaridad, hemos
dialogado ampliamente acerca de los Tratados de Libre
Comercio (TLC) y sus efectos en las mayorías empobrecidas de
nuestro Continente, dentro del sistema global de comercio que
promueve por doquier dichos tratados. De esta manera hacemos
nuestras las preocupaciones de los pobres porque "los gozos
y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, son a la vez gozos y esperanzas,
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo" (GS, 1).
2. En un primer momento hemos escuchado atentamente tanto a
representantes de varios gobiernos del Continente como de la
sociedad civil. A continuación, habiendo compartido asimismo
las preocupaciones y puntos de vista de diversos sectores de
la población, hemos realizado, a la luz de la Palabra de Dios
y del magisterio social de la Iglesia, un discernimiento
comunitario de tan complejo proceso y de sus efectos sobre
todo para los sectores más vulnerables de nuestra América
Latina.
3. Al concluir este encuentro, deseamos expresar públicamente
nuestro compromiso como Iglesia. Al mismo tiempo queremos
compartir con nuestras hermanas y hermanos en la fe, así como
con toda persona de buena voluntad, algunas reflexiones y
sugerencias. Nos mueve la convicción de que "nada hay
verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de
la Iglesia" (GS, 1), puesto que "el hombre es el primer
camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su
misión" (RH, 14). En el fondo de nuestra preocupación
pastoral está la palabra de Jesús: "Tengo compasión de las
gentes" (Mc 8,2). Buscamos el bien integral de los hombres y
mujeres de América Latina y el Caribe, particularmente de los
pobres, marginados y excluidos.
4. Nuestra palabra se une a la de numerosos Obispos y
Conferencias Episcopales. Entre ellas señalamos la reciente
declaración conjunta de Obispos de los Estados Unidos y de
América Central, en la que se afirma: "el reto fundamental es
poner en marcha un modelo de desarrollo humano
sostenible"(1) . Nos parece que otro desafío impostergable es
avanzar con decisión en el proceso de integración entre
nuestros países, a fin de construir cuanto antes la Comunidad
Latinoamericana y Caribeña de Naciones.
A. INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA Y DESARROLLO HUMANO
5. En el centro del proceso de integración que propugnamos, está
la persona humana. También ocupa un lugar importante el
comercio entre los pueblos, entendido como una expresión de
la relación humana, de la necesidad que todos y cada uno
tenemos de los demás. En este sentido, la integración de los
pueblos sería una expresión de fraternidad y solidaridad.
Según la enseñanza de la Iglesia, la justicia debe estar
presente en las relaciones comerciales: el comercio justo
favorece la relación pacífica entre los pueblos.
6. El proceso de integración en el que están empeñados nuestros
países, debe ser animado por un conjunto de principios
éticos. El principio fundamental es el reconocimiento de la
dignidad de la persona humana como valor central. Para que
exista verdadero desarrollo humano es necesario articular los
valores de la eficiencia y la competitividad -tan exaltados
en la cultura actual- con los de justicia social, equidad,
solidaridad y subsidiariedad. Este concepto de desarrollo
interrelaciona lo económico con lo político, lo cultural, lo
social y lo medioambiental, particularmente a la hora de
definir los fines y los medios para alcanzarlo. Reconoce
asimismo la centralidad del trabajo humano no sólo como
creador de riqueza sino sobre todo como factor esencial de
realización humana: la persona humana se realiza mediante el
trabajo (Cf. Laborem Exercens, 6).
7. Es evidente que para su desarrollo adecuado y armonioso las
personas y los pueblos necesitan bienes materiales. Sin
embargo, según la sabiduría del Evangelio, no podemos reducir
al ser humano al estrecho horizonte de la posesión y disfrute
de las cosas materiales: la vida humana no se agota en el
afán obsesivo de tener, comprar y consumir. Las cosas de este
mundo nunca podrán saciar la sed de verdad, bondad y
felicidad que experimenta el corazón humano. Así está
inscrito en el alma de nuestros pueblos. Es fácil percibir la
cultura de los pueblos latinoamericanos y caribeños como un
conjunto vivo de referencias, valores y símbolos, a través de
los cuales las personas se relacionan entre sí, con la
naturaleza a través del trabajo, y con Dios.
8. Una auténtica integración se basa en valores como los que
hemos mencionado y en una clara opción por la vida de las
personas y comunidades más vulnerables, respetando su
identidad cultural, tan fuertemente marcada por los valores
espirituales. Por consiguiente, va más allá de los aspectos
puramente comerciales. Necesitamos una integración que
incorpore las dimensiones culturales, sociales y políticas en
las relaciones entre los pueblos y que tenga siempre
conciencia de sus vinculaciones históricas profundas.
