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04/07/2004
- Opinión
Feminicidios, asesinatos, homicidios, robos, asaltos, atracos,
secuestros y muchos ilícitos similares más, son algunos de los
dramas en este bellísimo país, con el enorme costo de
intranquilidad y miedo constante para los habitantes.
Guatemala fue, durante 36 años de conflicto armado, un país de
zozobra, violación sistemática a los derechos humanos,
perpetrada por el Estado a través de los cuerpos represivos que
aplicaron una brutal política contrainsurgente que arrasó aldeas
enteras con sus habitantes incluidos.
Las consecuencias y efectos de este genocidio perduran sin que
la sociedad haya alcanzado la reconciliación, ni que el Estado
haya saldado debidamente la responsabilidad y culpa de tantos y
tan brutales crímenes.
A 8 años de firmados los Acuerdos de Paz, este país
centroamericano enfrenta una violencia generalizada que afecta a
toda la sociedad, que va en aumento y que convive con los
altísimos niveles de pobreza e injusticia social prevalecientes.
Los medios de comunicación reportan diariamente en sus espacios
notas sobre asaltos, crímenes, asesinatos y otros hechos
violentos con los más variados estilos, unos absolutamente
irrespetuosos con las víctimas y sus familiares, otros menos
sensacionalistas, pero pareciera que todos han tenido que asumir
su dosis de amarillismo ya que la realidad se impone y los
sucesos son la noticia cotidiana.
El proceso de negociación en Guatemala tuvo una particularidad,
priorizó la discusión de los temas sustantivos, es decir, las
causas que originaron la guerra, entre las que destacaron la
injusticia y la exclusión, sobre los temas operativos conocidos
como aquellos relativos a las condiciones de desmovilización de
las fuerzas guerrilleras.
Fue así que se abordó, desde lo relativo al respeto de los
derechos humanos hasta acuerdo socioeconómico y situación
agraria, pasando por la necesaria democratización y el papel del
ejército, el reconocimiento de la identidad y derechos de los
pueblos indígenas, entre otros.
Sin embargo, las causas que originaron el levantamiento de los
grupos insurgentes persisten, la miseria, la exclusión, la
discriminación, la concentración de la propiedad, es decir, la
falta de una verdadera democracia que no es sólo la democracia
electoral o del derecho de expresión, sino la democracia
económica que es, en última instancia, la que determina el libre
ejercicio de los otros derechos y que continúa ausente de la
perspectiva de nación. Las secuelas de este sistema se perciben
en el crecimiento de la inconformidad social, de cinturones de
miseria, falta de acceso a la educación, a la salud y a
condiciones dignas de vida para las mayorías.
A esta realidad hay que sumarle los niveles de desempleo, el
contrabando, el crecimiento del negocio del narcotráfico, la
instalación del crimen organizado, la corrupción a todo nivel y
la evasión fiscal, es decir, la pérdida o suplantación de los
valores que determina conductas y ambiciones que conducen al
irrespeto de las normas fundamentales de la convivencia humana.
La irracional combinación de estos elementos es parte de la
causa de la descomunal violencia que se presenta a cada paso, en
cada esquina y cada segundo. Cada persona es una víctima
potencial, hasta aquellos que pueden gastarse una fortuna en el
pago de su seguridad privada, no están exentos de convertirse en
afectados por la desgracia delincuencial.
La violencia en el entorno resulta ser la compañera inseparable
de cada guatemalteco y guatemalteca, que llevan sobre sus
espaldas toneladas de miedo, kilos de angustia y quintales de
desconfianza de cada persona que está cerca. Es realmente una
devastadora soledad colectiva, con una preocupación individual
que no se expresa en lo colectivo, que no encuentra cauce ni
eco, que no tiene comparsa, más que la esperanza de no ser el
número premiado de la delincuencia.
De nuevo en Guatemala, las víctimas se contabilizan con varios
dígitos, la deshumanización e indiferencia ante el sufrimiento
parecen estar reapareciendo, "de no ser yo, o los míos no me
importa a quienes afectaron". Es por eso tan importante la
sensibilización ante este despreciable fenómeno, la generación
de la solidaridad, la reacción social y la respuesta de las
autoridades y de las organizaciones que trabajan por el respeto
a los derechos humanos y por la seguridad.
¿Qué perspectiva hay entonces en la Guatemala actual, en donde
no se han cumplido los acuerdos de paz, no se combate la
injusticia, no se atacan las causas que generan la violencia y
ni siquiera hay políticas integrales para combatirla ni
estrategias de seguridad?
La sociedad tiene la palabra. O nos acostumbramos y seguimos
indiferentes ante la ineficiencia de los organismos del Estado,
ante la impunidad que protege igual a las lacras sociales, a los
acaparadores de riqueza y a los causantes del sufrimiento, o nos
rebelamos ante tanta y tan variada injusticia y empezamos a
exigir lo que a todos y todas nos corresponde como seres
humanos. Cada quien es responsable de su opción.
https://www.alainet.org/es/articulo/110198
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