La guerra de los 3000 muertos
27/05/2004
- Opinión
El interés por los desastres naturales como el que ha sucedido
en Haití y en República Dominicana es puntual. Después de
enterrados los muertos, apenas algunos especialistas y algunas
ONG seguirán preocupándose por las causas de la tragedia.
Tradicionalmente, los desastres han sido considerados como
hechos puntuales, inevitables e inesperados, generados por la
acción extrema de la fuerza de la naturaleza y en consecuencia
su estudio se ha centrado en los impactos causados, no en la
prevención, así como en un enfoque fiscalista, es decir de
observación y estudio de los fenómenos naturales considerados
como causantes: crecidas de ríos, huracanes, maremotos, tifones,
erupciones volcánicas, etc. Esta visión todavía está vigente, de
forma interesada. En coherencia con esta visión simple del
problema, los esfuerzos institucionales en la atención a las
catástrofes se centran habitualmente en acciones de emergencia y
respuesta a los daños, para volver a reconstruir, así como en el
monitoreo y la vigilancia de los fenómenos naturales. Este
enfoque es completamente insuficiente. No se pregunta el por qué
del desastre ocurrido, a partir de un análisis que compare los
daños causados por un mismo fenómeno en Estados Unidos o en El
Caribe, por ejemplo. Una observación crítica nos da rápidamente
la idea de que según el contexto nacional o regional, según los
factores sociales, un mismo desastre natural afecta de muy
distinta manera. La vulnerabilidad ambiental está íntimamente
conectada a la vulnerabilidad social.
La vulnerabilidad social se refiere a la condición en virtud de
la cual una población está expuesta a sufrir daños por la
ocurrencia de un fenómeno natural o con intervención humana.
Pero la vulnerabilidad hace referencia, también, a la capacidad
de una población para recuperarse de un desastre. La
vulnerabilidad no es, por supuesto, algo estático, sino dinámico
y cambiante en función de la atención que se preste a la
superación de la pobreza, del desorden territorial, del ataque
al medioambiente, de la acción de las constructoras, de los
deforestadores profesionales y espontáneos, etc. Por otra parte,
las amenazas de catástrofe son distintas: no son de la misma
naturaleza las inundaciones que los movimientos sísmicos, una
erupción volcánica que una epidemia, una sequía que un incendio,
etc. Hay amenazas naturales como tornados, granizadas, sismos,
etc. y amenazas tecnológicas como la contaminación, escapes de
sustancias tóxicas, explosiones, etc.
Lo ocurrido estos días en Haití y en República Dominicana con el
desbordamiento del río Silié, tiene una dimensión socio-natural.
El número de víctimas está vinculado a un modelo de desarrollo,
pero también a la ineficacia de los gobiernos. Los cientos de
casas enterradas en barrios de Jimaní, en Fond Verrettes, en
Grand Goster y Mapou eran completamente vulnerables. Igual
ocurrió hace unos años en Centroamérica con el huracán Mitch. En
aquella tragedia murieron unas 20.000 personas de las que el 70%
vivían en la extrema pobreza. No es que las catástrofes
conspiren contra el desarrollo, sucede que son parte del
problema de un determinado modelo de desarrollo que reproduce la
pobreza estructural, la depredación ambiental y una inadecuada
concentración poblacional derivada de la marcha del campo a las
ciudades.
En el Caribe como en Centroamérica se pueden señalar algunos
factores o causas que hacen que veamos con claridad como en la
base de la vulnerabilidad ecológica o ambiental se encuentra la
vulnerabilidad social:
Bajos niveles de desarrollo humano, en particular en las
zonas rurales, con elevados índices de pobreza, desnutrición y
analfabetismo. Esto implica bajo nivel de capital humano y de
organización comunitaria.
Inexistencia del Estado en las zonas rurales. Concentración
de sus recursos, negativa a una descentralización con recursos
económicos y técnicos que de a los municipios capacidad de
prevención ante desastres y de acción social.