9. En la elaboración de las propuestas de integración, estos
principios se traducen en la estimación previa de los
impactos que las mismas puedan tener sobre la calidad de vida
de las personas, sobre su posición en la estructura de
relaciones sociales y sobre la integridad del medio ambiente,
es decir, de la "casa común". Esto debe salvarse a toda
costa, superando la perspectiva habitualmente utilizada en
economía, que busca el incremento en eficiencia y
competitividad como metas de las políticas económicas. Estas
son éticamente aceptables en la medida en que pueden
contribuir a mejorar la calidad de vida de las personas.
B. LOS TRATADOS DE LIBRE COMERCIO EN EL PROCESO DE INTEGRACIÓN
10. Los pueblos de América Latina y el Caribe han suscrito
múltiples acuerdos en la búsqueda de la integración entre sí
y con otras naciones. Entre dichos acuerdos proliferan hoy
los Tratados de Libre Comercio (TLC), que regulan la apertura
de los mercados a productos de los países que comercian entre
sí. A primera vista podría pensarse que los TLC se limitan a
la esfera económica. Sin embargo, nos parece que tal como se
han negociado o se están negociando, no son solamente
instrumentos de política comercial sino que afectan también,
en mayor o menor grado, aspectos tan importantes como la
identidad cultural, el futuro de la agricultura, la propiedad
intelectual, la biodiversidad y otras áreas de la vida,
especialmente en las comunidades pobres. Por otra parte,
cuando dichos acuerdos se convierten en ley de la República,
comprometen, para bien o para mal, el futuro de las naciones
que los suscriben.
11. El modelo económico vigente en nuestro Continente, que
tiende a concentrar el poder económico, político y social en
pocas manos, ha frenado sensiblemente la consolidación del
desarrollo humano integral y sostenible que propone la
Iglesia. Esto se manifiesta en las situaciones de pobreza
y exclusión, la brecha creciente entre ricos y pobres, la
desigual redistribución del ingreso, de la riqueza y las
oportunidades, sistemas inadecuados de educación y salud
pública, inseguridad y violencia, y migración forzada.
12. En esta realidad dramática, tan contraria a la dignidad
humana, existen "ganadores" y "perdedores". Entre los
ganadores están generalmente las corporaciones
multinacionales y sectores privilegiados de nuestros países.
Los perdedores los encontramos en las poblaciones más
vulnerables: campesinos, micro y pequeños empresarios,
mujeres, jóvenes, personas de la tercera edad,
discapacitados, etc. Para superar esta situación inaceptable,
es urgente revisar a fondo el tipo de cooperación que se
requiere, y asignar los recursos necesarios a fin de
conseguir un auténtico desarrollo humano.
13. Se afirma, con razón, que, de ordinario, los Tratados de
Libre Comercio se negocian sin ofrecer a la población la
información a la que tiene derecho; por esa razón, no se
propicia, de parte de los Gobiernos, una participación
responsable de los ciudadanos. Según la acertada afirmación
de hermanos nuestros en el episcopado del norte y del centro
de América, "negociar de espaldas al pueblo sería contrario
a los principios elementales de la democracia participativa.
En una palabra, la gente tiene derecho a saber qué se está
negociando y en qué va a favorecer sobre todo a las mayorías
empobrecidas"(2) .
14. A lo anterior se añade la debilidad de las democracias,
el derrotismo político y las crisis de los partidos. Con
frecuencia, los votos no significan una auténtica
representatividad en los parlamentos, los ciudadanos nada o
muy poco pueden hacer ante la corrupción pública o privada, y
crece la indiferencia ante los problemas que afectan a todos.
15. Cuando falta una real participación de los ciudadanos y
ciudadanas en los procesos económicos, - y esto se aplica a
los Tratados de Libre Comercio- se debilita aún más el tejido
social. Se crea entonces inevitablemente un ambiente de
confrontación agravado por las relaciones asimétricas que
existen a nivel nacional y, sobre todo, a nivel internacional
16. Gracias a Dios, no faltan los hechos positivos que vemos
como signos de esperanza. Señalamos, entre ellos, la
emergencia de la sociedad civil y la dinámica de los
movimientos sociales; los procesos de democracia participativa
y control ciudadano; y los notables esfuerzos de trabajadores
y trabajadoras del campo y la ciudad por poner en marcha
experiencias de comercio justo y economía solidaria.
C. NUESTRA PALABRA A LOS GOBERNANTES Y NUESTRO COMPROMISO COMO
IGLESIA
17. Al final de nuestro mensaje,
teniendo en cuenta principalmente a las inmensas mayorías que
están sumidas en la pobreza y la marginación en América
Latina y el Caribe, formulamos las siguientes propuestas a
los gobernantes de nuestros países. Al mismo tiempo, hacemos
público nuestro compromiso como Iglesia para realizar lo que
nos corresponde:
18. Que los Gobiernos de los países
donde aún no se han ratificado los Tratados de Libre
Comercio, que difundan y propicien el debate público, en
todos los sectores interesados. Los contenidos de los TLC
bilaterales o multilaterales, como el ALCA, antes de ser
sometidos a los respectivos Congresos para su posible
ratificación, deben ser suficientemente discutidos.
