Patentar genes e investigación es hipotecar el futuro
18/05/2004
- Opinión
Recientemente, el Centro de Investigación y Estudios Avanzados
(Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional anunció la puesta
en marcha del Laboratorio Nacional de Genómica para la
Diversidad Vegetal y Microbiana, empredimiento financiado por
un proyecto conjunto del Consejo Nacional de Ciencia y
Tecnología y las secretarías de Educación Pública y la de
Agricultura, informó Matilde Pérez en La Jornada (17/5/2004).
Según la directora del Cinvestav, Rosalinda Contreras Theurel,
este laboratorio ampliará la capacidad de secuenciamiento de
genes y es ejemplo de lo que se debe respaldar, ya que
"restringir el apoyo gubernamental para biotecnología es
hipotecar el futuro de la nación". Agrega que el apoyo
gubernamental es necesario "sobre todo ante la necesidad de
patentar las investigaciones". Contreras Theurel reconoce que
con los transgénicos hay riesgo de contaminación, "pero que eso
podría controlarse". ¿Como quedó demostrado con la contaminación
del maíz campesino en México? Agrega que los que critican los
transgénicos "sólo provocan miedo y afectan la opinión de la
gente hacia los científicos", que "de lo que no se habla es del
derecho de los mexicanos a alimentos de mejor calidad", ya que
"los campesinos necesitan variedades de semillas de plantas más
resistentes a las plagas, a los cambios climáticos, al deterioro
de los suelos".
No son extrañas estas posiciones del Cinvestav, ya que varias de
sus investigaciones en biotecnología están financiadas por la
trasnacional Monsanto, que controla más de 90 por ciento de los
cultivos transgénicos plantados comercialmente en el mundo y,
como tal, seguramente una de las principales responsables de la
contaminación del maíz campesino en México.
Los gigantes de la biotecnología "financian" proyectos de
instituciones de interés público porque les permite acceder de
manera cómoda y barata al germoplasma de los cultivos en
diferentes países, utilizando la infraestructura, la formación
pública y el conocimiento del medio de los investigadores
nacionales, para luego aplicarlo en sus propios productos
comerciales y, si viene al caso, patentar sus genes para el
lucro de sus empresas. Todos los transgénicos están patentados,
la mayoría por un puñado de empresas agrobiotecnológicas, que no
han dudado en llevar a juicio a agricultores cuyos campos se
contaminaron con transgénicos, por "uso indebido de patente".
Pensar en patentar las investigaciones y hasta "patentar todas
las variedades vegetales del país", como se expresa en el mismo
artículo, es, en la interpretación más benévola, sumamente
ingenuo. Las patentes son instrumentos jurídicos de monopolio
diseñados para los intereses de los grandes capitales, y en sí
constituyen una violación al artículo 27 de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, que establece que "todos las
personas tienen derecho a participar del progreso científico y
los beneficios que de él resulten". Tienen un elevado costo, que
va de miles a millones de dólares por patente según su alcance,
y aun así, pueden ser objeto de apelación por parte de cualquier
compañía de agronegocios que alegue que esa patente infringe una
suya propia. Según un estudio de la Universidad de Stanford, los
litigios de patentes biotecnológicas son los que más crecen, y
para 2000 tenían un costo promedio de 1.5 millones de dólares
por litigante. Patentar un producto (inclusive una
investigación) es, de hecho, sustraerlo al público y colocarlo
en el mercado, es decir, a los que puedan pagar. Pensar en
combatir este robo inmoral de los bienes colectivos y públicos
con los mismos métodos, requiere como mínimo un nivel de
inversión similar. ¿Será éste el mejor destino de los escasos
recursos para investigación pública en México?
Patentar cultivos o sus genes, o investigación sobre ellos, es
apropiarse del trabajo de desarrollo que durante milenios han
hecho los campesinos de todo el mundo en forma colectiva y
pública, y que es la base de todas las semillas que cualquier
instituto de investigación público o privado utiliza hoy día.
Justamente, porque existe este trabajo de millones de familias y
comunidades campesinas e indígenas, que de por sí se hace en
forma descentralizada, familia a familia, milpa a milpa,
campesino a campesino, que México es centro de origen y
diversidad del mayor logro agronómico de la historia que es el
maíz y de una gran cantidad de otros cultivos (jitomate, chile,
frijoles, calabazas y muchos más). Cada familia campesina
utiliza año con año diferentes variedades de semillas que
selecciona y ha ido adaptando a las condiciones de su campo, a
las plagas, a las condiciones del suelo, de sequía o lluvia, de
tal modo que si una no resulta, otras sí lo hacen. Esto es su
sustento y es lo que ha producido por milenios alimentos de gran
calidad nutritiva, y una enorme diversidad que jamás podrá ser
sustituida por una, dos o 10 variedades que se creen en un
laboratorio.
Las amenazas a las familias campesinas y las comunidades
indígenas, verdaderos garantes de la calidad y la diversidad,
no vienen de la falta de tecnología, sino de políticas agrarias
que los expulsan del campo, que no se basan en sus necesidades y
culturas, sino en favorecer la gran agricultura industrial
(nacional o multinacional) uniforme, maquinizada y contaminadora
de suelos y aguas (para lo cual se quiere inventar cultivos
transgénicos que la resistan); de la extranjerización del
sustento y la alimentación, por ejemplo, mediante la importación
de cultivos artificialmente "baratos" que compiten con los
productores mexicanos y los contaminan con sus transgénicos y
sus genes patentados.
* Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC. La Jornada,
México D.F. Miércoles 19 de mayo de 2004
https://www.alainet.org/es/articulo/109951
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