Falta de ordenamiento territorial y de planificación
urbana, y mal manejo de las cuencas hidrográficas. No hay
normativas que impidan construir en zonas de riesgo, o si las
hay son violadas sistemáticamente por las constructoras y/o la
acción espontánea de migraciones procedentes de áreas rurales.
Los asentamientos humanos carecen de infraestructuras,
conductores subterráneos de aguas, falta de electrificación,
ausencia de muros de seguridad, etc.
Elevada deforestación y manejo no sostenible del
territorio. Aquí se dan dos circunstancias: la acción espontánea
de la población más pobre en busca de leña, y la permisibilidad
con que grandes compañías talan bosques, hacen contrabando de
madera, y empresas mineras excavan indiscriminadamente.
Deforestación también de manglares costeros que protegían al
territorio de maremotos.
No hay sistema nacionales y locales para la prevención de
desastres, en una región con 6 placas tectónicas, 25 volcanes en
activo, fallas, periódicas visitas de tifones y tormentas, etc.
Se actúa siempre posteriormente y dando el protagonismo a la
empresa privada que tiene en cada catástrofe una nueva
oportunidad de hacer negocios.
Miles y miles de viviendas, barriadas, construidas en zonas
de alto riesgo. En laderas de suelo inseguro, sobre antiguos
cauces de ríos, en las cercanías de volcanes.
Fuerte concentración de la propiedad tierra que empuja a
nuevas migraciones hacia los suburbios de ciudades, e implica
una explotación intensiva de tipo industrial.
Para las ONG, por lo menos para un buen número, estos desastres
abren una oportunidad: la de transformar el modelo de
desarrollo. No se trata de una mera reconstrucción sobre los
mismos parámetros. El Desarrollo Humano Sostenible no puede
esperar. A él deben aplicarse los organismos multilaterales, las
instituciones públicas y los gobiernos. Sucede, sin embargo, que
para ello hay que partir de ver a las víctimas no sólo como
gentes que piden ayuda desesperada, sino como personas que
tienen derechos, que exigen derechos, frente a los cuales
tenemos obligaciones. En primer lugar han de ser los gobiernos
de sus propios países; los parlamentos que han aprobado cartas
constitucionales y contratos sociales que no cumplen. En segundo
lugar los países ricos encabezados por los gobiernos, así como
las instituciones internacionales, todos ellos implicados en un
orden injusto. En tercer lugar nosotros mismos, la sociedad
mundial.
Es desde esta perspectiva de los Derechos Humanos indivisibles
que las ONG emplazan a los gobiernos y a Naciones Unidas y sus
agencias a que den cumplimiento a los convenios y pactos
internacionales (Cumbre del Milenio) para la erradicación de la
pobreza, de la vulnerabilidad ecológica y social, además del
alivio sustancial a la deuda externa y la consolidación de la
democracia. Pero, somos escépticos. Generalmente los acuerdos
internacionales en estos puntos, hechos bajo la presión de las
ONG y de las sociedades civiles, caen en saco roto. Las
gobiernos más poderosos y las grandes instituciones inter-
gubernamentales y financieras no ven, no asumen los derechos
económicos, sociales y culturales de las gentes. No desean
combatir la polarización de la riqueza, el monopolio del suelo y
de la tierra. No entra en sus planes, tampoco, que los estados
haitiano y dominicano asuma responsabilidades frente a la
vulnerabilidad si ello supone aumentar el gasto social..
En la región Centroamérica-Caribe las elites económicas
dominantes son un 2%. Por debajo, hay un 23% con recursos. Hay
como un 75% que sobrevive. Esto es lo que hay que cambiar para
que el río Silié no vuelva a hacer tanto daño.
* Iosu Perales es miembro de PTM-Mundubat
https://www.alainet.org/es/articulo/109983?language=es
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