19. Que en este proceso se examinen con particular atención,
en el seno de la sociedad civil, temas tan sensibles como los
siguientes: los subsidios a la agricultura por parte de los
países industrializados; el derecho de propiedad intelectual
y su impacto en áreas como la salud y la soberanía
alimentaria; el impacto de los TLC en el medio ambiente y en
los derechos de los trabajadores; sus efectos en grupos
vulnerables como las mujeres, los jóvenes, la tercera edad y
los discapacitados.
20. Que se dé mayor relevancia a la Organización Mundial del
Comercio (OMC) como foro adecuado para dirimir cuestiones
como los subsidios agrícolas por parte de los países
industrializados y otros asuntos que permitan ir superando
las asimetrías.
21. Que los Tratados de Libre Comercio tengan como referente
una agenda más amplia de desarrollo humano integral, sobre
todo de los sectores más pobres y vulnerables. Esta Agenda
debería incluir recursos financieros suficientes que permitan
a los países de América Latina y El Caribe no sólo invertir
en su capacidad comercial sino también mejorar
sustancialmente la calidad de vida de sus habitantes.
22. Como Iglesia que peregrina en el Continente marcado por
las mayores desigualdades del mundo, nos sentimos
interpelados por nuestro Señor a involucrarnos en este
proceso de integración desde nuestra propia identidad y como
parte de nuestro ministerio de reconciliación y de
construcción de la comunión. Por eso estamos colaborando en
la creación de espacios de diálogo entre todos los sectores
ciudadanos, promoviendo al mismo tiempo los métodos adecuados
para obtener los frutos esperados. No es fácil realizar este
ministerio en el ambiente de confrontación que genera el
marco de relaciones asimétricas existente dentro de nuestros
países y, sobre todo, en el plano internacional. Pero es
fundamental promover dicha participación a fin de generar
condiciones de gobernabilidad en una relación justa y
solidaria entre Estado y sociedad civil.
23. En el cumplimiento de nuestra misión nos comprometemos
a promover un amplio proceso de participación ciudadana que
permita a personas y comunidades informarse, deliberar,
realizar análisis de costos y beneficios, elaborar y hacer
llegar sus propuestas a quien corresponda, teniendo plazos
adecuados para ello, y ejercer una vigilancia social de
dichos procesos.
24. Ante el debilitamiento del tejido social es deber
nuestro, como Iglesia, colaborar no sólo en su
fortalecimiento, sino también en su proyección hacia la
creación de una sociedad en donde todos nos sintamos miembros
plenos de la gran familia latinoamericana y caribeña. Para
ello asumimos el compromiso de promover la formación política
que convierta a los ciudadanos y ciudadanas, en constructores
de una nueva sociedad, justa, fraterna, solidaria y abierta a
Dios. (Cf. Christifideles Laici, 42; Ecclesia in America,
44).
25. Nos comprometemos a contribuir, desde nuestra identidad,
en la creación de condiciones económicas, sociales,
culturales, políticas y ecológicas que aseguren a cada
persona el derecho de buscar su destino dentro del destino
común, como sujeto de su vida, con decisiones para sí, para
su núcleo familiar, para la sociedad, en el respeto debido a
los derechos de los demás, como persona responsable que vive
con otros y para otros en la Verdad y la Justicia.
26. Reafirmamos la opción evangélica por los pobres y nos
comprometemos a seguir acompañando la lucha por la vida de
los movimientos sociales, campesinos e indígenas, en el
trabajo tesonero por construir una sociedad justa y
solidaria, con valores éticos, y donde sea posible avanzar
decididamente en dirección de una auténtica integración de
los pueblos.
Sao Paulo, 13 de agosto de 2004.
Departamento de Justicia y Solidaridad
Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) Notas: (1) Cf. Declaración Conjunta Sobre el Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-América Central (TLC EEUU-CA) del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) y los Presidentes de los Comités de Política Nacional e Internacional de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), pág No.1, No.3. (2) Cf. Declaración Conjunta Sobre el Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-América Central (TLC EEUU-CA) del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) y los Presidentes de los Comités de Política Nacional e Internacional de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB).
Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) Notas: (1) Cf. Declaración Conjunta Sobre el Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-América Central (TLC EEUU-CA) del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) y los Presidentes de los Comités de Política Nacional e Internacional de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), pág No.1, No.3. (2) Cf. Declaración Conjunta Sobre el Tratado de Libre Comercio Estados Unidos-América Central (TLC EEUU-CA) del Secretariado Episcopal de América Central (SEDAC) y los Presidentes de los Comités de Política Nacional e Internacional de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB).
https://www.alainet.org/es/articulo/110526
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